En Teuchitlán hay una casa de la lectura. Y en las paredes de Teuchitlán, la casa de la lectura ha escrito algunas frases. En la pared más blanca, entrando a la izquierda por la calle que te lleva a las letras de colores que dicen Teuchitlán, puede leerse “Si acabas de llegar, bienvenido; si ya te vas, vuelve pronto”.
Cuando era chica pensaba que Dios había hecho el mundo frente a un gran tazón de sopa de letras. Aburrido, con su gran cuchara unía letras e iba formando palabras. Luz, leyó en voz alta, y se separaron las tinieblas. Mar, estrella, ornitorrinco y así, hasta que llegó a Eva, donde se atoró y, a falta de letras que la nombraran, la tuvo que sacar de una costilla.
La idea del tazón de sopa sostenía mi confianza en los súper poderes de las palabras capaces, en mi imaginario, de crear realidades enteras.
“Vuelve pronto”, dice en la pared muy blanca de Teuchitlán. Pero no volvieron. No vuelven los más de 124,000 desaparecidos según cifras oficiales, incapaces de intuir -o aceptar- el subregistro. No vuelven, sumiendo a quienes les buscan y esperan en un desamparo que mi precario tazón de sopa de letras no alcanza a nombrar. No vuelven y, mientras buscan, las familias se topan sin descanso con la indolencia del gobierno y la indiferencia de la sociedad.
“No están solas”, se oía una y otra vez mientras caminábamos el domingo en Teuchitlán y el día anterior en Colima, Tijuana, Acapulco, San Luis Potosí, Oaxaca, Aguascalientes, Guadalajara y decenas de ciudades más.
“Presidenta, ¿ahora sí nos ves?”, increpan por escrito las familias afuera de Palacio Nacional. Increpan desde una reproducción simbólica de un campo de exterminio que exhibe el país en el que nos hemos convertido: un país que, como Saturno, devora a sus hijos. Un país que empeña el futuro. Que sacrifica los sueños, sobre todo, de los más jóvenes y vulnerables. Que los deja sin zapatos, sin miradas, sin cartas, sin abrazos. ¿Ahora sí nos ves? Preguntan desde la desesperación profunda que da ser desaparecido, borrado una y otra vez, de la vida, del discurso público, de las cifras oficiales.
Con el tiempo y con pesar he tenido que aceptar que las palabras no alcanzan a tocar la realidad, que la pared tan blanca que da la bienvenida e invita a regresar pronto a Teuchitlán no logró que volviera nadie; que las consignas que gritamos cuando, esporádicamente, la vida nos sacude y dejamos el café con leche a un lado y marchamos con quienes buscan sin descanso y decimos con voz fuerte “no están solas” tampoco alcanzan, porque se cansan pronto, se distraen fácil con una calamidad nueva, una ocurrencia, un consejo de no exponerse de más al dolor ajeno y no salen más a acompañar. Y se diluyen en el silencio como el toque de campanas. Que las decenas de textos como este y otros mejores que inundan los medios nacionales y extranjeros no lograrán rasguñar la barbarie. No podrán incidir desde la tranquilidad de nuestros escritorios en lo que exhibió el rancho Izaguirre, un tejido social que arrastra los pies en el polvo, buscando sus propios pedazos ni en las violencias profundas que hemos sido capaces de tolerar y reproducir.
Y sin embargo, frente a la barbarie, la esperanza es el acto máximo de resistencia y la resistencia el último bastión de la dignidad humana. Hoy mantenemos la esperanza porque hemos decidido seguir viviendo. Tenemos esperanza porque hemos decidido no rendirnos, no abandonar, no descansar hasta visibilizar, denunciar y detener, el sistema de un país aniquilante. Mantenemos la esperanza porque aún nos reconocemos en la mirada del otro. Porque decidimos no dejar que la barbarie nos arrastre. Porque estamos dispuestas a hacer lo que sea necesario para cuidar y proteger a los hijos que nos quedan y a las niñas que aún no nacen.
Tenemos que salir de las inercias en las que nos hemos colocado. Mientras el gobierno siga fabricando otros datos asumiendo que todo lo que pasa y se dice en el país tiene un carácter meramente político, mientras la sociedad civil insista en mirar hacia otro lado tratando de salir ilesa de una realidad apabullante, las universidades continúen publicando e investigando sin articulación ni incidencia y las empresas se mantengan sordas al reclamo de contribuir a la creación de empleos dignos, mientras eso pase seguiremos alimentando lo que hace posible que en este país existan y sigan existiendo y proliferando ranchos Izaguirre, dejando una estela de zapatos vacíos tras de sí que no volverán a hacer ruido al andar.
El camino es largo, las palabras cortas y el horror inmenso. Ojalá que esta tierra que hoy es testigo del horror se convierta en símbolo de esa esperanza que resiste, de esa paz dispuesta a crecer contra todo pronóstico, ese nosotros capaz de florecer a pesar del miedo, la soledad y el desamparo.
