La reciente reforma judicial en México ha sido interpretada como una crisis constitucional, un fenómeno que emerge cuando los mecanismos de una constitución no pueden resolver disputas de poder ni proteger el orden constitucional. Las crisis constitucionales suelen evidenciarse en conflictos entre poderes del Estado, falta de respeto hacia decisiones judiciales o en la ineficacia de las instituciones para proteger derechos humanos. La reforma judicial publicada en el Diario Oficial de la Federación el 15 de septiembre de 2024 y la de supremacía constitucional del 31 de octubre nos colocan justo en esa situación.
Los análisis de la reforma judicial la caracterizan como un retroceso democrático y resaltan los riesgos de la elección popular de las y los jueces, de la creación de un tribunal de disciplina sin posibilidad de revisión y de la destitución de las y los jueces actuales. La eliminación de la carrera judicial amenaza la independencia judicial debilitando la división de poderes y el sistema de frenos y contrapesos que resguardan los principios constitucionales y los derechos humanos. A pesar de estos riesgos señalados por expertos en la academia y la práctica jurídica, el Poder Legislativo y la Presidencia de la República han intensificado sus esfuerzos para centralizar el poder, incluso proponiendo nuevas reformas que buscan limitar el papel de la Suprema Corte en el control de constitucionalidad.
La llamada reforma “de supremacía constitucional” estableció que no proceden las impugnaciones judiciales sobre modificaciones a la Constitución y limitó los efectos de los controles de constitucionalidad. Estas reformas evidencian una crisis constitucional donde los principios y límites normativos han sido desbordados por el poder de facto, el de las mayorías políticas, a pesar de las advertencias, lamentos y súplicas de amplios sectores de la academia, la abogacía y personas expertas nacionales e internacionales. Ello ha abonado a la creciente polarización social y vulnerabilidad del Estado de derecho que enfrenta nuestro país.
Esta circunstancia parece hacer evidente que hoy estamos en un conflicto de alto impacto en términos de Amanda Ripley(1), donde las partes se encierran en un “nosotras contra ellas” reforzando la confrontación y bloqueando el diálogo. El conflicto de alto impacto polariza a la sociedad y se intensifica al punto de ser casi irresoluble. De acuerdo con Ripley, un conflicto de este tipo se caracteriza por:
En medio de este conflicto de alto impacto, parece necesario cambiar de estrategia pues, de lo contrario, no nos escucharemos. Ripley señala que, cuando un conflicto ha llegado a estos niveles, las partes están como atoradas en chapopote y, aunque patalean, no saben cómo salir. De ahí que debamos buscar puntos de encuentro que permitan escucharnos, comprender las diferencias y colaborar. El primer paso es la empatía, entendida como aprender a hablarle a las otras personas, comprender sus valores y hablar en su lenguaje. Es importante recalcar que no implica compartir sus ideas ni aprobar sus acciones, sino buscar convergencias para tender puentes de comunicación.
En este contexto polarizado, la crisis constitucional derivada de la reforma judicial podría convertirse en un espacio fértil para la colaboración en la búsqueda de mejoras al sistema de justicia. Un primer intento en este sentido fue la propuesta de resolución del Ministro Gonzalez Alcántara de las acciones de inconstitucionalidad AI 164/2024 y sus acumuladas, que buscaba decretar la validez de las secciones de la reforma que no comprometen el orden constitucional y democrático de México. Así, consideraba viable el nombramiento popular sólo de los titulares de la Suprema Corte y de las salas superiores de tribunales, incluyendo el de disciplina, pero preservando la carrera judicial para todos los demás puestos y dando garantías de independencia judicial. Sin embargo, el Legislativo y la Presidencia rechazaron modificar la reforma intensificando la polarización.
Tras la discusión en el Pleno de la SCJN el 5 de noviembre, las ministras y ministros desestimaron las acciones al no obtener el proyecto la mayoría calificada de ocho votos. Dada esta circunstancia, la SCJN parece haber buscado evitar un fallo que hubiera profundizado la polarización, los sesgos y el encono. La resolución eludió un desacato eventual por parte de los otros poderes, circunstancia muy peligrosa para nuestra democracia. Creo que la SCJN, con la desestimación de la AI 164/2024, nos da una lección de prudencia constitucional. En esta crisis, es necesario que ambos bandos retomen los caminos del diálogo y la cooperación en un marco de respeto a los derechos humanos: en eso consiste la democracia.
