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Donald Trump pone en jaque al mundo liberal
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Donald Trump pone en jaque al mundo liberal

Se ha debatido extensamente sobre cómo el regreso de Trump pone en peligro las instituciones democráticas de EU, hasta el punto de que la crítica corre el riesgo de volverse un lugar común. Sin embargo, Trump persiste como una anomalía en su amenaza antidemocrática.
21 de enero, 2025
Por: Jonathan Grabinsky

El 20 de enero Donald Trump, dos veces conferido Persona del Año por la revista Time, fue investido como el 47º presidente de los Estados Unidos (EU). Aventándose una pirueta histórica, asume un mandato no consecutivo de ocho años, un hecho que solo se había dado una vez antes, hace más de un siglo, con Grover Cleveland. Al cerrar la brecha entre sus dos presidencias, Trump borra el interregno del presidente Joe Biden, desvaneciendo de la memoria colectiva los múltiples logros emblemáticos de la administración.

Aunque con guiños a las ideas de libertad individual que alguna vez resonaron fuertemente en el Partido Republicano contemporáneo, el discurso de inauguración de Trump se desbordó, sobre todo, en sus ya clásicas y rabiosas diatribas nacionalistas. Quizás, en un giro inesperado, también exhibió rasgos mesiánicos: “Fui salvado por Dios para hacer que América vuelva a ser grande”, afirmó. Interminables y agotadoras peroratas que, aunque hoy nos provocan suspiros de resignación, han tejido fibras proteccionistas económicas –los aranceles, como él mismo dice, son su palabra favorita– y ultranacionalistas en el tapiz de la derecha ideológica del país. Sacudiendo el orden mundial del multilateralismo que EU había pretendido liderar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y sembrando el caos en lo que se consideraba como una reverencia sagrada –aunque marcada por tensiones y contradicciones en su implementación – de la ciudadanía estadounidense hacia las instituciones republicanas y la transferencia pacífica del poder.

Numerosas autopsias han desmenuzado la decisiva victoria electoral de Trump y su ajustada ventaja en el voto popular, la más estrecha en dos décadas. Un análisis monocausal, tan ubicuo como el polvo, señala a los demócratas como fervientes defensores de la justicia social, tachándolos de “guerreros woke” con políticas identitarias desconectadas del sentir del electorado. Sin embargo, “wokeness” se ha convertido en uno de esos términos elásticos, como “neoliberalismo”, que los críticos han estirado y distorsionado hasta casi vaciarlo de significado. Esta perspectiva también omite que las cuestiones identitarias actúan como un trazo firme que pone de relieve las grietas ideológicas entre la derecha y la izquierda. Además, minimiza las vulnerabilidades de las comunidades minoritarias, que continúan enfrentando una constelación institucional que ha arraigado el racismo y la misoginia en sus estructuras sociales y políticas durante siglos.

Las narrativas reduccionistas que culpan al “wokeness” por la derrota de los demócratas también pasan por alto el giro estratégico de Kamala Harris en 2024, quien, a diferencia de su fallida candidatura de 2020, evitó centrarse en temas identitarios y se enfocó en las amenazas antidemocráticas de una segunda administración de Trump. Su campaña, confiada en la inviolabilidad de las costumbres republicanas —que, aunque paradójicas en su ejecución, se creían firmemente entrelazadas en el tejido social del país desde que al menos Alexis de Tocqueville escribió Democracia en América en 1835— asumió que la amenaza de perder dichas garantías movilizaría a los votantes a su favor. Las críticas por su supuesta afinidad con las facciones más de izquierda también ignoran que Harris se alineó con figuras de la vieja guardia del Partido Republicano para destacar la amenaza antidemocrática que representaba Trump.

Una autopsia más convincente de la derrota de Harris resalta su incapacidad para distanciarse de una administración percibida como letárgica e ineficaz. Esto, sumado a la falta de un mensaje económico convincente frente a los altos niveles de inflación, inclinó los resultados a favor de Trump. Un ejemplo de victoria en condiciones similares es la reelección del presidente Barack Obama en 2012, quien, a pesar de una economía mermada por la crisis de 2008, supo dominar la narrativa y se erigió como el modelo de un triunfo electoral frente a una economía anímica. Recuerda al ahora trillado, pero acertado, consejo de James Carville, director de campaña del presidente Bill Clinton en 1992: “Es la economía, estúpido”.

