En las últimas dos semanas, dos hechos tuvieron lugar en materia de política de drogas: la sesión anual de la Comisión de Estupefacientes (CND) y la 52 sesión del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En sus estrados y acuerdos resonaron dos discursos que se contraponen: más prohibición por un lado y abordaje con enfoque de derechos humanos por otro.
Como hecho histórico y hasta un tanto sorpresivo, el Consejo aprobó una resolución en materia de política de drogas que podría señalarse de progresista. El documento incorpora principios de protección a derechos que no son novedosos, pero que en otros años habían sido ignorados a pesar de haberse demostrado su eficacia y necesidad. De entrada, el texto es abordado desde una perspectiva que reconoce la discriminación racial, un gran avance considerando que se había ignorado que la política de drogas tiene efectos diferenciados en contra de las poblaciones que no son de piel blanca.
Otro punto a destacar es que se introduce la noción de reducción de daños asociados a drogas. Esto abre el camino para que desde los órganos de derechos humanos se impulsen políticas públicas que no tengan la intención de detener el consumo, sino de proporcionar servicios enfocados en los contextos de las personas, para evitar que otros problemas surjan por falta de atención sanitaria o desconocimiento de lo que se consume. Un ejemplo de este tipo de medidas es proveer de agujas estériles para reducir la propagación de enfermedades virales; o bien, realizar testeos de sustancias para detectar que no haya alteración que pueda derivar en una sobredosis. Esto último cobra particular relevancia en el contexto actual de lo señalado sobre el consumo de fentanilo, en el que gran número de las personas desconocen que lo están consumiendo .
Entre los acuerdos logrados, se mandató al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que elabore un informe sobre las repercusiones de la política de drogas en los derechos humanos como contribución a la próxima revisión intermedia de la CND en marzo de 2024. Esto es relevante porque se estaría generando una presión externa a la Comisión de Estupefacientes para que salga de la obnubilación de hablar de drogas sólo desde un ámbito de seguridad, y lo haga en un sentido integral en el que se considere el impacto en todos los derechos, haciendo necesaria la colaboración y comunicación con otras agencias especializadas.
Pero no podemos quedarnos en los aplausos y decir que la resolución es completamente una victoria. Si bien hubo discursos sobre alternatividad penal, justicia restaurativa y terapéutica e inclusión social, al momento de la redacción de los documentos políticos, una posición más tibia o en extremo conservadora salió a relucir por parte de algunos países. A lo largo de seis semanas, los Estados tuvieron el espacio para negociar y hacer propuestas para encontrar consensos que determinaran un camino diferente a las estrategias relacionadas con las drogas. No lo hicieron completamente. Parecía que estuviésemos viendo una sesión del Congreso mexicano, pues en la última sesión, a través de señalamientos e inconformidades, así como la presentación de una gran número de solicitudes de modificación, se demostró que la transformación de la narrativa no va a ser fácil y no será en el corto plazo.
Mediante cambios de último momento y con liderazgos de países del bloque árabe y Rusia que insisten en la securitización de la agenda, se incorporó en la resolución la noción simplista de buscar una “sociedad libre del uso indebido de drogas”, a pesar que los datos revelan que el mercado mundial de drogas ilegales es cada vez mayor, más sólido y con una mayor diversidad de sustancias. Además, se agregó que ante toda recomendación, se debe respetar la soberanía estatal en el derecho internacional, en específico para la determinación del derecho penal interno. Contradicciones que limitan el alcance de la resolución y que pareciera dejar abierto el camino a que se respeten los derechos sólo en los Estados que así quieran hacerlo.
Mientras estos debates tenían lugar en el Consejo de Derechos Humanos, en la CND decidieron mantener la venda en los ojos y continuar con la retórica de siempre, esa que ha definido por décadas la política mundial. Como resultado de las negociaciones, se determinó incrementar a la lista de regulación y prohibición siete nuevas sustancias. Recordemos que la prohibición exige altas demandas presupuestarias a los Estados para desplegar mecanismos de seguimiento, investigación, localización y destrucción, aunado a que lo anterior usualmente va ligado al abuso del derecho penal. Es decir, nuevas sustancias prohibidas se van a reflejar en más personas encarceladas, muertes por sobredosis, ejecuciones extrajudiciales y una lista lamentablemente dolorosa de violaciones a los derechos humanos.
