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Transformación de los sistemas agroalimentarios
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Transformación de los sistemas agroalimentarios

Lejos de las responsabilidades individuales, las causas de las problemáticas de salud, como la obesidad o la diabetes, se encuentran en los entornos alimentarios, así como en las políticas agrícolas y comerciales que les dan forma, entre otros factores estructurales. Muchas veces es la desigualdad social y económica la que facilita, o no, que algunas personas tengamos acceso a alimentos nutritivos o servicios de salud.
18 de julio, 2025
Por: Paola Abril Campos Rivera

Desde hace varios años en México vivimos en una crisis multidimensional vinculada al acceso a alimentos nutritivos, a los sistemas bajo los cuales se producen nuestros alimentos y a las implicaciones que tienen para el medio ambiente.

Por ejemplo, sabemos que en los hogares de México existe una brecha económica importante para costear una alimentación suficiente -en cantidad y calidad-; que, en cada familia del país al menos una persona tiene diabetes tipo 2, o que 75 % de la población adulta presenta obesidad o sobrepeso. Por otro lado, la realidad de la vida en el campo está lejos de la justicia social: de acuerdo con el CONEVAL, en 2024 casi la mitad de la población rural vivía en pobreza y 15 % estaba en pobreza extrema.

Además, paradójicamente, la población rural tenía un porcentaje mayor (30 %) de inseguridad alimentaria que quienes habitan las ciudades. Finalmente, ya no resulta extraño escuchar que cada año se rompen récords de sequía, altas temperaturas y fenómenos climáticos extremos que ponen en riesgo la producción de alimentos, la vida y patrimonio de las personas y que, como causa y consecuencia de ello, la producción agrícola cada vez necesita de más recursos naturales y expandir sus fronteras productivas.

Desde hace años he dedicado mi vida académica y de investigación a mejorar los sistemas de salud; sin embargo, hacer un análisis sistémico y multidimensional me ha llevado a entender y atender las causas que están en la raíz de las problemáticas de salud en México y en América Latina. Este giro ha significado reconocer -junto con muchas otras personas colegas- que, lejos de las responsabilidades individuales, las causas de las problemáticas de salud, como la obesidad o la diabetes, se encuentran en los entornos alimentarios, así como las políticas agrícolas y comerciales que les dan forma, entre otros factores estructurales. Que muchas veces es la desigualdad social y económica la que facilita, o no, que algunas personas tengamos acceso a alimentos nutritivos o servicios de salud, mientras que otras quedan al margen.

Desde esa perspectiva, estas tres crisis -salud, medio ambiente y justicia social-, lejos de ser fenómenos aislados, están estrechamente vinculadas a la forma en la que se estructuran, financian y organizan los sistemas alimentarios en nuestro país. En términos sencillos, cuando hablamos de sistemas alimentarios, nos referimos a la forma en la que se producen, transforman, distribuyen y consumimos nuestros alimentos todos los días. Alrededor de dichos sistemas interactúan una gran cantidad de personas e instituciones con intereses -visibles y ocultos- políticos y económicos con la capacidad para influir en la alimentación, salud y medios de vida de millones de personas.

Así, en este contexto de crisis, y de un panorama complejo, hay una claridad que no podemos evitar: los sistemas alimentarios se tienen que transformar para asegurar el acceso universal a dietas saludables, que los alimentos se produzcan de manera sostenible y resiliente, y que su producción garantice medios de vida justos y equitativos.

La transformación que imaginamos es profunda, radical y estructural. Una que apunte al diseño e implementación de modelos sostenibles, resilientes y equitativos.

Actualmente, México se encuentra en un momento favorable para consensuar y empujar esa transformación. Desde el gobierno anterior se promulgó la Ley General de Alimentación Adecuada y Sostenible -que debe ser entendida como un logro de la sociedad civil y de los movimientos sociales. Sin embargo, para asegurar su aplicación es necesario publicar su reglamento -cuyo plazo legal actualmente se encuentra vencido- para lo cual hacemos un llamado.

Además de ello, la Ley, que tiene una visión intersectorial para articular políticas públicas a través del Sistema Nacional de Salud, Alimentación, Medio Ambiente y Competitividad (SINSAMAC), ahora requerirá de la capacidad colectiva para construir acuerdos amplios, legislar las leyes secundarias que aseguren que su implementación mantenga el espíritu bajo el cual se imaginó y que ayude a fortalecer las capacidades institucionales necesarias para sostenerla en el tiempo.

Para lograrlo, será necesaria la participación de actores e instituciones diversas, entre las cuales la academia puede, y debe, jugar un rol clave -y con el que, desde la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey, tenemos compromiso- de tal forma que lleguemos a diagnósticos precisos para proponer rutas concretas de acción para transformar la manera en la que se financian los sistemas alimentarios; los incentivos y mecanismos de pago que influyen en la producción de alimentos; la forma en la que se organiza la producción, distribución y consumo de alimentos; los marcos regulatorios que condicionan el comportamiento de quienes participan en los sistemas agroalimentarios, y los factores culturales, simbólicos y sociales que influyen en las formas de consumo.

