En Mérida la gentrificación –si bien no inexistente- no es el principal fenómeno de exclusión urbana y de mercantilización del derecho a la vivienda. La capital de Yucatán, considerada como una de las mejores ciudades del país para vivir[1] e invertir[2], amenaza con destruir a las comunidades mayas en su periferia. Se trata de un nuevo capítulo en la larga historia de discriminación, exclusión y desencuentro entre los mayas y los no-mayas que comparten el territorio del Mayab.
En un hecho inédito en su historia, Mérida se ha convertido en uno de los principales focos de migración interna en el país. La fama que se ha hecho como una de las ciudades más seguras del país[3] –o la más segura, como suelen apuntar algunas fuentes[4]-, así como los precios absurdamente baratos en el mercado inmobiliario –se calcula que las casas son 84% más baratas que en Ciudad de México[5]– son algunas de las causas del acelerado crecimiento de esta ciudad de la que sus habitantes hace apenas un par de años solían afirmar –algunos con orgullo, otros con hastío- que seguía “siendo un pueblo”.
No obstante, los generosos precios del mercado inmobiliario son tan solo una ilusión. No es que estén “regalando” casas, sino que son otras personas las que terminan pagando el precio: la población maya. Debido a que la ciudad no crece hacia arriba[6], la capital continúa derramándose. Los desarrollos privados que florecen principalmente en el norte de la ciudad amenazan con tragar comunidades de mayoría indígena y digerirlas en colonias de clase media-alta, alterando –si no es que desintegrando por completo- su vida comunitaria.
Este es el caso de Chablekal, comisaría del municipio de Mérida ubicada a 21 kilómetros de la capital yucateca. Asediada por muros que esconden zonas residenciales de lujo, no tiene ya más espacio para crecer, ni siquiera para ampliar el espacio de su cementerio. El pasado 2 de septiembre se cumplieron 4 años de la formación de la Unión de Pobladores y Pobladoras en defensa de la tenencia de la tierra, el territorio y los recursos naturales de Chablekal. Conformada por más de 300 pobladores, exige a las autoridades ejidales detener la venta masiva de su territorio para el desarrollo de más zonas residenciales privadas[7].
Por su parte, la comunidad de Santa Gertrudis Copó observó el pasado 8 de mayo la destrucción de 5 de sus casas. Empresarios de Mérida aseguran tener la propiedad del casco de la exhacienda en la que se encuentran asentados sus habitantes. Sin la presencia de policías, le indicaron a la comunidad que serían “reubicados”, que se harían trabajos de construcción en la zona y que ellos, básicamente, ya no vivían ahí[8].
Los desarrollos habitacionales con los que poco a poco se planea remplazar a comunidades como Chablekal o Santa Gertrudis Copó no son ni siquiera una respuesta a las necesidades de vivienda de la población meridana. Los precios extremadamente bajos de las tierras –debido a que son comprados por migajas a campesinos y ejidatarios-, así como el aumento sin precedentes de la población, han generado una economía inmobiliaria de especulación a gran escala. Aproximadamente el 14 % de las viviendas familiares de Mérida están vacías[9].
La realidad que hoy se vive en la capital de Yucatán, no obstante, comenzó a fraguarse hace al menos unas cuatro décadas. Desde los años setenta y ochenta, el mercado inmobiliario fue visto como una alternativa a la agonizante industria henequenera –antes la principal actividad económica de la entidad-, convirtiéndose en la principal fuente de empleo y en la segunda rama en inversión pública y privada. Durante los años noventa, a nivel federal y estatal se adoptó un modelo de desregularización y privatización de las funciones gubernamentales en materia de vivienda. Se priorizó así la liberación del suelo para el desarrollo de proyectos residenciales privados[10].
La producción y adquisición de vivienda, así como la planificación urbana, pasó a control del vaivén del mercado. Si el henequén fue llamado en su momento el “oro verde”, sin duda alguna en Yucatán el sector inmobiliario se ha convertido en el “henequén de asfalto” de las últimas décadas.
