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Redefiniendo el amor romántico
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Redefiniendo el amor romántico

Examinar el amor desde una óptica feminista es en sí misma una forma de hacer política, ya que es en las relaciones románticas donde se ejercen dinámicas de poder y donde las mujeres se encuentran particularmente vulnerables.
29 de marzo, 2023
Por: Denisse G. Gómez

Una vez me dijeron que seguido hago mansplaining (conocido en español como “machoexplicación”). Lo cual resulta interesante ya que me identifico como mujer y, hasta donde yo sé, esta categoría deriva de la práctica habitual de los hombres de explicar cosas a las mujeres con un tono paternalista o condescendiente.

Esa misma persona también me dijo que mi forma de hablar era demasiado esnob, mandona y directa. Además, alegaba que las mujeres deberían ser más como los hombres –más seguras de sí mismas y menos “víctimas”– porque, al fin y al cabo, “las mujeres trabajan y estudian tanto como los hombres”. Ese era su argumento. Sin embargo, pasaba por alto que, aunque las mujeres tengan igual acceso a la educación y al mercado laboral, la desigualdad de género sigue impregnada en la cultura y normas sociales, lo cual se hace evidente al observar que son los hombres quienes ostentan el poder en las altas esferas políticas y empresariales. Los roles de género condicionan a las personas a vivir de determinada manera en la que sistemáticamente son los hombres quienes se benefician de ello. Las mujeres aún somos “minoría”, no en población sino en posiciones de poder. En México, existe una brecha de género de 76 % en acceso a recursos y  oportunidades, los hombres perciben 26 % más de salario que las mujeres por el mismo trabajo y solo el 1.6 % de los puestos de CEO están ocupados por mujeres. De ahí que las barreras que enfrentamos las mujeres para incorporarnos al mundo laboral sean mayores y por eso seamos víctimas del famoso “síndrome del impostor”, esa sensación de inseguridad frente a los logros laborales.

A través de algunas relaciones amorosas he comprendido que el machismo se esconde en todas partes, incluso en los hombres intelectuales,  “woke” (término anglosajón que refiere a “estar consciente de temas sociales y políticos”) y  hasta en los llamados “aliados” del movimiento feminista. Por eso, después de un par de relaciones fallidas y 27 años tarde, estoy convencida de que dejar a alguien puede constituir un acto de amor.

He aquí por qué. En diferentes momentos me he enfrentado a la pregunta que Barbara Kruger planteó en los años 90: “¿Tengo que renunciar a mí misma para ser amada por ti?”.

Jane Gallop describe este fenómeno maravillosamente: “El amor seguido detona la complicidad de las mujeres; es el soborno que ha convencido a muchas mujeres de su propia exclusión”. Bajo esta idea, las debilidades y defectos de los hombres suelen desencadenar en las mujeres una incansable empatía, complicidad y sentido del deber que las convence de amar a sus parejas por encima de todas las cosas, “en las buenas y en las malas”, como dicta la tradición. En pocas palabras, en nombre del “amor”, a las mujeres nos han enseñado a tolerarlo todo – incluso, a ponernos en segundo plano.

En mi última relación no fui la excepción a esta tendencia. Muchas veces toleré más de lo que debía. Mi sentido del deber me obligaba a quedarme y a luchar por el amor, tal y como la sociedad lo celebra.

En 1970, la Segunda Ola del Feminismo acuñó el lema: “lo personal es político”. Carol Hanisch argumentaba entonces que las experiencias personales de las mujeres pueden ser producto de su situación social y política, ya que es en las instituciones y espacios personales, como las relaciones íntimas, laborales y familiares, donde se ejerce principalmente la subordinación de las mujeres. En esta lógica, una práctica íntima como el sometimiento de una mujer por su pareja masculina debe ser el reflejo de un fenómeno político más amplio como la desigualdad de género. Así, desde su experiencia y la de sus alumnas, la reconocida escritora Betty Friedan reconoció este fenómeno como “el problema que no tiene nombre”. Identificó que en la esfera familiar la mayoría de las mujeres de clase media padecía una insatisfacción creciente por los papeles domésticos que la “feminidad” les exigía a las mujeres. Desde conversaciones sobre lo personal descubrió que la experiencia de una es quizás la experiencia de todas.