En conclusión, tenemos enfrente la posibilidad no sólo de imaginar, sino de sumarnos a la construcción de un país en el que las todas las personas tengan acceso a dietas nutritivas y saludables, producidas bajo sistemas que ayuden a la naturaleza a regenerarse, y que aseguren trabajo digno para todas las personas involucradas desde la producción de alimentos hasta su consumo.

* Paola Abril Campos Rivera es doctora en Salud Pública, Universidad de Harvard. Profesora – Investigadora en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Exfuncionaria de la Organización Mundial de la Salud.

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Imagen BBC
¿Cómo Black Sabbath encontró su sonido e inventó el heavy metal?
7 minutos de lectura

Al ralentizar el blues y jugar con imágenes ocultistas, la banda de Birmingham fue pionera de un género.

26 de julio, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Si hubieras visto el primer concierto de Black Sabbath, no habrías reconocido su grandeza.

En 1968, se llamaban The Polka Tulk Blues Band, un nombre mucho menos siniestro, y venían acompañados de un saxofonista y un guitarrista que tocaba con la técnica del slide.

Un año después, la banda se había reducido, habían encontrado un nuevo nombre e inventado el heavy metal. Pocas bandas están tan ligadas a un género musical, pero Sabbath sentó las bases para todo el mundo, desde Motörhead y AC/DC hasta Metallica y Guns ‘n’ Roses.

A lo largo del camino, el cantante Ozzy Osbourne (fallecido esta semana a los 76 años) se convirtió en una de las figuras más influyentes del rock, con una presencia escénica electrizante e imprevisible y una ingesta de drogas casi mitológica.

“Si alguien ha vivido el libertino estilo de vida del rock and roll”, admitió una vez, “supongo que soy yo”.

Entonces, ¿cómo fue que estos cuatro músicos de clase trabajadora de Aston, Birmingham, reescribieron las reglas del rock?

Ozzy Osbourne y Tony Iommi en un show en 1970.
Getty Images
Los viscerales e imprevisibles directos de la banda eran parte de su atractivo.

¿Flores en el pelo?

Según Osbourne, fue una reacción visceral a las canciones “hippies y cursis” como San Francisco (“Be sure to wear some flowers in your hair” o “Asegúrate de llevar flores en el pelo”) que saturaron las ondas tras el Summer Of Love de 1967.

“¿Flores en el pelo? Hazme el favor”, se quejaba en su autobiografía de 2010.

“Las únicas flores que alguien vio en Aston eran las que te echaban a la tumba cuando te morías a los 53 años porque habías trabajado hasta morir”.

Junto al guitarrista Tony Iommi, el bajista Geezer Butler y el baterista Bill Ward, la idea inicial de Osbourne era darle un toque de Birmingham al sonido blusero de Fleetwood Mac.

El primer nombre del grupo, Polka Tulk, se inspiró en una marca de polvos de talco que utilizaba su madre.

Tras abandonar el saxofón, se rebautizaron como Earth, dando tantos conciertos como pudieron.

“Cuando venía un grupo importante a la ciudad, cargábamos la furgoneta con todas nuestras cosas y esperábamos fuera del recinto por si acaso no aparecían”, recordó Osbourne más tarde.

Funcionó… pero sólo una vez, cuando se le pidió a la banda que sustituyera a un ausente Jethro Tull. “Y después de eso, todos los promotores sabían nuestro nombre”, dijo Ozzy.

Una fotografía en blanco y negro que muestra a los miembros de Black Sabbath chapoteando en el río en el pintoresco valle de Wye, 1977.
Getty Images
La banda hizo todo tipo de travesuras en su apogeo en los 70.

Los dedos perdidos

Esa vena oportunista también les orientó hacia su sonido característico.

Dio la casualidad de que el local de ensayo del grupo estaba justo enfrente de un cine que proyectaba películas de terror durante toda la noche.

Al ver que el público acudía en masa a estos espectáculos, la banda ideó un plan.

“Tony dijo: ‘¿No te parece extraño que la gente pague dinero para asustarse? ¿Por qué no empezamos a escribir música de terror?'”, contó Osbourne al periodista musical Pete Paphides en 2005. “Y eso es lo que ocurrió”.

Los músicos se metamorfosearon en su forma definitiva: adoptaron el nombre de Black Sabbath, por una película homónima de bajo presupuesto de Boris Karloff, y empezaron a escribir letras que hablaban de muerte, magia negra y enfermedades mentales.

Para adaptarse al material, la música también tenía que hacerse más pesada. Ward bajó el tempo. Iommi subió el volumen. Osbourne desarrolló un lamento vocal agresivo que siempre parecía estar al borde de la locura.

Pero era la guitarra de Iommi lo que realmente diferenciaba a Sabbath. Sus riffs saltaban del amplificador y golpeaban al público en el pecho con fuerza taurina.

Fue un sonido que desarrolló por necesidad.

A los 17 años, Iommi trabajaba en una fábrica de chapas metálicas cuando perdió las puntas de sus dos dedos del medio en un accidente laboral.

Aunque los cirujanos intentaron reimplantárselas, cuando llegó al hospital ya estaban negras. Parecía el final de su carrera como guitarrista.