El investigador y articulista yucateco Rodrigo Llanes ha advertido un “colonialismo urbano”[11] en el despojo sistemático de las comunidades mayas en la periferia de Mérida. Esta apreciación no resulta exagerada si recordamos que el mote de “Ciudad Blanca” –nombre dado por antonomasia a Mérida- surge en el contexto de la Guerra de Castas (1847-1901) cuando se prohibió la entrada de indígenas a la ciudad. Debido a que continúa siendo una ciudad pensada por y para los no-indígenas, la meridificación de las comunidades en la periferia implica una gentrificación no de un barrio, sino de un territorio, justificada por una lógica racista y clasista.
El crecimiento arbitrario y especulativo de Mérida –que persigue lógicas del mercado y no a las necesidades reales de viviendas- es el que decide la planeación, el desarrollo y el futuro de las comunidades como Chablekal y Santa Gertrudis Copó. Después de siglos de ser ignoradas por la capital yucateca, ésta se encuentra pisándoles los talones, acusándolas de “estorbar” el crecimiento económico y asumiendo que la gente que en ellas habita siempre “encontrará a dónde irse”.
Cuando se dice que Mérida es la mejor ciudad para vivir en el país, debemos preguntar: ¿mejor para que ahí viva quién? ¿Los mayas? Cuando se dice que Mérida es la ciudad más segura del país, debemos preguntar: ¿Segura para quién? ¿De qué seguridad hablamos? ¿Si soy maya estaré libre de desalojos con uso de la fuerza pública para no impedir el “desarrollo” de esa “Ciudad Blanca”?
* Carlos Luis Escoffié Duarte es abogado litigante en derechos humanos. Miembro del Centro de Estudios de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Referencias:
[1] Animal Político. Zona metropolitana de Monterrey y Mérida, los mejores lugares para vivir, según estudio, 21 de agosto de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[2] Diario de Yucatán. Mérida, entre las 10 mejores ciudades para emprender y hacer negocios, 6 de junio de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[3] Milenio Novedades. Confirma BBC la seguridad de Mérida, 5 de noviembre de 2017. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[4] Animal Político, Si se acaba el mundo, me voy a Mérida: cómo se vive en la ciudad más pacífica de México, 4 de noviembre de 2017. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[5] Publimetro. Mérida, la ciudad más segura para vivir y más barata que la CDMX, 11 de abril de 2017. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[6] Si bien no existe una respuesta clara a este fenómeno, interviene sin duda el hecho de que en Yucatán, históricamente, no ha existido la costumbre de vivir en edificios de departamentos. Además, la gente proveniente de otros estados, al ver los precios bajos en el suelo, deciden cumplir el sueño de comprar una casa en lugar de un departamento.
[7] Indignación. Unión de Pobladores y Pobladoras de Chablekal celebra 4 años de lucha por la defensa de su territorio (Comunidado), 2 de septiembre de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[8] La Jornada Maya, Santa Gertrudis Copó denuncia invasión y defiende pueblo maya, 8 de mayo de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace. Llanes, Rodrigo; Invasión y desalojo, publicado en el Diario de Yucatán el 21 de mayo de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace. Me he referido al caso de Santa Gertrudis Copó como un posible caso de domicidio. Véase: Revista Nexos, Tenemos que hablar del ‘domicidio’ y sus costos sociales, 31 de mayo de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[9] Diario de Yucatán, Casas desperdiciadas, 25 de marzo de 2015. Disponible en formato digital a través de este enlace.
[10] Véase: Bolio Osés, Jorge; En unas cuantas manos. Urbanización neoliberal en la periferia metropolitana de Mérida, Yucatán, 2000-2014, Mérida: Universidad Autónoma de Yucatán, 2016.