Se ha debatido extensamente sobre cómo el regreso de Trump pone en peligro las instituciones democráticas de EU, hasta el punto de que la crítica corre el riesgo de volverse un lugar común. Sin embargo, Trump persiste como una anomalía en su amenaza antidemocrática. Es el único presidente en la época moderna que ha presionado a su entonces vicepresidente, Mike Pence, para anular los resultados electorales y el único que se ha negado a conceder su derrota. Además, es el único presidente sometido a dos mociones de destitución, el primero en saltarse la toma de posesión de su sucesor por motivos políticos desde 1869 y el primer delincuente inculpado en ocupar el cargo. Sus mentiras y embestidas contra la prensa son apenas comparables a las del presidente Richard Nixon en tiempos recientes.

Junto al multimillonario Elon Musk, quien, sujeto a los vaivenes erráticos del temperamento de Trump, es por ahora su asesor más cercano, la nueva administración buscará expandir su corriente de políticas nacionalistas e iliberales a escala global, tal como destacó en su discurso de investidura. A través del megáfono de su compañía de redes sociales X, Musk ya ha respaldado a partidos jingoístas, euroescépticos y antiinmigrantes en Europa como Alternativa por Alemania y Reforma en Inglaterra. Mientras tanto, varios multimillonarios que se cruzaron de espadas con Trump durante su primera administración, como Jeff Bezos de Amazon y Mark Zuckerberg de Meta, han aceptado, quizás a regañadientes, el nuevo panorama ideológico de EU y ya están cortejando a la nueva administración.

Incluso antes de asumir el cargo, la corrientes ideológicas del presidente Trump ya han generado dolores de cabeza: divagando sobre la expansión territorial de EU y provocando desavenencias diplomáticas con los gobiernos de Canadá, Panamá, Dinamarca y México, confrontaciones geopolíticas que reafirmó en su discurso de investidura. Y conviene anticiparse, pues los dolores de cabeza apenas comienzan.

* Jonathan Grabinsky (@Jgrabinsky) es especialista en temas de gobierno y profesor en el Tecnológico de Monterrey. Cuenta con una licenciatura y maestría en políticas públicas de la Universidad de Chicago.

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Imagen BBC
Este fue el papel que jugó el papa León XIV en la disolución en Perú del Sodalicio, el grupo religioso denunciado por abusos
7 minutos de lectura

El entonces obispo Robert Prevost fue uno de los jerarcas católicos que tuvo que gestionar la crisis provocada por el escándalo del Sodalicio en la iglesia peruana.

24 de mayo, 2025
Por: BBC News Mundo
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El papa León XIV sonríe y señala con el dedo a la multitud que lo aclama en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
Getty Images
El papa León XIV desempeñó el cargo de obispo y otros roles eclesiásticos en Perú.

El papa León XIV es recordado en Perú por su tiempo allí como obispo de Chiclayo y por su desempeño en otros cargos eclesiásticos.

Tras conocerse que el elegido para ocupar el trono de San Pedro sería el cardenal Robert Prevost, abundaron los testimonios de personas que lo trataron y destacaban su humildad, cercanía y compromiso.

Pero Prevost tuvo que lidiar con un asunto especialmente incómodo para la comunidad católica peruana: las denuncias de abusos y agresiones en el Sodalicio de Vida Cristiana, un influyente grupo religioso en el centro de un escándalo que la Iglesia trataba de zanjar y que dio lugar a un pulso interno en la jerarquía católica local.

El Sodalicio fue finalmente disuelto por el papa Francisco solo unos días antes de morir.

Según cuentan varias personas que vivieron el asunto desde dentro, el cardenal Prevost jugó un papel fundamental en la eliminación de un movimiento al que muchas de sus presuntas víctimas consideraban tan corrupto como invencible.

