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Hay niños presos y torturados en Venezuela
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Hay niños presos y torturados en Venezuela

70 niños siguen presos en Venezuela, acusados de terrorismo e instigación al odio tras ser detenidos desde el pasado 29 de julio. Son niños que solo estaban en sus calles donde compran pan o visitan a sus amigos cuando fueron abordados de forma violenta por oficiales. Han sido víctimas de torturas, tratos crueles, inhumanos y degradantes, y se les ha negado el derecho a una defensa privada.
21 de octubre, 2024
Por: Luis Carlos Díaz

Hay niños presos en Venezuela. Algunas narrativas cómplices con las violaciones de derechos humanos dicen que “no”, que “no son niños”, que son adolescentes o que son solo jóvenes. Y eso no es así. También son niños, según la Convención oficial de la ONU sobre el tema. 1

Luego, quienes imponen el discurso dicen que los niños “estaban protestando”, como si eso justificara que han sufrido desapariciones forzadas, incomunicación, aislamiento y que se les ha negado el derecho a la defensa privada. Algunos también han sido víctimas de torturas, tratos crueles, inhumanos y degradantes, los han electrocutado, humillado y rapado. Incluso han sido víctimas de violencia sexual en la cárcel, como denunció la Misión de Determinación de Hechos. Algo que se dice para tapar el horror (y no pueden) es que “están atravesando un proceso judicial” y “hay que esperar por los tiempos de la justicia”, que es supuestamente autónoma, otra mentira en Venezuela. En realidad los han sometido a juicios telemáticos, en los que los condenan desde Caracas a través de una pantalla de Zoom y juntan en una misma causa a decenas de niños que ni siquiera se conocen, que nunca se habían visto hasta estar encerrados. Para que eso ocurra hay complicidad entre muchos funcionarios. No es el abuso de unos pocos. Es un sistema que intenta generar miedo en la población después de haber perdido las elecciones.

Todo eso ha pasado en Venezuela desde el 29 de julio hasta hoy, bajo la mirada de algunos países cómplices, supuestamente neutrales, y de personas que se dedican a fortalecer el negocio petrolero financiando las violaciones de derechos humanos contra la población. Todos esos grupos necesitan la mansedumbre y el sometimiento del horror. Son parte del mismo sistema.

A los niños se les acusa de terroristas, instigadores del odio y otras cosas, cuando la mayoría de los padres y madres han dicho e incluso han compartido videos que demuestran que solo estaban en la calle, en sus calles donde van a comprar pan o visitar a sus amigos, cuando fueron abordados de forma violenta por oficiales. La táctica represiva parece una pesca de arrastre de gente vulnerable. Es como si hubiese cuotas de detenidos para satisfacer las cifras que se anunciaron desde el poder con antelación a las detenciones.

Todavía hay niños presos. Incluso una embarazada de 16 años fue maltratada mientras los oficiales le decían que debía abortar para no tener más “terroristas”, eso lo reportó El Mundo hace semanas, y obtuvo la indiferencia del poder y sus aliados.

Apenas se logró la liberación de 50 niños, mientras agencias internacionales de protección dejaban de lado su mandato de hablar alto y claro frente a estos abusos.

Todavía faltan alrededor de 70 niños, algunos de ellos dentro del espectro autista y con discapacidades. De nada han valido los informes médicos y los llantos de sus familias. Algunos se han deprimido y hablan de suicidio, como otros adultos presos que también la están pasando bastante mal. Han ocurrido cosas aún más horrorosas como que los engañen diciendo que verán a un psiquiatra, cuando en realidad era un funcionario disfrazado que les decía que si aceptaban los cargos falsos en tribunales se irán de allí más rápido. El poder está desesperado por blanquear las detenciones arbitrarias que cometió y justificar así todas las denuncias acumuladas.

