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Las Fuerzas Armadas: un poder letal, sin rendición de cuentas

El nuevo lugar de las Fuerzas Armadas en la vida pública nacional se revela en el problema de su letalidad. Los militares tienen el poder de dar muerte a ciudadanos mexicanos, para después tergiversar la información y afirmar que esas muertes son coherentes conforme al derecho y favorables conforme a la estrategia.
01 de mayo, 2024
Por: de cuentas Fernando Escobar Ayala

En nuestra conversación pública ya no es extraño, salvo para los círculos promotores del oficialismo, que se reconozca a la militarización como una de las claves de la política del presente. Para estos últimos, no vale la pena siquiera hablar del asunto, a menos que sea para reiterar la indispensabilidad del Ejército para construir y gestionar caminos, puertos, aeropuertos, ferrocarriles, aduanas y bancos; para repartir los recursos de la política social y, como condición básica, para hacerse cargo de la seguridad pública a través de la Guardia Nacional.

Haciendo caso a la realidad, la historia del sexenio de López Obrador es la de una reorganización profunda de la estructura del Estado mexicano, con las Fuerzas Armadas readquiriendo cuotas de poder que modifican de manera definitiva el equilibrio de fuerzas entre civiles y militares. La enorme cantidad de dinero venido del presupuesto, sumada a las nuevas oportunidades para los negocios, el respaldo político y el poder de las armas, han consolidado a la SEDENA como una institución con carta libre para cometer todo tipo de actos y omisiones sin tener que preocuparse por rendir cuentas ante la sociedad o cualquier otra institución.

La publicación del Segundo Informe de la Fuerza Armada Permanente en Tareas de Seguridad Pública, remitido al Senado el pasado 1° de febrero, sirve para profundizar sobre este último argumento. Entre otras cosas, el informe da cuenta sobre la cantidad y el resultado de los enfrentamientos entre miembros del Ejército y civiles, como parte de las operaciones contra el crimen organizado. Llama la atención la intrascendencia del tema en la conversación pública, pero también la manera en que la SEDENA presenta las cifras. Nadie en el Senado, ni en los medios de comunicación, pareció interesado en revisarlas o en verificar la información. El actuar de las Fuerzas Armadas se dejó pasar, otra vez, sin supervisión alguna.

Investigaciones en el pasado arrojan, una y otra vez, la misma conclusión: el Ejército es una corporación propensa al uso de la fuerza letal, i que opera sin protocolos para corroborar que ese uso de la fuerza se hace conforme a los principios de absoluta necesidad, legalidad, prevención, proporcionalidad y rendición de cuentas.ii Sin más, por regla, en sus conteos oficiales y comunicados de prensa, las Fuerzas Armadas se refieren a estos hechos como “agresiones” que siguen un patrón sospechosamente idéntico: siempre se trata de un patrullaje de rutina emboscado con violencia, que resulta en una gran cantidad de agresores muertos y una menor cantidad (en ocasiones cero) de heridos o detenidos.iii

Conforme a esta descripción oficial de SEDENA, el uso de la fuerza letal de sus elementos queda sin más justificado como un acto de defensa propia frente a la delincuencia; pero sin proporcionar evidencia o rendir explicaciones adicionales que permitan saber realmente quiénes eran esas personas a quienes el Ejército dio muerte. Las Fuerzas Armadas no informan sobre qué hacía el Ejército al momento de las llamadas agresiones, o si existen las debidas constancias de lo sucedido elaboradas por el ministerio público, y tampoco sabemos dónde están o qué pasó con los heridos, los detenidos y los muertos. La falta de interrogaciones y el silencio de la clase política, como pasa hoy, alimentan un clima de opacidad e impunidad que sólo puede ser redituable para las propias Fuerzas Armadas.

De acuerdo con los reportes más actualizados de la SEDENA, desde 2007 y hasta el 1° de abril de 2024, se han registrado 5,832 enfrentamientos entre personal militar y civiles, que han resultado en 5,627 presuntos agresores muertos, 880 heridos y 4,914 detenidos. Estos valores son notoriamente más elevados que el total de 356 militares muertos y 1,958 heridos en el mismo periodo. En proporción, el número de presuntos agresores muertos es 1,480% superior al número de militares muertos en enfrentamientos.

