
En este tiempo de posverdad, me gustaría invitar a la reflexión sobre el balance de 2025, sus logros y pendientes en la agenda social y de derechos humanos. En un contexto marcado por la polarización política y discursiva, pareciera que los grandes discursos y la parafernalia institucional, en ocasiones, ocultan el hilo fino: el impacto real de estas iniciativas en la vida cotidiana de las personas.
Uno de los triunfos de este gobierno, que se viene consolidando desde el sexenio anterior, es el avance en el discurso político en materia de derechos humanos. Sin embargo, más allá de la importancia de lo simbólico en un discurso progresista, cabe preguntarse: ¿existen avances reales en el sistema y en sus estructuras? ¿El Estado está garantizando efectivamente los derechos humanos de quienes habitamos este país?
En materia de género, por ejemplo, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo presentó un paquete de iniciativas orientadas a garantizar la igualdad sustantiva, eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres, asegurar una vida libre de violencia para mujeres, niñas y adolescentes, y fortalecer la autonomía económica de las mujeres. Estas iniciativas ya fueron replicadas en el Congreso de la Ciudad de México y han sido reiteradamente mencionadas, en el plano discursivo, en diversos foros. Pero la pregunta persiste: ¿bastan estas iniciativas para garantizar la autonomía económica de las mujeres? ¿Cuáles son los indicadores de seguimiento? ¿Existen presupuestos vinculantes y sistemas de evaluación de estas reformas?
Desmenucemos, entonces, qué implica realmente garantizar la libertad y la autonomía económica en México. Comencemos por identificar dónde y cómo trabajan las mujeres. En nuestro país, el 64 % de la carga de cuidados no remunerada recae en nosotras. Las mujeres destinan la mayor parte de su tiempo a estas tareas, y aquellas con menos recursos económicos les dedican aún más horas. Por ello, desde hace tiempo se ha insistido en la necesidad de implementar un Sistema de Cuidados que contribuya a la redistribución, desfeminización y desfamiliarización de estas labores.
La buena noticia es que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México presentó una iniciativa de Ley General del Sistema de Cuidados, actualmente en proceso de dictaminación en el Congreso local, con el objetivo de que la capital se convierta en “la ciudad de los cuidados”. Incluso, la propuesta contempla una disposición que garantiza que el presupuesto destinado a cuidados no podrá reducirse y deberá ser progresivo. No obstante, la tarea pendiente es doble: lograr su aprobación tanto a nivel local como federal, y enfrentar un reto aún mayor, que es la territorialización de esta ley y de las políticas públicas que se desprendan de ella. Aprobar una ley no basta para convertirnos en una panacea de los cuidados; su implementación adecuada es indispensable.
Por otro lado, garantizar la autonomía y la libertad económica requiere necesariamente de empleos dignos y bien remunerados, con salarios justos, acceso a seguridad social y, sobre todo, con horarios compatibles con la vida y con los cuidados. En este sentido, la presidenta anunció las esperadas iniciativas para el fortalecimiento de los derechos laborales y sociales: la implementación de la semana laboral de 40 horas y el aumento del salario mínimo a 315 pesos diarios.
Respecto al incremento del salario mínimo, el discurso merece celebrarse. Pagar a una persona cerca de 9,500 pesos mensuales representa un avance importante. Sin embargo, la canasta básica tiene un costo aproximado de 4,759 pesos mensuales para dos personas; es decir, casi la mitad del salario se destina únicamente a garantizar la subsistencia mínima. ¿Cómo se cubren entonces, con los poco más de 4,000 pesos restantes, la renta, el transporte, las actividades recreativas, los medicamentos o las necesidades de familias de más de dos integrantes? El salario sigue siendo insuficiente. Seguimos en deuda con un salario verdaderamente digno.
En cuanto a la presunta “semana laboral de 40 horas”, la narrativa oficial fue inmediata: un triunfo de la clase trabajadora, un paso firme hacia una sociedad de derechos y un avance en la transformación social que el país busca consolidar. No obstante, se trata de una promesa cuya implementación está proyectada hasta 2030. Más aún, dentro de estas 40 horas no se incluyeron explícitamente dos días de descanso, una demanda histórica del movimiento obrero. Sin ese segundo día, gran parte del tiempo “liberado” continuará destinándose a labores domésticas y de cuidados, actividades que, como ya se ha señalado, recaen de manera desproporcionada en las mujeres.