Qué es el Sodalicio y por qué fue disuelto

El grupo religioso Sodalicio de Vida Cristiana se fundó en 1971 por el laico peruano Luis Fernando Figari y llegó a tener más de 20 mil seguidores en 25 países.

Figari y otros fundadores buscaban crear un movimiento que contrarrestara el auge que en aquella época vivía en América Latina la llamada Teología de la Liberación.

En 1997 el papa Juan Pablo II le dio reconocimiento oficial y quedó integrado en la estructura de la Iglesia.

Según testimonios de quienes formaron parte del Sodalicio, la vida comunitaria estaba regida por una estricta disciplina y se exigía una obediencia total a los líderes.

En 2015, el libro “Mitad monjes, mitad soldados”, de los periodistas Pedro Salinas y Pao Ugaz, recogió los testimonios de una treintena de antiguos miembros del grupo que decían haber sido víctimas de abusos físicos, sexuales y psicológicos perpetrados por Figari y otros responsables de la organización.

La publicación del libro provocó una gran escándalo en Perú y removió los cimientos del mundo católico allí.

Una fotografía del entonces obispo Robert Prevost en una mesa de madera junto a una bandera de Perú.
Getty Images
El entonces obispo Robert Prevost estuvo pendiente de las víctimas del Sodalicio, según relataron algunos de los que denunciaron los abusos en la organización.

“Ignorados” durante años

Óscar Osterling, antiguo sodálite que denunció haber sido víctima de Figari y los otros líderes, le dijo a BBC Mundo: “Durante años nadie nos hizo caso y queríamos que alguien adentro de la Iglesia tomara la bandera de la lucha de las víctimas”.

La Fiscalía peruana comenzó a investigar en 2015, pero nunca se produjo ninguna condena y las víctimas protestaban porque tanto la iglesia peruana como el Vaticano ignoraban sus denuncias.

El periodista Pedro Salinas, junto a cuatro hombres, habla en una conferencia de prensa.
Getty Images
La investigación del periodista Pedro Salinas, junto a su colega Pao Ugaz, destapó los abusos y la violencia sistemática en el Sodalicio.

El periodista Pedro Salinas, que ha seguido el tema todos estos años, asegura que “el Sodalicio parecía intocable, pero todo cambió después de un viaje del papa Francisco a Chille en 2018”.

El pontífice se encontró con una respuesta muy fría o incluso hostil.

Gran parte de la sociedad chilena estaba indignada por el escándalo de abusos sexuales a menores por el que había sido condenado el conocido sacerdote Fernando Karadima y que salpicó al obispo emérito de Osorno, Juan Barros, al que se acusaba de encubrir a Karadima.

En medio de la polémica por el destacado papel de Barros en la visita papal, varias iglesias fueron atacadas y en algunas los descontentos escribieron la palabra “pedofilia” y consignas críticas con la jerarquía católica.

Salinas estuvo en ese viaje a Chile y afirma que la actitud de Francisco “cambió radicalmente después de aquel desastre”.

El Papa expulsó del sacerdocio a Karadima y se abrió una crisis en la iglesia chilena que llevó al cese de siete obispos.

El papa Francisco, con una bandera de Perú que ondea al fondo.
Getty Images
El papa Francisco disolvió el Sodalicio en una de sus últimas decisiones.

El cardenal Prevost y una reunión que lo cambió todo

El efecto de lo ocurrido en Chile llegó hasta Perú.

“En 2019 Pedro Salinas me avisó de que la Conferencia Episcopal nos iba a atender en una reunión y me pidió que convocara a los antiguos sodálites que pudiera”, recuerda Osterling.

Según cuenta, una veintena de ellos, también de fuera de Perú, participaron en una reunión en la que, recuerda, estuvieron cinco obispos, entre ellos Robert Prevost.

“Era la primera vez que nos escuchaban en años”, asegura Osterling.

Según Salinas y Osterling, de aquella reunión surgió la propuesta de redactar una carta que sería enviada al Papa, pero que nunca se concretó porque el arzobispo Miguel Cabrejos, entonces presidente de la Conferencia Episcopal peruana, se echó atrás después.

