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¿Cómo enfrentar la resistencia a la transición energética? Lecciones de la abolición de la esclavitud
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¿Cómo enfrentar la resistencia a la transición energética? Lecciones de la abolición de la esclavitud

La abolición de la esclavitud y la crisis climática comparten una problemática similar: la necesidad de forzar una transición de un modelo de producción económica basado en un “insumo” de naturaleza crítica, pero insostenible, hacia un esquema de producción económica que no dependa más de dicho insumo.
11 de octubre, 2024
Por: Laure Delalande y Humberto Gutiérrez / Ethos Innovación en Políticas Públicas

El principal sector responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) es el energético: representa alrededor de tres cuartos de las emisiones actuales. La llamada “transición energética” plantea un escenario en el cual dejaríamos de utilizar combustibles fósiles y generadores de GEI para utilizar en gran medida energías renovables (basadas en la energía solar, eólica, hidráulica y geotérmica, principalmente). La economía y la actividad humana se basan en su gran mayoría en el consumo energético, y se prevé un consumo a la alza a nivel mundial, en línea con el crecimiento económico y poblacional.

El tamaño de este reto y de las transformaciones que requiere en nuestras formas de producir y consumir nos dejan abrumados, por no decir francamente escépticos. El acuerdo de París establece la meta de no rebasar un aumento de temperatura mayor a 1.5 ºC comparado con los niveles preindustriales, lo que equivale a reducir las emisiones en 45 % de aquí a 2030 y llegar a cero emisiones para 2050.  Esa meta parece difícil de alcanzar, dadas las tendencias actuales de los países y las implicaciones en términos de modificaciones a nuestras formas de vida.

La resistencia para cambiar el rumbo responde a la falta de un plan coherente y creíble para financiar dicha transición. Abandonar una fuente de energía barata y sustituirla por una más costosa, pero sustentable, representa un inconveniente mayor para cualquier agente económico y, por lo tanto, una barrera para cualquier plan de transición. En este sentido, no debe sorprendernos que la tendencia actual no sea la de una disminución paulatina en la emisión de GEI a nivel global, sino más bien lo contrario: un reporte reciente de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático indica que, según los escenarios actuales, las emisiones, en vez de disminuir, habrán crecido 10 % de aquí a 2030 (CMNUCC, 2021).

Todo ello se cristaliza en el conocido conflicto entre la necesidad imperante de combatir el cambio climático y la presión en el sentido opuesto ejercida por la maquinaria económica. En resumen, el problema que se plantea ante todos los gobiernos y agentes económicos es cómo llevar a cabo una transición de un modo de producción que descansa estratégicamente en un insumo barato, pero insostenible (combustibles fósiles), hacia un esquema de producción económica sustentable que no dependa más de este.

Ahora bien, ¿existe alguna experiencia en la historia que ilustre una transición en el esquema de producción económica de esta naturaleza y a esta escala? No como tal, pero sí existe un antecedente cercano. Se trata de la transición que tuvo lugar en el imperio británico a finales del siglo XVIII y principios del XIX de un esquema de producción de riqueza que descansaba prominentemente en la explotación de trabajo esclavo hacia un esquema de producción industrial.

En 1700, el 80 % de la captación de riqueza del imperio británico era exclusivamente resultado de su actividad comercial con el resto de Europa; para 1800, un siglo después, 60 % de este comercio tenía lugar entre Inglaterra, África y América, y descansaba en el control comercial de bienes y servicios producidos por mano de obra esclava (principalmente, productos agrícolas con un altísimo valor comercial en la época). Para finales del siglo XVIII, Inglaterra controlaba más de 80 % del mercado de esclavos y los embarques transatlánticos de los mismos; también era dueña de la mayoría de las plantaciones en las colonias, cuya producción dependía de sus esclavos.

Si bien en la misma época creció un vigoroso movimiento abolicionista, se enfrentó a una poderosa resistencia por parte del poder económico, dado el freno que implicaba para el importante impulso económico que el trabajo esclavo había dado a la economía del imperio británico. Fue hasta 1833 que el parlamento prohibió de manera terminante el uso de mano de obra esclava en cualquier parte del imperio y la subsequente abolición de la esclavitud. Sin embargo, y este es un punto central en este análisis, el abandono de una fuente de riqueza como la producción económica dependiente de trabajo esclavo no fue el resultado de una simple prohibición legal: la ley de 1833 vino acompañada de uno de los esquemas de compensación financiera más grandes que ha habido en la historia.

