Contrario a lo que abandera el discurso oficial, México tuvo su cuarta transformación hace ya algunas décadas. Si seguimos la narrativa que inició el expresidente López Obrador y podemos comprender la historia de México a través de “transformaciones”, dándose la primera en la Independencia, la segunda en la Reforma y la tercera en la Revolución, está claro que hubo una cuarta transformación que él y sus seguidores no reconocen, pero que tiene todos los elementos de las otras tres: la transición a la democracia.
Consideremos a cada una de las “transformaciones” como cambios en el paradigma de la vida pública de nuestro país. En cada una de ellas se dieron cuatro cambios sustantivos: una modificación sustancial de nuestras leyes, la creación de instituciones que soporten un nuevo orden social, nuevas reglas políticas no escritas y un cambio en los actores políticos relevantes. La transición a la democracia que vivimos en los años 90 contó con todos estos factores.
De 1988 a principios de los años 2000 México cambió radicalmente en todos estos aspectos. A pesar de que no hubo un cambio de Constitución, sí se le modificó a tal grado que era claro que se estaba dibujando un país muy distinto al que se tenía en el proyecto original de 1917. La apertura comercial y reforma agraria de los 90 cambiaron el sistema económico proteccionista que caracterizaba al México de la Revolución, la implementación de un sistema de representación mixto con asientos plurinominales en el Congreso era diametralmente distinto a aquel que claramente decía que todos los sectores de la sociedad cabían en el partido oficial o incluso la reforma en materia de derechos humanos de 2011 era una partida radical del sistema donde el Estado estaba siempre por arriba, por delante y antes que cualquier persona. Los cambios en nuestras reglas se dieron de manera muy profunda.
Nuestras instituciones clave también cambiaron profundamente. Muestra de ello son creación del Instituto Federal Electoral (posteriormente Instituto Nacional Electoral), del Instituto Federal de Acceso a la Información (posteriormente Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales) y el puñado de organismos autónomos y técnicos que durante décadas abanderaron el mensaje de que el México de esta etapa se entendía con la construcción de instituciones con alta capacidad técnica y con autonomía del devenir político. Incluso podríamos aventurarnos a decir que la conformación del Poder Judicial formaba parte de esto y que en esta etapa representaba el principio de la independencia y hermetismo (para bien y para mal) del Poder Judicial a presiones externas.
En las reglas no escritas se pasó de ser un sistema cerrado y de una voz a uno que obligaba a la competencia y al consenso. Con todos los cambios anteriormente mencionados, se avanzó a una dinámica donde los actores políticos se vieron obligados a reconocer a las otras partes del sistema político y a la necesidad de llegar a acuerdos para avanzar. El dato de que desde 1997 hasta el 2018 no fue posible realizar ningún cambio legal por una sola fuerza política y que todo tuvo que derivar de un acuerdo es demoledor: pensemos en la socialización política de los actores con esas reglas, todo se tenía que comenzar sabiendo que nadie traía todas las de ganar ni todas las de perder.
Finalmente, en lo que respecta a los actores políticos es donde se vio el cambio más evidente. La transición a la democracia trajo un equilibrio tripartidista en el país, que cualquiera que vea un mapa de la distribución de los votos en las elecciones de 2003, 2006, 2009, 2012 y 2015 puede ver. PAN, PRI y PRD lograron un relativo equilibrio donde cada quien controlaba estados “bastiones” y el resto eran disputados siempre entre dos de los tres competidores. En lo que respecta al Congreso, los escaños se repartían de manera más o menos equilibrada, y se llegó incluso al punto donde un acuerdo por parte de los tres partidos nombrado como “Pacto por México” demostró que si ellos se ponían de acuerdo no era necesario consultar a nadie más. El cambio en los actores políticos de la transición fue tan fuerte que a los guerrilleros los puso de corbata para defender la agenda del PRD y a los empresarios los sacó a recorrer sus calles para buscar los votos para el PAN.
