Hace unos días soñé que estaba participando en un congreso en algún país de Latinoamérica como ocurre habitualmente cada dos años, organizado por la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), o bien en un Diálogo Latinoamericano Intergeneracional entre hombres y mujeres del Comité de Mujeres y Psicoanálisis (COWAP) de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA). Ingreso a una de las conferencias y una joven de ese país, que estaba sentada en la butaca de al lado, me solicita una sesión de psicoterapia. Me pregunta si la puedo atender debido a que acababa de perder a su bebé a los siete meses de embarazo. Nos cambiamos a una salita privada, en el mismo lugar en que se estaba llevando a cabo el Congreso, y cuando le decía “cuénteme, que fue lo que pasó”, me desperté.
Es evidente que me anticipé en el sueño para escribir estas reflexiones y colaborar con este testimonio en nuestra lucha en contra de la violencia obstétrica. En mi caso particular, en mi doble papel: por un lado como especialista en temas de parentalidad, es decir, en temas relativos al deseo o no de embarazar, el proceso gestacional, el nacimiento y desarrollo del infans en los primeros cinco años de la vida, los fenómenos de apego y vínculo materno infantil, la depresión postparto y las pérdidas perinatales. Gran parte de ello como producto de las investigaciones y trabajo realizado en el Departamento de Epidemiología Reproductiva del Instituto Nacional de Perinatología (1991-2007), instituto del tercer nivel de atención de la Secretaría de Salud, ubicado en la ciudad de México. Por otro, como producto de mi práctica privada como psicoanalista, del tratamiento psicoanalítico o psicoterapéutico en el consultorio desde hace más de 30 años.
Pero también como paciente, como abuela. Mis vivencias de acompañar, gozar y esperar con inmensa alegría el nacimiento de mi segundo nieto, hijo de mi hijo menor y su pareja, quienes tenían una niña que estaba por cumplir seis años de edad. Todos en la familia, tanto del lado materno como del paterno, estábamos expectantes del gran acontecimiento. Lamentablemente, por una grave negligencia del equipo médico que atendió el parto, el bebé murió a los seis días de nacido. El gineco-obstetra no se encontraba físicamente en el hospital ya que estaba atendiendo otro parto en otro sitio, y dado que la médico cirujana partera no contaba con permiso para atender en ese hospital –lo cual habría sido responsabilidad del hospital poner a un médico de guardia, o bien no haberlos recibido sin el médico tratante presente- el gineco-obstetra llegó a la carrera y en lugar de hacer una intervención quirúrgica, una cesárea no programada y de emergencia (como ocurrió con el parto anterior, en el caso de mi nieta) forzó una expulsión en la cual se destrozó el cerebro del recién nacido, mi nieto.
Esta es, por supuesto, mi versión de los hechos. Se trató del “quinteto de la tragedia y muerte” -así les llamo- y estaba integrado por una médico general, un gineco-obstetra, su auxiliar también médica, una neonatóloga y una consultora de parto psicoprofiláctico. Cinco profesionales que no pudieron anticipar que se requería una cesárea, ya que una ecografía realizada quince días antes había mostrado que el bebé venía con doble circular del cordón. “También sufrimos como familia otra forma de violencia, relacionada con el registro nacional de donaciones voluntarias de órganos y tejidos, a causa del cual se mantuvo con vida artificial al bebé, ya que no existía en su momento un sistema eficaz para reunir donadores con receptores de órganos, y nosotros que a toda costa queríamos encontrar la forma de salvar algo de ese gran naufragio, insistimos en esperar, pero el costo fue muy alto y el beneficio fue nulo”. 1
Querer a toda fuerza resolver un embarazo por medio de un parto natural, o psicoprofiláctico, sin tomar en cuenta la edad de la madre y la cesárea anterior es, a todas luces -y según mi opinión- un caso de violencia obstétrica. Al parecer, importaba más la fama del hospital y la del médico en resolver partos naturales, su prestigio y el beneficio económico que les proporcionaba atender a una clientela de parejas universitarias, sensibles y preocupadas por buscar la mejor práctica, que por la salud y bienestar del bebé, de la madre y de la familia, que quedó devastada por la muerte de un neonato, muerte a todas luces evitable.