Específicamente, el gobierno británico preparó un programa de compensación por 20 millones de libras esterlinas de aquella época para resarcir las pérdidas económicas que habrían de sufrir todos los propietarios de esclavos al verse obligados a abandonar este sistema de producción, suma que en términos actuales corresponde a 3 mil millones de libras o 4 mil millones de dólares (el pago de esta deuda contraída por el gobierno británico entonces, no acabó de pagarse sino hasta 2015). Para dimensionar mejor este monto, basta mencionar que esta cantidad representó en aquel momento el 40 % del presupuesto de ingresos del equivalente del Ministerio de Hacienda británico.

El profundo impacto que este programa de compensación tuvo sobre la transición en el esquema de producción económica del imperio británico ha sido ampliamente estudiado en los últimos años. En particular, el Centro de Estudios sobre el Legado del Esclavismo Británico de la Universidad de Londres (Centre for the Study of the Legacy The British Slavery, University College) ha documentado el impulso decisivo que este programa tuvo sobre el subsecuente desarrollo de la revolución industrial y ha catalogado detalladamente al enorme número de empresas, firmas financieras, industrias actuales, y fortunas personales cuyos fundadores fueron beneficiarios directos de aquel programa de compensación. En otras palabras, si bien este impulso financiero no fue la causa de la revolución industrial, si imprimió un impulso decisivo en el proceso masivo de industrialización que tuvo lugar en todo el imperio británico a inicios del siglo XIX.

Toda proporción guardada, el problema de la abolición de la esclavitud de inicios del siglo XIX y la actual crisis climática comparten una problemática similar: la necesidad de forzar una transición de un modelo de producción económica basado en un “insumo” de naturaleza crítica pero insostenible (trabajo esclavo en el siglo XVIII por un lado, y combustibles fósiles en el siglo XXI por el otro), hacia un esquema de producción económica que no dependa más de dicho insumo. Es por esto que la experiencia histórica del entonces imperio británico para promover esta transición tiene mucha relevancia en el marco de la tan deseada transición energética actual: ¿cómo promover el abandono de los combustibles fósiles como una fuente de energía central en el esquema de producción económica actual sin, al mismo tiempo, desencadenar una catastrófica regresión económica?

Si fuéramos a tomar como modelo la estrategia del imperio británico, esto equivaldría a imponer una “abolición” terminante sobre el consumo de combustibles fósiles en combinación con un programa masivo de compensación financiera (hacia todos los agentes económicos) por el abandono de energía dependiente de combustibles fósiles. Cabe subrayar aquí que el gobierno británico a principios del siglo XIX no se vio obligado a suministrar un programa de economía alternativa, sino que fue la propia iniciativa privada, impulsada por aquel importante subsidio, la que se encargó de buscar soluciones vía la industrialización. Regresando a la crisis actual, equivaldría a compensar a los agentes económicos para que dejasen de utilizar combustibles fósiles, apostando a que las soluciones para la transición a un nuevo modelo económico fueran impulsadas por ellos mismos.

Ahora bien, existen limitaciones evidentes al paralelo histórico que aquí se está planteando. Si bien el impacto de la economia de la esclavitud fue sin duda enorme y contribuyó con todos los niveles de actividad económica en el siglo XVIII, los combustibles fósiles en el siglo XXI alimentan e impactan absolutamente todas las cadenas de valor existentes. Esto, sumado a la mayor diversidad y escala de actividades económicas en el siglo XXI, implicaría que un programa de compensación de sustitución de fuentes de energía tendría que ser de un orden de magnitud superior al que se implementó en el imperio británico a principios del siglo XIX.

Un segundo elemento a tomar en consideración es el hecho de que desde finales del siglo XVIII, gracias al desarrollo de las máquinas de vapor, ya se venía configurando un esquema de producción capaz de reemplazar con creces la producción económica basada en la explotación de esclavos. En la situación actual no queda claro en qué medida las fuentes renovables de energía hasta ahora identificadas tendrían el potencial de reemplazar los niveles existentes de consumo energéticos necesarios para mantener la actividad económica actual –no digamos ya superarla–.

Aun tomando en cuenta estas importantes reservas, y dada la urgencia que el combate al cambio climático impone a la necesidad de una radical transición energética y su correspondiente impacto económico, la experiencia histórica de la abolición de la esclavitud nos proporciona claves importantes para la actuación de los estados nacionales ante una emergencia de escala mundial que no admite más ser ignorada: el cambio climático y sus catastróficas consecuencias.