[11] Llanes, Rodrigo; El colonialismo urbano, publicado en el Diario de Yucatán el 17 de septiembre de 2018. Disponible en formato digital a través de este enlace.
Los cambios que comienzan en el hielo de las cumbres de las altas cordilleras están descendiendo en cascada hacia altitudes más bajas. A medida que el mundo se calienta, cambian las fronteras, los medios de subsistencia y las formas de las montañas.
Es un día soleado de otoño y estoy caminando por una ladera rocosa junto a un glaciar a unos 3 mil metros sobre el nivel del mar, en la frontera entre Austria e Italia.
A mi lado está Paul Grüner, propietario de un hospedaje de montaña en el lado italiano que domina el glaciar. A nuestros pies, una ladera meridional desciende hacia Italia, y al otro lado, una septentrional mira hacia Austria.
Cerca, un poste de madera con una flecha indica “Grenze / Confine”, que significa “frontera” en alemán e italiano, los dos idiomas que se hablan en esta zona multilingüe.
Grüner, que tiene su albergue desde los años 80, me invitó a subir para mostrarme hasta qué punto el glaciar, llamado Hochjochferner, ha disminuido debido al calentamiento global. Una consecuencia sorprendente: su agua de deshielo, que solía fluir tanto hacia Austria por el norte como hacia Italia por el sur, ahora solo fluye hacia un país, Austria.
Esto se debe a que la parte meridional del glaciar ha retrocedido mucho más que la septentrional, y ahora ha desaparecido, afirman quienes conocen el lugar.
Es solo un ejemplo de la profunda transformación que el cambio climático está provocando en las montañas, con consecuencias de gran alcance para todo, desde las relaciones fronterizas hasta los riesgos de desprendimientos de rocas y el suministro de agua en Europa.
“Cuando yo era niño, el glaciar cubría toda esta cresta y el agua de deshielo de ese lado fluía hasta Italia”, explica Grüner, señalando la ladera orientada al sur. Ahora esa ladera es rocosa y está desnuda.
“Aquí, en los Alpes, una de las consecuencias más sorprendentes de la pérdida de glaciares es la diferencia en el agua de deshielo. Por ejemplo, cuando el agua baja de repente por el lado ‘equivocado’ de una montaña, y luego falta por el otro lado”, explica Andrea Fischer, glacióloga y vicedirectora del Instituto de Investigación Interdisciplinaria de las Montañas de la Academia Austriaca de Ciencias.
Eso es lo que ocurrió con el Hochjochferner, asegura. Y es que cuando un glaciar en retroceso se sitúa en una frontera entre países, las consecuencias pueden incluso redibujar el mapa político.
“Desde 2022, hemos tenido una pérdida extrema de glaciares, mucho mayor que en años extremos anteriores”, dice Fischer. “La pérdida es especialmente grande en las grandes altitudes, y ahí es donde suelen estar las fronteras”.
La frontera entre Austria e Italia se trazó en 1919, después de que ambos países librarán una guerra a gran altitud. Las crestas de las montañas definen partes de la frontera, mientras que otras partes están definidas por líneas rectas entre picos, dice Fischer.
Por eso, si se derrumba un pico o se derriten crestas heladas, “la frontera puede verse afectada y desplazarse”.
Los dos países reconocieron el papel del deshielo de los glaciares en su tratado fronterizo de 2006, que establece que su frontera “sigue los cambios graduales y naturales” de las crestas, incluidos los causados por el cambio de los glaciares.
Si un glaciar desaparece por completo, la frontera se define a lo largo de la cuenca rocosa expuesta. Como ambos países pertenecen a la Unión Europea, la frontera está abierta en cualquier caso. Suiza e Italia también están ajustando su frontera debido a la disminución de los glaciares.
El impacto de la disminución de los glaciares puede sentirse hasta en Países Bajos.