Ahora, todos y cada uno de esos elementos está muerto en la actual realidad mexicana. Si aceptamos que la vida pública de México se puede dividir en “transformaciones”, tenemos que aceptar que la cuarta fue justo la transición a la democracia, y si aceptamos esto también estamos implicando que ésta comenzó a morir en 2018 y quedó completamente enterrada en 2024.
En el México de hoy se han cambiado nuevamente los cuatro elementos que mencionamos. No ha habido una nueva Constitución, pero los cambios que se le han venido realizando y, mayormente, la reforma al Poder Judicial han cambiado sustancialmente las leyes que nos rigen y las reglas que tenemos para hacerlas valer.
Las instituciones emblemáticas de la transición han sido desaparecidas, asfixiadas o capturadas y no tienen hoy la relevancia que tenían hace 6 o 10 años. El mensaje de nuestras instituciones ya no es que sean confiables por su independencia política o suficiencia técnica, sino que lo son en la medida en que se apegan y comprometen con un proyecto político que (se supone) abandera la justicia social que reclaman las personas que no estuvieron conformes con la transición a la democracia.
Las reglas no escritas ya no buscan el consenso o la competencia, sino que privilegian la descalificación del adversario y la cercanía a alguno de los liderazgos del partido gobernante. Lo podemos ver hasta en las actitudes de las personas que buscan figurar a algún puesto político: no presumen sus habilidades, credenciales o incluso qué tan competitivas pueden ser, presumen su cercanía con los liderazgos emblemáticos de Morena; la mayor y más fuerte credencial de un liderazgo local se ha convertido en una foto o reunión con la presidenta. La decisión de quién gobierna ya no tiene tanto peso en las elecciones, lo tiene en los procesos de selección de candidaturas de Morena.
Finalmente, los actores políticos son donde ha habido uno de los cambios más extraños, porque no ha habido un cambio en las personas, pero sí en los actores entendidos como sus organizaciones. Los tres partidos que en la etapa de la transición se llegaron a repartir todo el poder y que eran capaces de cambiar todo el sistema político con un acuerdo entre ellos, están en la lona. El PRI se encuentra a punto de desaparecer; no tiene los recursos para mantener su forma de hacer política a base de poder y dinero y no hay señas de un cambio de rumbo que le salven de perder el registro en 2030 o peor, en 2027. El PAN está en sus peores niveles de intención del voto, no logra articular un discurso coherente y lo único que le queda es que es, de todos los otros partidos, el que le es más útil al oficialismo ya que es el maniquí perfecto para tener a alguien a quien apuntarle el dedo y pode decir “ellos son los reaccionarios”, “ellos son los conservadores”, “ellos son los antiderechos”. El PRD desapareció de manera muy triste y anticlimática, no hubo una última campaña perredista que se la jugara con todo por la propuestas más progresistas y democráticas, solamente una votación cada vez más pequeña y una estrategia de alianzas que no dejaba a gusto a nadie. No que uno haya sido condición del otro, pero si resulta extrañamente poético que al inicio de la transición a la democracia haya nacido un partido que llevaba “DEMOCRÁTICA” en su nombre y ahora en su cierre éste haya desaparecido. Morena claramente se ha convertido en una fuerza hegemónica que decide quién va a gobernar en sus procesos internos, pero no podemos quitar la mirada de cómo el Partido Verde ha tenido un fortalecimiento muy importante teniendo claros bastiones como San Luis Potosí.
A pesar de que no me alcanza la capacidad para escribir algo que suene más objetivo, quiero dejar algo bien en claro: esto no es una discusión sobre qué etapa fue mejor, solamente es señalar que objetivamente se tratan de modelos completamente distintos de entender la vida pública de nuestro país. No creo que nadie lleve debates apasionados sobre si el México de la independencia era mucho mejor que el de la Reforma o sobre si el gobierno de Lázaro Cárdenas fue mejor que el de Benito Juárez.