Esta violencia se manifestó también en la prescripción de medicamentos prohibidos en una etapa determinada de la gestación, como fue el caso de Mariana, y otros más debidamente documentados.
La violencia obstétrica se puede observar también de parte de algún personal médico y de enfermería que ignora o desconoce la Declaración de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que dice a la letra: “Todas las mujeres tienen derecho a recibir el más alto nivel de cuidados en salud, que incluye el derecho a una atención digna y respetuosa en el embarazo y en el parto, y el derecho a no sufrir violencia ni discriminación”. 2 Esta Organización señala que “un número cada vez mayor de investigaciones sobre la experiencias de las mujeres en el embarazo y en particular el parto, plantean un problema alarmante. Muchas mujeres en todo el mundo sufren un trato irrespetuoso, ofensivo o negligente durante el parto en centros de salud” (p.1). A lo cual yo agregaría: no sólo en los centros de salud, sino también en hospitales privados, como fue nuestro caso y el de Mariana. Ignorar o desconocer también la Norma Oficial Mexicana NOM 007 SSA2-2016 “Para la atención de la mujer durante el embarazo, parto y puerperio y de la persona recién nacida” 3 es de igual manera una modalidad de violencia obstétrica.
Este tipo de violencia se observa también en todos aquellos procedimientos que desestiman el saber y sentir de las mujeres. Por ejemplo, decir palabras ofensivas y soeces en el momento del parto, sin ninguna muestra de respeto, consideración y empatía por ellas, que en ocasiones puede causar profundos sentimientos de culpa; no avisar a sus familiares del nacimiento del bebé apenas ocurrido, en muchísimos casos pasan horas y horas de angustia los familiares sin que nadie les dé noticia de su paciente (y esto ya ocurría antes de la pandemia); regresarlas del hospital o maternidad teniendo ya 10 centímetros de dilatación; dejarlas “olvidadas” en una camilla de urgencias, sin considerar un posible sufrimiento fetal; usar fórceps de manera errónea, como le sucedió a una paciente cuyo hijo padece de crisis convulsivas continuas hasta la fecha, problemática que ha requerido de tratamientos interminables y un dolor inenarrable; no disponer de unidades de terapia intensiva para bebés prematuros y/o de bajo peso al nacer, o bien para casos de gemelos o cuates, como le ocurrió a un sobrino mío, y que dio como resultado el fallecimiento de uno de los gemelitos. Asimismo, dar de “alta” a neonatos de las Unidades de Cuidados Intensivos que presentan altas probabilidades de morir, con el fin de no aumentar sus estadísticas de “muerte neonatal” en los informes que deben rendir de manera obligatoria en el Secretaría de Salud. No hacer autopsias en todos los casos de muerte neonatal para identificar las causas del deceso.
En términos generales, descuidar, retardar, ignorar las señales de alarma, los signos y síntomas de urgencia obstétrica en la última fase del embarazo; elaborar expedientes incompletos o bien “maquillados” -como fue el caso de mi nieto y de muchos más pequeñitos. No asumir responsabilidad frente al sufrimiento de las madres y familiares, en ocasiones ni siquiera mostrar preocupación, alarma, remordimiento, pesar. Existe una profunda ignorancia por parte de un buen número de gineco-obstetras, neonatólogos/as, enfermeras y enfermeros del impacto emocional y psicológico de una muerte neonatal, de una pérdida que es irreparable, del duelo y aflicción que invade y penetra a toda la familia, de la depresión, tristeza y dolor de todos y cada uno de sus integrantes.