“Los médicos me dijeron: ‘Lo mejor que puedes hacer es hacer las maletas. Búscate otro trabajo, dedícate a otra cosa'”, escribió Iommi en su autobiografía, Iron Man.

Decidido a demostrar que estaban equivocados, derritió una botella de Fairy (detergente) para fabricar dedales protectores para sus dedos, y aflojó las cuerdas de su guitarra para no tener que aplicar demasiada presión sobre el diapasón al tocar una nota.

Tras meses de dolorosa práctica, aprendió una nueva forma de tocar, utilizando sus dos dedos buenos para componer acordes y añadiendo vibrato para engrosar el sonido.

Ese gruñido despojado y desafinado se convirtió en la base del heavy metal.

“Nunca había oído ese estilo”, dijo Tom Allan, quien diseñó el álbum debut de Sabbath en 1969.

“Realmente no podía entenderlo. No lo entendía. Nunca se oía algo así en la radio”.

Tony Iommi tocando la guitarra.
Getty Images
El sonido de la guitarra de Iommi definió todo un género.

“No son tan malos”

El disco era lúgubre y fangoso, en parte porque la banda lo había grabado en sólo dos días, con fondos limitados.

Los críticos no sabían qué pensar. En Rolling Stone, Lester Bangs dijo que el álbum había sido “promocionado como una celebración ritual rockera de la masa satánica o algo así… No son tan malos, pero ese es todo el mérito que se les puede dar”.

Las imágenes supuestamente satánicas desataron un pánico moral en la prensa generalista, que se intensificó cuando se descubrió que la canción que daba título al álbum contenía una progresión de acordes conocida como Intervalo del Diablo, prohibida por la Iglesia en la Edad Media.

Lo que la prensa no sabía era que Black Sabbath, la canción, había sido escrita como advertencia sobre los peligros del satanismo, después de que Ward se quedara dormido leyendo libros de ocultismo y se despertara al ver una figura fantasmal encapuchada al final de su cama.

“Me dio el susto de mi vida”, recordó más tarde.

Sea cual sea la verdad, la polémica vendió discos y atrajo a legiones de fans.

En una ocasión, la banda regresó a su hotel y se encontró con 20 satánicos vestidos de negro que sostenían velas y coreaban fuera de su habitación. Para librarse de ellos, Osbourne apagó las llamas y cantó el cumpleaños feliz.

Ozzy Osbourne sostiene una bola de cristal vestido con una túnica de mago.
Getty Images
Osbourne hizo honor a su imagen de hombre más salvaje del rock, aficionado a las ciencias ocultas.

Poder imborrable

Aun así, Sabbath aprovechó su reputación, componiendo material más oscuro y ganándose fama de alborotadores a medida que avanzaban los años 70.

Pero la música nunca fue tan básica o monótona como sugería su imagen.

Su segundo álbum, Paranoid, supuso un salto sísmico en la creación de canciones, desde el visceral himno antibelicista War Pigs hasta la intensidad escalofriante de la canción que da título al disco, pasando por el horror de ciencia ficción de Iron Man y la balada fantasmagórica de Planet Caravan.

Mantuvieron el ritmo en Master of Reality, de 1971, y Osbourne describió Children Of The Grave como “la canción más increíble que jamás hayamos grabado”.

El Volumen 4, publicado en 1972, a veces se pasa por alto debido a la falta de un gran single radiofónico, pero también contiene algunos de los mejores y más variados trabajos de la banda.

Snowblind documenta su descenso a la drogadicción con un riff de guitarra cargado de profundidad; mientras que St Vitus’ Dance es un consejo sorprendentemente tierno a un amigo con el corazón roto, y Laguna Sunrise es un bucólico instrumental.

Sabbath Bloody Sabbath, por su parte, fue escrito como una furiosa crítica a una industria musical que los había descartado.

“A quienes te han destrozado / Quieres verlos arder”.

Después de 55 años y cientos de imitadores, el impacto revelador del sonido de Black Sabbath se ha atenuado. ¿Cómo si no explicar que Osbourne e Iommi interpretaran Paranoid en el Jubileo de Oro de la reina Isabel II en 2002?

Pero el poder de esas canciones -desde los demoledores riffs de Iommi hasta el lamento vocal insistente de Osbourne- sigue siendo imborrable.

Cuando introdujo a Black Sabbath en el Salón de la Fama del Rock and Roll, Lars Ulrich, de Metallica, dijo:

“Si no existiera Black Sabbath, el hard rock y el heavy metal serían muy distintos”.

“Cuando se trata de definir un género dentro del mundo de la música pesada”, añadió, “Sabbath está en una categoría aparte”.

Al escribir tras el penúltimo concierto de despedida de la banda, en 2017, Osbourne dijo sentirse conmovido por el reconocimiento.

“Nunca soñé que estaríamos aquí 49 años después”, afirmó.

“Pero cuando pienso en todo esto, lo mejor de haber estado en Black Sabbath todos estos años es que la música se ha mantenido vigente”.

*Este artículo fue escrito y editado por nuestros periodistas con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial para la traducción, como parte de un programa piloto.

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BBC

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