La cuarta transformación de la vida pública de nuestro país se murió y es algo que tenemos que entender bien. El último intento por revivirla fue el proyecto encabezado por Xóchitl Gálvez con una coalición de PAN, PRI y PRD, que no pudo proponer algo más que regresar al pasado que nadie quería ya y que no veía más allá de lo inmediato. Habría que preguntarle a los que idearon esa coalición si alguna vez se pusieron a pensar “¿qué seguía si la estrategia resultaba exitosísima?”, “¿y si cumplían su objetivo y Morena desaparecía?”. ¿De verdad iban a poder “volver a la normalidad” y decirle a la ciudadanía que sí se habían aliado en dos ocasiones, pero ya eran rivales de nuevo? Una estrategia que no tiene viabilidad en el éxito es una que está destinado al fracaso.
Y justo reconociendo esto es que tenemos que preguntarnos qué papel van a poder jugar los distinto actores que buscan ser relevantes en el país. Movimiento Ciudadano es una de las fuerzas que lograron sobrevivir a la transición y que, al parecer, ha decidido que se encuentra satisfecha con tener el 10 % de los votos y llevar una agenda testimonial, pero independiente.
Por el otro lado están los intentos de nuevos partidos que tienen en este año su prueba de fuego. De todos ellos el esfuerzo más serio y organizado es el del Frente Cívico Nacional transformado en “Somos México”, pero aún está por verse si logra que entienda el momento histórico en el que se encuentra, y que genere un discurso lo suficientemente convincente para atraer a la ciudadanía. A mí parecer no habrá ningún esfuerzo de nueva fuerza política que sea exitoso si no está acompañado de nuevos rostros y de nuevos tomadores de decisiones. La gente ya está muy cansada y hay que comprender que la muerte de la “cuarta transformación” implica un rechazo a todo lo que caracterizó, incluidos algunos de sus personajes más emblemáticos. Muchos de ellos tienen experiencia y una figura que es necesaria para la construcción de algo nuevo, pero su papel tendría que ser más uno de transición que uno de protagonismo, si es que se quiere construir una opción que realmente esté a la altura de las circunstancias.
* José Antonio Cárdenas Rodríguez (@T_Cardenas_) es licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la UNAM y maestro en Políticas Públicas por la London School of Economics. Campeón Nacional de Debate Político y miembro de SomosMX y Somos Impacto.
El próximo gobierno de Alemania que saldrá de las urnas este domingo tendrá el difícil reto de relanzar su economía y robustecer su defensa.
Alemania elige este domingo a su nuevo gobierno en un momento crítico.
Con una economía estancada, un contexto internacional cada vez más hostil por el giro de la política exterior de Estados Unidos con Donald Trump y una ultraderecha en auge que cuestiona algunos de los consensos que han sustentado su modelo en las últimas décadas, los alemanes acuden a las urnas este domingo con la extendida sensación de que su país necesita cambios profundos y urgentes.
Las encuestas pronostican que la fuerza más votada serán los democristianos de la CDU, con Friedrich Merz como candidato, seguidos de la ultraderechista Alternativa por Alemania (AFD), que obtendría los mejores resultados de su historia.
El Partido Socialdemócrata (SPD) del canciller Olaf Scholz caería a la tercera plaza y pagaría el desgaste de los enfrentamientos y la división que ha sufrido su gobierno de coalición con liberales y ecologistas.
La gran incógnita que se perfila en los sondeos es si Merz será capaz de formar un gobierno lo bastante estable para acometer las reformas que requiere un país que fue durante décadas ejemplo de éxito y liderazgo europeo y cuyo modelo económico y papel global parecen ahora agrietarse.
¿Cómo llegó Alemania a la encrucijada actual?
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca le ha dado un giro radical a la política exterior de Estados Unidos que ha obligado a Alemania, como a los otros miembros europeos de la OTAN, a replantear rápidamente la suya.