Esta noción tuvo un impacto crucial en el movimiento feminista ya que con esto se consolidaron los grupos de autoconsciencia, donde mujeres compartiendo sus propias experiencias identificaron que mucho de lo que consideraban problemas personales ocurría de manera sistémica. Así se descubrió lo que ahora es uno de los fundamentos del feminismo: la conversación horizontal entre mujeres es una forma de hacer política.

Aunque ya no estamos en los años 70, la necesidad de estas conversaciones íntimas sigue vigente. Examinar el amor desde una óptica feminista es en sí misma una forma de hacer política, ya que es en las relaciones románticas donde se ejercen dinámicas de poder y donde las mujeres se encuentran particularmente vulnerables. Hablar de amor no solo es necesario, es un acto político. Al hacerlo, quizás descubramos que lo que parecía una anécdota personal es en realidad una tendencia repetida y sistemática a la que se enfrentan muchas otras y que, además, se puede comprender mejor desde el plano de la desigualdad social.

Mi última relación terminó porque a mi pareja nunca le enseñaron a manejar sus emociones. Él le atribuía la culpa a su papá, quien a su vez culpaba a su abuelo, y así sucesivamente. Este no es un caso único ni aislado. La sociedad perpetúa un círculo vicioso de hombres que, generación tras generación, no saben cómo manejar sus emociones, y que además, no lo reconocen como un problema social.

Entender la falta de manejo de emociones de los hombres como un problema sistemático no es tarea fácil, al menos no lo fue para mí. Tengo la fortuna de contar con mujeres mayores en mi vida y al compartir experiencias con ellas sobre el temperamento de mis parejas, identifiqué una empatía particular de su parte. Lo cual me hizo pensar sobre la frecuencia con la que las mujeres enfrentan relaciones emocionalmente no sostenibles. Luego se me ocurrió que quizás “temperamento” es una palabra clave que las mujeres utilizan para expresar la violencia psicológica que sufren por sus parejas masculinas. Mujeres que sufrieron por la falta de control emocional de los hombres; mujeres que, a diferencia de mí, decidieron quedarse y tolerarlo todo. Tolerarlo en silencio porque, por supuesto, cómo hablarlo si el sistema está en su contra. Todo esto me lleva a preguntarme: ¿Cuántas genias y líderes hemos perdido por causa del “amor”? ¿Cuántos sueños se han roto  porque los hombres no pueden controlar su temperamento?

Si existen tantos hombres que carecen de herramientas emocionales para mantener relaciones sanas entonces, por deducción, debe haber un sinfín de mujeres que toleran la inestabilidad emocional de sus parejas. Esto es un problema derivado de la desigualdad de género -que también afecta a los hombres- porque no se les dota de herramientas emocionales y, por tanto, la carga emocional recae habitualmente sobre las mujeres. Es un problema sistemático y por tanto, político. Dejar a alguien por esta causa buscando redefinir el amor romántico de tal forma que las mujeres no se vean amenazadas por el amor ni condicionadas a prácticas opresivas es una declaración política. Cuestionar el mito del amor romántico, desdibujando los roles de género y creando nuevas dinámicas basadas en el respeto, la libertad y la igualdad es revolucionario.

Al reconocer lo personal e íntimo como político, he comprendido el poder de compartir tu propia historia, y escuchar las experiencias de otras. Nos atraviesa la misma historia de violencia y discriminación contra las mujeres, entonces, nuestras historias son quizás más parecidas de lo que pensamos. Ya se dijo antes, lo personal es político, porque mi experiencia es quizás tan solo un fragmento de la historia de miles de mujeres en un México (y un mundo) machista que nos quiere calladas. Tomar la experiencia de la otra como vivencia colectiva es una postura política feminista.

