En mis últimos años de la carrera de periodismo en la ahora FES Aragón de la UNAM elegí el gobierno de la Ciudad de México para hacer mi servicio social. Parte de mi labor era ir muy temprano al Zócalo y correr de un edificio a otro del gobierno capitalino llevando los casetes con la grabación de los dichos del entonces jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, para hacer la versión estenográfica.
Desde entonces López Obrador implementó “la mañanera”, una conferencia diaria ante la prensa con la que sin duda innovó y destacó su imagen política. Mientras la mayoría de las y los gobernantes en México habían sido reticentes a hablar en salones llenos de periodistas, él lo convirtió en un hábito.
Años después, ya como presidente de la República, no solo continuó implementando esas conferencias, sino que se convirtieron en el ariete de una maquinaria más compleja y potente de propaganda, que en mi caso ya me tocó verificar como periodista en Animal Político.
Con la mañanera López Obrador no sólo buscó dominar la discusión pública, sino también apuntalar cada semana una narrativa simple, aunque efectiva: la de que en un país con una desigualdad tan lacerante, con años de padecer corrupción política y clasismo, su movimiento de “la cuarta transformación” era la encarnación del pueblo bueno y humilde, contra una élite corrupta, “los conservadores” o “fachos”.
Partiendo de esa ruta, López Obrador puso siempre la discusión en términos maniqueos. Las críticas y hallazgos que se hicieron sobre fallas de su administración, sustentadas incluso con datos de su propio gobierno, no podían ser auténticas ni independientes, sino fruto de una conspiración conservadora que era necesario exhibir, incluso vulnerando leyes de datos personales o mintiendo sobre el pasado y vínculos de sus autores.
La falacia ad hominem, de atacar o desacreditar a las personas más que los argumentos, fue una de las vías más recurrentes de López Obrador y sus seguidores para evadir la crítica hacia su gobierno en las conferencias matutinas, que sin embargo él presumió como “diálogos circulares”.
Ya con las redes sociales como el principal espacio de discusión política, sus dichos en la mañanera también fueron la guía diaria de una red de creadores de contenido que defendieron su administración a ultranza, y que en varias ocasiones también acudieron a la conferencia para encomiar al presidente o hacer preguntas críticas, pero sobre la corrupción de sexenios pasados.
En muchos casos con solo un celular, un escenario improvisado y usando lenguaje coloquial, muchos de los youtubers, tuiteros o tiktokers “pro AMLO” se convirtieron durante el sexenio en una colmena de polemistas con miles de seguidores.
Se encargaron de cuestionar de forma sistemática no solo a políticos de oposición, escudriñando su pasado para señalar sus incongruencias, sino el contenido de los medios “hegemónicos”, activistas y académicos cuando eran críticos con el gobierno.
En esa tarea, muchos de ellos también replicaron mentiras, narrativas desinformantes y de descrédito hacia medios y comentaristas. “Los otros datos” que también caracterizaron a la conferencia mañanera, y que verificó El Sabueso durante todo el sexenio.
Prácticamente en todos los rubros -energía, salud, economía, infraestructura, medio ambiente, seguridad, etc.- se detectaron dichos falsos, cifras manipuladas, frases sin sustento y engañosas emitidas durante las mañaneras de López Obrador, para defender a su gobierno. Esto, mientras él se quejó constantemente sobre las presuntas mentiras de sus “adversarios” contra su proyecto.
En esa lógica, incluso implementó una sección, el Quién es Quién en Las Mentiras, supuestamente para que prevaleciera la verdad, aunque ahí mismo se mintió en varias ocasiones, ya que contrario a los estándares de medios de verificación internacionales sus “verificaciones” antes que hechos o datos tenían como principal sustento la palabra del gobierno para calificar un hecho como falso o verdadero.
La mañanera sirvió a López Obrador como herramienta de propaganda, para marcar su agenda e inmunizarse ante la crítica. También es cierto que incrementó el debate político en el país, con miles de personas mirando sus transmisiones a diario, pero con ella contravino su mandato morenista de “no mentir”.
Y su lógica de “estás conmigo o estás contra mí” dinamitó en muchas ocasiones el diálogo, que pudo incluso ayudar a su administración.