Trump es muy crítico con sus aliados europeos, a los que acusa de no gastar lo suficiente en defensa y abusar del paraguas militar de Estados Unidos desde hace décadas.
En menos de un mes en el poder, el presidente ha hecho temblar el suelo que pisaba Alemania con su decisión de iniciar una negociación sobre Ucrania con la Rusia de Vladímir Putin al margen de los europeos y ha dejado claro que ni Alemania ni el resto de los países de la UE pueden dar por sentado que Estados Unidos acudirá en su ayuda en caso de ataque a su territorio.
El discurso pronunciado por su vicepresidente, J. D. Vance, en Múnich el 14 de febrero, en el que lanzó duros ataques contra los líderes europeos causó perplejidad en Alemania y fue rechazado como “inaceptable” por su ministro de Defensa, Boris Pistorius.
Karl-Heinz Kamp, de la Academia Federal Alemana para Políticas de Seguridad, le dijo a BBC Mundo que “el modelo por el que los estadounidenses daban la seguridad y Alemania podía dedicarse a crecer y prosperar se ha acabado” con la segunda presidencia de Trump.
En un país en el que los gobiernos fueron durante décadas muy reticentes a invertir en su ejército por el traumático recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y el militarismo nazi, la invasión rusa de Ucrania de 2022 ha obligado a replantearse las cosas a los políticos y la población.
Alemania ha incrementado en los últimos años su gasto en defensa y el gobierno de Scholz rompió en 2022 con décadas de tradición pacifista al aprobar el envío de armamento letal a Ucrania para repeler la invasión rusa, un cambio histórico que, según las encuestas fue bien acogido por la ciudadanía.
Merz señaló que “fue un cambio fundamental en la política de Alemania, pero luego se detuvo”.
“El próximo canciller tendrá que profundizar en él y llevarlo al siguiente nivel”, indica el experto.
El gran problema estriba en que Alemania se ve obligada a invertir más en defensa en un momento malo para su economía.
El gasto social y la financiación de sus generosos servicios públicos han sido tradicionalmente la prioridad, pero las amenazas de un mundo en que las garantías de seguridad de Estados Unidos y la OTAN están en duda podrían obligar a los alemanes a tomar decisiones presupuestarias dolorosas si el próximo gobierno no logra reactivar el crecimiento económico.
Alemania lució muchos años con orgullo el título de “locomotora europea”, una etiqueta que a menudo le colgaba la prensa internacional para reflejar que lideraba e impulsaba el crecimiento económico en la Unión Europea.
Impulsada por su industria y la energía barata que llegaba de Rusia, Alemania crecía dinámicamente y generaba empleo principalmente gracias a la exportación de autos y otros productos de alto valor añadido a sus socios europeos y a los mercados masivos de Estados Unidos y China.
Pero ese crecimiento se ha detenido en los últimos años.
El Producto Interno Bruto de Alemania se redujo un 0,3% interanual en 2023 y se estima que un 0,1% en 2024. Según las previsiones de la Comisión Europea, el crecimiento se recuperará lentamente y este año no superará el 0,7%.
Wolfgang Münchau, economista y director del medio especializado Eurointelligence, le dijo a BBC Mundo que “el milagro económico alemán se ha terminado” debido a decisiones tomadas en la época de bonanza de la canciller Angela Merkel.
“En la década de 2010, Alemania aumentó su dependencia del gas ruso, invirtió menos en fibra óptica e infraestructura digital, e incrementó su dependencia de las exportaciones”, dijo Münchau, que cree que su país no ha sabido adaptarse a tiempo a la era digital y ahora ve cómo su hasta hace poco prestigiosa industria del motor se ve superada en la carrera hacia los autos eléctricos por una mejorada competencia china.