Los familiares dicen que los están forzando a grabar videos para autoinculparse de crímenes que no han cometido. También que las autoridades quieren que los niños presos señalen a María Corina Machado y Edmundo González de pagarles 30 dólares para protestar. Eso ha sido un patrón sistemático. Madres de distintas regiones del país han dicho lo mismo y entre ellas no hay ninguna conexión. Solo se explica porque es una orden superior.

Hay niños presos y torturados, y no ha habido una sola persona en el chavismo que públicamente condene, critique o frene eso. ¿Cómo se explica el silencio? ¿Cuándo terminará el horror desde el Estado contra su población más vulnerable? Ya perdieron las elecciones. Lo sabe cada vez más gente fuera del país, pero dentro de Venezuela lo saben todos desde el propio 28 de julio. Perdieron en todos los Estados y al menos en 300 municipios, el 90 % de los municipios del país. Tener a dos mil presos políticos no va a revertir esos resultados, por más que envíen emisarios a decir que Venezuela es tan solo un problema de partes que no se ponen de acuerdo, o de radicales que no ceden en sus posiciones.

Hay niños presos y sus madres deben llevarles comida, agua, jabón, cepillos dentales, medicinas y ropa. Todo. Porque el Estado no garantiza nada. Ya se ha denunciado la comida descompuesta y la falta de proteínas. Las familias deben llevar insumos y además muchas veces deben pagar para que les permitan ingresar esas cosas en las cárceles. En Venezuela hay una crisis humanitaria compleja y los familiares de los presos políticos se llevan la peor carga de todas, porque todavía no tienen atención diferenciada en los organismos humanitarios presentes en el país.

¿A quién se le pide en un momento así? Solo han sido otras personas y organizaciones de la sociedad civil las que de formas muy limitadas han tratado de colaborar, pero la cárcel se traga todo. La represión y la extorsión son un pozo sin fondo. Padres, madres y abuelas se endeudan, hacen rifas, necesitan y ya no saben cómo más pedir, porque sus hijos pierden peso, pierden tiempo y pierden la vida mientras el mundo discute resoluciones.

Muchas madres también han perdido su trabajo porque deben cuidar a sus niños presos a diario. Deben surtir las prisiones, pero al mismo tiempo lo hacen sin poder verlos, sin darles un abrazo, sin saber mil cosas, sin poder llevárselos a casa, sin curar sus heridas ni verlos limpios y sin saber si la comida que les prepararon les llega o se la quedó alguien más. Son madres que esperan y desesperan, porque sus niños no están en clases. Porque ya empezó el año escolar con ellos ausentes, porque en Venezuela hay niños presos políticos y con ellos están presas sus familias, como preso está el país.

* Luis Carlos Díaz (@LuisCarlos) es periodista y ciberactivista hispanovenezolano. Facilitador de temas digitales. Defensor de derechos humanos. Creador y estratega de contenidos. Asesor de comunicación. Expresidente de Internet Society Venezuela (2019-2022). El texto fue publicado originalmente en la cuenta de X del autor.

 

1 La Convención sobre los Derechos del Niño define “niño” como una persona menor de 18 años, a menos que las leyes pertinentes reconozcan una mayoría de edad anterior.

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Imagen BBC
La vida de los hibakusha, sobrevivientes de las bombas atómicas que vivieron con miedo y ganaron el premio Nobel de la Paz
9 minutos de lectura

Para muchos habitantes de Hiroshima y Nagasaki sobrevivir a las bombas fue solo el comienzo de una vida en la que combatieron dolores físicos pero también profundas heridas emocionales.

11 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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Las bombas de Hiroshima y Nagasaki terminaron con la vida de miles de personas en un instante. Para los sobrevivientes fue solo el comienzo de años de dolorosas heridas, enfermedades, miedo, sentimiento de culpa y discriminación.

La organización Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha o sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre las ciudades japonesas en 1945, ganó el Premio Nobel de la Paz este año.

El movimiento representa a los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que residen en Japón, Corea y otras partes del mundo.

No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos del 6 y el 9 de agosto de 1945,.