Supongo que mi expareja, y todos los hombres que piensan como él, tenían razón. Yo soy, al fin y al cabo, una mujer mandona, radical e impaciente. Y gracias a eso, no pienso perder ni un minuto más siendo la sustituta de una madre o psicóloga de un hombre. Me niego a renunciar a mis sueños en nombre del “amor”. Así pues, hay algo revolucionario en elegirte a ti por encima de algo -o de alguien- que amenaza tu bienestar. Porque si tú no decides por ti, alguien más lo hará. Y aunque dejar a alguien es difícil, quedarse a pesar de una misma es imperdonable.

* Denisse G. Gómez es abogada y activista egresada de la Universidad Panamericana y maestra en Derechos Humanos por la Universidad de Columbia en Nueva York.

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Imagen BBC
El gran éxito económico que lograron los libaneses que migraron a América Latina en el siglo XIX y que mantienen sus descendientes
9 minutos de lectura

La diáspora libanesa en América Latina echó raíces en la región desde hace casi 150 años. Desde entonces se convirtió en una de las comunidades más prósperas.

03 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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“Ser libanés no es una nacionalidad, es un oficio”, dice un poema del escritor libanés Roda Fawaz.

Su verso transmite un sentimiento que comparten millones de personas originarias de esa nación de Medio Oriente, o descendientes de migrantes que lo hicieron a lo largo de los últimos 150 años, y que se establecieron en muchos países del mundo.

América Latina fue un destino de una buena parte de ellos. Notablemente en Brasil, con entre 8 y 10 millones de brasileños-libaneses. Pero también en el resto de los países, desde México hasta Argentina, se calcula que hay unos cuatro millones más repartidos en la región.

Entre ellos hay nombres que han logrado un lugar destacado en el mundo de los negocios, la política o la cultura. Los empresarios son tal vez los más conocidos, con apellidos como Slim (México), Jafet y Ghosh (Brasil), Char (Colombia), Menem (Argentina) o Saieh (Chile).

Y con fama internacional, Shakira o Salma Hayek o el actor Ricardo Darín dan muestra de lo lejos que han llegado las artistas de origen libanés.

La diáspora en América Latina casi triplica los 5 millones de habitantes de Líbano, país que actualmente atraviesa una crisis por la guerra entre el grupo armado Hezbolá asentado en territorio libanés y las fuerzas de Israel.

Shakira en Líbano en 2003
Getty Images
Shakira, cuyos apellido libanés Mebarak viene de su padre, visitó Líbano en más de una ocasión.

Pero el éxito de esta comunidad en América Latina no fue automático. Fue a base de lo que el historiador mexicano de origen libanés Carlos Martínez Assad llama “una migración solidaria” que los llevó a establecerse en diversos países de la región.

“Algunos estuvieron primero en Venezuela o Colombia y luego se vinieron a México. Y al revés, gente que estuvo en México terminó en otro país de América Latina. O a Estados Unidos y viceversa, primero llegaron allá y se vienen a México. Es un fenómeno de establecimiento de redes”, explica el investigador, autor de una basta colección de libros y publicaciones sobre la migración libanesa.

Pero lo que caracterizó a esta comunidad, y que los llevó a fijarse en el imaginario social, fue el comercio. Encontraron las formas y los medios para llevar productos a muchos puntos de los países que adoptaron y así establecer sus bases en la industrialización y modernización de América Latina.

¿Por qué dejaron Líbano?

El país que hoy es Líbano fue durante tres siglos (1516-1918) parte del Imperio Otomano, que dominó extensas porciones de Medio Oriente, el norte de África y la península de los Balcanes en el este de Europa.

Fue en el siglo XIX cuando la región del Monte Líbano comenzó a experimentar una época convulsa, en buena medida por la disputa por el poder político, económico y religioso entre los cristianos maronitas y los musulmanes drusos.