* Arturo Daén (@ArturoDaen) es editor de El Sabueso (@ElSabuesoAP).
La BBC visita la frontera entre China y Myanmar, donde una guerra hace estragos a las puertas de la potencia asiática.
“Un pueblo, dos países” solía ser el lema de Yinjing en el extremo suroeste de China.
Un viejo cartel turístico presume de una frontera con Myanmar formada únicamente por “vallas de bambú, zanjas y surcos de tierra”, una señal de la fluida relación económica que Pekín había tratado de construir con su vecino.
Ahora, la frontera que visitó la BBC está marcada por una alta valla metálica que atraviesa el condado de Ruili, en la provincia de Yunnan. En algunos puntos, está rematada por alambre de púas y cámaras de vigilancia, atraviesa campos de arroz y divide calles que antes estaban unidas.
Las duras medidas de confinamiento impuestas por China durante la pandemia obligaron inicialmente a la separación, pero desde entonces ésta se ha consolidado debido a la guerra civil en Myanmar, desencadenada por un sangriento golpe de Estado en 2021.
El régimen militar ahora está luchando por el control de amplias zonas del país, incluido el estado de Shan, a lo largo de la frontera con China, donde ha sufrido algunas de sus mayores pérdidas.
Esta crisis a las puertas de China –comparten una frontera de casi 2.000 kilómetros– está resultando costosa para el país asiático, que ha invertido millones de dólares en Myanmar para construir un crucial corredor comercial.
El ambicioso plan pretende conectar el suroeste de China, que no tiene salida al mar, con el océano Índico a través de Myanmar, pero el corredor se ha convertido en un campo de batalla entre los rebeldes de Myanmar y el ejército de ese país.
Pekín tiene influencia sobre ambas partes, pero el alto al fuego que negoció en enero se vino abajo.
Ahora ha recurrido a ejercicios militares a lo largo de la frontera y a palabras severas. El ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha sido el último diplomático en visitar la capital de Myanmar, Nay Pyi Taw, y se cree que ha lanzado una advertencia al gobernante del país, Min Aung Hlaing.
Los conflictos no son nuevos en el empobrecido Shan. El estado más grande de Myanmar es una de las principales fuentes de opio y metanfetaminas del mundo. A su vez, ha sido hogar de ejércitos étnicos opuestos al gobierno centralizado desde hace tiempo.
Pero las vibrantes zonas económicas creadas por la inversión china lograron prosperar… hasta que se desató la guerra civil.
Un altavoz advierte ahora a los habitantes de Ruili de que no se acerquen demasiado a la valla metálica, pero eso no impide que un turista chino meta el brazo entre los barrotes para hacerse una selfie.
Dos niñas con camisetas de Disney gritan a través de los barrotes: “¡Eh abuelo, hola, mira para acá!”, mientras lamen unas bolas de helado rosa. El anciano que arrastra los pies descalzos al otro lado apenas levanta la vista antes de darse la vuelta.
“Los birmanos viven como perros”, dice Li Mianzhen. Su puesto de la esquina vende alimentos y bebidas de Myanmar -como té con leche- en un pequeño mercado a pocos pasos del puesto de control fronterizo de la ciudad de Ruili.
Li, quien luce como de unos 60 años, solía vender ropa china a lo largo de la frontera en Muse, una gran fuente de comercio con China. Pero dice que ya casi nadie en su pueblo tiene suficiente dinero.
La junta militar de Myanmar sigue controlando la ciudad, uno de sus últimos reductos en el estado de Shan. Pero las fuerzas rebeldes han tomado otros pasos fronterizos y una zona comercial clave en el camino a Muse.
La situación ha desesperado a la gente, dice Li. Sabe de algunos que han cruzado la frontera con el objetivo de ganar tan sólo 10 yuanes -no mucho más de un dólar- para poder regresar a Myanmar y “alimentar a sus familias”.
La guerra ha restringido gravemente los viajes dentro y fuera de Myanmar, y la mayoría de los relatos proceden ahora de quienes han huido o han encontrado la forma de cruzar las fronteras, como Li.
