En el contexto de la reciente reforma al Poder Judicial, la iniciativa de reforma constitucional en materia de prisión preventiva oficiosa —dirigida a aumentar el catálogo de delitos inexcarcelables—, agudizará la aplicación de una figura, que es ya, violatoria de derechos. Si una conducta se encuentra en esta lista, significa que basta la mera acusación —hecha, incluso, sin prueba contundente— de haber cometido tal delito para que una persona sea encarcelada por meses y hasta años sin proceso justo y sin que haya sido establecida su responsabilidad. Dar ese poder a las autoridades del Estado aumenta su poder lícito e ilícito y, así, la posibilidad de que sea usado de una manera arbitraria.
No es por nada que las sociedades modernas han desarrollado medidas y prácticas estrictas para garantizar la legalidad y los derechos de las personas frente al poder devastador del Estado de privar de la libertad con una mera acusación y sin fines legítimos que justifican la restricción de este derecho. En la esfera internacional, esas garantías están consagradas en la normativa de derechos humanos, y cobran plena vigencia en México a través de la aplicación del control de convencionalidad. Con base en esta figura, toda autoridad debe adoptar prácticas o decisiones a la luz de las obligaciones contenidas en los tratados internacionales de derechos humanos ratificados por México.
Además de que no se cumplirá el fin con que la iniciativa fue propuesta —consistente en “garantizar la paz, seguridad, salud y continuar con acciones en beneficio de la población”—, la comprometida independencia judicial derivaría en el evidente riesgo de incumplimiento de la obligación de aplicar el control de convencionalidad, y con ello, la imposición de la prisión preventiva se convertiría en una pena anticipada. En el actual escenario, la restricción de libertad está lejos de sujetarse a los fines legítimos de la aplicación de la figura más severa que puede imponerse a una persona acusada sin condena, para así responder únicamente a un falaz clamor popular de paz y seguridad.
La prisión preventiva oficiosa o automática consiste en la detención provisional de una persona mientras dura su investigación para la determinación de su responsabilidad criminal, y es considerada como la “medida cautelar más grave que se puede imponer a un acusado” debido a que resulta en el encarcelamiento sin condena.
Mediante diversos pronunciamientos de organismos internacionales de derechos humanos —emitidos, por ejemplo, por el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre la Detención Arbitraria, la ACNUDH-México, y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos— se ha condenado el uso de la prisión preventiva en México, y en particular, la aplicación de la prisión preventiva oficiosa. De hecho, en dos recientes casos contra México –Tzompaxtle Tecpile y otros y García Rodríguez y otro Vs. MX–, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ordenó reformar la normativa constitucional a fin de derogar esta figura.
A pesar de lo anterior, el expresidente López Obrador ha defendido la prisión preventiva oficiosa. De hecho, durante su mandato tuvo lugar la reforma constitucional en materia de prisión preventiva oficiosa que promovió un mayor uso de esta figura. Además, en el marco de las sentencias de la Corte IDH en contra del país, la presión de López Obrador y de altas autoridades de su administración se ha ejercido en contra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) que —por mencionar un ejemplo— con la decisión del expediente 3/2023 (denominado de “Recepción de Sentencia Internacional”) ha buscado atender los requerimientos dadas por el tribunal interamericano.
El 5 de febrero de 2024, como parte de las reformas del llamado “Plan C”, el entonces mandatario presentó la iniciativa del Ejecutivo federal No. 6457.5. Esta propuesta tuvo el objeto de reformar el artículo 19 constitucional para incrementar la lista de delitos sujetos a la aplicación de la medida en estudio. De esta forma, la citada propuesta tipifica como inexcarcelables los delitos de narcomenudeo, contrabando, enajenación ilícita de drogas sintéticas como el fentanilo, extorsión, defraudación fiscal y cualquier actividad relacionada con falsos comprobantes fiscales. El 13 de agosto, esta iniciativa de reforma fue aprobada por la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados. Casi tres meses después, la Cámara de Diputados emite la declaratoria de publicidad del dictamen el 6 de noviembre, y el 12 de noviembre, discute la iniciativa en comento.
El uso de una figura arbitraria en el marco de la reciente reforma al Poder Judicial se incrementará, en atención principalmente a la limitación de la independencia judicial que la caracteriza, así como al evidente riesgo del incumplimiento del control de convencionalidad.
De acuerdo con la Corte IDH, entre las principales afectaciones que la prisión preventiva oficiosa ocasiona es la de limitar el rol de la autoridad judicial, y con ello, resultar en un acto que deviene exento de todo control real. Al tener por motivación la mera aplicación de la norma constitucional, las y los jueces carecen de decisión para determinar su aplicación. Si esta problemática se inserta en el contexto de la reforma del Poder Judicial, que —tal como ha referido la Relatora Especial sobre la independencia de los magistrados y abogados y la CIDH— compromete la independencia de las y los juzgadores, estamos frente a un escenario en donde no será posible proteger una de las garantías más básicas del debido proceso legal.
