Ella cuida la vida y a quienes están en ella. Cuando baña a su papá que ya no puede caminar, cuando se quedó a acompañar toda la noche a su mamá en el hospital, cuando calma con medicamentos las crisis de su hijo, cuando prepara la comida, cuando deja de trabajar para dedicarse a su familia o cuando tiene que llevar a su hijo a la oficina porque no hay quién le cuide. Y de pronto, hay momentos en los que se siente cansada, sobrepasada y se pregunta quién cuida de ella y cuándo tendrá tiempo de cuidarse a sí misma.
“Ella” puede ser cualquiera de nosotras, pues la organización actual de los cuidados recae sobre todo en las mujeres. De acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC, 2022), el 75% de las personas dedicadas a los cuidados son mujeres, quienes dedican en promedio 38.9 horas por semana a esas actividades. Casi una jornada laboral que, de hecho, no se reconoce como trabajo. Aun cuando 77.8% de personas son susceptibles de ser cuidadas (ENASIC, 2022), los cuidados en México siguen sin ser parte central de una política pública aprobada y con presupuesto.
Existen muchas razones por las que el cuidado ha recaído mayoritariamente sobre nosotras. Primero, porque la construcción del género ha dictado que a las mujeres se les da “naturalmente” el cuidado. Luego, el supuesto de que el cuidado es privado y, por tanto, de casa. Finalmente, porque, en la mayoría de los casos, si no cuidamos nosotras, entonces no hay quién cuide. Nos referimos a que no hay mecanismos ni un sistema que permitan que las tareas se distribuyan, en donde los hombres puedan realmente ser partícipes y el Estado y los centros de trabajo promuevan servicios de calidad públicos que cuiden a quien lo necesita.
La ausencia de una estructura y red de cuidados pública, aunada a la carga mental y física de las cuidadoras como únicas responsables de las actividades, genera una profunda desigualdad para el desarrollo y autocuidado de las mujeres. En México, el 40% de las mujeres cuidadoras reportan cansancio, y un porcentaje significativo también experimenta disminución del sueño, irritabilidad, depresión y problemas físicos (ENASIC, 2022). En comparación con los padres, en una escala del 0 al 6, las madres trabajadoras “presentaron un nivel de 3.071 de agotamiento por encima del 2.3 de los hombres”(EFE 2023).
La salud mental de las cuidadoras en nuestro país está marcada por desigualdades de clase y pobreza, pues son las mujeres de menores ingresos quienes asumen la mayor carga de cuidados no remunerados. Según el CONEVAL (2023), el 54% de las personas en pobreza son mujeres, muchas de las cuales realizan jornadas de cuidado extenuantes sin apoyo ni recursos. Estas cuidadoras enfrentan mayores niveles de estrés y ansiedad, perpetuando ciclos de pobreza y desigualdad.
En general, el tema de salud mental ha estado invisibilizado cuando se habla de cuidados, porque aunque se trata de sostener la vida, pocas veces hablamos de cuando se nos está cayendo a cachos. La culpa, porque hemos sido socializadas para cuidar y admitir que no podemos (o no queremos) es una sentencia a ser leídas desde el egoísmo; el estigma hacia las enfermedades mentales (como la depresión o el burnout); la ausencia de un Sistema Nacional de Cuidados son solo algunos de los puntos que nos siguen haciendo preguntarnos ¿quién cuida a quienes cuidan y cómo nos podemos cuidar?
Se trata de repensar el derecho al cuidado desde sus dos dimensiones: como actividad dirigida hacia alguien y también desde quienes lo ejercen, pues tiene un impacto en la salud de quienes cuidan. El cuidado no se ejerce solo “por amor”, eso sería subestimarlo. Es una actividad que sostiene la vida y como tal, hay que darle la importancia que merece en la agenda pública.
Así que no dejemos de hablar del cuidado. Abanderemos el acceso al cuidado como un derecho que no se puede solo privatizar, pues reforzaría desigualdades. Abracemos medidas que contribuyan a un buen estado de salud mental de las cuidadoras, porque su vida también importa, no solo la de aquellas personas a quienes cuidan. No dejemos de cuidar, pero propongamos hacerlo con apoyo social e institucional. Hay que impulsar agendas que promuevan una verdadera corresponsabilidad entre hombres, mujeres, Estado, trabajo y familia a través de políticas de licencias, horarios flexibles para cuidadores que trabajan y campañas de sensibilización hacia las actividades de cuidado.
*Marycarmen Rubalcava Oliveros (@MaryRubalcavaO) es investigadora en inclusión y desarrollo sostenible y Luisa María Kiautzin Crespi Tellitud (@luisamakcrespi) es practicante, ambas en Ethos Innovación en Políticas Públicas (@EthosInnovacion).
