
¿Hombres y cuidados? Todas y todos hemos sido cuidados y nos toca cuidar. Cada vez está más clara la necesidad y el impacto de que los hombres nos involucremos de manera frontal en las labores de cuidados; no solamente porque es una de las estrategias para transitar hacia la corresponsabilidad y a la equidad entre mujeres y hombres, sino también por lo gratificante que cuidar resulta para los hombres y que quizá muchos todavía no lo hemos experimentado, como experiencia de desarrollo personal que nos ayuda a liberarnos de las cargas impuestas por los mandatos del machismo.
Con la creciente discusión alrededor de los cuidados en diferentes frentes, los hombres nos hallamos ante la oportunidad de transitar desde el “des-cuido” habitual de nuestro bienestar hacia estilos de vida más saludables y satisfactorios para nosotros y para las personas que nos rodean, dejando atrás la creencia de que ser hombre es mantenerse emocionalmente desvinculado.
Una vez que nos planteamos entrar en la lógica de los cuidados, la primera perspectiva que surge es el ámbito doméstico; cuidar en casa porque en casa hemos sido cuidados, mirar por las personas adultas mayores porque de ellas hemos recibido atención; ocuparse de las niñeces, porque confían en nosotros para emprender sus vidas; colaborar con las otras personas cuidadoras −mujeres la mayoría de las veces− porque son quienes casi siempre cargan con el mayor peso de todas estas labores.
Caer en la cuenta de qué tan vinculada está nuestra existencia diaria con el hecho de haber recibido y seguir recibiendo cuidados nos muestra cómo el cuidar se arraiga primeramente en la reciprocidad, en la gratitud por haber recibido la posibilidad de vivir y crecer. No pueden existir modelos sociales en donde no hayamos sido cuidados y necesitemos cuidar a alguien más. Reconocer que uno ha sido cuidado hace caer en la cuenta de la necesidad de corresponder cuidando, ya sea a quien nos ha cuidado, así como a otras personas, y desde luego a nosotras mismas, dando pie al tejido de una red de relaciones constituidas en clave de cuidados, vinculadas por la mutua gratitud. Esta sería la base de una ética de los cuidados.
En esta dirección, según Joan Tronto, el cuidado es una “actividad genérica que comprende todo lo que hacemos para mantener, perpetuar, reparar nuestro mundo de manera que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo comprende nuestro cuerpo, nosotros mismos, nuestro entorno y los elementos que buscamos enlazar en una red compleja de apoyo a la vida.”
Así, cuidar es mantener habitable nuestro mundo y hacer que podamos vivir lo mejor posible en él, lo cual abarca y trasciende por completo esa primera noción que entiende a los cuidados como supervivencia en el entorno hogareño y los asimila con todo aquello que necesitamos para lograr una vida plena, según las aspiraciones de cada persona o colectividad, como puede ser jugar, convivir, viajar, pero también la participación social, económica y política que permita el despliegue cabal de las capacidades de cada persona y comunidad.
Repasar este planteamiento con perspectiva de derechos humanos nos hace ver de inmediato que la distribución de estas tareas ha sido profundamente desigual, de modo que la mayoría de las actividades de cuidado han sido históricamente asumidas por mujeres y que esto ha perpetuado las brechas de desigualdad entre mujeres y hombres a costa de sus posibilidades de disfrutar más de la vida y de involucrarse en actividades profesionales y políticas, mientras que el campo de estas actividades ha sido copado por los hombres, quienes además muchas veces lo hemos hecho ejerciendo un ocio irresponsable con el bienestar propio, de nuestras familias y de nuestras comunidades.
De aquí se desprende la importancia de promover una una práctica de los cuidados orientada a fortalecer la igualdad entre mujeres y hombres, que fomente una creciente responsabilidad activa de los hombres, así como las oportunidades de las mujeres para una vida más diversificada y disfrutable.
Es cierto que el contenido de los cuidados no está prescrito, se trata de lo que cada persona o colectividad identifique como necesario en cada contexto, no de lo que el agente “cuidador” quiera otorgarle, pues esto entrañaría un riesgo de autoritarismo aún con las mejores intenciones; aquí entra en juego nuevamente la transformación de las masculinidades para prevenir que la búsqueda de control y dominio propia del machismo se enmascare bajo el pretexto de cuidar. La ética del cuidado supone entonces también una escucha atenta, un diálogo del cuidado, para responder atinadamente a las necesidades de cuidado de quienes nos rodean y entender que no existen procesos idénticos al momento de cuidar.