Debería ser una prioridad en todos los hospitales y clínicas de maternidad que brindan servicios reproductivos, el otorgar de manera inmediata apoyo psicológico a la madre y sus familiares en caso de una pérdida perinatal. Asimismo, el conocimiento de los factores de riesgo y de alarma en cada mujer que acude a control prenatal, para ir justamente vigilando con un cuidado extremo aquellos casos donde hay antecedentes de abortos, óbitos, mortinatos, etc. Realizar análisis de laboratorio exhaustivos. Recuerdo el caso de una paciente quien me relató con un sufrimiento inimaginable la muerte de sus cuatro bebés como consecuencia de la negligencia de su médico para identificar un problema hematológico y haberle podido prescribir los medicamentos idóneos. Puedo mencionar el caso de otra paciente donde no intentaron identificar la causa de abortos recurrentes hasta que ella decidió realizarse una salpingoclasia, con el propósito de no seguir sufriendo pérdida tras pérdida, y así muchos casos más, entre los que se encuentran pacientes con desgarro vaginal, caída del suelo pélvico y otros síntomas diversos.
Desde el punto de vista psicológico y de la salud mental, la muerte de un hijo o hija es irreparable, de muy difícil elaboración, ocasiona un dolor innombrable, un gran sufrimiento psíquico, agonía y pena infinitos. Sumerge no sólo a las mujeres/madres, sino a la pareja e hijos si los tiene, a toda la familia, a las abuelas y abuelos en un pozo de tristeza y dolor. En ocasiones provoca no solo una depresión crónica, un trastorno depresivo severo, sino un duelo patológico que puede llegar a inducir suicidio. Otro camino a partir de una muerte nenonatal es contraer algún tipo de adicción, al tabaco, alcohol, a las drogas -tanto legales como ilegales-, al juego, a la comida, a la sexualidad, conductas de alto riesgo y a la violencia.
Puede ser también el principio de trastornos psicosomáticos, en virtud de que al ser casi imposible la elaboración de la muerte de un hijo/a, y ser tan difícil el logro de la simbolización de la experiencia, el pesar, la aflicción, sucede que -en algunas mujeres- se traslada al cuerpo de la madre por lo que puede ser víctima de enfermedades del sistema inmunológico o de otros sistemas. La mujer puede seguir experimentado abortos recurrentes o imposibilidad de volverse a embarazar, a veces por causas médicas bien identificadas, en otros casos por causas psicogénicas como el terror de volver a vivir otra muerte neonatal. Puede propiciar, en ocasiones, la separación de la pareja y, en el caso de los hijos, de los hermanos previos o posteriores al hermano/a que falleció, esta será una presencia ausente que es importante integrar.
Algunas madres y/o padres logran sobrevivir a la muerte de un hijo o hija mediante actos de creación y reparación, que simbolizan la pérdida, como la escritura. Particularmente el arte permite la expresión de todo tipo de emociones y afectos ya sea a través de la pintura, escultura, literatura, teatro, cine, fotografía, performance, etc.
Es importante trabajar los deseos de muerte, de venganza, de destructividad, de ir más allá de la ley del talión, “de ojo por ojo y diente por diente”, ir más allá de nuestro pesar y nuestro sufrimiento por una vida que no se logró, un capullo hermoso que no abrió. Retomando mi sueño, podría decir que entre conferencia y conferencia, entre paciente y paciente, entre un seminario y otro, me encuentro con mi dolor, con el de mi familia a los 13 años del tsunami que atravesó nuestras vidas y del cual, lentamente, hemos ido emergiendo. Es nuestro deseo hacer un reclamo de justicia para las mujeres, madres, embarazadas y parturientes en nuestro país.
* Teresa Lartigue es Psicoanalista y doctora en Psicología. Enseña en el Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Consultora del Comité de la IPA de Estudios de Diversidad Sexual y de Género para Latinoamérica. Editora permanente de Cuadernos de Psicoanálisis. Fue jefa del Departamento de Epidemiología Reproductiva en el Instituto Nacional de Perinatología.