Tabla con los datos de la letalidad del Ejército desde 2007 a la fecha.
Elaboración propia, a partir de datos de SEDENA. iv

 

No es novedad, ni deja de ser cuestionable, que las autoridades presenten conteos o estadísticas sobre el número de muertes para presuntamente demostrar el cumplimiento de la ley o el avance de una estrategia. Sin embargo, llama la atención la manera en que la SEDENA presenta los anteriores datos como un indicador de éxito, remitiéndose al conocido “índice de letalidad”.

Explicado a grandes rasgos, este último es un recurso para medir y calificar el uso excesivo de la fuerza letal por parte de las corporaciones de seguridad, calculando el número de civiles muertos por cada civil herido en enfrentamientos con elementos de seguridad. Si el resultado de este cálculo arroja valores superiores a uno, es pertinente advertir sobre la existencia de patrones de abuso de la fuerza, resaltando la importancia de fortalecer los mecanismos de vigilancia y rendición de cuentas sobre el actuar de las corporaciones de seguridad. v Sin embargo, lo que la SEDENA llama en su informe como “índice de letalidad” no se parece en nada a lo que recién acabamos de describir.

De acuerdo con la explicación adjunta al informe, la SEDENA calcula la letalidad de sus efectivos restando el número de presuntos agresores heridos y detenidos del total de presuntos agresores muertos. Si dicha operación arroja un número negativo, en palabras de la SEDENA, su desempeño puede calificarse como favorable, puesto que demostraría que las Fuerzas Armadas son más efectivas para incapacitar o detener a los agresores, en vez de sólo provocarles la muerte. Desde luego, se trata de una operación extraña. No tiene sentido que el número de detenidos y el número de heridos se cuenten como dos cosas diferentes a menos que, en un acto inverosímil y criminal, los heridos en los enfrentamientos no estén siendo remitidos al ministerio público como parte de los detenidos.

Un rápido cálculo mental, a partir de los datos expuestos en la tabla anterior, muestra que, de ajustarnos al método establecido por la SEDENA, con salvedad del periodo entre 2011 y 2013, en todos los años la institución alcanzó resultados favorables en cuanto al índice de letalidad. Lo que nos llevaría a concluir, como pretende la SEDENA, que las Fuerzas Armadas han recurrido al uso de la fuerza letal en completo apego a la ley. Sin embargo, el método exhibe la intención verdadera. De manera engañosa, indudablemente deliberada, la SEDENA calcula su letalidad mediante una doble contabilidad con la que restar valor a la gran cantidad de muertos que producen sus enfrentamientos con civiles.

En cambio, si calculamos el índice de letalidad como es debido, los resultados marchan en dirección contraria. De hecho, como puede verse en la siguiente gráfica, el índice de letalidad del Ejército durante el sexenio de López Obrador conserva valores superiores a la unidad deseada, contraviniendo la narrativa de un Ejército ajeno a los valores autoritarios y de una estrategia de seguridad enfocada en la construcción de paz. Pese a lo dicho, las Fuerzas Armadas continúan siendo tan letales como lo han sido desde el arranque de la llamada “guerra contra el narcotráfico”.

Gráfica con el índice de letalidad del ejército de 2007 al 2024.
Elaboración propia, a partir de datos de SEDENA.

 

No hay que perder de vista que, más allá de los números e indicadores, como se ha dicho incontables veces sobre los tiempos de violencia crónica en que vivimos, hay vidas humanas arrebatadas al amparo de instituciones irresponsables. Rumbo al fin del sexenio, las reglas del juego han cambiado en favor de las Fuerzas Armadas. En los hechos, han sustituido a las policías, sin contar con la debida preparación o regulación, y sin ninguna autoridad debidamente interesada en supervisar y hacerles rendir cuentas sobres sus acciones.