* Laure Delalande (@lauredelalande) es directora de Inclusión y Desarrollo Sostenible en Ethos Innovación en Políticas Públicas (@EthosInnovacion) y Humberto Gutiérrez es investigador en Ciencias Médicas del Instituto Nacional de Medicina Genómica.

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Imagen BBC
“Paga por tus desperdicios”: cómo logra Corea del Sur reciclar el 97 % de sus residuos de alimentos
9 minutos de lectura

“Es un enfoque integral, que combina incentivos financieros con educación pública y regulaciones estrictas”, le dice un experto surcoreano a BBC Mundo.

29 de septiembre, 2024
Por: BBC News Mundo
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Joven comiendo en un mercado
Getty Images
El sistema coreano se basa en un principio básico: “paga a medida que tiras tus restos de comida”.

“Estoy acostumbrada. Para mí es un hábito”.

Yuna Ku es periodista del Servicio Coreano de la BBC y vive en Seúl. La joven paga por reciclar sus restos de comida, que coloca en máquinas con sensores ubicadas en distintos puntos del complejo de 2.000 apartamentos donde reside.

El reciclaje de residuos de alimentos en Corea del Sur puede parecer complejo a primera vista, pero ha transformado al país en un ejemplo para otras naciones.

Jae-Cheol Jang es profesor del Instituto de Agricultura de la Universidad Nacional de Gyeongsang, en el sur del país, y es coautor de un reciente estudio sobre el sistema coreano de reciclar residuos alimentarios.

“Según los datos más recientes que tenemos del Sistema Nacional de Manejo de Residuos, de 2022, en Corea del Sur se procesan cada año cerca de 4,56 millones de toneladas de restos de alimentos (de hogares, restaurantes y negocios menores)”, le dice Jang a BBC Mundo.

“De esa cantidad, 4,44 millones de toneladas son recicladas para otros usos. Eso significa que se recicla en torno al 97,5 % de los residuos de comida“.

El porcentaje es extraordinario.

Si lo comparamos con el caso de Estados Unidos, por ejemplo, la Agencia Ambiental de ese país estima que de los 66 millones de toneladas de residuos de comida generados en 2019 por restaurantes, hogares y supermercados, cerca del 60 % acabó en vertederos.

Naciones Unidas calcula que en 2019 el desperdicio de alimentos en viviendas, establecimientos de venta al por menor y restaurantes ascendió a nivel global a 931 millones de toneladas.

Y destaca este problema cada 29 de septiembre en el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida (en la cadena de producción) y el Desperdicio (en hogares y restaurantes) de Alimentos.

¿Cómo logra Corea del Sur reciclar sus residuos alimentarios en forma tan eficiente? ¿Y qué pueden aprender otros países?

Personas comiendo en mercado en Corea del Sur
Getty Images
En 1996 Corea del Sur reciclaba menos del 3% de sus residuos alimentarios.

Campañas y protestas

El sistema coreano es fruto de un esfuerzo de décadas.

En 1996 Corea del Sur reciclaba solo el 2,6 % de sus residuos de alimentos, pero esto cambió durante la rápida transformación de la economía que venía de los años 80.

“La década de los 80 fue un período fundamental para el desarrollo económico de Corea del Sur”, señala el profesor Jang.

Con la industrialización y urbanización también surgieron problemas sociales, y uno de ellos fue el manejo de residuos“.

Corea del Sur, un país de más de 50 millones de habitantes, también tiene una alta densidad de población, de más de 530 personas por km cuadrado.

En Perú, por ejemplo, la densidad es menor de 30 habitantes por km cuadrado.

Los cambios económicos en Corea del Sur significaron un aumento de vertederos, algunos cercanos a zonas pobladas, y esto generó protestas.

Gente entrando al metro en Seúl
Getty Images
Estación de metro en Seúl. Corea del Sur experimentó un rápido proceso de industrialización y urbanización en la década de los 80.

Los restos de comida mezclados con otros tipos de basura no solo causan mal olor y producen efluentes líquidos, sino que contribuyen al cambio climático.

Los residuos de alimentos, cuando se descomponen, son una fuente de metano, un gas de efecto invernadero aún más potente que el dióxido de carbono.

Campañas ciudadanas exigieron una respuesta al problema de los vertederos.

“Había un fuerte sentido de comunidad destinado a abordar los problemas sociales juntos, y las políticas de gestión de residuos del gobierno combinadas con esfuerzos a nivel nacional nos llevaron a donde estamos hoy”, afirma Jang.

En 1995 se aprobó un sistema de pago por el volumen de residuos generado, sin separar aún restos alimentarios de la basura en general.