1 Palabras de mi nuera, madre del bebé.
Los cambios que comienzan en el hielo de las cumbres de las altas cordilleras están descendiendo en cascada hacia altitudes más bajas. A medida que el mundo se calienta, cambian las fronteras, los medios de subsistencia y las formas de las montañas.
Es un día soleado de otoño y estoy caminando por una ladera rocosa junto a un glaciar a unos 3 mil metros sobre el nivel del mar, en la frontera entre Austria e Italia.
A mi lado está Paul Grüner, propietario de un hospedaje de montaña en el lado italiano que domina el glaciar. A nuestros pies, una ladera meridional desciende hacia Italia, y al otro lado, una septentrional mira hacia Austria.
Cerca, un poste de madera con una flecha indica “Grenze / Confine”, que significa “frontera” en alemán e italiano, los dos idiomas que se hablan en esta zona multilingüe.
Grüner, que tiene su albergue desde los años 80, me invitó a subir para mostrarme hasta qué punto el glaciar, llamado Hochjochferner, ha disminuido debido al calentamiento global. Una consecuencia sorprendente: su agua de deshielo, que solía fluir tanto hacia Austria por el norte como hacia Italia por el sur, ahora solo fluye hacia un país, Austria.
Esto se debe a que la parte meridional del glaciar ha retrocedido mucho más que la septentrional, y ahora ha desaparecido, afirman quienes conocen el lugar.
Es solo un ejemplo de la profunda transformación que el cambio climático está provocando en las montañas, con consecuencias de gran alcance para todo, desde las relaciones fronterizas hasta los riesgos de desprendimientos de rocas y el suministro de agua en Europa.
“Cuando yo era niño, el glaciar cubría toda esta cresta y el agua de deshielo de ese lado fluía hasta Italia”, explica Grüner, señalando la ladera orientada al sur. Ahora esa ladera es rocosa y está desnuda.
“Aquí, en los Alpes, una de las consecuencias más sorprendentes de la pérdida de glaciares es la diferencia en el agua de deshielo. Por ejemplo, cuando el agua baja de repente por el lado ‘equivocado’ de una montaña, y luego falta por el otro lado”, explica Andrea Fischer, glacióloga y vicedirectora del Instituto de Investigación Interdisciplinaria de las Montañas de la Academia Austriaca de Ciencias.
Eso es lo que ocurrió con el Hochjochferner, asegura. Y es que cuando un glaciar en retroceso se sitúa en una frontera entre países, las consecuencias pueden incluso redibujar el mapa político.
“Desde 2022, hemos tenido una pérdida extrema de glaciares, mucho mayor que en años extremos anteriores”, dice Fischer. “La pérdida es especialmente grande en las grandes altitudes, y ahí es donde suelen estar las fronteras”.
La frontera entre Austria e Italia se trazó en 1919, después de que ambos países librarán una guerra a gran altitud. Las crestas de las montañas definen partes de la frontera, mientras que otras partes están definidas por líneas rectas entre picos, dice Fischer.
Por eso, si se derrumba un pico o se derriten crestas heladas, “la frontera puede verse afectada y desplazarse”.
Los dos países reconocieron el papel del deshielo de los glaciares en su tratado fronterizo de 2006, que establece que su frontera “sigue los cambios graduales y naturales” de las crestas, incluidos los causados por el cambio de los glaciares.
Si un glaciar desaparece por completo, la frontera se define a lo largo de la cuenca rocosa expuesta. Como ambos países pertenecen a la Unión Europea, la frontera está abierta en cualquier caso. Suiza e Italia también están ajustando su frontera debido a la disminución de los glaciares.
El impacto de la disminución de los glaciares puede sentirse hasta en Países Bajos.
