Que un país o estado sea competitivo implica que cuenta con mejores condiciones para generar, atraer y retener talento e inversión. Con la promesa del nearshoring, México parecía estar a punto de entrar a una era dorada: cientos de empresas decidiendo relocalizar sus cadenas productivas en territorio mexicano, con las positivas consecuencias para el crecimiento económico y el bienestar social.
Sin embargo, el inicio del nuevo sexenio situará al país ante una paradoja que vale la pena reflexionar: al tiempo que se pone sobre la mesa la oportunidad de atraer más y más inversión, y fomentar los Polos del Bienestar, el gobierno entrante afrontará las consecuencias derivadas de la aprobación de la reforma al Poder Judicial.
¿De qué consecuencias hablamos? Una que ha generado la inquietud de varios actores -y con razón- es la estabilidad del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Aunque parece que algunos lo olvidan, permanecer en un tratado implica cumplir -todos los involucrados- ciertas reglas y acuerdos. En el caso del T-MEC, se exige que los estados garanticen un ambiente de certeza jurídica para las empresas que invierten, es decir, que existan reglas de juego parejas y estables para el funcionamiento del mercado.
Esto no quiere decir que estar en el Tratado implique “pedir permiso” a los socios comerciales para hacer reformas constitucionales, pero sí considerar implicaciones para el acuerdo comercial más importante para preservar la apertura de la economía mexicana y con ello una de sus fuentes más importantes de financiamiento externo. Por dar un dato, más del 80 % de las exportaciones de México se dirigen a Estados Unidos.
¿Qué aspectos de la reforma judicial ponen en duda la certeza jurídica y podrían implicar puntos álgidos en la revisión del T-MEC? En primer lugar, cabe resaltar que el capítulo 14, que se refiere a la inversión, establece que los países deben dar un trato justo y equitativo a los inversionistas en procesos penales, civiles y de lo contencioso administrativo. Asimismo, el capítulo 29, Publicación y Administración, menciona el compromiso de establecer tribunales o procesos judiciales que sean imparciales de las autoridades encargadas de los procesos administrativos en el país.
Los cambios propuestos en la reforma que modifican los requisitos para postulación a ser juez, magistrado o ministro, así como los riesgos asociados a la elección por voto popular -la falta de participación ciudadana, la imposibilidad logística de la elección, la influencia de intereses ilegales en la decisión de los votantes, por ejemplo- podrían implicar escenarios de incumplimiento del T-MEC. También, la figura del Tribunal de Disciplina Judicial -cuyos miembros serán elegidos también por voto y cuyas decisiones serían inapelables- ha sido cuestionada por las amplias atribuciones que se le otorgan, incluyendo remover a las personas juzgadoras, con lo cual tendría un poder de enormes proporciones sobre la estructura de la judicatura en general, lo que pondría en riesgo la independencia judicial.
Con esto no queremos decir que con la aprobación de la reforma México está transitando de un Estado de derecho ideal a un lugar de pesadilla para la inversión (la inseguridad en el país no empezó ayer), pero sí vale la pena poner sobre la mesa la incoherencia de promover la inversión de forma simultánea con una reforma constitucional criticada en su forma y en su fondo por diversas razones. La cuestión es si aún con las consecuencias de la reforma el futuro de la inversión en México sigue siendo prometedor… Solo el tiempo dirá.
* Natalia Campos (@nataliacampos7) es coordinadora de Administración Pública.
Los votantes que le dieron la victoria quieren ver precios bajos como los que había antes de la pandemia. Y aunque la inflación actual de EE.UU. es de solo 2,4%, la rabia persiste. ¿Qué está pasando?
Una de las causas del triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos fue la preocupación de los votantes por el estado de la economía.
Y puede resultar paradójico si se analiza el estado global de la principal economía del mundo.
“La economía, estúpido”, es el lema que refleja en la política estadounidense que son las finanzas las que deciden las elecciones en el país.
Y si nos atenemos a eso, podríamos haber pensado que triunfaría Kamala Harris como heredera de la economía del gobierno de Joe Biden.
Al fin y al cabo, el nivel de crecimiento, el desempleo en mínimos históricos, el haber evitado la recesión que muchos temían y una inflación de apenas un 2,4% podrían parecer indicadores muy positivos. Y lo son.
Pero estas elecciones reflejaron casi como ninguna otra la brecha entre las buenas cifras de la macroeconomía y la economía familiar de las personas, preocupadas por la inflación que creció durante la pandemia y que en los últimos años ha provocado un alza de precios que se mantiene, aunque su incremento ya se haya mitigado.
El gobierno de Biden tuvo que lidiar con los efectos económicos de la pandemia de 2020 y de la crisis energética desatada por la invasión de Rusia en Ucrania en febrero de 2022 y de acuerdo a los datos económicos, lo hizo bien.
Pero los números muestran una realidad que la gente no ve reflejada en su vida diaria.
“Aquí se paga US$5 por una docena de huevos. Antes costaba US$1”, comenta Samuel Negrón, un puertorriqueño de la ciudad de Allentown, en Pensilvania.
En ese estado, uno de los más decisivos en la contienda electoral, los demócratas ganaron en 2020, pero perdieron en las últimas elecciones.
“Es simple en realidad. Nos gustaba cómo eran las cosas hace cuatro años”, le dice Negrón a la BBC.
Trump supo capitalizar esa brecha entre los números y la percepción personal de la economía que muchos estadounidenses sentían al pagar en la caja del supermercado o la renta de su vivienda.