En 2005 se prohibió por ley tirar restos de comida en vertederos. Y en 2013 se implementó el actual sistema de Pago por Peso de Residuos de Comida, Weight Based Food Waste Fee o Wbfwf por sus siglas en inglés.

El sistema sigue evolucionando a medida que avanza la tecnología, pero se basa en un principio básico: “debes pagar cada vez que tiras tus restos de comida“.

Bolsas, calcomanías y radiofrecuencia: qué se hace en la práctica

El sistema de pago por residuos de alimentos varía según la región o distrito, e incluso entre diferentes bloques de apartamentos.

Pero en general hay tres opciones.

1. Comprar bolsas autorizadas

Bolsa para residuos de alimentos
Gentileza Yuna Ku
Una bolsa de tres litros cuesta 300 won surcoreanos, que equivalen a aproximadamente 20 centavos de dólar.

En caso de usar bolsas para tirar restos de comida, es obligatorio hacerlo en las bolsas autorizadas.

“En el caso de mis padres, que viven en una casa, ellos compran las bolsas y cuando están llenas las colocan en el jardín por el olor. Las bolsas son recogidas una vez por semana por el servicio municipal”, le dice Yuna a BBC Mundo.

Hay bolsas de distintos tamaños. Una de tres litros cuesta 300 won surcoreanos, unos 20 centavos de dólar. Una de 20 litros cuesta US$1,5.

2. Comprar calcomanías

Trabajadora en un restaurante colocando una pegatina en un recipiente con residuos
BBC
Algunos restaurantes usan calcomanías, o stickers, que colocan en recipientes con restos de comida según el peso.

Los negocios de comida suelen usar calcomanías o stickers que deben comprar previamente. Las calcomanías necesarias son luego colocadas en cada recipiente de residuos según el peso.

Los restos de comida sin consumir en casas y restaurantes pueden ser considerables en Corea del Sur debido a una tradición culinaria del país, el banchan, una gran variedad de platillos que acompañan al plato principal.

3. Usar máquinas con identificación por radiofrecuencia

Yuna tirando residuos de comida en una máquina
Gentileza Yuna Ku
En el complejo de apartamentos de Yuna hay varias máquinas con sensores que pesan los residuos y calculan cuánto hay que pagar.

Hasta junio de este año Yuna compraba bolsas, pero su bloque de apartamentos pasó a un sistema automatizado.

La joven coloca sus residuos en máquinas con identificación por radiofrecuencia, RFID por sus siglas en inglés, que permite la transmisión de datos por ondas de radio a un centro remoto.

“Cada día pongo los residuos en un pequeño recipiente de acero. Y cada tanto lo llevo hasta la máquina, que está cerrada. La máquina se abre cuando coloco mi dirección, o la toco con una de las tarjetas que me dieron al mudarme aquí y que identifican cada apartamento”.

La máquina automáticamente pesa los residuos de comida. En algunos casos el costo es deducido en ese momento de la tarjeta de crédito del usuario. En otros, como en el caso de Yuna, la máquina computa cada uso y el costo se agrega a la factura mensual de servicios públicos como el agua.

“Lo que pagas por mes depende de cuántos residuos tiras”.

La joven, que vive sola, paga por tirar sus residuos de comida menos de US$5 al mes.

“Siento que las máquinas con RFID son más intuitivas que las bolsas”, dice Yuna.

“Personalmente creo que este sistema hace que la gente sea más cuidadosa con sus desperdicios, porque ves el peso exacto cada vez que los tiras“.

Además de las máquinas en edificios de apartamentos, en algunos distritos hay camiones equipados con RFID que pesan los recipientes grandes al recolectarlos y calculan el costo.

Poster que recuerda a la población usar las máquinas con radiofrecuencia
Korea Environment Corporation
Frecuentes campañas de información recuerdan a la población cómo reciclar sus residuos de alimentos.

Las multas

Yuna señala que en general la población cumple con el sistema de reciclaje, que además de reglamentos para restos de comida, incluye normas y recipientes diferentes para aluminio, plástico, papel y otros materiales.

Si alguien bota residuos de comida en forma no autorizada debe pagar multas. La infracción puede verificarse en el caso de negocios por la baja cantidad de residuos computados, o por cámaras de seguridad.

“En mi edificio hubo una advertencia, por ejemplo, con este mensaje: ‘recientemente alguien tiró residuos de alimentos en forma no permitida. Tenemos cámaras de seguridad y estamos observándote. Así que si sigues haciendo esto deberás pagar una multa'”.