Pero también hay una consecuencia transfronteriza mucho mayor, dicen los expertos. Los Alpes son conocidos como el depósito de agua de Europa, ya que sus aguas de escorrentía y deshielo alimentan grandes ríos, como el Rin, que atraviesan varios países.
El agua de deshielo de los glaciares es una parte importante de ese suministro porque reabastece los ríos en pleno verano, durante los periodos calurosos y sin lluvias, afirma Matthias Huss, glaciólogo de la ETH de Zúrich que vigila los glaciares de Suiza. La falta de agua de deshielo de los glaciares alpinos puede causar problemas hasta en Países Bajos.
“Los glaciares retroceden a un ritmo cada vez más rápido”, advierte Huss, que ha visto de cerca ese cambio.
“Cuando vigilas un glaciar, experimentas estos cambios de forma muy vívida”, afirma. “Caminas por el mismo sendero todos los años, hasta el mismo lugar. Y un día, tras décadas de mediciones, llega un momento en que te das cuenta de que se acabó”.
En esos momentos, recoge sus instrumentos y se marcha, bajando por última vez con el equipo desmontado a la espalda. “Por supuesto que esperábamos esa pérdida, pero cuando ocurre, puede resultar emotivo”, dice Huss.
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En el acogedor comedor con paneles de madera de su robusto refugio en el lado italiano de la frontera, Grüner me muestra una serie cronológica del menguante Hochjochferner que discurre a lo largo del muro.
Es coautor de un libro sobre el albergue, titulado Schöne Aussicht – Bella Vista, con motivo de su 125 aniversario. En el siglo XIX, cuando el glaciar era inmenso, los turistas incluso lo cruzaban en trineo tirado por caballos o mulas en verano.
“En julio, agosto y septiembre se puede dar un paseo en trineo por esta zona tan romántica, a 2 mil 800 m sobre el nivel del mar”, señalaba un asombrado observador en 1867, escriben Grüner y sus coautores.
En aquella época, no había frontera nacional a lo largo del glaciar. Hoy en día, la alta montaña recibe más visitantes que nunca y el turismo está en auge. Pero los clubes de montañismo alpino han advertido de que muchos refugios sufren escasez de agua al secarse el suministro local, debido al retroceso de los glaciares y a la menor cantidad de nieve.
Algunos están sustituyendo las cisternas por inodoros secos, eliminando las duchas y pidiendo a los huéspedes que compren agua embotellada para lavarse los dientes.
Grüner no se ha visto afectado, dice, ya que tiene un suministro de agua alternativo: un manantial profundo de montaña, que encontró en la década de 1990. Pero sabe de otros refugios a los que “no les queda agua, y tienen que bombearla desde más abajo”, asegura.
Algunas tradiciones permanecen intactas: los ganaderos del lado italiano del Hochjochferner llevan cada año miles de ovejas al lado austriaco, como han hecho durante generaciones, haciendo uso de antiguos derechos de pastoreo. Solo que ahora, en lugar de caminar por el glaciar, lo hacen por las rocas.
“El Hochjochferner está desapareciendo ante nuestros ojos. Dentro de unos años, habrá desaparecido”, afirma Ulrich Strasser, profesor de la Universidad de Innsbruck (Austria) especializado en modelizar las condiciones del agua y la nieve en los Alpes, y que forma parte de un equipo que observa este glaciar y otros.
Carleen Tijm-Reijmer, profesora asociada de meteorología polar en la Universidad de Utrecht (Países Bajos), visita el Hochjochferner con fines de investigación interdisciplinar desde 2003.
También es coorganizadora de una escuela de verano para estudiantes de glaciología. “Mi impresión del retroceso es triste, y quizá también un poco privilegiada por haber visto los glaciares de los Alpes cuando eran más grandes y seguían ahí”, dice.
Strasser afirma que este impacto emocional merece más atención.
“A los humanos se nos da bien encontrar soluciones técnicas que sustituyan a los elementos naturales”, afirma.