Las acciones individuales que podamos hacer desde los cuidados no suplen la urgente necesidad que se han advertido desde organizaciones como GENDES, de la creación de políticas públicas que brinden condiciones reales para que todas las personas podamos ser cuidadas y cuidar al disponer de espacios libres de violencia en centros de atención a la niñez y personas adultas mayores, pero también en espacios para la convivencia y la recreación, así como jornadas de trabajo flexibles y disponibilidad de transporte público eficiente, entre varias otras, de modo que no haya impedimentos para el desarrollo humano pleno de mujeres y hombres.

Perú se ha convertido en pocos años en un gran exportador de productos agrícolas, pero se mantienen las dudas sobre cuánto podrá mantener su modelo.
Las vastas llanuras desérticas de la región de Ica, Perú, se han llenado en las últimas décadas de extensos cultivos de arándanos y otras frutas.
Hasta la década de 1990 resultaba difícil imaginar que esta zona del desierto costero peruano, donde a primera vista se ve poco más que polvo y mar, pudiera convertirse en un gran centro de producción agrícola.
Pero eso es lo que ha ocurrido no solo aquí, sino en la mayoría del litoral desértico peruano, donde han proliferado grandes plantaciones de frutas no tradicionales aquí, como los espárragos, los mangos, los arándanos o los aguacates (o paltas, como les llaman en Perú).
La enorme franja que atraviesa el país en paralelo a las olas del Pacífico y las elevaciones andinas se ha convertido en un inmenso huerto y en el epicentro de una pujante industria agroexportadora.
Según las cifras del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego de Perú, las exportaciones agrícolas peruanas crecieron entre 2010 y 2024 un promedio anual del 11%, alcanzando en 2024 la cifra récord de US$9.185 millones.
Perú se ha convertido en estos años en el mayor exportador mundial de uvas de mesa y de arándanos, una fruta que apenas se producía en el país antes de 2008, y su capacidad para producir a gran escala en las estaciones en las que es más difícil hacerlo en el Hemisferio Norte lo han llevado a erigirse en una de las grandes potencias agroexportadoras y proveedora principal de Estados Unidos, Europa, China y otros lugares
Pero, ¿qué consecuencias tiene esto? ¿Quién se beneficia? ¿Es sostenible el boom agroexportador peruano?
El proceso que llevaría al desarrollo de la industria agroexportadora peruana comenzó en la década de 1990, cuando el gobierno del entonces presidente Alberto Fujimori impulsaba profundas reformas liberalizadoras para reactivar a un país golpeado por años de crisis económica e hiperinflación.
“Las bases se sentaron al reducir las barreras arancelarias, promover la inversión extranjera en Perú y reducir los costos administrativos para las empresas; se buscaba impulsar a los sectores que tuvieran potencial exportador”, le dijo a BBC Mundo César Huaroto, economista de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
“Al principio, la atención se centró en el sector minero, pero a finales de siglo ya aparece una élite empresarial que ve el potencial del rubro agroexportador”.
Pero no bastaba con leyes más propicias ni con la intención.
La agricultura a gran escala en Perú se había enfrentado tradicionalmente a obstáculos como la escasa fertilidad de los suelos de la selva amazónica y la accidentada orografía de la sierra andina.
Ana Sabogal, experta en ecología vegetal y cambios antrópicos en los ecosistemas de la Pontificia Universidad Católica del Perú, explicó a BBC Mundo que “la inversión privada de grandes agricultores, menos reacios al riesgo que los pequeños, facilitó innovaciones técnicas como el riego por goteo y el desarrollo de proyectos de riego”.
La solución del problema de la escasez de agua en el desierto permitió empezar a cultivar en una zona donde tradicionalmente no se había contemplado la agricultura y empezar a explotar sus particulares condiciones climáticas, que lo convierten en lo que los expertos describen como un “invernadero natural”.
“La zona no tenía agua, pero con agua se convertía en una tierra muy fértil”, indica Huaroto.
Todo eso, sumado a innovaciones genéticas, como la que permitió el cultivo local del arándano, posibilitó que Perú incorporara grandes extensiones de su desierto costero a su superficie cultivable, que se amplió en alrededor de un 30%, según la estimación de Sabogal.
“Fue un aumento sorprendente y enorme de la agroindustria”, resume la experta.
Hoy, regiones como Ica o la norteña Piura se han convertido en grandes centros de producción agrícola y la agroexportación en uno de los motores de la economía peruana.