El nuevo lugar de las Fuerzas Armadas en la vida pública nacional se revela en el problema de su letalidad. Los militares tienen el poder de dar muerte a ciudadanos mexicanos, para después tergiversar la información y afirmar que esas muertes son coherentes conforme al derecho y favorables conforme a la estrategia. Pueden hacerlo porque es lo que el respaldo incondicional de las autoridades civiles les ha permitido. Ese fenómeno tiene un nombre en nuestro país: militarización.

* Fernando Escobar Ayala es investigador de @causaencomun.

 

i Véase: Alejandro Madrazo, Rebeca Calzada y Jorge Javier Romero, “La guerra contra las drogas. Análisis de los combates de las fuerzas públicas 2006-2011”, Política y Gobierno, XXV, no. 2, 2018, pp. 379-402.

ii Como se establece en: Diario Oficial de la Federación, Ley Nacional sobre el Uso de la Fuerza, Artículo 4°.

iii Véase: Catalina Pérez Correa, “Cuando los ciudadanos se vuelven enemigos”, Nexos, 1° de enero de 2021.

iv Secretaría de la Defensa Nacional, Agresiones contra el personal militar. Disponible aquí.

v Este indicador ha sido replicado por diferentes organismos internacionales, a partir de las anotaciones de: Paul G. Chevigny, “Police Deadly Force as Social Control: Jamaica, Argentina and Brazil”, Crimminal Law Forum, 1, no. 3, 1990, pp. 389-425.

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Imagen BBC
Cómo los debates moldearon la carrera de Kamala Harris y qué se juega en el duelo con Trump de este martes
8 minutos de lectura

Harris ha demostrado ser buena en los debates. Pero ahora se enfrentará a Donald Trump, que suele ser un reto formidable incluso para los políticos más experimentados

10 de septiembre, 2024
Por: BBC News Mundo
0

Durante un debate crucial de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020, uno de los candidatos pareció dominar el escenario. Interrumpió a sus rivales en momentos estratégicos, a veces hablando por encima de ellos.

Se enfrentó directamente a un oponente, Joe Biden, generando titulares durante días y haciendo que algunos se preguntaran si había violado algún tipo de decoro político tácito.

Ese candidato, sin embargo, no era Donald Trump. Era Kamala Harris.

Este martes Harris se subirá de nuevo al escenario de un debate. Pero esta vez, habiendo dado un paso más allá al convertirse en la candidata demócrata a la presidencia, se enfrentará a Trump en un duelo que le plantea el reto más difícil de su campaña hasta el momento.

Los debates han desempeñado un papel fundamental en la carrera política de Harris, desde su candidatura a fiscal general de California hasta su ascenso a la vicepresidencia. Al volver a ver cuatro de sus debates clave, queda claro que Harris sabe cuándo acaparar el centro de atención, pero también cuándo mantenerse al margen mientras un rival se autoinflige un golpe.

Harris confía en utilizar estos instintos contra Trump, quien es notoriamente combativo. Su campaña también querrá disipar las preocupaciones de larga data sobre sus habilidades para hablarle al público que comenzaron con su fallida candidatura a la Casa Blanca de 2020, y sólo se agudizaron por su torpeza en algunas entrevistas en los últimos años.

No hay margen para el error, dado que estos eventos se definen por clips virales, por lo que es tan importante para la campaña de Harris que esta evite tropezar como que logre darle un golpe destacado a su rival.

“Tiene que mantenerse firme”, afirma Aimee Allison, fundadora de She The People, una organización que apoya a las mujeres minorías en política. “Y tiene que comunicar en el escenario del debate por qué está luchando”.

Harris y su olfato para las oportunidades

En sus primeras apariciones en debates, Harris tuvo éxito dejando que sus oponentes se desmontaran a sí mismos.

En un debate de 2010 para el puesto de fiscal general de California, los moderadores le preguntaron a Harris y a su oponente republicano, Steve Cooley, sobre una práctica controvertida conocida como double-dipping, que permite a un funcionario público cobrar tanto su sueldo como una pensión.

“¿Piensa usted cobrar tanto su pensión como su sueldo como fiscal general?”, preguntó un moderador a los candidatos.