Los cálculos más conservadores estiman que cinco meses después de los ataques unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades.

Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.

Escombros de edificios en Hiroshima.
Getty Images
Hiroshima quedó arrasada tras la explosión de la bomba.

El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.

Sus testimonios no solo dan cuenta de lo que vieron, sino de los traumas que aún llevan dentro.

“Hay muchos hibakusha que son narradores sociales, pero no son capaces de contarle su propia historia a sus hijos”, le dice a BBC Mundo Yuka Kamite, profesora de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha estudiado la salud mental de los hibakusha.

Una dura batalla

Se calcula que hoy aún viven unos 140.000 hibakusha, que rondan los 80 años de edad.

¿Cómo ha sido la vida de los hibakusha y por qué sobrevivir a la bomba fue solo una parte de la dura batalla que han dado para llevar una vida digna?

Miedo

Los hibakusha que recibieron el impacto de la bomba sufrieron quemaduras y heridas que marcaron sus cuerpos y sus rostros.

Una sobreviviente con quemaduras en la cara
Getty Images
Muchos sobrevivientes sufrieron quemaduras y de los efectos de la radiación.

Aquellos que estuvieron expuestos a mayores dosis de radiación, aunque a primera vista parecían ilesos, luego mostraron síntomas como pérdida del pelo, sangrado y diarrea.

Luego se reportó un aumento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.

“Todavía siento miedo de que se me puedan manifestar las consecuencias de la radioactividad y morir en cualquier momento”, le dice a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que tenía 6 años el día de la explosión y que hoy, a sus 81 años, vive en México.

Ese miedo los llevó a una vida de estrés, confusión, incertidumbre y ansiedad. Incluso vivían con temor de pasarle los efectos de la radiación a sus hijos.

“Los efectos de la radiación son invisibles, eso los hizo sentirse inestables e intranquilos, sin saber qué iba a pasar con su futuro”, le dice a BBC Mundo Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki.

Dos sobrevivientes con heridas
Getty Images
Las bombas causaron heridas físicas y psicológicas.

El miedo marcó para siempre la salud mental y emocional de muchos hibakusha.

Luli van der Does, profesora en el Centro para la paz de la Universidad de Hiroshima que ha estudiado los efectos de la bomba en los sobrevivientes, menciona algunos ejemplos de cómo el miedo se quedó grabado en sus mentes.

“Algunos no pueden comer pescado seco porque les recuerda el olor de los cuerpos quemados”, le dice van der Does a BBC Mundo.

“Otros se tuvieron que ir de Hiroshima y nunca volvieron a visitar su ciudad, otros dicen que no pueden comer pepinos, porque ante la falta de medicinas tras la bomba era lo único que podían usar para curar sus heridas”.

Yasuaki Yamashita en una foto de cuando era pequeño a la izquierda y una foto reciente
Cortesía/Marcos González
Yasuaki Yamashita tenía 6 años cuando explotó la bomba en Nagasaki. Hoy, a sus 81 años, vive en México.

“En casos más severos, dicen que no pueden cruzar puentes ni ver ríos, porque comienzan a recordar los cadáveres que veían flotando tras la explosión”.

El miedo les afectó su salud emocional pero, además, los lanzó a una realidad que hizo aún más difícil su lucha por llevar una vida soportable después de la bomba.

Discriminación

Las heridas físicas, el temor a que los efectos de la radiación pudieran ser contagiosos y los traumas psicológicos de los hibakusha llevaron a que muchos comenzaran a ser discriminados por su condición.

“La gente temía que los sobrevivientes tuvieran una enfermedad contagiosa”, recuerda Yamashita.

“Decían: ‘Hay que separarlos, no hay que casarse con ellos, no hay que tener amistad con ellos’”.

El temor a la discriminación llevó a que muchos ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a hablar de ello.

“Aquellos que tenían queloides [crecimiento excesivo del tejido de una cicatriz] en el cuerpo usaban mangas largas para cubrir sus cicatrices, incluso en pleno verano”, dice la profesora Kamite.