Strasser sugiere que, por ejemplo, se podría almacenar agua en embalses para compensar la ausencia de glaciares.
“Pero un glaciar es mucho más bonito que un embalse gigante. Y eso es lo que no estamos discutiendo lo suficiente, esta cuestión de la belleza natural. Si no protegemos los paisajes naturales que nos quedan, las generaciones futuras ni siquiera sabrán lo que se pierden. Pensarán que así son las montañas: un paisaje de rocas desnudas”.
La cordillera del Himalaya Hindu Kush abastece de agua a habitantes de ocho países distintos, entre ellos China, India, Pakistán y Nepal, varios de los cuales mantienen relaciones hostiles.
Según Miriam Jackson, es posible que el deshielo de los glaciares no afecte tanto a las fronteras nacionales de la zona. Ella es la directora para Eurasia de la Iniciativa Internacional sobre el Clima de la Criosfera, una red de expertos políticos y científicos especializados en la criosfera (las zonas heladas de la Tierra).
Las fronteras montañosas del Himalaya Hindu Kush suelen cruzar glaciares muy altos, que aún no se están derritiendo, dice. Los que ya están desapareciendo son más bajos. Sin embargo, el retroceso de estos glaciares más bajos aún puede causar problemas a través de las fronteras, afirma.
“El agua no reconoce fronteras nacionales: los ríos suelen ser transfronterizos”, afirma Jackson. “Esto es cierto en Europa, y también lo es en el Hindu Kush Himalaya”.
Incluso la gente que vive muy lejos, que probablemente nunca ha visto un glaciar, podría depender mucho del agua de deshielo de ese glaciar, afirma. La desaparición de un glaciar en un país puede dejar secos a los agricultores de otro.
Un riesgo más son las catástrofes relacionadas con el clima. En 2016, un lago glaciar, que se había formado como consecuencia del deshielo, reventó en China y causó daños catastróficos río abajo en Nepal.
“Este es un problema enorme”, afirma Jackson. Como persona que vive en otro país río abajo, “puede que ni siquiera sepas que el lago está ahí, y si está en otro país, no puedes hacer nada al respecto”, como vigilarlo o instalar sistemas de alerta temprana, advierte.
Según Fischer, los Alpes podrían sufrir más catástrofes relacionadas con el agua, que a su vez podrían afectar a las cambiantes fronteras de Europa.
“El escaneado láser ha revelado que las montañas en general son mucho menos estables de lo que pensábamos, incluso en zonas donde parecen iguales”, explica, debido al deshielo del permafrost en su interior.
“Así que aquí, en la alta montaña, tener una frontera 100% fija no va a ser posible a largo plazo”.
Con un strudel de manzana casero en su refugio, Grüner reflexiona sobre nuestra relación con las montañas. Hoy en día podemos subirlas mucho más rápido que antes, gracias a los equipos modernos, afirma. “Da la sensación de que las montañas se han hecho más pequeñas y cercanas desde que yo era niño”, añade.
En el pasado, albergues como el suyo cumplían una función práctica y necesaria, explica, porque entonces “no podías ir directamente del valle a la cumbre, tenías que pasar la noche en algún sitio”.
Esa función práctica ha desaparecido, dice, ya que hoy en día se puede ir directamente a la cumbre y saltarse el refugio. Y sin embargo, los refugios de montaña alpinos son más populares que nunca.
“Ya no necesitamos albergues por razones prácticas. Pero creo que hoy los necesitamos en otro sentido, metafórico: como espacios protectores, donde los seres humanos puedan alejarse de sus preocupaciones cotidianas”, dice Grüner.
“Si nos fijamos en las razones por las que la gente va a la montaña hoy en día, es para entrar en contacto consigo misma y sentirse bien. En el valle, la vida es muy ajetreada. Aquí arriba, todo es más tranquilo. Las montañas son un santuario“.
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