Los maronitas vieron cómo a partir de la década de 1840 empezó a haber escasez de alimentos y oportunidades, dice Martínez Assad. Y con el estallido de una guerra con los drusos, vinieron las primeras oleadas de emigración a partir de 1860.

“Hubo 60 años de gran inestabilidad en la región”, explica el historiador. Muchos de los maronitas se dirigieron a Europa, Asia, Oceanía y África. Pero otros también apuntaron al pujante continente americano.

Una ilustración de la masacre de maronitas de 1860
Getty Images
En la década de 1860 hubo matanzas de cristianos maronitas en el conflicto con los drusos.

La Primera Guerra Mundial, en la que el Imperio Otomano hizo alianza con las Potencias Centrales, generó una nueva oleada de emigrantes. “Los turcos reclutan a jóvenes, sin importar su religión, los agarran de la calle. Por eso mucha gente, para proteger a los hijos, los sigue enviando a otros países, como los de América”,

Eso explica en buena medida por qué la migración libanesa a América se caracterizó por la llegada de gente joven.

Se sabe que en un inicio muchos libaneses fueron llevados desde Europa a los países de la región latinoamericana con intermedio de agentes. Muchos tenían intención de llegar a EE.UU., pero fueron engañados y llevados a países como Brasil, Venezuela, Cuba o México.

Otros vieron en los países de América Latina un lugar con oportunidades.

Los comerciantes

El hecho de que los libaneses que emigraban de su país fueran cristianos, de la rama de los maronitas que practican un ritual cercano al católico, facilitó en buena medida su adaptación y aceptación cultural en los países de la región, explica Martínez Assad.

“Va a permitir el contacto mucho más amplio, incluso favorece los matrimonios, algo que no sucedió con otras comunidades, como los judíos o los asiáticos”, señala.

El territorio libanés otomano también tuvo una fuerte relación con Francia. Durante la conflictiva década de 1860, las fuerzas francesas defendieron a los maronitas y tras la Primera Guerra Mundial el territorio libanés fue un protectorado francés. Eso explica que culturalmente hubo mucho intercambio entre ambas partes.

Por ello, considera Martínez Assad, la francofilia de los libaneses les ayudó a la adaptación a otras lenguas romances, como el español y el portugués de los países de América Latina.

Ya desembarcados en América, se produjo un “fenómeno de establecimiento de redes” de libaneses que les permitió extenderse más allá de los principales puertos y ciudades.

“En Líbano hay algo que se le da mucha importancia al pasado fenicio, que aunque fue hace miles de años, queda en el inconsciente la idea de ser mercaderes. De tirarse al mar para la aventura y vivir de lo que se produce”, dice el historiador.

Un vendedor
Archivo General de la Nación Argentina
Los libaneses se hicieron buenos comerciantes, pero una imagen de vendedor ambulante fue la que se fijó en el imaginario colectivo.

Los libaneses se dedicaban, en general, al comercio y la agricultura en Líbano.

Pero es esa primera actividad la que empiezan a desarrollar en América Latina. Quienes no eran comerciantes en el pasado, entienden que en países como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México o Venezuela hay necesidad de establecer cadenas de distribución.

Y así es que muchos “se dan a la tarea de irse a muchos poblados”.

En Brasil se dio uno de los primeros fenómenos de los llamados “mascates” que caracterizarían a los libaneses en el continente: eran vendedores ambulantes que cargaban a cuestas una enorme caja con productos novedosos, muchos traídos del exterior, que iban vendiendo por las calles y las plazas.

Una figura que se replicó en otros países rápidamente y que llevó a los libaneses a adquirir ese perfil social de comerciantes de todo tipo de productos y novedades.

Si bien ser cristianos y adaptarse al idioma les permitió ir echando raíces en los países de la región. también enfrentaron algunas resistencias. En Sudamérica, en particular, los empezaron a llamar “turcos”, en ocasiones con un dejo despectivo, por su acento al hablar español y el hecho mismo de que vinieran del imperio dominado por Turquía.