“Sí”, respondió Cooley. “Me lo he ganado”.

Durante un rato, Harris no dijo nada mientras su rival defendía su postura.

“Adelante, Steve”, replicó ella. “¡Te lo has ganado!”

La campaña de Harris incluyó el momento en un anuncio en el que tachaba a Cooley de anticuado. Harris ganó las elecciones por un estrecho margen.

Y durante un debate en 2016 para un escaño en el Senado de Estados Unidos por California, la oponente de Harris inexplicablemente terminó su intervención final con un dab, un movimiento de brazos que era popular en ese momento entre los jóvenes.

Harris, que parecía desconcertada, esperó unos instantes antes de replicar: “Así que hay una clara diferencia entre las candidatas en esta carrera”.

Los votantes volvieron a apoyar a Harris.

Ambos ejemplos demuestran el olfato de Harris para las oportunidades en el escenario del debate, así como su sentido para saber cuándo es mejor dar un paso atrás.

“Creo que es alguien que utiliza el silencio increíblemente bien”, aseguró Maya Rupert, una estratega demócrata que trabajó en las campañas presidenciales de Julián Castro y Elizabeth Warren en 2020.

Kamala Harris durante el debate con el entonces vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en 2020.
Getty Images
El debate vicepresidencial de 2020 se recuerda sobre todo por una frase que dirigió a Mike Pence cuando empezó a interrumpirla: “Señor vicepresidente, estoy hablando”.

Cuáles son sus puntos débiles

Al entrar en la escena nacional, Harris demostró ser experta en reclamar la palabra. Una de sus tácticas probadas consiste en declarar de manera abierta su intención de hablar, obligando a sus oponentes –y al público– a escuchar.

El debate vicepresidencial de 2020 se recuerda sobre todo por una frase que le dirigió a Mike Pence cuando este empezó a interrumpirla: “Señor vicepresidente, estoy hablando”.

Y hace tan sólo unas semanas –lo que ilustra que la réplica fue más que algo puntual– Harris utilizó la misma frase con los manifestantes de Gaza que interrumpieron su mitin en Detroit. “Estoy hablando ahora”, les dijo. “Si quieren que gane Donald Trump, díganlo. Si no, hablo yo”.

“Está aplicando algo que muchas mujeres negras han usado con eficacia, que es insistir en su tiempo, e insistir en ser escuchadas”, dijo Allison. “Es muy eficaz a la hora de asegurarse de que se le escucha y se le respeta“.

Pero quizá su momento de debate más memorable se produjo en 2019, cuando Harris –entonces senadora estadounidense– dejó de hablar durante el debate de las primarias demócratas en Miami para cuestionar a Biden por su postura en el pasado sobre una política conocida como bussing.

Harris criticó a Biden por trabajar con legisladores que se oponían a la política de la era de los derechos civiles de transportar a los estudiantes a escuelas en diferentes vecindarios en un esfuerzo por abordar la segregación racial.

“Había una niña en California que formaba parte de la segunda clase que se integró a sus escuelas públicas, y la llevaban en autobús todos los días”, afirmó Harris.

Hizo una pausa antes de decirle a Biden: “Y esa niña era yo”.

Nina Smith, quien en aquel entonces era la secretaria de prensa itinerante del candidato presidencial Pete Buttigieg, explicó que ese momento hizo que las campañas rivales se sentasen y prestasen atención.

“Lo que nos demostró como equipo es que si ve una oportunidad, va a ir por ella”, recordó Smith a la BBC. “Creo que eso la convirtió en una experta debatiendo. Teníamos muy en cuenta cualquier golpe inesperado que pudiera dar la senadora Harris”.

“Demostró esa capacidad de fiscal… para poner de relieve los puntos débiles de sus oponentes”, agregó.

Al final, Harris había hablado más que ningún otro candidato, salvo Biden. Su campaña anunció que había recaudado US$2 millones en las 24 horas posteriores al debate.

Sin embargo, a pesar del gran avance y la consiguiente subida en las encuestas, Harris tuvo problemas para articular su propia postura sobre el transporte en autobús. Esto sólo sirvió para subrayar los problemas de su mensaje y plantear dudas sobre su capacidad para articular una posición política coherente.