Según la Asociación de Exportadores ADEX, las exportaciones agrícolas representaron en 2024 un 4,6% del Producto Interno Bruto (PIB) peruano, cuando en 2020 no era más que un 1,3%.
El impacto económico y ambiental ha sido notable y ambivalente.
Sus defensores subrayan que ha traído beneficios económicos, pero los críticos apuntan a sus costes medioambientales, como su elevado consumo de agua en zonas donde escasea y la población no tiene garantizado el suministro.
El economista César Huaroto dirigió un estudio para evaluar el boom agroexportador en la costa de Perú.
“Una de las cosas que encontramos es que la industria agroexportadora había actuado como dinamizador de la economía local, ya que incrementó el nivel de empleo de calidad en amplias zonas donde dominaba la informalidad, y se registró un incremento de los ingresos promedios de los trabajadores”, dijo.
Aunque esto no beneficia a todo el mundo por igual.
“A los pequeños agricultores independientes les cuesta más encontrar trabajadores porque los salarios son más altos y también tienen más dificultades en el acceso al agua que necesitan sus campos”.
Efectivamente, la agroexportación parece estar arrinconando las formas tradicionales de trabajar el campo y cambiando la estructura social y de la propiedad en amplias zonas de Perú.
“Muchos pequeños propietarios ven que sus campos ya no son rentables por lo que están vendiendo sus campos a grandes compañías”, indica Huaroto.
Sin embargo, según el mismo economista, “incluso muchos pequeños agricultores se mostraban satisfechos porque la agroindustria les había dado trabajo a miembros de su familia”.
En los últimos años se cuestionan cada vez más los beneficios para el país del negocio agroexportador.
Pero la principal fuente de crítica es el agua.
“En un contexto de escasez hídrica, en que una parte importante de la población de Perú no tiene agua en su casa, el debate en torno a la industria agroexportadora se ha vuelto muy vivo”, señala Huaroto.
La activista local Charo Huaynca le dijo a BBC Mundo que “en Ica se está dando una disputa por el agua porque no hay para todos”.
En esta árida región la cuestión del agua es polémica hace tiempo.
Mientras muchos asentamientos humanos deben arreglárselas con la que llega en camiones cisternas y almacenarla para satisfacer sus necesidades, grandes áreas de cultivos destinados a la agroexportación tienen garantizada la que necesitan a través de pozos en sus fundos y acceso prioritario al agua de riego que se trasvasa desde la vecina región de Huancavelica.
“Se supone que está prohibido excavar pozos nuevos, pero cuando los funcionarios de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) llegan a inspeccionar las grandes explotaciones les niegan el acceso alegando que se trata de propiedad privada”, denuncia Huanca.
BBC Mundo solicitó sin éxito comentarios a la ANA y al Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego de Perú.
Huanca ve indicios de que el acuífero subterráneo que abastece gran parte del agua de Ica se está agotando.
“Antes bastaba con cavar cinco metros, pero ahora hay que llegar hasta 10 ó 15 metros de profundidad para que aparezca el agua”.
En Ica apenas llueve, por lo que gran parte del agua se obtiene bajo tierra.
“Los pequeños agricultores se quejan de que a ellos se les exige pagar grandes cantidades por el agua, mientras que las grandes explotaciones cuentan con reservorios y grandes piscinas que llenan y cuya agua luego optimizan con sistemas de riego tecnificado”, indica Huanca.
En esta región se cultivan las uvas con las que se produce el famoso pisco, el aguardiente cuya fama se ha convertido en fuente de orgullo nacional para los peruanos, pero incluso eso es ahora cuestionado.
“Hay quien critica que la uva es básicamente agua con azúcar y, si exportas la uva y sus derivados, estás exportando agua”, señala Sabogal.
En Ica, el reto es hacer sostenible el próspero negocio agroexportador con el medio ambiente y las necesidades de la población.
“Cada vez que hay elecciones se habla de este tema, pero nunca llegan las soluciones. Se debe resolver cómo se va a hacer la economía de Ica sostenible a largo plazo, porque si no hay agua la economía se va a caer”, pide Huanca.
El desafío, en realidad, lo es para todo el Perú agroexportador.
“La situación actual no es sostenible a largo plazo. Está muy bien que haya industria agroexportadora porque genera ingresos y divisas, pero siempre y cuando se destine la cantidad de agua requerida para la población y los ecosistemas”, zanja Sabogal.
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