Asimismo, se prevé un incumplimiento de lo que se conoce como control de convencionalidad, incorporado al texto constitucional desde la reforma constitucional en materia de derechos humanos de 2011. Se conoce como control de convencionalidad a la herramienta que permite a las autoridades que, con base en el principio pro persona, otorguen la mayor protección en materia de derechos humanos. Ello, mediante la verificación de la conformidad de las normas y prácticas nacionales con la Convención Americana sobre Derechos Humanos, la jurisprudencia de la Corte IDH y demás tratados interamericanos de los que el Estado sea parte.
En atención a la reciente reforma judicial, se presenta un evidente riesgo (si es que aún puede hablarse de riesgo): el de ignorar o incumplir con la obligación de aplicar el control de convencionalidad por parte de las autoridades judiciales. Lo anterior, debido a que la superposición de criterios objetivos en la selección de personas juzgadoras resultaría en la falta de méritos y aptitudes idóneas para entender y aplicar el derecho internacional de los derechos humanos, cuando sea este el que otorgue la mayor protección en la materia. En este contexto, las y los jueces no podrían evitar la superposición de una normativa que —aunque constitucional— resulta inconvencional y contraria al principio pro persona.
No hay duda de que esta iniciativa legislativa, especialmente en la coyuntura actual, presenta serias preocupaciones en el marco de la justicia penal y de derechos humanos. Sin embargo, y a pesar de su (muy) evidente aprobación, no podemos perder de vista la relevancia de lo que involucra el control de convencionalidad —que aplica respecto de todas las autoridades, y no solo de las judiciales— como última posibilidad para garantizar los elementos básicos del debido proceso, así como para evitar la aplicación arbitraria de una pena anticipada para quienes aún no han recibido condena.
*Sofía Galván Puente (@SofiGalvanP) es asesora y supervisora clínica senior de University Network for Human Rights (@unitedforrights). Durante una década, trabajó como especialista de la Secretaría Ejecutiva de la CIDH. Uno de sus cargos fue el de abogada a cargo de la Relatoría sobre los Derechos de las Personas Privadas de Libertad. James Cavallaro (@JimCavallaro) es director ejecutivo de University Network for Human Rights (@unitedforrights), y profesor de práctica de Wesleyan University y profesor visitante de Yale University (Jackson School of Global Affairs). Fungió como Comisionado, Relator sobre los Derechos de las Personas Privadas de Libertad, Relator para México y Presidente de la CIDH.
Nora tiene pesadillas desde que piensa en la posibilidad de ser deportada. Sus hijas Christell y Leah están dispuestas a abandonar EU para mantener a la familia unida.
Nora no durmió durante la noche electoral. A medida que Donald Trump sumaba votos y el mapa de Estados Unidos se teñía de rojo, crecía su temor a ser deportada.
Aunque sus dos hijas son ciudadanas estadounidenses, Nora es indocumentada. Llegó a Estados Unidos hace 24 años, después de que el huracán Mitch devastara su pueblo en Nicaragua.
“Ando desvelada, no he podido dormir. Vuelve el miedo nuevamente”, dice tras pedir que su identidad se mantenga anónima debido a su estatus migratorio.
La campaña republicana insistió en un lema que resume el punto de partida del segundo mandato de Trump frente a los migrantes indocumentados: “¡Deportaciones masivas ahora!”.
Esta propuesta se convirtió en un tema diario de discusión entre Nora, de 47 años, y sus hijas Christell y Leah, de 30 y 19, durante las últimas semanas de campaña, en las que decidieron hacer un plan de respuesta familiar ante el posible triunfo del candidato republicano.
“Nos sentamos a hablar, porque teníamos mucha ansiedad y mucho miedo”, recuerda Nora. “Mis hijas me dijeron que, si tomo la decisión de marcharme de Estados Unidos, ellas se irían conmigo”.
Christell y Leah no pueden pedir a su madre ante las autoridades migratorias porque entró de forma irregular por la frontera sur. “El triunfo de Trump nos aterroriza”.
El expresidente conquistó más de los 270 votos del Colegio Electoral que requería para consolidarse como el ganador de los comicios.
Además, los republicanos lograron el control del Senado, lo cual le permitirá a Trump avanzar en sus iniciativas de gobierno.
JD Vance, el compañero de fórmula de Trump como aspirante republicano a la vicepresidencia, dijo en una entrevista con el canal ABC que la deportación masiva de migrantes podría comenzar con un millón de personas indocumentadas.
Sin embargo, expertos en legislación migratoria cuestionan el costo y la factibilidad de esta propuesta. Algunos estiman que mantener un plan como el que propone Trump costaría alrededor de US$100.000 millones.