Imposibilitados de conseguir los permisos de trabajo que les permitirían entrar en China, la familia de Li está atrapada en Mandalay, mientras las fuerzas rebeldes se acercan a la segunda ciudad más grande de Myanmar.
“Siento que me muero de ansiedad”, dice Li. “Esta guerra nos ha traído tantas desgracias. ¿En qué momento acabará todo esto?”.
Zin Aung (nombre que ha sido cambiado), de 31 años, está entre los que lograron salir. Él trabaja en un parque industrial a las afueras de Ruili, que produce ropa, electrónica y piezas de vehículos que se envían a todo el mundo.
Trabajadores como él son reclutados en grandes cantidades desde Myanmar y son trasladados por firmas respaldadas por el gobierno chino que están ávidas de mano de obra barata. Se calcula que ganan unos 2.400 yuanes (US$450 dólares) al mes, lo que es menos que sus colegas chinos.
“No tenemos nada que hacer en Myanmar a causa de la guerra”, dice Zin Aung. “Todo es caro. El arroz, el aceite de cocina. Se combate intensamente en todas partes. Todo el mundo tiene que huir”.
Sus padres son demasiado mayores para huir, así que él lo hizo. Envía dinero a casa siempre que puede.
Los hombres viven y trabajan en los pocos kilómetros cuadrados del complejo gestionado por el gobierno en Ruili. Zin Aung dice que es un santuario, comparado con lo que dejaron atrás: “La situación en Myanmar no es buena, por eso nos refugiamos aquí”.
Aung también escapó al reclutamiento obligatorio, que el ejército de Myanmar ha estado haciendo cumplir para compensar las deserciones y las pérdidas en el campo de batalla.
Una tarde, cuando el cielo se teñía de escarlata, Zin Aung corría descalzo por el barro hasta un campo empapado por la temporada de lluvias, preparado para otro tipo de batalla: un feroz partido de fútbol.
Birmanos, chinos y el dialecto local de Yunnan se mezclaban mientras los espectadores reaccionaban a cada pase, patada y tiro. Esto es algo cotidiano en su nuevo hogar temporal, una liberación tras un turno de 12 horas en la cadena de montaje.
Muchos de los trabajadores proceden de Lashio, la ciudad más grande del estado de Shan, y de Laukkaing, hogar de familias criminales apoyadas por la junta. Laukkaing cayó en manos de las fuerzas rebeldes en enero y Lashio fue cercada, en una campaña que ha cambiado el curso de la guerra y la participación de China en ella.
Ambas ciudades se encuentran a lo largo del preciado corredor comercial chino y el alto el fuego negociado por Pekín dejó Lashio en manos de la junta. Pero en las últimas semanas, las fuerzas rebeldes han penetrado en la ciudad, convirtiéndose en su mayor victoria hasta la fecha. El ejército ha respondido con bombardeos y ataques de aviones no tripulados, restringiendo las redes de internet y de telefonía móvil.
“La caída de Lashio es una de las derrotas más humillantes en la historia del ejército”, afirma Richard Horsey, asesor en Myanmar del International Crisis Group.
“La única razón por la que los grupos rebeldes no presionaron en Muse es que probablemente temían que eso molestara a China”, afirma Horsey. “Luchar allí habría afectado a las inversiones que China espera reiniciar desde hace meses. El régimen ha perdido el control de casi todo el norte del estado de Shan, con la excepción de la región de Muse, que está justo al lado de Ruili”.
Ruili y Muse, ambas designadas zonas especiales de comercio, son cruciales para la ruta comercial de 1.700 km financiada por Pekín, conocida como el Corredor Económico China-Myanmar. La ruta también apoya las inversiones chinas en energía, infraestructuras y minería de tierras raras, que son cruciales para la fabricación de vehículos eléctricos.
Pero su núcleo es una línea ferroviaria que conectará Kunming -capital de la provincia de Yunnan- con Kyaukphyu, un puerto de aguas profundas que los chinos están construyendo en la costa occidental de Myanmar.
Este puerto, situado en el golfo de Bengala, permitirá a las industrias de Ruili y sus alrededores acceder al océano Índico y, por ende, a los mercados mundiales. El puerto es también el punto de partida de oleoductos y gasoductos que transportarán energía a través de Myanmar hasta Yunnan.