Asimismo, la inclusión en la iniciativa de la posibilidad de trabajar entre 9 y 12 horas extras “voluntarias” representa un riesgo evidente en un país con profundas asimetrías en las relaciones laborales y con apenas 600 inspectores para supervisar su cumplimiento a nivel nacional. En la práctica, esta “voluntariedad” puede convertirse en una herramienta coercitiva disfrazada de libertad contractual.
Todo indica que, a pesar de lo que se afirma en el discurso oficial, México seguirá siendo el tercer país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con mayor cantidad de personas trabajando más de 60 horas semanales. Sin una reducción efectiva de la jornada laboral y sin una participación decidida del Estado, las empresas y la sociedad civil, la pobreza de tiempo continúa reproduciéndose.
Así, la oportunidad de vincular esta reforma laboral con una verdadera reconfiguración del tiempo social se diluye. La reducción de la brecha salarial y la consolidación de un sistema de cuidados permanecen como deudas estructurales, aun cuando en el discurso público se presenten como avances. Lo mismo ocurre con otros temas centrales de la agenda social y de derechos humanos.
El balance de 2025 muestra a un gobierno que ha logrado instalar una narrativa sólida de progresismo, igualdad y derechos humanos. Sin embargo, la distancia entre esa narrativa y la realidad persiste. Muchos cambios se anuncian como grandes victorias, pero su implementación no termina de consolidarse y, en ocasiones, resulta insuficiente frente a las realidades que enfrentamos. Los avances existen y deben reconocerse, pero el país, en diversas áreas, parece detenido en un punto intermedio: ni retrocede como algunas personas temían, ni transforma como muchas esperaban.
México vive hoy un progresismo de discurso con un status quo de fondo. Mientras la retórica celebra derechos ampliados, millones de personas siguen esperando que esos derechos dejen de ser promesas y se conviertan en realidades tangibles.
* Macarena Velázquez López (@MacaIntensa) es abogada por el CIDE y cuenta con estudios de maestría por la London School of Economics & Political Science (LSE). Feminista, activista e intensa. Su trayectoria profesional se ha desarrollado en torno a la promoción y defensa de los derechos humanos. Actualmente es consultora en género y derechos humanos.

Si usaste una cámara digital a principios de la década de los 2000, es muy probable que se hayan borrado capítulos enteros de tu vida. Una generación de fotos ha desaparecido en discos duros dañados y sitios web inactivos.
Para mi 40 cumpleaños, les pedí a mis amigos y familiares un regalo: fotos mías de mis veintipocos. Mi colección de fotos de esa época —aproximadamente de 2005 a 2010— es terriblemente escasa.
Hay un espacio en blanco entre mis álbumes de fotos impresas de la universidad y mi carpeta de Dropbox con las instantáneas de mis primeros años como madre. Lo único que pude encontrar de aquellos años fue un puñado de fotos de baja resolución de mí en un bar haciendo algo raro con las manos.
¿Y el resto? Quedaron atrás debido a una computadora muerta, cuentas de correo electrónico y redes sociales inactivas y un mar de pequeñas tarjetas de memoria y memorias USB perdidas en el caos de múltiples mudanzas internacionales. Es como si mis recuerdos no fueran más que un sueño.
Resulta que no soy la única. A principios de la década de los 2000, el mundo experimentó una transición repentina y drástica de la fotografía analógica a la digital, pero tardó un tiempo en encontrar un almacenamiento fácil y fiable para todos esos nuevos archivos.
Hoy en día, tu smartphone puede enviar copias de seguridad de tus fotos a la nube en cuanto las tomas. Muchas fotos capturadas durante la primera ola de cámaras digitales no tuvieron la misma suerte. A medida que la gente cambiaba de dispositivo y los servicios digitales prosperaban y decaían, millones de fotos desaparecieron en el proceso.
Hay un agujero negro en el registro fotográfico que se extiende por toda nuestra sociedad. Si tenías una cámara digital en aquel entonces, es muy probable que muchas de tus fotos se perdieran al dejar de usarla.
Incluso ahora, los archivos digitales son mucho menos permanentes de lo que parecen. Pero si tomas las medidas adecuadas, no es demasiado tarde para proteger tus nuevas fotos del mismo olvido.