Cerca de 11 millones de migrantes indocumentados vivían en Estados Unidos hasta 2022, según la información más reciente publicada por el Departamento de Seguridad Nacional.
Casi la mitad de esta población proviene de México, seguida por Guatemala, El Salvador y Honduras.
Los migrantes indocumentados representan 3.3% de los habitantes de Estados Unidos y al menos 8.3 millones son trabajadores, de acuerdo con el instituto de investigación Pew Research Center.
La mayoría de los migrantes indocumentados se concentran en seis estados: California, Texas, Florida, Nueva York, Nueva Jersey e Illinois.
Sin embargo, el Pew Research Center advierte que este panorama puede haber cambiado durante los últimos dos años debido a tres factores que aún no se reflejan en las estadísticas oficiales:
En el año 2000, cuando Nora se quedó sin empleo después del huracán Mitch, la decisión más difícil no fue emigrar a Estados Unidos junto con su esposo.
Lo más doloroso fue dejar a su hija Christell, quien tenía 6 años en aquel momento, con la abuela.
A la pareja le tomó cuatro años juntar el dinero necesario para sacar a Christell de Nicaragua y llevarla a Estados Unidos. Un año después nació su segunda hija, Leah, en Miami.
Durante su primer gobierno (2017-2021), Trump respondió al repunte en la entrada irregular de migrantes por la frontera sur con una orden polémica: separar a los padres de sus hijos para disuadir a las familias de emigrar hacia EU sin seguir lo marcado por la ley.
Aquella situación sembró tanto miedo en la casa de Nora, que su hija Leah se ofreció a defenderla públicamente de la amenaza de ser deportada, aunque solo tuviera 12 años.
Leah Cayasso se convirtió en redes sociales en “Leah, la activista” (@LeahTheActivist) y se identificaba a sí misma como una “orgullosa hija de migrantes”.
“Quieren quitarme a mi mamá”, dijo Leah desde una tarima durante un acto contra la política migratoria de Trump en 2018, cerca de la Casa Blanca en Washington DC.
“No me gusta vivir con este miedo. No puedo dormir. No puedo estudiar. Estoy estresada”, afirmó entre lágrimas ante una audiencia que le pareció multitudinaria.
“Tengo miedo de que se lleven a mi mamá mientras está en el trabajo, conduciendo o en casa”, expresó en aquel momento.
Seis años después de aquella experiencia, Leah ya no hace activismo, aunque respalda la lucha de su madre por encontrar una alternativa para obtener la ciudadanía.
“Yo tenía las esperanzas de una chica muy joven que no entendía muy bien lo que estaba pasando”, cuenta Leah en una llamada telefónica.
“Fue difícil no ver resultados y hasta cierto punto perdí un poco la esperanza.
“Ahora que comprendo la situación, creo que la mejor opción para mi mamá es que se apruebe un TPS para los nicaragüenses”.
El estatus de protección temporal, conocido como TPS por sus siglas en inglés, brinda una protección a los ciudadanos que no pueden regresar de forma segura a sus países, como es el caso de Cuba, Haití o Venezuela.
El Departamento de Seguridad Nacional de EU ofrece TPS a los ciudadanos de países que afrontan tres “condiciones temporales”: conflictos armados, desastres naturales o sanitarios (como epidemias) u otras circunstancias “extraordinarias”.
En vista de que el perfil de Nora no se ajusta a las condiciones que exige Estados Unidos para optar por el permiso humanitario para los nicaragüenses, considera que la opción más expedita para lograr su legalización es un TPS.
“En estos 24 años que llevo en Estados Unidos, en los que he trabajado y he pagado impuestos, no ha habido ningún otro mecanismo para que yo cambie de estatus”.
“Qué difícil es pensar en volver a Nicaragua”.
El estatus migratorio de Nora es la mayor preocupación de toda la familia.
De hecho, Christell y Leah votaron por primera vez en estas elecciones con la esperanza de que si Kamala Harris ganaba, podría hacer “algo a favor de los migrantes”.
Durante su campaña, Harris prometió que buscaría agilizar el proceso de asilo y abrir vías legales para que los indocumentados tramitaran la ciudadanía.
Pero desde la victoria de Trump, temen verse obligadas a separarse de su madre.
“Me siento un poco triste y decepcionada de ver cuántas personas apoyaron a Trump”, asegura Christell. “Nos afecta mucho saber que nuevamente hay una amenaza hacia nuestra comunidad migrante y en especial hacia nuestra familia”.
En el ejercicio de imaginar los próximos pasos que van a seguir, Christell reconoce que emigrar de Estados Unidos “es una decisión difícil”.
Sin embargo, alberga la esperanza de que Biden tome una medida de última hora y decida conceder el TPS a los nicaragüenses.
En medio de la incertidumbre, Leah se aferra a una única certeza: “Haremos lo que sea por mi mamá”.
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