Una persona muestra sus cicatrices abultadas
Getty Images
Los sobrevivientes ocultaban sus cicatrices queloides por miedo a la discriminación.

También se les hacía difícil conseguir y conservar sus trabajos. Así lo recuerda Yasuaki Yamashita:

“Cuando salí de la preparatoria comencé a trabajar y casi al mismo tiempo comencé a sufrir los efectos de la radiación.

Empecé a perder la sangre, evacuaba sangre, vomitaba sangre, entonces no podía trabajar.

Si conseguía un trabajo, venía esa enfermedad y tenía que renunciar, así duré como dos años.

Mucha gente me decía que yo era un flojo, que no quería trabajar, pero no era eso, era que simplemente no podía trabajar. Yo necesitaba trabajar, pero no podía”.

Para las mujeres la situación muchas veces era aún más difícil.

En esa época casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

Setsuko Thurlow
Getty Images
Setsuko Thurlow recuerda que cuando era joven, poder casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

“Era casi la única cosa que una mujer esperaba”, recuerda Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus recuerdos durante un evento en línea para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.

“Con esas cicatrices queloides, esas mujeres perdían la fe y la esperanza en la vida”, dijo Thurlow, quien en 2017 recibió en nombre de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz que se le otorgó a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por su sigla en inglés).

Keiko Ogura, otra sobreviviente de Hiroshima, recuerda que vivió esa discriminación en carne propia. Así lo contó en conversación con BBC Mundo:

“Tenía 8 años, era solo una niña pequeña en la escuela elemental, pero sabíamos que no debíamos decir que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo relacionado con la radiación, no nos podríamos casar.

No decíamos que éramos sobrevivientes. Teníamos un certificado de sobrevivientes y al mostrarlo en el hospital podíamos recibir tratamiento médico que ayudaba a pagar el gobierno. Sin embargo, la gente nos decía ‘no muestres eso’.

Keiko Ogura
Getty Images
A Keiko Ogura le enseñaban que no debía decir que era una sobreviviente de la bomba.

Al principio yo no le prestaba atención, sentíamos que todos compartíamos el mismo destino, pero cuando ya era una mujer en edad de casarme, a los 18 o 20 años, los hombres jóvenes de fuera de la ciudad me preguntaban “Keiko, ¿dónde estabas al momento de la bomba?Por mi parte no hay problema, pero a mis padres les preocupa”.

Sé que muchas otras personas también tuvieron esa experiencia”.

La profesora Van der Does cuenta que cuando llegaba el momento de casarse, algunas personas contrataban detectives para investigar si la pareja había estado en Hiroshima al momento de la bomba.

Otros, por su parte, sintieron esa discriminación de una manera más sutil o indirecta, y los puso en una posición vulnerable ante la sociedad. Una “discriminación silenciosa”, como la llama la profesora Van der Does.

Yoshiro Yamawaki con una camisa a cuadros.
Cortesía Yoshiro Yamawaki
Yoshiro Yamawaki lamenta no haber podido estudiar una carrera porque tras la muerte de su padre tuvo que dedicarse a trabajar.

“No sabes exactamente qué tipo de discriminación estás sufriendo, pero simplemente la sientes en tus interacciones sociales, o al darte cuenta de que a lo largo de tu vida has recibido un trato injusto”, explica.

Yoshiro Yamawaki, sobreviviente de Nagasaki, es uno de esos casos de discriminación silenciosa.

“La bomba mató a mi padre, mi madre tenía siete hijos y no podía hacerse cargo de ellos. Por eso, tuve que dedicarme a trabajar, sin poder ir a la universidad, creo que eso fue una forma de discriminación”, dice Yamawaki en conversación con BBC Mundo.

Según explica Van der Does, es difícil conocer el daño psicológico y emocional que sufrieron los hibakusha porque muchos murieron sin ser capaces de hablar de ello.