Estados Unidos tuvo la recuperación post-pandémica más fuerte dentro del Grupo de los Siete (conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), según los datos del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
En los cuatro años del gobierno de Biden, el PIB real creció a una tasa anual promedio de 3,2%, un resultado considerado por economistas de distintos colores políticos como un logro importante en medio de las vicisitudes que impuso el contexto internacional.
Una de las principales banderas de los demócratas durante la campaña electoral fue el récord de creación de empleo en este mandato: casi 16 millones de puestos de trabajo nuevos.
Y siguiendo con el mercado laboral, el desempleo -que rondaba el 7% cuando Trump dejó la presidencia- hoy está en 4,1%, considerado un muy buen nivel para la economía estadounidense.
En 2023 el desempleo incluso alcanzó su nivel más bajo en 54 años.
El gasto de los consumidores creció a una tasa anual del 3,7%, el nivel más alto en casi dos años. Eso quiere decir que pese al malestar con el costo de la vida, la gente sigue comprando. Y aunque el endeudamiento de los hogares aumentó a partir del 2021, su ritmo se desaceleró este año.
En cuanto a la inflación interanual, con las cifras disponibles hasta septiembre, ésta aumentó un 2,4% en los últimos 12 meses, muy cerca del nivel óptimo de 2% que se ha fijado el país.
Para comparar, la Unión Europea tiene una inflación anual del 2,1%.
Y en el mismo período, los salarios estadounidenses crecieron casi el doble que la inflación, al subir un 4,6%
Pero entonces, ¿cómo se explica la desconexión entre las buenas cifras macroeconómicas y el malestar de la gente?
Pese a las buenas cifras, una gran parte de los estadounidenses está decepcionado. Y el malestar tiene su origen, en la mayoría de los casos, en el aumento de los precios durante los últimos cuatro años.
Una parte de la explicación se puede ver en este gráfico que muestra cómo la inflación subió cerca de un 20% bajo el mandato de Biden.
Y aunque el 2,4% de inflación es un nivel bajo o moderado, los precios siguen estando más caros desde que la pandemia comenzó en febrero de 2020.
Sólo un 6% de los 400 productos monitoreados por la Oficina de Estadísticas Laborales está más barato hoy que entonces.
Y aunque los sueldos aumentaron casi en la misma proporción (sin que se perdiera poder adquisitivo), lo que quedó en la retina de los consumidores fue la gigantesca escalada en los precios en los últimos cuatro años.
En contraste, las cosas estuvieron comparativamente bastante bien para el bolsillo de los estadounidenses bajo el mandato de Trump (2017-2021).
La inflación acumulada en sus cuatro años de gobierno fue de un 7,8% (frente al 20% de los años de Biden), mientras que los salarios subieron casi el doble.
Don Leonard, académico de la Universidad de Ohio, plantea en diálogo con BBC Mundo que las preocupaciones de los estadounidenses sobre la economía no son un mero problema de percepción.
Su argumento es que al menos 20 millones de hogares estadounidenses tienen buenos motivos para estar desilusionados.
“Esos hogares han sufrido un dolor económico real que no es tan fácil de detectar en los datos económicos oficiales”, sostiene. “No es solo un sentimiento pesimista injustificado”.
Leonard dice que al trabajar con promedios, se crea un “un sesgo” que no permite mostrar lo difícil que es la vida diaria de los estadounidenses de menores ingresos, que gastan mucho más (como porcentaje de sus ingresos), en vivienda, alimentos o salud.
El segmento salarial en el que Trump logró mayor ventaja respecto a Kamala (53% frente a 45%) fue el que va entre US$30.000 y US$49.000
Y muchos demócratas, en tanto, insisten en que la frustración de la gente no está justificada.
Sin embargo, hay una gran parte de la población, dice Leonard, que no califica para recibir asistencia del gobierno, pero tiene dificultades económicas en su vida diaria. “No es que estén hipnotizados, lo están pasando mal”.
Algunos analistas creen que en la derrota demócrata fue fundamental la narrativa, es decir, que la campaña no supo comunicar bien los logros económicos del gobierno de Biden y plantear, a partir de ahí, un camino prometedor.
El malestar con la economía también ha estado influido por el alto costo del crédito.
Frente al máximo inflacionario de 9,1% en junio de 2022, el mayor en 40 años, la Reserva Federal (equivalente a un banco central) inició una agresiva política de aumento de tasas de interés que ayudó a ir reduciendo la inflación, pero afectó las finanzas personales.
Los estadounidenses, acostumbrados a vivir con crédito, sufrieron el impacto del aumento en las tasas de interés a la hora de comprar un auto, pagar las tarjetas o conseguir una hipoteca.
Muchos se sintieron acorralados entre la inflación y las tasas de interés, votando finalmente por el cambio. Las tasas sólo empezaron a bajar poco antes de la elección sin dar tiempo a que se refleje en los bolsillos de los votantes.
Y ese es otro elemento a tener en cuenta, dicen algunos analistas políticos.
La crisis generada por la pandemia y la guerra en Ucrania le pasó la cuenta a varios gobiernos que buscaban la reelección y perdieron ante un electorado cansado de los problemas económicos que han afectado sus finanzas personales.
“¿Estás mejor ahora o hace 4 años?”, les preguntaba Trump a los votantes en la campaña en busca de su apoyo. Muchos percibieron que ahora están peor a pesar de lo que digan las cifras macroeconómicas.
Y votaron por un cambio a la espera de que se refleje también en los precios que ven en los supermercados, la gasolinera o el pago de la renta.
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