Pero también hay una consecuencia transfronteriza mucho mayor, dicen los expertos. Los Alpes son conocidos como el depósito de agua de Europa, ya que sus aguas de escorrentía y deshielo alimentan grandes ríos, como el Rin, que atraviesan varios países.
El agua de deshielo de los glaciares es una parte importante de ese suministro porque reabastece los ríos en pleno verano, durante los periodos calurosos y sin lluvias, afirma Matthias Huss, glaciólogo de la ETH de Zúrich que vigila los glaciares de Suiza. La falta de agua de deshielo de los glaciares alpinos puede causar problemas hasta en Países Bajos.
“Los glaciares retroceden a un ritmo cada vez más rápido”, advierte Huss, que ha visto de cerca ese cambio.
“Cuando vigilas un glaciar, experimentas estos cambios de forma muy vívida”, afirma. “Caminas por el mismo sendero todos los años, hasta el mismo lugar. Y un día, tras décadas de mediciones, llega un momento en que te das cuenta de que se acabó”.
En esos momentos, recoge sus instrumentos y se marcha, bajando por última vez con el equipo desmontado a la espalda. “Por supuesto que esperábamos esa pérdida, pero cuando ocurre, puede resultar emotivo”, dice Huss.
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En el acogedor comedor con paneles de madera de su robusto refugio en el lado italiano de la frontera, Grüner me muestra una serie cronológica del menguante Hochjochferner que discurre a lo largo del muro.
Es coautor de un libro sobre el albergue, titulado Schöne Aussicht – Bella Vista, con motivo de su 125 aniversario. En el siglo XIX, cuando el glaciar era inmenso, los turistas incluso lo cruzaban en trineo tirado por caballos o mulas en verano.
“En julio, agosto y septiembre se puede dar un paseo en trineo por esta zona tan romántica, a 2 mil 800 m sobre el nivel del mar”, señalaba un asombrado observador en 1867, escriben Grüner y sus coautores.
En aquella época, no había frontera nacional a lo largo del glaciar. Hoy en día, la alta montaña recibe más visitantes que nunca y el turismo está en auge. Pero los clubes de montañismo alpino han advertido de que muchos refugios sufren escasez de agua al secarse el suministro local, debido al retroceso de los glaciares y a la menor cantidad de nieve.
Algunos están sustituyendo las cisternas por inodoros secos, eliminando las duchas y pidiendo a los huéspedes que compren agua embotellada para lavarse los dientes.
Grüner no se ha visto afectado, dice, ya que tiene un suministro de agua alternativo: un manantial profundo de montaña, que encontró en la década de 1990. Pero sabe de otros refugios a los que “no les queda agua, y tienen que bombearla desde más abajo”, asegura.
Algunas tradiciones permanecen intactas: los ganaderos del lado italiano del Hochjochferner llevan cada año miles de ovejas al lado austriaco, como han hecho durante generaciones, haciendo uso de antiguos derechos de pastoreo. Solo que ahora, en lugar de caminar por el glaciar, lo hacen por las rocas.
“El Hochjochferner está desapareciendo ante nuestros ojos. Dentro de unos años, habrá desaparecido”, afirma Ulrich Strasser, profesor de la Universidad de Innsbruck (Austria) especializado en modelizar las condiciones del agua y la nieve en los Alpes, y que forma parte de un equipo que observa este glaciar y otros.
Carleen Tijm-Reijmer, profesora asociada de meteorología polar en la Universidad de Utrecht (Países Bajos), visita el Hochjochferner con fines de investigación interdisciplinar desde 2003.
También es coorganizadora de una escuela de verano para estudiantes de glaciología. “Mi impresión del retroceso es triste, y quizá también un poco privilegiada por haber visto los glaciares de los Alpes cuando eran más grandes y seguían ahí”, dice.
Strasser afirma que este impacto emocional merece más atención.
“A los humanos se nos da bien encontrar soluciones técnicas que sustituyan a los elementos naturales”, afirma.