Este año se celebra el 50º aniversario de la fotografía digital. La primera cámara digital era un dispositivo descomunal y poco práctico que parecía más bien una “tostadora con lente”, como explica su inventor Steve Sasson a la BBC.
Pasaron décadas antes de que se convirtieran en un producto de consumo viable, pero todos mis conocidos tenían una cámara digital a principios de la década de los 2000.
Tomamos miles de fotos y las compartimos en álbumes online con nombres como “¡Martes por la noche!” o “Viaje a Nueva York – parte 3”. ¿Seguro que alguien de mi círculo tenía estas fotos 20 años después? Cuando pregunté, resultó que muy pocos las tenían. Todos acumulaban los mismos problemas que yo. ¿Cómo podía haber tan poco de una época tan llena de fotos?
Al observar nuestra relación con las fotos, el período 2005-2010 se percibe como un microcosmos de la Era de la Información. Es toda una vida de innovación, disrupción y acceso condensada en un lapso de cinco años en la cronología de la historia humana.
Puedes leer: Los mejores 25 discos del 2025
El año 2005 fue un buen momento para ser un usuario de cámaras digitales. Ese año, el auge digital arrasó con las ventas de cámaras de película, según datos de la Asociación de Productos de Cámara e Imagen (Cipa).
La feroz competencia redujo el precio de las cámaras digitales compactas básicas lo suficiente como para que se compraran por impulso. La calidad de las cámaras mejoró rápidamente, lo que dio a algunos consumidores una excusa para actualizar sus compactas una o incluso dos veces al año.
Piensa en esto: durante un siglo, la fotografía personal fue un proceso lento y deliberado. Tomar fotos requería dinero. Cada rollo de película ofrecía un número limitado de fotos. Y si querías ver tus fotos, tenías que dedicar tiempo a revelar la película o pagar a un laboratorio para que hiciera el trabajo, y luego repetir el proceso si querías copias.
Sin embargo, a partir de 2005, todas esas barreras se derrumbaron en un abrir y cerrar de ojos. Pronto, los consumidores producían millones de fotos digitales al año. Pero lo que parecía una época de abundancia fotográfica fue, en realidad, un momento de extrema vulnerabilidad.
“[Los consumidores] desconocían lo que no conocían”, afirma Cheryl DiFrank, fundadora de My Memory File, una empresa que ayuda a sus clientes a organizar sus bibliotecas de fotos digitales. “La mayoría de nosotros no nos tomamos el tiempo necesario para comprender a fondo las nuevas tecnologías. Simplemente descubrimos cómo usarlas para hacer lo que necesitamos hoy… y el resto lo resolvemos después”.
La gente no lo sabía en ese momento, dice DiFrank, pero no pudieron “averiguar el resto más tarde”.
La memoria del consumidor promedio se encontraba dispersa de forma precaria en una amplia gama de tecnología portátil de primera generación, susceptible a pérdidas, robos, virus y obsolescencia: cámaras, tarjetas SD, discos duros, memorias USB, cámaras Flip Cam, CDs y una maraña de cables USB que funcionaban con algunos dispositivos, pero no con otros.
Al mismo tiempo, las laptops comenzaban a superar a las computadoras de escritorio por primera vez en la historia. La gente podía almacenar y ver fotos exclusivamente en sus laptops, un dispositivo que, por desgracia, también era más fácil de romper o extraviar.
Las ventas de cámaras digitales se dispararon en 2005, alcanzaron su punto máximo en 2010 y luego se desplomaron, según la Cipa. El iPhone de Apple se lanzó en 2007, y pronto los teléfonos móviles revolucionaron por completo la incipiente explosión de las cámaras digitales. Los consumidores adoptaron rápidamente la nueva tendencia fotográfica, a menudo sin detenerse a proteger las fotos que ya habíamos tomado.
El dolor de perder fotos es personal para Cathi Nelson. En 2009, le robaron de casa su ordenador y su disco duro externo de respaldo. Ante la falta de almacenamiento en la nube accesible en ese momento, perdió gran parte de los recuerdos de su familia para siempre. Es irónico, ya que Nelson se gana la vida ayudando a otras personas a recuperar sus fotos desaparecidas.