BBC Mundo intentó sin éxito contactar con monseñor Cabrejos.

A partir de ahí, las cosas empezaron a moverse.

“Prevost se puso en la piel de las víctimas y comenzó a actuar de manera muy discreta y efectiva”, señala Salinas.

“En una ocasión recibí un mensaje de un sodálite que me decía que se iba a quitar la vida. Se lo hice llegar a Prevost y a Carlos Castillo (hoy arzobispo de Lima) y esa persona finalmente no se suicidó”, asegura Salinas.

Los sacerdotes Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, sentados en una mesa con una vela y algunos libros.
Getty Images
El papa Francisco envió a los sacerdotes Charles Scicluna y Jordi Bertomeu a investigar los excesos en el Sodalicio.

En 2023 el papa Francisco llamó a Roma a Prevost, que asumió el cargo de prefecto del Dicasterio para los Obispos.

El nuevo prefecto forzaría la renuncia del obispo emérito de Piura, José Antonio Eguren, uno de los miembros de la élite que fundó el Sodalicio y que fue implicado en investigaciones periodísticas en un presunto caso de tráfico de tierras.

“La caída de Eguren fue un signo de que la cosa estaba girando y se estaba haciendo algo de justicia”, afirma Osterling.

Ese mismo año, el Papa enviaba a Perú al arzobispo de Malta Charles Scicluna y el sacerdote español Jordi Bertomeu con la misión de investigar los abusos en el Sodalicio.

Los últimos momentos del Sodalicio

El año siguiente, el Vaticano expulsó del Sodalicio a su fundador, una decisión que fue valorada entonces por la periodista especializada Pao Ugaz como “el anuncio del principio del fin de una organización que hasta ahora había gozado de impunidad”.

El fin se concretó solo días antes de la muerte del papa Francisco y su sucesión por Léon XIV. El 14 de abril de 2025 se firmaba en el Vaticano el decreto de supresión del Sodalicio por “la falta de carisma de origen divino en el fundador (Luis Fernando Figari) así como en los abusos y el comportamiento impropio y abusivo de Figari y de muchos de sus colaboradores”.

“Prevost fue fundamental en los últimos pasos, porque entre 2015 y 2023 no se hizo nada y es a partir de que él llega al Dicasterio para los Obispos que las cosas empiezan a moverse”, asegura Osterling.

El padre Bertomeu lo corroboró en unas recientes declaraciones a El Periódico de Tarragona: “El papel del nuevo papa León XIV en la supresión del Sodalicio es imprescindible: fue él mismo, como Prefecto del Dicasterio para los Obispos, quien estudió y valoró nuestras investigaciones y, en nombre de Francisco, exigió la renuncia del arzobispo José Antonio Eguren”.

Salinas sostiene que las acusaciones de que Prevost no elevó las denuncias de abusos sexuales cometidos por sacerdotes que recibió en su etapa como obispo de Chiclayo, que volvieron a aparecer en los medios en los días previos al cónclave que lo eligió Papa, responden a “una campaña de sectores conservadores vinculados al Sodalicio que buscaban desprestigiarlo ante la perspectiva de que fuera él quien sucediera a Francisco”.

Osterling cree que “las denuncias volvieron a surgir como venganza del Sodalicio, pero la Diócesis de Chiclayo aseguró que se enviaron al Vaticano y se tramitaron según el manual; otra cosa es que ese manual sea insuficiente y ese sea uno de los lastres que debe sacudirse la Iglesia en los próximos años”.

Ese será uno de los retos del nuevo Papa.

José Enrique Escardó, primer exsodálite que denunció públicamente abusos, mostró en sus redes su confianza en él y compartió el mensaje que le envió a Prevost tras conocer su elección como papa.

“Si bien no soy católico, creí en Francisco y en lo que hizo y creo en usted. Ojalá que pueda escuchar este mensaje. Creo que usted puede hacer muchísimo, muchísimo más. Estoy sumamente emocionado y espero poderlo visitar”.

Escardó también compartió la que dijo era la respuesta de León XIV: “Cuenta conmigo. ¡Fuerza y vamos adelante!”

Raya de separación.
BBC

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