Un grupo de científicos logró estimar por primera vez la antigüedad de Pando.
Para el visitante desprevenido, Pando no es más que un hermoso bosque de una especie de álamos llamados temblones.
Pero durante miles de años sus raíces han guardado un secreto genético que lo hace aún más interesante.
Ubicado en un área de 43 hectáreas cerca de Fish Lake, en Utah, Estados Unidos, algunos científicos lo consideran “el organismo vivo más grande y más pesado del mundo”.
¿Por qué?
Resulta que los 47 mil árboles que lo conforman están conectados por un sistema de raíces y son idénticos genéticamente.
“Todos estos árboles son en realidad un solo árbol”, le dijo a BBC Mundo el geógrafo Paul Rogers en 2018.
El fenómeno ha atraído durante décadas a los científicos. Y una de las grandes dudas que había respecto de Pando tenía que ver con su antigüedad.
Aunque desde hace tiempo ha sido considerado como uno de los seres vivos más antiguos de la Tierra, los expertos no sabían con certeza su edad.
Ahora, esa duda se disipó luego de que un equipo de biólogos lograra datarlo por primera vez.
¿Su conclusión?
Pando, el árbol más grande del mundo, tiene al menos 16 mil años.
Para estudiar la historia evolutiva de Pando, la bióloga Rozenn Pineau, del Instituto de Tecnología de Georgia, en Atlanta, y sus colegas, recolectaron y secuenciaron más de 500 muestras del árbol, así como de varios tipos de tejidos, incluyendo hojas, raíces y corteza.
El objetivo era extraer datos genéticos, buscando en particular las mutaciones somáticas, que son alteraciones en el ADN que ocurren en las células de un organismo después de la concepción.
Según declaraciones de Pineau recogidas por la revista especializada New Scientist, “al principio, cuando Pando germinó a partir de una semilla, todas sus células contenían ADN esencialmente idéntico”.
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“Pero cada vez que se crea una nueva célula y se replica la información genética, pueden producirse errores que introduzcan mutaciones en el ADN”, explicó.
De acuerdo con el estudio, al observar la señal genética de esas mutaciones presentes en diferentes partes del árbol, los investigadores pudieron reconstruir la historia evolutiva de Pando y estimar su edad.
Cabe recordar que los bosques de álamos se pueden reproducir de dos maneras: una es cuando los árboles maduros dejan caer semillas que luego germinan y, la otra se da cuando liberan brotes de sus raíces, a partir de las cuales nacen nuevos árboles a los que se les llama clones.
Pando no es el único bosque clon, pero sí el más extenso. Como los expertos lo consideran un mismo organismo, suman el peso de todos sus árboles, lo que da como resultado un ser viviente que pesa un estimado de 13 millones de toneladas.
Los investigadores hicieron tres estimaciones diferentes de la edad de este árbol, pues no estaban seguros de si habían pasado por alto algunas mutaciones o si algunas de las mutaciones que identificaron eran falsos positivos.
Suponiendo que los científicos identificaran correctamente cada mutación en la parte del genoma que secuenciaron, la primera estimación dice que Pando tiene unos 34 mil años de antigüedad.
Si los expertos incluyen posibles mutaciones somáticas no detectadas, la segunda estimación —y la menos conservadora— sugiere que el árbol Pando tendría unos 81 mil años.
Y si se considera que sólo el 6% de las mutaciones que observaron los biólogos son “positivas verdaderas”, Pando entonces tendría 16 mil años.
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Considerando todas estas incertidumbres, Rozenn Pineau y su equipo calcularon que la edad del árbol probablemente se encuentre entre 16 mil y 81 mil años.
“Aunque estos escenarios nos dan cifras bastante diferentes, todos apuntan a una conclusión notable: Pando es antiguo”, dijo Pineau a New Scientist.
“Incluso en su edad estimada más joven (16 mil), este clon de álamo ha estado creciendo desde la última edad de hielo”, agregó.
A través de su cuenta de X (Twitter), Will Ratcliff, otro de los biólogos que participó de la investigación, indicó que “para poner la edad de Pando en perspectiva, incluso según nuestra estimación más conservadora, estaba vivo cuando los humanos cazaban mamuts”.
“Según nuestra estimación más antigua, germinó antes de que nuestra especie abandonara África”, agregó.
En el estudio, en tanto, se indica que “independientemente del escenario, estas estimaciones destacan la notable longevidad de Pando (…), lo que lo convierte en uno de los organismos vivos más antiguos de la Tierra”.
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