* Ana Paula Hernández Romano es coordinadora del Diálogo Nacional por la paz.
Escaparon en un viaje tan sorprendente como aterrador rumbo a Australia. Eran 19 jóvenes que lo dieron todo por tener una vida mejor.
La exjugadora de cricket australiana Mel Jones fue una de las tres mujeres que organizaron y financiaron el plan para que el equipo femenino de cricket de Afganistán huyera de su país en 2021 tras el regreso al poder del Talibán.
Entre las 19 jugadoras que hicieron el aterrador viaje a Australia estaba Firooza Amiri, quien temblaba de miedo cada vez que su familia era detenida en el auto en el que viajaba.
Ocho eran los puestos de control por los que tuvieron que pasar para abandonar su país de origen.
Hasta el día de hoy, Amiri no puede comprender cómo se creyeron sus excusas de que iban a asistir a una “boda familiar” y a “llevar a su madre a recibir atención médica en Pakistán”.
“Fue el mayor milagro de mi vida”, le dijo a la BBC.
Tres años y medio después, ella y su equipo pisaron el campo de juego en el Junction Oval, en Melbourne, para representar al equipo femenino de Afganistán que jugaba su primer partido.
Otro capítulo en su notable historia acababa de comenzar.
Entre quienes observaban emocionados estaba Jones, quien se encargó de conseguir visas humanitarias de emergencia, dinero y un pasaje seguro para las jugadoras y sus familias.
Teniendo en cuenta los peligrosos viajes que habían hecho, este iba a ser un día de alegría abrumadora para las jugadoras que finalmente volvían a competir en el deporte que aman.
Pero la insignia especialmente diseñada en sus uniformes, en lugar de un escudo oficial, era un gran recordatorio de que su lucha por jugar está lejos de terminar, mientras el Consejo Internacional de Cricket (ICC, por sus siglas en inglés) no las reconozca como una selección nacional.
En un nuevo documental, “El equipo olvidado de cricket”, la BBC analiza la historia del equipo hablando con las jugadoras y aquellos que desempeñaron un papel crucial en su salida de Afganistán.
Amiri estaba tomando té en casa con su abuela en agosto de 2021 cuando se enteró de que el Talibán había regresado.
“En ese momento me quedé en shock y sentí que lo perdería todo”, dijo con lágrimas en los ojos, agregando que supo de inmediato que el equipo tendría que abandonar el país.
“Mis padres vivieron la primera vez que el Talibán estuvo en Afganistán y sabían lo que les pasaría a las niñas”.
“No sabía si iba a sobrevivir. No sabía si habría una oportunidad para mí y mi familia de salir de Afganistán, no sabía si íbamos a vivir o morir”.
“Lo quemé todo, todos mis certificados, todas mis medallas. No queda nada”.
Según las leyes del Talibán, las mujeres tienen prohibido el acceso a las universidades, el deporte y los parques. También está prohibido que sus voces se escuchen fuera de sus hogares.
La compañera de equipo de Amiri, Nahida Sapan, recordó cómo llegaron a su casa buscándola.
“Mi hermano salió y uno de los miembros del Talibán le preguntó: ‘¿Sabes de una chica de cricket? Creemos que vive aquí’. Mi hermano estaba muy asustado. Yo tenía un libro de resultados de todas mis compañeras de equipo, así que me fui a casa, rompí todos los papeles y los tiré a la basura”.
Sapan, cuyo hermano trabajaba para el gobierno anterior, dijo que su familia comenzó a recibir llamadas y mensajes.
“Eran amenazas directas. Decían: ‘Las vamos a encontrar y, si las encontramos, no las dejaremos vivir. Si encontramos a alguna de ustedes, las encontraremos a todas'”.
“Estaba muy preocupada por todas las chicas del equipo. Todas necesitábamos un lugar seguro”.
Ese lugar seguro iba a venir de una fuente inesperada al otro lado del mundo.
A miles de kilómetros de distancia, Mel Jones se encontraba en cuarentena en un hotel australiano durante la pandemia de covid-19, cuando recibió un mensaje de un periodista indio que le preguntaba si había oído hablar de la situación del equipo de cricket afgano.
Las jugadoras habían pedido ayuda a la Junta de Cricket de Afganistán (ACB, por sus siglas en inglés) después de que el Talibán tomara el poder, pero no recibieron ninguna.
Estaban aterrorizadas bajo el gobierno del grupo islamista.
El periodista puso a Jones en contacto con una de las jugadoras y ella le preguntó si había algo que pudiera hacer para ayudarlas. La jugadora respondió que todas sus compañeras de equipo y el personal de apoyo debían salir de Afganistán.
Jones, quien ganó dos Copas del Mundo con Australia, revisó sus contactos y trajo a varios voluntarios a bordo, incluida su amiga Emma Staples, quien solía trabajar para Cricket Victoria, y Catherine Ordway, quien había ayudado a evacuar a las futbolistas afganas.