La guerra de Ucrania y la rivalidad abierta de la UE con Putin llevaron a un encarecimiento del gas y el petróleo rusos que alimentaban los hogares y fábricas del país, contribuyendo a la inflación, uno de los problemas que más mella han hecho en los alemanes.
Hoy España un país mucho menos dependiente de los gasoductos que conectan Rusia con la Europa occidental, ha desplazado a Alemania como líder del crecimiento de la UE.
Diana Luna, asesora de la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad, le dijo a BBC Mundo que “Alemania es uno de los países donde quienes quieren generar riqueza tienen que enfrentar más impuestos y burocracia”, lo que se suma a los costes de la energía como uno de los lastres de la actividad.
Sin embargo, Kamp recuerda que Alemania conserva fortalezas fundamentales que deberían ayudar al nuevo gobierno en la búsqueda de una nueva senda de prosperidad.
“Tenemos una mano de obra muy bien formada y una deuda pública muy por debajo de la de la de otros países, lo que nos da margen de maniobra”.
Merz ha abogado en la campaña por reducir la burocracia, las regulaciones ambientales y los impuestos para relanzar la economía.
Pero antes que nada Merz tendrá que lograr formar un gobierno estable. Las encuestas pronostican que tendrá que formar una coalición con socialdemócratas o liberales para tener suficiente apoyo parlamentario.
También tendrá que evitar las desavenencias y contradicciones que acabaron tumbando la liderada por Scholz.
En 2015 la entonces canciller Merkel decidió abrir las puertas de Alemania a los refugiados que huían de la guerra en Siria, mientras otros vecinos europeos llenaban sus fronteras de alambradas y tropas.
Inmigrantes de otros países también se instalaron en Alemania y más de 2 millones de personas llegaron al país aquel año.
La población no ha dejado de crecer en los últimos años como resultado de la inmigración, lo que ha contribuido a compensar la caída de la natalidad y el envejecimiento entre los autóctonos.
Sin embargo, la inmigración masiva ha traído consigo también problemas de integración y algunos ataques masivos cometidos por solicitantes de asilo musulmanes han causado consternación en el país, el último hace solo unos días en Múnich.
La actitud favorable de los alemanes hacia la inmigración parece haber variado en los últimos años.
Si en 2016 Alemania resultaba con un 7,1 en el índice de Aceptación de la Inmigración de la encuestadora Gallup, había caído a un 6,4 en 2023. Según Gallup, Alemania es la única de las principales economías europeas en las que la aceptación de los inmigrantes es significativamente inferior a la de 2016.
Diana Luna cree que “fue un error abrir totalmente las fronteras en 2015 sin haber logrado un consenso europeo sobre cómo hacer frente a la crisis de refugiados provocada por la guerra en Siria”.
“Hay pueblos que están sobrepasados y sus servicios colapsados”, indica.
Esto ha engordado a la ultraderecha de la Alternativa por Alemania (AFD), que concurre a estas elecciones con las mejores perspectivas de su historia y con el apoyo del millonario estadounidense Elon Musk, estrecho aliado de Trump.
Después de haber alcanzado varias esferas de poder local y regional en comicios recientes, la AFD se ha convertido ya en una fuerza de referencia nacional y su discurso antiinmigración ha obligado a otros partidos a adoptar también un tono más duro.
El resto de partidos siguen aplicando el veto a la ultraderecha que ha sido uno de los consensos de la política alemana durante décadas por la aversión a todo atisbo de reedición del trauma del nazismo, por lo que parece improbable que la AFD vaya a ser parte de la futura coalición de gobierno.
Sin embargo, cree Luna, “la ultraderecha es especialmente fuerte en la antigua Alemania oriental y tras estas elecciones va a tener una voz cada vez más fuerte”.
“Si el nuevo gobierno logra ser estable, generar empleos y ordenar la inmigración, le quitará a la ultraderecha el capital político que ha acumulado y volverá demostrarles a los alemanes que su democracia es un sistema que sigue dando resultados”, sostiene la experta.
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