Ese mismo año, Nelson fundó The Photo Manager”, una organización de miembros para organizadores profesionales de fotos digitales. Para entonces, las colecciones de fotos ya estaban tan desordenadas que se despertó una enorme demanda de ayuda profesional, afirma. “La gente está abrumada por las opciones, la tecnología y los datos”, escribió Nelson en un informe técnico que detallaba el problema.
Los miembros de The Photo Managers ayudan a sus clientes con el “agujero negro” de 2005-2010 constantemente. “Lo veo una y otra vez, todo el asunto del ‘agujero negro’ digital”, dice Caroline Gunter, miembro del grupo. “Hubo un período, desde principios de la década de 2000 hasta 2013, en el que era muy difícil para la gente organizarse y se perdían fotos”.
Nelson, Gunter y otros miembros de The Photo Managers dicen que recuperan fotos pixeladas de bebés de teléfonos Nokia plegables, recuperan fotos de CDs de fotos y lidian con el servicio de atención al cliente en sitios web de álbumes de fotos en línea como Snapfish o Shutterfly.
“Nuestros miembros siempre dicen que es el único trabajo que hacen en el que la gente llora cuando les devuelven todo”, dice Nelson.
Al mismo tiempo, se produjo otro cambio radical: el intercambio gratuito de fotos online. No solo teníamos la capacidad de generar millones de fotos, sino que también podíamos compartirlas con toda la humanidad, de una forma que parecía mucho más permanente de lo que realmente era.
En 2006, la plataforma de redes sociales MySpace era el sitio web más popular de Estados Unidos y, para muchos, se convirtió en el servicio predilecto para compartir y almacenar fotos. Pero su reinado duró poco.
Facebook se lanzó en 2004 y, para 2012, contaba con más de 1.000 millones de usuarios. Pronto, MySpace cayó en el olvido, dejando atrás innumerables fotos y otros recuerdos digitales.
En 2019, MySpace anunció que 12 años de datos se habían borrado en un fallo accidental del servidor. La compañía afirmó que “todas las fotos, vídeos y archivos de audio” publicados antes de 2016 se habían perdido para siempre, toda una generación de imágenes perdidas en el tiempo.
Sin embargo, MySpace no era el único centro para almacenar fotos. Kodak, Shutterfly, Snapfish, la cadena de farmacias Walgreens y muchas más apostaron por los servicios de fotografía en internet.
Los clientes obtenían galerías de fotos online gratuitas, y las empresas podían generar ingresos mediante impresiones y regalos. Al principio, el modelo fue un éxito rotundo. Shutterfly, por ejemplo, salió a bolsa en 2006 con una oferta pública de venta de acciones de gran repercusión que recaudó US$87 millones.
El resto de lo que sucedió queda para los libros de historia y para los estudios de casos de las escuelas de negocios. Kodak, por ejemplo, se declaró en quiebra (aunque la empresa resurgió tiempo después).
Shutterfly adquirió todas las fotos de la Galería Kodak EasyShare, pero mi propia experiencia demuestra que no fueron buenas noticias para mis fotos. Para transferir mis fotos de Kodak EasyShare a Shutterfly, necesitaba vincular ambas cuentas, una tarea que nunca completé a pesar de los múltiples correos electrónicos de Shutterfly instándome a hacerlo.
Los correos electrónicos de marketing de la empresa prometían a los clientes que Shutterfly nunca las eliminaría. Tiempo después, inicié sesión en mi cuenta y descubrí que las fotos estaban archivadas y eran inaccesibles.
Un portavoz de Shutterfly afirma que mi historia es conocida y que la empresa hizo todo lo posible para ayudar a los clientes con la transición a Kodak. Sin embargo, lamentablemente, algunas fotos se volvieron irrecuperables con el tiempo.
Shutterfly aún conserva algunas fotos, pero la empresa no las entrega. Según un portavoz, no se puede acceder, descargar ni compartir las fotos almacenadas en Shutterfly a menos que se compre algo cada 18 meses. Puedo usar esas fotos para crear un producto como un calendario de fotos que Shutterfly me vende con gusto, pero no puedo tener mis archivos a menos que haga compras regulares. Casi siento que mis recuerdos están secuestrados.
