En las elecciones de 2018, al PRI le ocurrió algo más grave que perder el gobierno federal. Fue despojado de su papel de autoridad sobre la narrativa histórico-política del país. Durante casi un siglo, el PRI monopolizó la interpretación oficial de México mediante un discurso articulado en torno al nacionalismo revolucionario, la estabilidad institucional y el progreso económico. Este discurso no solo legitimaba al partido en el poder, sino que explicaba el pasado como un sistema y de algún modo orientaba el futuro nacional.
Hacia finales del siglo XX, cuando la hegemonía ideológica del PRI comenzaba a mostrar señales de disolución, este sistema fue eficaz para reelaborar la aritmética de su discurso. Esta vez no recurrió a las proclamas del nacionalismo posrevolucionario (que quedaron expresadas en el arte, la educación pública y los discursos institucionales del Estado mexicano), sino que, consciente de que en el contexto internacional prevalecía una ola de democratización, adaptó un nuevo relato para los nuevos tiempos. En esta narrativa el partido se presentaba como causa y consecuencia de una transición democrática aterciopelada, cuya estabilidad se debía (según esta nueva fase del discurso) a su propio liderazgo histórico y a su generosidad institucional. Había en esto un eco no muy lejano de aquella afirmación de Porfirio Díaz a James Creelman, cuando Díaz declaró que México ya estaba listo para la democracia: no porque las condiciones sociales lo exigieran, sino porque él ya había decidido que así debía ser.
Los mitos políticos no permanecen vigentes por casualidad, sino por su extraordinaria capacidad de adaptación. Claude Lévi-Strauss defendía que los relatos fundacionales evolucionan constantemente para resolver contradicciones internas y responder a cambios históricos que amenazan su relevancia. Los mitos se comportan casi como organismos vivos que buscan perpetuarse, ajustándose continuamente a nuevas circunstancias. Cuando un mito o discurso político pierden su habilidad para incorporar demandas emergentes, Ernesto Laclau diría que estos comienzan a perder fuerza hasta que son desplazados por otro u otros más efectivos.
Los observadores más sensibles del sistema político mexicano advirtieron que esta reelaboración narrativa del PRI fue en realidad una forma de adaptación cuidadosamente diseñada para prolongar su existencia frente a un contexto histórico que lo evidenciaba como un anacronismo incómodo. Sin renunciar al control simbólico sobre la interpretación nacional, el PRI de los años noventa actualizó su antiguo mito, presentándose ahora como el déspota generoso que habría facilitado —e incluso promovido— el surgimiento de un sistema multipartidista. Detrás de esta narrativa se insinuaba la idea de que México le debía al PRI las elecciones libres y competitivas, una sociedad civil más activa, la división de poderes y la estabilidad institucional. Maniobra que fue, sin duda, efectiva pues le permitió extender por tres décadas más su hegemonía sobre el sentido político de nuestra historia.
Por eso sostengo que, en 2018, Morena no solo ganó una elección. Lo que en verdad hizo —y por eso su victoria tiene un peso histórico innegable— fue desplazar al PRI como fuerza hegemónica para la interpretación política del país.
Aunque en las mentes de ciertos sectores (cada vez menos numerosos, por cierto) persiste el mito de que el PRI facilitó la llegada de la democracia moderna a México, nuestro nuevo intérprete hegemónico de la historia nacional (la autodenominada 4T) impulsa la idea de que aquel supuesto proceso democratizador no fue más que una reinvención narrativa ideada únicamente para prolongar unos años más la permanencia de las élites en el poder. Para el nuevo orden político, la democracia mexicana nació en 2018, con la llegada de Morena al poder.
Decir que la política es, ante todo, relato, constituye una afirmación estructural sobre la naturaleza del poder. En política no se impone quien trae el mejor argumento a la mesa, ni quien diseña las instituciones más sólidas, sino quien logra imponer el marco desde el cual esos argumentos adquieren sentido. A veces olvidamos que la historia de la democracia no es la historia de los votos, sino de quién tiene el poder para definir qué es democracia y dónde empieza o termina. La política, en última instancia, es el arte de poder nombrar.
