Luego de travestirse en una historiadora del siglo XXII, Martín Caparrós abordó en su libro El mundo entonces los grandes cambios en todos los órdenes o campos de la vida que han marcado el tránsito del siglo XX al XXI ―en la demografía planetaria, en las nuevas prácticas del amor, del sexo, de los géneros, de la alimentación y del trabajo, de las forma de relacionarse social, política y económicamente, de la modificación profunda en los métodos y dispositivos bélicos con que se emprenden las guerras, desde luego el uso de nuevas tecnologías, las mega urbes y sus mini habitantes.
El logro de El mundo entonces no es menor: ofrecer una informada, vertiginosa y convincente historia del presente, la misma que estamos viviendo ahora, el día de ayer y el de mañana y pasado mañana, como si se tratara de historia del pasado. Es fama que Caparrós no es ajeno a esos que en círculos académicos se conocen como las ciencias históricas; sin embargo, Caparrós asume todas las libertades que le otorga no presentarse como un especialista en historia, que sigue una metodología específica y no se parta un milímetro de ella, o peor aún, que pontifica a la menor provocación por ser el poseedor de una única y exclusiva parcela de conocimiento, trabajada en ponencias, en cursos y cátedras, en el enloquecedor encierro del archivo y el cubículo universitarios. Ojo, atención: ello no implica que Caparrós, metido en la personae de una historiadora, falte a la verdad histórica, no remita al lector a datos e información que, y esa es la clave del libro, en el siglo XXII o más adelante estarán disponibles en los archivos del futuro.
Si Caparrós fue capaz de ensamblar una historia futura del presente, en No soy un robot. La lectura y la sociedad digital, Juan Villoro asume el papel, como él mismo lo señala al inicio del libro, del cronista que intenta el retrato epocal de un momento histórico que ha cambiado y está cambiando ―a velocidades inaprensibles en el instante en el que ocurren hitos como la invención de la rueda, de las máquinas de guerra, de la imprenta desde luego― los modos, usos, tensiones, pretensiones con que nos acercamos a la lectura y a la infinita variedad de dispositivos digitales que, guste o no, han replanteado, habría que decir: reconfigurado, las relaciones en las sociedades del mundo de hoy ―para utilizar el título del libro genial con el que Stefan Zweig describió la obliteración de una cultura y del espacio geográfico que la originó, la vieja Europa central, que ni siquiera con el advenimiento de un proyecto civilizador como lo fue la Unión Europea pudo recuperarse ―hoy el rehundimiento, guerras fratricidas de eslavos contra eslavos, proliferación armamentista, extremismos políticos, resulta más que manifiesto.
De igual manera, a la hora de abordar dos de los temas más urgentes, y por la misma razón más manoseados por cualquiera que disponga de una computadora, conexión a internet y acceso a las redes sociales predominantes ―a tal grado que hay quienes corremos de la multitud, en la que no faltan escritores, de opinadores en estos temas como quien elude la peste bubónica―, Villoro no elude acudir a autores provenientes de diversas disciplinas para mejor indagar en un tema que es al mismo tiempo específico, concreto, incluso delimitado, e igualmente una suerte de plasma que estalla y arroja cualquier indicio en direcciones contrarias. La lectura en el siglo XXI y la sociedad digital me parecen, de entrada, temas tan imponentes y a la vez esquivos que se requiere de un cierto arrojo, un cierto temple, para pensarlos realmente a fondo ―sobran reflexiones y meditaciones inocuas―, e intentar aprehenderlos en un libro. Hace años me pareció una feliz locura que Alfonso Armada, corresponsal del diario ABC en Nueva York, escribiera un libro acerca de la Gran Manzana que, por definición, me parecía una misión imposible. Hoy en día, libros como el de Alfonso o el de Juan o el de Caparrós me han forzado a reconvenir: hay asuntos de tal magnitud que solamente son abordables a través de la escritura.
De regreso a No soy un robot: Villoro, ensayista y cronista probado y más que reconocido, acude a su propia experiencia, múltiple, contradictoria, nunca unidireccional, crítica y autocrítica, lo mismo en la forma de observar y acercarse a la lectura y la sociedad digital, que a la hora de escribir ―yo diría que magistralmente: aquí aparece el cronista de la ciudad imposible junto al ensayista que nos presentó a Lichtenberg y nos explicó su hondura filosófica y literaria― acerca de un acto que es un fenómeno de desdoblamiento que es un acontecimiento vital: leer, y sobre uno de esos momentos de aceleración histórica de la cual la mayor parte de la gente no entendemos nada; perdidos entre el 1.0 y el 2.0, apenas logramos navegar entre una innovación tecnológica y su versión siguiente. Esto, además de la filosa e incansable ―evito el adjetivo, ya casi vacío de significado: “benjaminiano”― curiosidad de Villoro ante las culturas highbrow y lowbrow, y donde no hay limitaciones para releer a Esquilo, a Julio Cortázar, a Philip Roth: de igual manera revisar los modos políticos antagónicos, pero al final producto de la sociedad digital, de Obama y Trump, de los sitcoms y reality shows, y de las complejas tramas en las novelas visionarias de J.G. Ballard.
Me parece algo más que una mera coincidencia que Martín Caparrós y Juan Villoro procedan de la misma manera. Solamente el poder de la más sólida hermandad logra el milagro (?) de las afinidades electivas más allá de las afinidades electivas; en este caso, es decir en los casos paralelos de El mundo entonces y de No soy un robot: sabemos que Villoro, como Caparrós a los más reputados scholars, ha leído a Roger Chartier y la legión de académicos que ha convocado en torno a la historia de la lectura; lo mismo cabría decir de Manuel Castells y compañía en el asunto, un poco delirante, de la Edad de la Información. Están ahí, en la crónica/ensayo literario de Villoro más algo más que se me escapa, pero también hay una sugerente relectura de los viejo gurús, Marshall McLuhan, Marx, el otro Marshall, Bergman.