En el caso de los hogares las multas pueden superar los US$70, dependiendo de la frecuencia de la infracción.

En el caso de empresas, dice Jang, las multas pueden superar 10 millones de won surcoreanos, que equivalen a más de US$7.000.

Platillos de banchan en torno a una barbacoa en el centro de una mesa
Getty Images
Los restos de comida sin consumir pueden ser considerables en Corea del Sur debido a la tradición culinaria del banchan, una gran variedad de platillos que acompañan al plato principal.

Qué se hace con los residuos

Los restos se reciclan con diferentes fines.

Los principales usos según datos de 2022 son ración para animales (49 %), abono (25 %) y producción de biogás (14 %), explica Jang.

El sistema de reciclaje en Corea del Sur aún enfrenta desafíos.

Uno de ellos es el posible riesgo para la salud animal, ya que las raciones con restos de comida no procesados correctamente pueden transmitir enfermedades.

“Actualmente en la mayoría de los países industrializados se prohíbe o limita el uso de restos de comida en raciones para animales”, le dice a BBC Mundo Rosa Rolle, experta en pérdida y desperdicios de alimentos de la FAO.

En 2019 varios países asiáticos incluyendo Corea del Sur padecieron un grave brote de fiebre porcina africana, una enfermedad viral letal que causa fiebre hemorrágica en cerdos.

El brote llevó a que el gobierno surcoreano prohibiera temporalmente en granjas porcinas el uso de raciones elaboradas a partir de restos de alimentos.

Trabajadores con trajes especiales imponiendo una cuarentena en una granja porcina en Corea del Sur en 2019
Getty Images
El brote de fiebre porcina en 2019 llevó a prohibir el uso de raciones animales elaboradas a partir de restos de comida.

Rolle aclara, sin embargo, que “hay estudios según los cuales, si se usan los métodos correctos de procesamiento, las raciones elaboradas a partir de restos de alimentos son seguras…La industria porcina en Corea del Sur no se ha visto afectada negativamente por el uso de estas raciones”.

Jang afirma que Corea del Sur tiene un sistema estrictamente regulado de procesamiento de residuos de comida para raciones animales a través de métodos como el calentamiento y la fermentación.

Otros desafíos del reciclaje en Corea del Sur son el alto contenido de sal de las comidas típicas (el exceso de sal puede ser nocivo para los animales) y la necesidad de mejorar la tecnología para hacer más eficiente la producción de biogás.

Las lecciones de Corea del Sur

Un secreto del éxito del sistema coreano es que tiene numerosos pilares, como el pago por peso de residuos, las multas, y las campañas frecuentes que enseñan cómo separar residuos y el impacto ambiental de no hacerlo.

Es un enfoque integral, que combina incentivos financieros con educación pública y regulaciones estrictas“, le explica el profesor Jang a BBC Mundo.

“El sistema ha demostrado ser eficaz para reducir el desperdicio de alimentos y podría servir como un modelo valioso para otros países que buscan mejorar su propio sistema de gestión de residuos”.

Otro factor clave es la aceptación por parte de la población.

“En general, los coreanos tienden a cumplir las reglas y tienen un fuerte estándar moral”, dice Yuna.

“Claro que no todos, pero en general. Y además, comparado con el salario promedio en Corea del Sur, el costo mensual de reciclar tus restos de comida no es tan alto”.

Un hombre y una mujer en Corea del Sur sentados a la mesa comiendo en su hogar
Getty Images
“En general, los coreanos tienden a cumplir las reglas”, afirma Yuna.

El ingreso neto mensual promedio en Corea del Sur es superior a los US$2000.

¿Funcionaría un sistema de “paga por tus restos de comida” en países con ingresos mucho menores?

Rosa Rolle señala que políticas como la surcoreana son muy eficaces para sensibilizar a los consumidores sobre sus hábitos de eliminación de residuos, cambiar comportamientos y promover el reciclaje.

Pero agrega que en países con inseguridad alimentaria, como es el caso de naciones en Latinoamérica, el énfasis debería ponerse en maximizar el uso de los alimentos mediante reducción de pérdidas y donación de alimentos, entre otras medidas.

Los sistemas de cada país “deben basarse en datos sólidos y una comprensión de dónde, por qué y en qué cantidad se producen la pérdida y desperdicio de alimentos. Las soluciones deben basarse en la evidencia científica y ser apropiadas al contexto“.

Para la experta de la FAO, “no hay una talla única que sirva para todos”.

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BBC

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