Creando una red de personas que podían ayudar, incluso sobre el terreno en Afganistán, organizaron visas y transporte para finalmente sacar a 120 personas del país, principalmente a Pakistán, y luego en vuelos militares a Dubái. Desde allí volaron a Melbourne y Canberra en vuelos comerciales financiados por el gobierno australiano.
“No creo que comprendiera la enormidad de lo que estábamos haciendo en ese momento”, dijo Staples. “Nos dijeron que tal vez no podríamos salvar a todos”.
“Para mí, fue como coordinar un servicio de inmigración clandestino. Tuve que completar los documentos de las visas e intentar transferir dinero a Afganistán para que las chicas compraran pasaportes”.
“Fueron seis semanas de recopilación de información de los miembros de las familias de las jugadoras, tratando de obtener identificaciones, pero solo teníamos esta hoja de cálculo con los detalles de todos”.
La comunicación con las jugadoras fue “realmente desafiante”, pero “nada que Google Translate no pudiera solucionar”, según contó Staples.
“Todo pasó tan rápido para ellas que no creo que tuvieran tiempo de pensar en lo que tuvieron que dejar atrás. No tengo dudas de que algunas de ellas están pasando por la culpa del sobreviviente”.
Jones, de 52 años, quien ahora trabaja como locutora de cricket, dijo que hubo momentos en los que no estaba claro si la misión tendría éxito. Las cosas sucedían minuto a minuto”, dijo.
“Sin sonar frívola, hubo momentos en los que parecía que estabas en una película de Jason Bourne”, contó, recordando que intentaba comentar en televisión mientras enviaba mensajes a una jugadora afgana que trataba de encontrar el auto correcto que la llevara a un lugar seguro.
“Esa fue la parte que me dio miedo, el asegurarme de que tomaran las decisiones correctas”.
Durante meses después de aterrizar en Australia, las jugadoras mantuvieron en secreto su paradero, mientras vivían en un alojamiento temporal, ya que todavía temían por su seguridad.
Los clubes de cricket locales a los que se unieron también ayudaron a proteger sus identidades.
Esperaron hasta diciembre de 2022 y luego escribieron al ICC para decirles que vivían en Australia y para plantear dos grandes preguntas: ¿qué había pasado con sus contratos con la ACB y qué había pasado con el dinero destinado a la ACB y que debería usarse en su preparación?
También solicitaron que algunos de esos fondos se redirigieran a las jugadoras en Australia.
Después de un mes, el ICC respondió que los contratos eran un asunto de la ACB y que dependía de la junta decidir cómo gastar los fondos que recibe del organismo rector mundial.
Pero como la ACB se negó a tratar con las jugadoras, el equipo se quedó con la sensación de que los organismos rectores del deporte se habían desentendido de ellas.
En junio de 2024, tras la llegada del equipo masculino de Afganistán a las semifinales del Mundial T20, las mujeres aprovecharon el momento para escribir una segunda carta al ICC.
Esta vez pidieron que se les permitiera formar un equipo internacional de refugiadas.
Dicen que nunca han recibido respuesta a esa carta.
“Es tan doloroso y tan decepcionante”, dijo Shabnam Ahsan, quien tenía solo 14 años cuando huyó de su país. “No entiendo por qué ellos [el ICC] no están haciendo nada para ayudarnos. Hemos trabajado muy duro y merecemos ayuda como cualquier otro equipo”.
El ICC le dijo a BBC Sport en un comunicado que “sigue comprometido con la situación en Afganistán, con el bienestar y las oportunidades de los jugadores como nuestra máxima prioridad”.
Su presidente, Jay Shah, añadió: “Estamos comprometidos a apoyar el desarrollo del cricket a través de la Junta de Cricket de Afganistán, al tiempo que reconocemos los desafíos que enfrenta el cricket femenino afgano, incluidas las preocupaciones de las jugadoras que viven en el exilio”.
“El ICC también está revisando ciertas comunicaciones relacionadas con el cricket femenino de Afganistán y explorando cómo se las puede apoyar dentro del marco legal y constitucional del ICC. Nuestro enfoque está en el diálogo constructivo y en soluciones viables que salvaguarden los mejores intereses de todas las jugadoras de cricket afganas”.
El día del partido en Melbourne estuvo lleno de emoción y alegría, pero aún queda una pregunta importante: ¿qué le espera al equipo?
No cuentan con financiación oficial, aunque al día siguiente del partido se puso en marcha un fondo en línea llamado “Pitch Our Future”, que pretende recaudar cerca de US$950.000 para ayudar a asegurar el futuro del equipo.
La Marylebone Cricket Club Foundation de Reino Unido también se ha comprometido a que las jugadoras de Afganistán sean las primeras beneficiarias de su nuevo Fondo Mundial de Cricket para Refugiados.
Las jugadoras aún tienen grandes sueños de jugar algún día en el escenario internacional, pero eso depende de que el ICC colabora con ellas.
Sin embargo, una cosa es segura: en un momento en el que las mujeres de Afganistán sienten que no tienen voz, este equipo no será silenciado.
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