Strasser sugiere que, por ejemplo, se podría almacenar agua en embalses para compensar la ausencia de glaciares.
“Pero un glaciar es mucho más bonito que un embalse gigante. Y eso es lo que no estamos discutiendo lo suficiente, esta cuestión de la belleza natural. Si no protegemos los paisajes naturales que nos quedan, las generaciones futuras ni siquiera sabrán lo que se pierden. Pensarán que así son las montañas: un paisaje de rocas desnudas”.
La cordillera del Himalaya Hindu Kush abastece de agua a habitantes de ocho países distintos, entre ellos China, India, Pakistán y Nepal, varios de los cuales mantienen relaciones hostiles.
Según Miriam Jackson, es posible que el deshielo de los glaciares no afecte tanto a las fronteras nacionales de la zona. Ella es la directora para Eurasia de la Iniciativa Internacional sobre el Clima de la Criosfera, una red de expertos políticos y científicos especializados en la criosfera (las zonas heladas de la Tierra).
Las fronteras montañosas del Himalaya Hindu Kush suelen cruzar glaciares muy altos, que aún no se están derritiendo, dice. Los que ya están desapareciendo son más bajos. Sin embargo, el retroceso de estos glaciares más bajos aún puede causar problemas a través de las fronteras, afirma.
“El agua no reconoce fronteras nacionales: los ríos suelen ser transfronterizos”, afirma Jackson. “Esto es cierto en Europa, y también lo es en el Hindu Kush Himalaya”.
Incluso la gente que vive muy lejos, que probablemente nunca ha visto un glaciar, podría depender mucho del agua de deshielo de ese glaciar, afirma. La desaparición de un glaciar en un país puede dejar secos a los agricultores de otro.
Un riesgo más son las catástrofes relacionadas con el clima. En 2016, un lago glaciar, que se había formado como consecuencia del deshielo, reventó en China y causó daños catastróficos río abajo en Nepal.
“Este es un problema enorme”, afirma Jackson. Como persona que vive en otro país río abajo, “puede que ni siquiera sepas que el lago está ahí, y si está en otro país, no puedes hacer nada al respecto”, como vigilarlo o instalar sistemas de alerta temprana, advierte.
Según Fischer, los Alpes podrían sufrir más catástrofes relacionadas con el agua, que a su vez podrían afectar a las cambiantes fronteras de Europa.
“El escaneado láser ha revelado que las montañas en general son mucho menos estables de lo que pensábamos, incluso en zonas donde parecen iguales”, explica, debido al deshielo del permafrost en su interior.
“Así que aquí, en la alta montaña, tener una frontera 100% fija no va a ser posible a largo plazo”.
Con un strudel de manzana casero en su refugio, Grüner reflexiona sobre nuestra relación con las montañas. Hoy en día podemos subirlas mucho más rápido que antes, gracias a los equipos modernos, afirma. “Da la sensación de que las montañas se han hecho más pequeñas y cercanas desde que yo era niño”, añade.
En el pasado, albergues como el suyo cumplían una función práctica y necesaria, explica, porque entonces “no podías ir directamente del valle a la cumbre, tenías que pasar la noche en algún sitio”.
Esa función práctica ha desaparecido, dice, ya que hoy en día se puede ir directamente a la cumbre y saltarse el refugio. Y sin embargo, los refugios de montaña alpinos son más populares que nunca.
“Ya no necesitamos albergues por razones prácticas. Pero creo que hoy los necesitamos en otro sentido, metafórico: como espacios protectores, donde los seres humanos puedan alejarse de sus preocupaciones cotidianas”, dice Grüner.
“Si nos fijamos en las razones por las que la gente va a la montaña hoy en día, es para entrar en contacto consigo misma y sentirse bien. En el valle, la vida es muy ajetreada. Aquí arriba, todo es más tranquilo. Las montañas son un santuario“.
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