En consonancia con esta perspectiva, la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) del 12 de noviembre de 2024, en la que también se analizó la reforma judicial, fue un espacio donde la comisionada y relatora para México, Esmeralda Arosemena de Troitiño, destacó el objetivo de la sesión: fomentar la comunicación y colaboración entre todas las partes involucradas al brindarles un foro para expresar sus puntos de vista. La CIDH reconoció el compromiso de México con el sistema interamericano y cómo su participación en audiencias ha contribuido a los procesos políticos y de reforma. En esta sesión participaron representantes del gobierno mexicano, personas juzgadoras federales y organizaciones de la sociedad civil. La comisionada Arosemena subrayó la importancia de encontrar un equilibrio delicado entre la democratización del poder y la independencia judicial, señalando que la experiencia acumulada por la Comisión debería tomarse en cuenta para impulsar una reforma integral del sistema de justicia, que abarca no sólo a poderes judiciales, sino también a fiscalías y defensorías.
Este tipo de espacios de diálogo son esenciales para avanzar y superar la crisis constitucional actual. Sólo así podemos acortar la distancia entre las diferentes visiones a fin de, realmente, encontrar las mejores opciones para el país. Tengamos esperanza en que se aproveche esta oportunidad y logremos escucharnos.
*Ana Elena Fierro (@anelfierro) es membresía Aúna CDMX (@aunamexico) y profesora de ECSG del Tecnológico de Monterrey.
(1)Ripley, A. (2021). High conflict: Why we get trapped and how we get out. Simon & Schuster
Ya está en Netflix la última adaptación al cine de la famosa novela mexicana. Una obra que supo identificar elementos centrales de la vida y la idiosincrasia de los mexicanos. Acá te explicamos por qué Pedro Páramo terminó siendo tan ilustrativa de este país inabordable.
Y está luego porque, si bien es una de las tres o cuatro novelas insignes mexicanas, Pedro Páramo no entra en los moldes y códigos usuales de la literatura: es compleja, ambiciosa, enigmática, intensa. Y por eso, muy mexicana.
Ahora la novela, precursora del llamado “boom latinoamericano” y descrita por Jorge Luis Borges como “una de las mejores de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”, llegó al cine.
Es la cuarta vez que se intenta una adaptación cinematográfica de la novela. Se hizo en 1966, 1978, 1981. Y la nueva es, probablemente, la más ambiciosa.
La produjo Netflix. La dirigió Rodrigo Prieto, un reputado cinematógrafo mexicano. La escribió Mateo Gil, un laureado guionista español. Y ha generado, como era de esperarse, críticas y elogios enérgicos, porque el reto es mayúsculo, casi inabordable.
Este es un libro colosal de solo 132 páginas. Propone un abordaje profundo, amplio y trascendental de México. Lo hace con innovaciones conceptuales, narrativas y visuales.
Y es tan emblemático porque expuso facetas de la mexicanidad que quizá hoy parecen obvias, pero que en los años 50 se estaban empezando a identificar, y hoy siguen vigentes.
Rulfo, en parte por su condición de huérfano, de víctima de guerras civiles, de curioso viajero, supo no solo identificar, sino mágicamente exponer cinco de las facetas de México que acá recogemos de manera breve.
Como le muestran al mundo cada 1 y 2 de noviembre, los mexicanos tienen una íntima relación con la muerte: la acogen, la honran, la tienen en cuenta.
Y Pedro Páramo es, sobre todo, una novela de fantasmas.
La premisa de la novela es más o menos esta: el joven Juan Preciado viaja al pueblo de Comala tras la muerte de su madre en busca de su padre, Pedro Páramo, un cacique y patriarca en tiempos de guerra civil que sufre una pena de amor.
Preciado, alucinado y confundido, se encuentra con personajes que, como el pueblo, parecen estar en tránsito hacia la muerte.
Juan Villoro, un escritor mexicano, explicó en una conferencia de 2016 sobre el tema en el Colegio Nacional mexicano: “Los fantasmas de Rulfo no son para dar miedo, sino fantasmas en pena, ánimas que están tratando de llegar al más allá, y no llegan (…) Los fantasmas de Rulfo, al ser pobres, son fantasmas de verdad”.
Preciado busca a su padre, pero en el camino se da cuenta que está en el mismo tránsito que los personajes que se topa.
“Ha atravesado —elabora Villoro— el río de la inmoralidad y pasa la historia buscando un segundo río que le conceda la muerte, la muerte como bendición (…) Los personajes esperan no solo una muerte física, sino también una muerte que los redima moralmente”.
Una muerte, pues, entendida a la mexicana.
Pedro Páramo es, también, una novela sobre la realidad social de un país.
Julia Santibáñez, escritora y gestora cultural, explica: “Rulfo sufrió las consecuencias de la guerra y fue víctima de la economía que surgió de las guerras (…) La pobreza, la exclusión y la violencia no son solo temas que le importan, sino que vivió y que están en la novela de manera tentacular, en cada página”.
Los padres del escritor murieron cuando él tenía menos de 10 años en plena Guerra Cristera por las reformas liberales de una revolución que recién terminaba. Rulfo se crio en orfanatos, no fue a la universidad y trabajó en la burocracia del Estado y fundaciones, cargos que le permitieron viajar y ver el país de primer mano.