Aunque no hay claridad total de cómo avanzará la política mundial de drogas mundial, podemos decir que se están identificando rutas de oportunidad para la incidencia; que si la Comisión de Estupefacientes se estanca en el prohibicionismo, la sociedad civil puede aprovechar los espacios en el Consejo de Derechos Humanos y el Sistema Universal de protección de derechos para generar las presiones necesarias que demuestren que la prohibición es un fracaso devastador. Lo cierto es que algo se está moviendo en el ámbito internacional, pero no es una victoria segura. Las resistencias ligadas a un discurso que podría catalogarse de retrógrado no son menores y podrían seguir postergando una mirada más progresista.
Así que, como sociedad civil y desde México tenemos mucho por hacer: no permitir que la retórica prohibicionista se repita como una verdad absoluta; no lo es y hay que señalar los beneficios de una apertura a mecanismos de reducción de daños, de regulación y atención a grupos históricamente discriminados y violentados. Para allá vamos.
* Isaias Pablo Tolentino (@ispabt) es internacionalista por la UNAM e investigador de política de drogas en @ElementaDDHH.
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A menudo pasamos por alto que estamos rodeados de una tecnología increíble.
Nuestros hogares, nuestros bolsos, nuestras oficinas… todos están repletos de ingeniosos objetos diseñados para hacernos la vida más fácil.
Y aunque no lo notemos, detrás de muchos de ellos está el extraordinario ingenio humano, la suerte y la casualidad que han dado forma a nuestro mundo.
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Probablemente aprecies tus auriculares con cancelación de ruido cuando estás sentado junto a un fanático de TikTok, pero ¿cómo cancelan realmente el ruido no deseado?
Pues resulta que tus auriculares, por pequeños que sean, contienen más de un micrófono.
Uno de ellos recoge la onda sonora del ruido que entra, y lo que sigue es una carrera entre la velocidad del sonido y la velocidad de las matemáticas.
Tu auricular toma esa onda sonora ruidosa, la invierte, la agrega y hace que llegue a tu tímpano exactamente a la misma velocidad a la que llega el sonido indeseado original.
La onda sonora que no quieres escuchar es cancelada por esa misma onda sonora invertida; por eso no la oyes y puedes seguir disfrutando de lo que te place.
Es algo fenomenal y alucinante, que implica muchos cálculos matemáticos brillantes.
Y aunque puede parecer una innovación reciente, su origen se remonta 70 años atrás, a la Guerra de Corea.
Estados Unidos enviaba helicópteros para recoger soldados heridos o varados, quienes tenían que pedir ayuda a través de radios.
Pero las aspas de los helicópteros interferían con las señales radiales, así que no los podían oír.
De hecho, ni el piloto ni los pasajeros en los helicópteros se podían comunicar verbalmente entre ellos, pues el ruido lo hacía imposible, como comprobó el ingeniero Lawrence J. Fogel, quien hizo varios viajes en ellos en busca de una solución.
La teoría sobre cómo las ondas sonoras se cancelan entre ellas había sido descubierta hacía más de 150 años, pero Fogel fue el primero en darle un uso práctico en la década de 1950.
Creó los primeros auriculares con cancelación de sonido, y al hacerlo, transformó completamente las comunicaciones en los vuelos.
Los pasaportes con chip incorporado de hoy en día pueden parecer de alta tecnología… pero los orígenes de los pasaportes biométricos se encuentran en realidad en la frustración de un empleado de policía del siglo XIX: el francés Alphonse Bertillon.
Mientras trabajaba en una comisaría de policía de París en la década de 1880, se dio cuenta de que, como no había una forma consistente de registrar los datos de los delincuentes, los reincidentes se libraban de la responsabilidad simplemente haciéndose pasar por otra persona.
Pero Bertillon sabía que la estructura del cuerpo adulto no cambia con el tiempo, y por eso ideó un sistema de medidas corporales combinado con una fotografía policial, que se convirtió en la forma perfecta de registrar los detalles de los criminales y detectar a los que reincidían.
Sus innovaciones ayudaron incluso a identificar al famoso asesino en serie francés Joseph Vacher.
El sistema de Bertillon fue reemplazado posteriormente por las huellas dactilares, pero renació en la década de 1960 como el comienzo de los sistemas de reconocimiento facial y biométricos actuales.
Cada tres días, los ascensores del mundo transportan el equivalente de toda la población mundial.
Y, a pesar de que son esencialmente una caja colgando en un abismo, hay pocos accidentes. De hecho, son el modo de transporte más seguro que existe.
Una de las principales razones son los increíblemente fuertes cables que los sostienen.
El secreto de su fuerza reside en el hecho de que son trenzados: la fricción entre las fibras retorcidas, por su áspera textura, les da agarre.
Fueron la solución a un problema mortal en las minas de carbón del siglo XIX que impulsaron la Revolución Industrial.