“Lo que la gente no comprende es que uno de los mayores gastos de los negocios en línea es el almacenamiento”, afirma Karen North, profesora de la Facultad de Comunicación Annenberg de la Universidad del Sur de California. “Había tanto entusiasmo por las nuevas tecnologías que no se prestó atención real —y mucho menos atención pública— a la necesidad de un modelo de negocio sostenible”.
En la década de los 2000, el costo del almacenamiento digital era considerablemente mayor que en la actualidad. El almacenamiento en la nube externo para empresas apenas comenzaba a surgir en ese momento, y muchas compañías tenían que construir y operar sus propios servidores, lo que suponía un gasto enorme.
Los consumidores producían millones de fotos digitales, pero a largo plazo, las empresas en línea no podían permitirse almacenarlas, afirma North.
“A principios de la década de los 2000, se creía que si subías algo a internet, debía ser gratis”, dice North. “Todos vivíamos nuestras ‘segundas vidas’ gratis. Gmail era gratis. Ahora, al recordarlo, piensas en cómo una pequeña cuota de suscripción a Kodak, o a cualquiera de estos sitios, podría haber protegido nuestros recuerdos”.
En cambio, ahora los clientes pagan un precio diferente: todas esas fotos que se cargaron y compartieron rápidamente (pero no se imprimieron ni se hizo una copia de seguridad en un disco duro externo) entre 2005 y 2010 están gravemente comprometidas.
“Estamos maravillados con todo esto que nos dan gratis”, dice Sucharita Kodali, analista de mercado minorista de Forrester Research. “Nadie se pregunta: ‘¿Qué pasará en cinco o diez años?’. Perdimos por completo nuestro pensamiento crítico porque estábamos deslumbrados por el internet gratuito”.
Las soluciones actuales de almacenamiento de fotografías pueden parecer más permanentes, pero expertos como Nelson dicen que aún existen los mismos riesgos.
“Psicológicamente, la gente no entendía la diferencia entre los datos digitales y una fotografía física”, dice Nelson. “Creemos que estamos viendo una fotografía real. Pero no es así. Estamos viendo un montón de números”. Puedes tener una imagen en la mano, pero los datos están a un clic de desaparecer.
“Todo se reduce a la redundancia”, dice Nelson. “Corremos un riesgo mucho mayor que cuando las fotos simplemente se imprimían”. Si los consumidores dependen demasiado de la nube, el destino de sus fotos está en manos de una empresa que podría quebrar o decidir borrarlas todas.
“O mi ejemplo del robo de un disco duro externo, que pensé que era la copia de seguridad ideal”, añade Nelson. “Por eso la redundancia es clave”.
Los administradores de fotos se adhieren a la regla del “3-2-1” para el almacenamiento de fotografías. Según esta lógica, siempre deberías tener tres copias de cada foto: dos almacenadas en diferentes medios (como la nube y un disco duro externo) y una copia guardada en una ubicación física separada (como un disco duro externo en casa de un familiar). Es la mejor protección contra fallas tecnológicas y desastres naturales.
Aprendí ese mensaje a las malas. Hoy, guardo todas las fotos que me envían por SMS o correo electrónico en mi dispositivo, que se respalda automáticamente en Google Fotos. Una vez al mes, hago una copia de seguridad de Google Fotos en mi disco duro externo.
También es buena idea editar tus fotos a diario. Sentir que tienes una cantidad manejable de fotos significa que es más probable que tengas el control. “El volumen [de fotos] ahora mismo es una locura”, dice Gunter. “La selección de fotos es lo que está metiendo a la gente en problemas, porque no tienen tiempo. Simplemente siguen acumulando el desorden”.
En cuanto a mi 40 cumpleaños, recibí algunas joyas que nunca había visto. Yo con un corte de pelo increíblemente corto, el extraño futón que no pudimos vender y lo abandonamos en la acera, los azulejos de un baño que ya no existe, bolsos enormes e innecesarios. Incluso descubrí un video granulado de mi perro grabado con un teléfono plegable mientras se oye a un amigo diciendo que estaba enamorado de “un chico cualquiera”, el mismo con el que se casó 15 años después.
Hay algo que sabemos ahora y que desconocíamos entonces: las redes sociales, o cualquier servicio online, podrían no ser guardianes fiables de nuestras fotografías. Somos los únicos que podemos asumir la verdadera responsabilidad de nuestros recuerdos y mitigar los riesgos asociados.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro nuevo canal de WhatsApp.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.