Volvemos con Villoro: “Rulfo plantea una historia de aquellos que han sido expulsados de la historia de los hechos. Son tan pobres, están tan desposeídos, que ni siquiera tienen derecho a que nada les suceda: no tienen propiedad, destino propio ni historia”.
Esta es una novela sobre los excluidos. Una obra sobre un país de pobres. Una realidad social que en 70 años ha cambiado, pero que en muchos sentidos sigue igual: hoy, uno de cada tres mexicanos es pobre y la desigualdad está entre las cinco más agudas del mundo.
La novela, según Villoro, “nos hace preguntarnos cuántos mexicanos están en la condición de expulsados de la historia”.
Hay expresiones de los personajes de Pedro Páramo que, aunque sea inventadas por Rulfo, parecen sacadas de la calle en cualquier rincón de México.
Santibáñez explica que Rulfo “puso el centro de gravedad en el lenguaje y creó un lenguaje que se parece al del campo, pero que no es estrictamente igual y podríamos morir pensando que es el lenguaje del campo”.
Y esa, según Villoro, fue la clave de la gran innovación lingüística de la novela, porque “toma elementos del habla popular, pero lo recrea de tal manera que el habla popular se convierte en algo más auténtico que lo que dicen los campesinos (…) Es algo incluso más auténtico que el mundo de los hechos”.
Qué puede parecer más mexicano, así no lo sean del todo, que adjetivos como “desconchinflado”, o arcaísmos como “si consintiera en mí”, o frases involuntariamente poéticas como “tú que tienes los oídos muchachos”, o enunciados redundantes como “esto prueba lo que te demuestra”.
Los mexicanos tienen expresiones, dialectos, formas que revelan parte de su idiosincrasia: van desde expresiones simples como “a poco” y “qué crees” hasta construcciones complejas como “de tocho morocho” y “nos cayó el chahuistle”.
Y Rulfo, más que hacer el ejercicio periodístico de reportar las expresiones más mexicanas, creó otras tan originales, tan mundanas, tan cercanas, que parecen sacadas de la boca de cualquier habitante de este país.
La vida de Rulfo estuvo, no precisamente por razones felices, en constante movimiento: cuando joven vivió en varias partes del diverso estado de Jalisco, pasó tiempo en Guadalajara y Ciudad de México y, ya adulto, recorrió el país como parte de sus labores como burócrata, investigador y fotógrafo aficionado.
Gracias al movimiento conoció las regiones de México, un país que tiene todo tipo de ecosistemas, pero que en su mayoría se conoce como un espacio seco, árido, caliente e inhóspito.
Dice Villoro que Comala, el pueblo donde trascurre la novela, remite el comal, esa plancha de barro sobre la cual los mexicanos han cocinado sus alimentos durante siglos, porque se trata de un lugar caliente y seco.
Famosa es esta frase de uno de los personajes: “Dicen que en Comala los que se mueren y se van al infierno regresan a Comala por su cobija”.
“Es un paisaje filtrado, indeciso, intermedio, inseguro; lo que ves está tamizado; hay nieblas, polvo, tolvaneras, humo, oscuridad, sombras que tienen eco”, explica Villoro.
Pero además de esta recreación precisa del espacio mexicano, Rulfo también hizo un análisis político sobre la tierra, que tras la revolución habría de ser distribuida equitativamente, pero la promesa se rompió.
“El reparto que hubo a consecuencia de la revolución fue terrible, porque se supone que se repartió para responder a las exigencias revolucionarias, pero luego se supo que eran arenales, tierras no cultivables como son las tierras de Comala”, señala Santibáñez.
Pedro Páramo es, también, un perfil crítico del hombre mexicano.
Un quinto elemento del retrato que hace Rulfo de México tiene que ver con la figura del patriarca en una sociedad machista: Pedro Páramo, el cacique en Comala, es padre de niños que no reconoce, revolucionario que traiciona la revolución y tirano que asesina a sus adversarios impunemente.
“No es que Rulfo tuviera una preocupación por el machismo o una mentalidad feminista, sino que identificó algo central de la personalidad del mexicano”, dice Santibáñez.
Alrededor del 40% de las familias mexicanas, según datos oficiales, carecen de una figura paterna. Eso ocurre hoy, pero viene de décadas atrás.
“Pedro Páramo es la figura del padre tiránico de la familia mexicana”, dice Villoro.
Y lo es por varias razones: porque abandona a sus hijos, porque administra el poder de manera arbitraria y traicionera y porque lleva el desamor de Susana San Juan de manera arrogante y arbitraria.
Una faceta que, en general, sigue vigente en la cultura mexicana, según Santibáñez: “Pedro Páramo bien le podría cantar a Susana una canción de Luis Miguel diciendo ‘tengo todo excepto a ti’”.
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