Pero estos planes están ahora en peligro.
El Presidente Xi Jinping llevaba años cultivando los lazos con su vecino rico en recursos, cuando la líder electa del país, Aung San Suu Kyi, fue obligada a abandonar el poder.
Xi se negó a condenar el golpe y siguió vendiendo armas al ejército. Sin embargo, tampoco reconoció a Min Aung Hlaing como Jefe de Estado, ni le ha invitado a China.
Tres años después, la guerra ha matado a miles y desplazado a millones de personas, pero no se vislumbra el final.
Obligado a luchar en nuevos frentes, el ejército ha perdido desde entonces entre la mitad y dos tercios de Myanmar en favor de una oposición dividida.
Pekín se encuentra en un punto muerto. “No le gusta esta situación” y considera “incompetente” al jefe militar de Myanmar, Min Aung Hlaing, afirma Horsey. “Están presionando para que se celebren elecciones, no porque necesariamente quieran volver a un régimen democrático, sino más bien porque piensan que es una forma de volver a cómo eran las cosas”.
El régimen de Myanmar sospecha que Pekín juega a dos bandas: mantiene la apariencia de apoyar a la junta mientras sigue manteniendo una relación con los ejércitos étnicos del estado de Shan.
Los analistas señalan que muchos de los grupos rebeldes están utilizando armas chinas. Las últimas batallas son también un resurgimiento de la campaña lanzada el año pasado por tres grupos étnicos que se autodenominaron Alianza de la Hermandad. Se cree que la alianza no habría hecho su jugada sin la aprobación tácita de Pekín.
Sus logros en el campo de batalla supusieron el fin de conocidas familias mafiosas cuyos centros de estafa habían atrapado a miles de trabajadores chinos. Pekín, frustrada desde hace tiempo por el aumento de la ilegalidad en su frontera, valoró su caída, así como de las decenas de miles de sospechosos entregados por las fuerzas rebeldes.
Para Pekín, el peor escenario posible es que la guerra civil se prolongue durante años. Pero también temería un colapso del régimen militar, que podría presagiar un mayor caos.
Aún no está claro cómo reaccionará China ante uno u otro escenario; lo que tampoco está claro es qué más puede hacer Pekín, más allá de presionar a ambas partes para que acepten entablar conversaciones de paz.
Esta compleja situación es evidente en Ruili, con kilómetros de tiendas cerradas. Una ciudad que antes se benefició de su situación fronteriza sufre ahora las consecuencias de su proximidad a Myanmar.
Golpeados por algunos de los confinamientos más estrictos de China durante la pandemia, los comercios de la zona sufrieron un nuevo golpe al no reactivarse el tráfico y el comercio transfronterizos.
También dependen de la mano de obra del otro lado, que según varios agentes que ayudan a los trabajadores birmanos a encontrar empleo, se ha detenido. Dicen que China ha endurecido sus restricciones a la contratación de trabajadores del otro lado de la frontera y que también ha deportado a cientos de personas acusadas de estar trabajando ilegalmente.
El propietario de una pequeña fábrica, que no quiso ser identificado, dijo a la BBC que las deportaciones significaban que su “negocio no va a ninguna parte… y no hay nada que yo pueda cambiar”.
La plaza junto al puesto de control está llena de jóvenes trabajadores, entre ellos madres con sus bebés, que esperan a la sombra. Muestran su documentación para asegurarse de que tienen lo necesario para conseguir un empleo. Los que lo consiguen reciben un pase que les permite trabajar hasta una semana o ir y venir entre los dos países, como Li.
“Espero que algunas buenas personas puedan decir a todas las partes que dejen de pelearse”, dice Li. “Si no hay nadie en el mundo que nos defienda, es realmente trágico”.
Li sostiene que a menudo su entorno le asegura que los combates no estallarán demasiado cerca de China. Pero no está convencida: “Nadie puede predecir el futuro”.
Por ahora, Ruili es una opción más segura para ella y Zin Aung. Entienden que su futuro está en manos chinas, al igual que los chinos.
“Tu país está en guerra”, le dice un turista chino a un vendedor de jade de Myanmar con el que regatea precios en el mercado. “Tú sólo toma lo que yo te doy”.