Los mineros tenían que bajar a las profundidades y los ascensores colgaban de cuerdas de cáñamo o cadenas de hierro, que se rompían con el uso.
Pero cada opción tiene sus virtudes, reflexionó el administrador de minas alemán Wilhelm Albert, y empezó a retorcer hilos de hierro a la manera de las sogas.
Para 1834 había creado el cable de acero trenzado, más robusto que las cuerdas de cáñamo, y más barato y liviano que las cadenas de hierro.
Ese invento de hace 190 años hizo que los ascensores se hicieran más seguros.
Pero la tecnología que ayuda a impulsar los ascensores hacia arriba es aún más antigua: se utilizó en un arma de guerra en asedios del siglo XII.
El trabuquete de contrapeso era un dispositivo gigante parecido a una catapulta, que se usaba para lanzar proyectiles enormes a grandes distancias, lo que le permitía a los invasores aplastar las defensas enemigas muy rápidamente.
Es el mismo mecanismo que facilita que los ascensores de hoy eleven el peso de la cabina hacia arriba.
Las aspiradoras de hoy están llenas de una serie de artefactos electrónicos de alta tecnología.
El Gen5, por ejemplo, es el pequeño motor del modelo más poderoso de las de Dyson, y puede girar a 135.000 revoluciones por minuto, 9 veces más rápido que el de un auto de Formula 1.
Eso hace que el aire pase a 75% de la velocidad del sonido, lo que implica una poderosa succión, vital para recoger las más tercas partículas indeseadas del entorno.
Curiosamente, aquello de que la succión fuera la solución, no siempre fue obvio: las primeras máquinas no aspiraban, sino que soplaban aire para intentar levantar el polvo de las alfombras y depositarlo en una bolsa recolectora.
Fue al ingeniero Hubert Cecil Booth a quien se le ocurrió que funcionaría mejor succionar la suciedad a través de un filtro, y en 1901 inventó la primera aspiradora.
El aparato, sin embargo, era costosísimo y enorme.
Pero apenas seis años más tarde llegaron aspiradoras portátiles y más baratas, de la mano de James Spangler un inventor poco exitoso que no había logrado dar en el clavo con ninguna de sus ideas.
Falto de dinero, Spangler tuvo que emplearse en una tienda de departamentos de Ohio, EE.UU.
Su trabajo consistía en limpiar, pero como sufría de asma, le hacía mucho daño.
Decidió idear un aparato electrónico que succionara el polvo, valiéndose del motor de una máquina de coser, un palo de escoba, una funda de almohada y una caja con llantas.
Aunque creó la primera aspiradora portátil, el nombre que pervivió asociado a su invento fue el del empresario local que invirtió en la innovación: William Hoover.
Spangler murió antes de ver cuán exitosa fue su creación, cuya popularidad explotó en la década de 1920, acompañada de constantes mejoras.
La patallas táctiles son cada vez más populares, y las damos por sentadas.
El iPhone las llevó a las masas en 2007, pero esa tecnología ya se venía usando en las torres de control del tráfico aéreo desde la década de 1960.
La misión de los controladores de tráfico aéreo en tierra es proteger las vidas en los cielos.
Cada vuelo se identifica con un distintivo y, en esa época, tenían que escribir ese código único para que las computadoras procesaran la información de vuelo.
Con tanto tráfico aéreo, se requería precisión y había mucho en juego: cada uno de los vuelos tenía un código de 5 a 7 caracteres de largo, y si los estás escribiendo bajo presión, es muy fácil cometer errores.
Al ingeniero británico Eric Arthur Johnson se le ocurrió una ingeniosa idea para deshacerse del teclado: una pantalla sensible a los dedos.
Él sabía todo acerca de la idea de que las cargas eléctricas se almacenan en nuestros cuerpos, y cuando dos campos eléctricos se acercan, se perturban entre sí…
¿Qué tal si estiras un trozo de cable de cobre y luego lo conectas a una computadora?
Esa fue la base de su revolucionaria innovación.
Si en los centros de control de tráfico aéreo había pantallas con una serie de cables de cobre, y cada uno de ellos se podía detectar y etiquetar con los códigos de vuelo por separado, el controlador sólo tendría que tocar el indicado, en lugar de escribirlo.
Johnson creó un sistema que era flexible, mucho más rápido que cualquier cosa que hubiera existido antes, pero además, lo que es más importante, mucho menos propenso a errores.
Fue la primera pantalla táctil del mundo, y permitió ajustar rápidamente los planes de vuelo de los aviones, para evitar tragedias.
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