Al respecto Michel Foucault sostenía que el poder no se ejerce únicamente sobre las instituciones o los cuerpos, sino sobre las condiciones mismas del discurso: sobre lo que puede decirse, pensarse, imaginarse. Quien domina ese nivel no solo controla el presente: controla la forma en que ese presente será recordado, interpretado y disputado.
Lo que realmente perdió el PRI en 2018 no fue solo el gobierno. Fue el derecho a seguir contando la historia de México en sus propios términos. Durante casi un siglo, ese partido construyó un relato convincente desde el cual se explicaba el pasado, se justificaba el presente y se proyectaba el futuro. Pero desde ese año, una nueva fuerza ocupa el lugar desde donde se nombra, se interpreta y se decide qué cuenta —y qué no— como democracia. La pregunta ahora no es si ese cambio ocurrió, sino cuánto tiempo podrá sostenerse esta nueva hegemonía… y qué fuerza simbólica vendrá a reemplazarla cuando empiece a agotarse. Porque la historia ya cambió de manos… y Morena tiene el control del relato.
* Sergio A. Bárcena es doctor en Ciencia Política por la UNAM. Actualmente profesor investigador de la escuela de humanidades del Tecnológico de Monterrey y director de la asociación civil Buró Parlamentario.
El portavoz del Ministerio de Salud de Gaza le dijo a la agencia Reuters que los ataques han dejado al menos 200 personas muertas.
El ejército de Israel está realizando “amplios ataques” en la Franja de Gaza.
El portavoz del Ministerio de Salud de Gaza le dijo a la agencia Reuters que los ataques han dejado al menos 200 personas muertas.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) afirmaron que están atacando lo que denominaron “objetivos terroristas” pertenecientes a Hamás.
Esta es la mayor oleada de ataques aéreos en Gaza desde que comenzó el alto el fuego el 19 de enero.
Las conversaciones para extender el cese al fuego en Gaza no se han concretado en un acuerdo.
Tres casas fueron alcanzadas en Deir al Balah, en el centro de Gaza, un edificio en la Ciudad de Gaza y objetivos en Jan Yunis y Rafah, según informó la agencia Reuters citando a médicos y testigos.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el ministro de Defensa, Israel Katz, ordenaron los ataques la mañana del martes, según un comunicado de la oficina del primer ministro.
“Esto se produce tras la reiterada negativa de Hamás de liberar a nuestros rehenes, así como su rechazo a todas las propuestas recibidas del enviado presidencial estadounidense, Steve Witkoff, y de los mediadores”, declaró.
“Israel, a partir de ahora, actuará contra Hamás con mayor fuerza militar”, añadió.
El plan para los ataques “fue presentado por las Fuerzas de Defensa de Israel durante el fin de semana y aprobado por los líderes políticos”, agregó.
El gobierno del presidente de EE.UU., Donald Trump, fue consultado por Israel antes de llevar a cabo los ataques, según declaró un portavoz de la Casa Blanca a Fox News.
Los negociadores han estado intentando encontrar una salida tras el fin de la primera fase de la tregua temporal el pasado 1 de marzo.
Estados Unidos propuso extender la primera fase hasta mediados de abril, incluyendo un nuevo intercambio de rehenes en poder de Hamás y prisioneros palestinos en poder de Israel.
Sin embargo, un funcionario palestino familiarizado con las conversaciones declaró a la BBC que Israel y Hamás discreparon en aspectos clave del acuerdo establecido por Witkoff en las conversaciones indirectas.
Este último conflicto entre Israel y Hamás comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando tras un ataque de Hamás murieron 1.200 personas en el sur de Israel, en su mayoría civiles, y 251 fueron capturadas como rehenes.
El ataque desencadenó una ofensiva militar israelí que desde entonces ha causado la muerte de más de 48 mil 520 personas, la mayoría civiles, según cifras del Ministerio de Salud, utilizadas por la ONU y otros organismos.
La mayor parte de los 2.1 millones de habitantes de Gaza ha sido desplazada en múltiples ocasiones.
Se estima que el 70 % de los edificios han sido dañados o destruidos, los sistemas de atención sanitaria, agua y saneamiento han colapsado y hay escasez de alimentos, combustible, medicamentos y refugio.
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