En México se laboran más horas al año que en casi todos los países de la OCDE, pero esto no se traduce en mayor productividad ni en mejor calidad de vida. En 2022 el promedio anual fue de 2,226 horas por trabajador, muy por encima de las 1,746 horas que promedian los países de la OCDE. Esto significa que una persona trabajadora en México dedica 465 horas más al año que el promedio, es decir, 58 días hábiles más.
Las jornadas prolongadas pueden derivar en fatiga, menor rendimiento y riesgos para la salud física y mental. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), trabajar 55 horas o más a la semana aumenta en 35 % el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular y en 17 % el riesgo de morir por cardiopatía isquémica. En 2016, las jornadas prolongadas se relacionaron con 745 mil muertes en el mundo por estas causas. La OIT califica estas horas como una forma de “pobreza de tiempo”, una forma de exclusión que limita el descanso, el autocuidado y la vida fuera del trabajo.
Estos datos han impulsado el debate de reducir la jornada laboral máxima de 48 a 40 horas semanales, con el objetivo de alinearse a estándares internacionales y mejorar la calidad de vida de las personas trabajadoras sin afectar la competitividad. El pasado 1 de mayo, en el marco del Día del Trabajo, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, anunció la apertura de mesas de diálogo entre empresarios, sindicatos y trabajadores para avanzar en esta implementación.
La Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS) ya adoptó una jornada laboral de 40 horas semanales, dando un paso ejemplar como organismo internacional especializado en seguridad social para mostrar que eficiencia y bienestar pueden ir de la mano.
Reducir la semana laboral a 40 horas generaría beneficios directos en el equilibrio vida-trabajo, especialmente para las mujeres y personas cuidadoras. La Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) revela que, sumando trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres en México trabajan en promedio 59.5 horas semanales, frente a 53.3 de los hombres. Es decir, las mexicanas asumen 6.2 horas adicionales de trabajo semanal.
Una jornada de 40 horas podría aliviar esta carga, permitiendo que hombres y mujeres compartan de forma más equitativa las responsabilidades del hogar y del cuidado de hijos o personas mayores. Para las empresas, ofrecer condiciones laborales equilibradas podría atraer y retener talento, particularmente a las nuevas generaciones quienes priorizan el bienestar y el tiempo libre.
Reducir la jornada no significa disminuir productividad. Países como Alemania, Noruega o Dinamarca tienen jornadas semanales de 33 a 34 horas y mantienen altos niveles de bienestar y productividad. En América Latina, Chile inició en 2024 un proceso para pasar de 45 a 40 horas, mientras que Colombia avanza hacia una reducción gradual de 48 a 42 horas semanales. .
Una reforma de 40 horas bien implementada podría ser un ganar-ganar: personas trabajadoras más saludables y satisfechas, y empresas más eficientes y atractivas para el talento. Esta política no es una ocurrencia, sino una medida sustentable en evidencia y experiencias internacionales que han demostrado que trabajar menos horas puede conducir a sociedades más productivas, justas y saludables.
Para México, reducir la jornada representa un avance histórico en la modernización del mercado laboral. Los datos sugieren que una semana laboral de 40 horas podría mejorar el bienestar físico y mental de millones de personas, impulsar la equidad de género en la distribución de cuidados y fortalecer la economía.
Claro que el reto está en implementar el cambio con gradualidad, diálogo tripartito y apoyos a las pequeñas y medianas empresas. Pero postergarlo implicaría continuar pagando el alto precio en salud, bienestar y productividad por las largas jornadas.
Al final del día, ningún trabajo justifica sacrificar la salud, ni la vida familiar. México tiene hoy una oportunidad de demostrar que es posible crecer, ser un país productivo, sin perder calidad de vida en el camino.
*Luis Alejandro Estrada (@je_nesaispas) es candidato a doctor en Políticas Públicas por el CIDE; actualmente se desempeña como especialista de la Comisión Americana de Organización y Sistemas Administrativos en la CISS.
[1] Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), «Promedio de horas trabajadas por persona empleada», en OCDE Data Explorer (base de datos), edición 2024.
[2] Organización Mundial de la Salud (OMS) / Organización Internacional del Trabajo (OIT), «Las jornadas de trabajo prolongadas aumentan las defunciones por cardiopatía isquémica o accidentes cerebrovasculares», nota de prensa, 17 may 2021.
[3] INEGI. Comunicado de Prensa: Estadísticas a propósito del día nacional del balance trabajo-familia.
Se cree que es el embrión que ha permanecido congelado durante más tiempo antes de dar lugar a un nacimiento con vida.
Ha sido bautizado por la prensa como “el bebé más viejo del mundo”
Un bebé varón nació en Ohio de un embrión que llevaba más de 30 años congelado, lo cual establece un nuevo récord mundial.
Lindsey y Tim Pierce, de 35 y 34 años, le dieron la bienvenida a su hijo Thaddeus Daniel Pierce, el pasado sábado.
Lindsey le dijo a la revista MIT Technology Review que su familia pensaba que “fue algo como sacado de una película de ciencia ficción”.
Se cree que es el embrión que más tiempo ha permanecido congelado antes de dar lugar a un nacimiento con vida. El récord anterior lo ostentaban unos gemelos que nacieron en 2022 a partir de embriones congelados en 1992.
Los Pierce intentaron tener un hijo durante siete años antes de decidir adoptar el embrión que Linda Archerd, de 62 años, concibió en 1994 con su entonces marido mediante fecundación in vitro.
En aquel momento, Archerd congeló cuatro embriones. Uno se convirtió en su hija, que ahora tiene 30 años, y los otros tres quedaron almacenados.
A pesar de separarse de su marido, no quería deshacerse de los embriones, donarlos para investigación ni entregarlos a otra familia de forma anónima.
Para ella era importante estar presente en la vida del bebé, ya que sería pariente de su hija adulta.
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Archerd pagó miles de dólares al año por el almacenamiento hasta que encontró una agencia cristiana que busca padres que quieran adoptar embriones congelados, Nightlight Christian Adoptions. Muchas de estas agencias consideran que sus programas salvan vidas.
El programa al que recurrió Archerd permite a los donantes de embriones elegir una pareja, lo que significa que pueden especificar sus preferencias religiosas, raciales y de nacionalidad.
Archerd prefería una pareja cristiana caucásica casada que viviera en Estados Unidos, ya que no quería “salir del país”, según le explicó a MIT Technology Review.
Finalmente, encontró a los Pierce.
La clínica de fecundación in vitro de Tennessee en la que la pareja se sometió al procedimiento, Rejoice Fertility, afirma que su objetivo es transferir cualquier embrión que reciba, independientemente de su edad o condiciones.
Lindsey Pierce afirma que ella y su marido no se propusieron “batir ningún récord”, sino que simplemente “querían tener un bebé”.
Archerd le dijo a MIT Technology Review que aún no ha conocido al bebé en persona, pero que ya le ve un parecido con su hija.
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