Pero de hecho, la migración libanesa también se fundió con la de los sirios (vecinos de Líbano) que llegaron a América para probar suerte, lo que los llevó a ser puestos socialmente en el mismo grupo migrante aunque en estricto sentido fueran de origen diferente.

El monumento a la migración libanesa en Ciudad de México
Getty Images
En Ciudad de México hay un monumento a la migración libanesa.

Su prosperidad

Aunque Martínez Assad destaca que no todas las familias de origen libanés que hoy viven en América Latina son adineradas, fueron un grupo social que tuvo cierta prosperidad a lo largo del siglo XX.

Muchos comerciantes pasaron de ser vendedores ambulantes a establecer locales comerciales. Las redes para mover mercancías ya no solo se limitaron a un nivel local o regional, sino que comenzaron a establecer agencias de importación.

Las segundas y terceras generaciones de libaneses en América Latina también tuvieron mayor acceso a la educación universitaria, lo que fue clave para las familias.

Los Slim en México, los Char en Colombia, o la Jafet en Brasil, pero también otras cuantas familias en otros países de la región, pusieron las bases de lo que hoy son grandes empresas e industrias desde la década de 1920.

Miembros de la comunidad libanesa en CDMX
Getty Images
La diáspora libanesa ha alcanzado altos espacios en los negocios y la política.

Y con los negocios también abrieron la puerta de la política, desde su acceso a puestos locales hasta los nacionales. En Brasil, el país con la mayor población de origen libanés, Michel Temer es un político de origen libanés que llegó a ser presidente (2016-2018). Pero también cientos de políticos de esa comunidad han pasado por el Congreso.

Ecuador también tuvo al presidente Abdalá Bucaram (1996-1997), México a Plutarco Elías Calles (1924-1928) y Argentina a Carlos Menem (1989-1999). Dos altos funcionarios venezolanos son Tarek William Saab y Tareck El Aissami, que tienen origen sirio-libanés.

Shakira y Salma Hayek son dos de las artistas latinoamericanas que más lejos han llegado en la música y el cine, respectivamente.

También crearon fundaciones, hospitales y su comida se empezó a conocer mediante restaurantes en las principales ciudades de América Latina.

El poder político y económico, sin embargo, también ha atraído escándalos de corrupción. En México, dos miembros de la comunidad, de las familias Nacif y Kuri, estuvieron involucrados en casos de pederastia. Situaciones individuales que terminan por salpicar a toda la comunidad.

Mirar desde lejos

Para Martínez Assad, la prosperidad de la comunidad vino a consecuencia de la dedicación al trabajo de las primeras generaciones.

“Algo que se exalta mucho es el trabajo y yo creo que es cierto. Yo procedo de una familia que mis tíos se levantaban a las 5 am para arreglar su negocio. Pasaban todo el día la tienda. Y en la noche seguían arreglando los negocios del día siguiente”, señala.

En la actualidad, los constantes conflictos sociales y militares en Líbano en las últimas dos décadas -en especial la lucha del grupo armado chiita Hezbolá con Israel- ha sido vista con preocupación por la comunidad libanesa.

Sin embargo, Martínez Assad percibe cierta distancia, cuando menos en la comunidad mexicana cristiana maronita.

“No hay migración de vuelta ni mucho conocimiento de lo que ocurre en Líbano. La política es muy compleja de entenderla. El gobierno está conformado por grupos religiosos, de 18 religiones que hay en Líbano”, señala

Situaciones como el conflicto actual con Israel, que ha emprendido incursiones contra Hezbolá en el sur de Líbano, sin embargo, no dejan de ser “muy lamentables” para los libaneses que tienen que ver desde lejos el conflicto en el país que para sus ancestros fue su hogar y que les da identidad a miles de kilómetros de distancia.

Como escribía Fawaz: “Ser libanés es dejar Líbano pero Líbano no te abandona jamás. Ser libanés es tener un país que nunca he vivido pero es el mío”.

Línea gris
BBC

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