El episodio fue uno de los muchos tropiezos de Harris que acabaron por hundir su primera candidatura presidencial. Su incapacidad para articular una agenda política coherente fue una de las razones más citadas, y es una cuestión que tiene que aclarar en este nuevo debate, cuando casi con toda seguridad se la presionará sobre cuestiones políticas concretas.

Foto de perfil de Kamala Harris
Getty Images

Lo que está en juego

Durante años, los republicanos han difundido fragmentos de las intervenciones públicas de Harris para ridiculizar su estilo y tacharla de inepta. Ha utilizado frases rimbombantes cuando habla de improvisto y, aunque algunos de sus giros han sido bien acogidos por sus partidarios, sus oponentes la han criticado a menudo por su falta de claridad.

En una entrevista reciente en la cadena CNN, la primera desde que se convirtió en candidata, dio una respuesta sobre el cambio climático que ilustra este asunto. “Es un asunto urgente al que debemos aplicar parámetros que incluyan el cumplimiento de plazos”, dijo Harris.

En un debate, el tiempo de uso de la palabra es limitado y la claridad del mensaje es crucial.

El debate en la cadena ABC será su mayor oportunidad para reorientar la opinión pública. Los debates anteriores demuestran que Harris suele llevar a estos eventos un conjunto de herramientas afiladas y que es capaz de asestar golpes.

Pero la presión de esos encuentros pasados era menor en comparación con lo que estará en juego cuando se enfrente cara a cara con Trump por primera vez.

Incluso para los políticos más experimentados, Trump representa un reto formidable, según coinciden los estrategas. En un debate de 2016 contra su oponente demócrata, Hillary Clinton, se hizo famoso por acosarla por el escenario, atrayendo toda la atención hacia él.

Donald Trump y Hillary Clinton durante el tercer debate presidencial en 2016.
Getty Images
Donald Trump representa un reto formidable, incluso para los políticos más experimentados.

El primer debate de Trump en 2020 contra Biden se convirtió en un tumulto ininteligible en el que el republicano no paraba de interrumpir. En un momento dado, Biden se irritó tanto que le espetó: “¿Quieres callarte, hombre?”

Donald Trump es un caso único y especial en el que nunca se sabe lo que va a pasar“, aseguró Smith, quien ha preparado a candidatos demócratas para estos eventos. “Durante la preparación, no le permitiría que se pusiera cómoda, para que desarrollara algún tipo de instinto, o insensibilidad, ante cualquier cosa que pudiera surgir”.

Harris, como exfiscal, es experta en los intercambios en el escenario del debate. Es algo que también ha demostrado durante las acaloradas audiencias del Senado, cuando ha interrogado a funcionarios de Trump y a candidatos al Tribunal Supremo.

Pero el formato del próximo debate de la cadena ABC puede limitar su capacidad para mostrar sus habilidades como fiscal, ya que los micrófonos se silenciarán cuando sea el turno de la otra persona para hablar.

Esto significa, basándonos en el debate Biden-Trump de junio que tuvo las mismas reglas, que probablemente tendrá que responder a preguntas difíciles de los moderadores en lugar de enfrentarse a Trump.

Y cuando Harris está en el extremo de las preguntas de los fiscales, ha tropezado en el pasado, como en una notoria entrevista en 2021 con Lester Holt, de NBC News, en la que tuvo problemas cuando se le presionó sobre la cuestión de la inmigración ilegal.

Un escollo que Rupert podría prever para el bando de Harris es que su candidata se vea arrastrada a un largo debate sobre los hechos con Trump. Eso podría enturbiar el encuentro para los votantes y dejar a los espectadores con la impresión de que él ha dominado la conversación.

Sugirió una tercera táctica que Harris podría añadir a su arsenal: no enjuiciar ni permanecer en silencio, sino ignorar.

“Tiene una gran oportunidad de expresar su punto de vista”, aseveró Rupert, “y no agobiarse por lo que él esté haciendo a su lado”.

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BBC

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