Keiko Ogura con 8 años.
Cortesía Keiko Ogura
Keiko Ogura tenía 8 años cuando estalló la bomba en Hiroshima.

“Hay muchos que no han admitido ser hibakusha por el miedo a la discriminación”, dice la investigadora.

En una reciente encuesta que Van der Does realizó entre 1.652 hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, encontró que el 31% de ellos ha sufrido varios tipos de trato discriminatorio a lo largo de su vida.

Esa discriminación en ocasiones se dio entre los mismos hibakusha.

“Los hibakusha conocían mejor que nadie lo que les ocurría, por eso muchas veces se discriminaban entre ellos”, dice Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.

Setsuko Thurlow hablando desde la tribuna de los premios Nobel
Getty Images
En 2017 Thurlow asistió a la ceremonia del Premio Nobel representando a las víctimas de los bombardeos.

Según Van der Does, esa discriminación era fruto del miedo y de la desesperación por vivir. “Estaban luchando por sobrevivir, tenían que competir entre ellos por lograr algún tipo de ayuda”, dice la profesora.

Culpa

Al miedo y a la discriminación con que cargaban los hibakusha muchas veces se les sumó un sentimiento de culpa por haber escapado con vida o haber sido incapaces de ayudar a quienes pedían auxilio.

Ese sentimiento de culpa de los sobrevivientes les causó sufrimiento a largo plazo, explica la psicóloga Kamite.

Hiroshima destruida tras la bomba
Getty Images
Muchos hibakusha desarrollaron un sentimiento de culpa por no haber podido ayudar a las personas heridas.

Así lo recuerda la sobreviviente Keiko Ogura:

“Yo, al igual que el 90% de los sobrevivientes, tuve un sentimiento de culpa porque vi morir a familiares y amigos. Después de la explosión vimos gente bajo los edificios derrumbados pidiendo ayuda, pero no podíamos ayudarlos, estaban atrapados. Las madres trataban de sacarlos pero era muy difícil.

Luego, el fuego se esparció tan rápido que no tuvieron más opción que irse del lugar.

Eso los hizo preguntarse: ¿por qué no pude cumplir con el deber de ayudar a mis hijos hasta el último momento?

Tras la explosión, dos personas muy heridas se me acercaron y solo decían ‘agua, agua’. Yo les di de beber y luego murieron frente a mí. En ese momento no lo entendía, era solo una niña de 8 años, pero comencé a culparme porque sentía que los había matado. Sentía que si no les hubiera dado agua, ellos no estarían muertos. Me sentí así durante más de 10 años”.

Yasuaki Yamashita hablando en un foro
Getty Images
Algunos hibakusha cuentan su historia en eventos públicos, pero otros prefieren permanecer en silencio.

Según los expertos, la dificultad que muchos sobrevivientes tienen para hablar de su experiencia les ha afectado sus vidas.

“El velo de silencio sobre estos temas funcionó para ocultar las transgresiones ocasionadas por las secuelas atómicas”, dice Kamite.

Contra el silencio

Algunos hibakusha, sin embargo, han combatido ese silencio y comparten sus historias con los medios o como parte de campañas en contra de la proliferación de armas nucleares.

“Algunos están motivados por la ira, otros por un sentido de misión social, y otros pueden estar motivados por la respuesta al trauma”, dice Kamite.

Takashi Morita sostiene unas flores en la mano
Getty Images
Algunos hibakusha se convirtieron en activistas en contra de las armas nucleares.

La profesora, sin embargo, advierte que son solo unos pocos quienes participan en estas actividades sociales y que es probable que muchos hibakusha hayan sido una “mayoría silenciosa”.

Van der Does, por su parte, explica que con el tiempo los hibakusha lograron construir un sentido de comunidad que los ayudó a ganar aceptación en la sociedad.

“Se convirtieron en líderes en la lucha por el desarme nuclear”, dice la profesora. “Pasaron de ser víctimas a creadores de un mundo nuevo”.

Línea gris
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