No soy un robot es un libro que despliega ideas, sugerencias informadas que desembocan en preguntas que Villoro, no sé si de forma premeditada, arroja al lector, al internauta, a ese alguien que lee y/o hace click y se hace más preguntas, preguntas al por mayor, acerca del mundo ultra-conectado que lo mismo goza que padece: para nadie es noticia que la demencia se ha instalado en las redes, excepto para los dementes; para quien extrae conocimiento valioso de cualquier mina, física, libresca, virtual, la red, la sociedad digital ofrece recursos infinitos. No todo allá arriba es basura dispersa y flotante.
Se trata de los dos lados de la vieja moneda. Al menos hasta que, para acceder a ciertas estrellas de la post-galaxia Gutenberg, tengamos que conceder: sí soy un robot.
* Bruno H. Piche (@BrunoPiche) es ensayista y narrador. Ha sido editor, diplomático, promotor cultural y de negocios internacionales. Es autor de los libros Robinson ante el abismo, Noviembre, El taller de no ficción, Los hechos y más recientemente, La mala costumbre de la esperanza (Literatura Random House). En 2025 aparecerá su libro de ensayos biográficos del primer premio Nobel mexicano, Alfonso García Robles, por El Colegio Nacional, del cual García Robles fue un destacado miembro.
Fiscales de Nueva York presentaron una acusación formal contra el sospechoso del asesinato del ejecutivo Brian Thompson, director de la aseguradora de salud UnitedHealthcare.
El sospechoso del asesinato del director de la empresa de seguros de salud estadounidense UnitedHealthcare fue acusado formalmente este martes de asesinato en primer grado, según informó el el fiscal del distrito de Nueva York.
Luigui Mangione se enfrenta a varios cargos, incluido el de asesinato en primer grado, y dos cargos de asesinato en segundo grado, uno de los cuales describe el mortal ataque contra el ejecutivo Brian Thompson como un acto de “terrorismo”, detalló el fiscal Alvin Bragg.
“La intención era sembrar terror”, señaló el fiscal, que calificó el tiroteo como un “asesinato aterrador, bien planificado y dirigido”.
Está previsto que Mangione comparezca ante el tribunal este jueves para decidir si se le traslada de Pensilvania a Nueva York por los cargos que se le imputan, aunque Bragg sugirió que el sospechoso podría no oponerse a ello.
“Tenemos indicios de que el acusado podría renunciar a esa audiencia”, dijo Bragg.
El procedimiento de traslado está previsto para el mismo día que la audiencia preliminar de Mangione por cargos relacionados con armas de fuego en Pensilvania.
Brian Thompson, de 50 años, fue asesinado a tiros el pasado 4 de diciembre fuera del hotel Hilton de Manhattan, donde UnitedHealthcare, el gigante de seguros médicos que él dirigía, estaba celebrando una reunión de inversionistas.
Mangione fue detenido en un restaurante McDonald’s de Altoona (Pensilvania) cinco días después. Portaba un documento de identidad falso y una “pistola fantasma”, como se conoce a las armas ensambladas a partir de piezas imposibles de rastrear.
En una rueda de prensa celebrada el martes por la tarde, tanto Bragg como Jessica Tisch, comisaria del Departamento de Policía de Nueva York, hablaron sobre los cargos presentados.
Además de la muerte de Thompson, el sospechoso también se enfrenta a acusaciones por posesión de armas y falsificación. Si es declarado culpable de los cargos más graves, Mangione podría enfrentarse a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Al ser preguntado por los cargos concretos de terrorismo, Bragg respondió que “en sus términos más básicos, se trató de un asesinato que pretendía evocar el terror“.
También arremetieron contra quienes han elogiado a Mangione por su tiroteo del 4 de diciembre: “En las casi dos semanas transcurridas desde el asesinato del señor Thompson, hemos sido testigos de una espantosa y atroz celebración de un asesinato a sangre fría”, declaró Tisch.
“No celebramos los asesinatos y no enaltecemos el asesinato de nadie”, señaló.
Los fiscales neoyorquinos comenzaron la semana pasada a mostrar a un jurado las pruebas de su caso contra Mangione.
En caso de darse la extradición entre estados, es probable que el joven de 26 años sea recluido en Riker’s Island o en otra prisión de Nueva York.
Las pruebas contra Mangione incluyen los rastros de sus huellas dactilares en la escena del crimen, dijo Tisch.
El abogado de Mangione, Thomas Dickey, aseguró que no ha visto pruebas que vinculen el arma de su cliente con el crimen.
Según el fiscal Bragg, el sospechoso llegó a Nueva York el 24 de noviembre y se alojó en un hostal de Manhattan utilizando un documento de identidad falso antes de llevar a cabo el ataque contra Thompson 10 días después.
Además de la “pistola fantasma” y el documento de identidad falso, cuando fue detenido se le encontraron un pasaporte y un documento manuscrito en el que se indicaba la “motivación y premeditación”, según la policía.
Mangione fue acusado formalmente en Pensilvania de falsificación, porte de armas de fuego sin licencia, alteración de registros o documentos de identidad, posesión de instrumentos delictivos y entrega de una identificación falsa a la policía.
Mientras espera su destino, permanece en régimen de máxima seguridad en la Correccional Estatal de Huntingdon, en Pensilvania.
Se le ha denegado la libertad bajo fianza.
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