Por: Alejandro Orozco y Villa (@realvisceral)
El retrato de lo que sucede al otro lado de la frontera nos lo ofrece el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán en “Norte”, novela tripartita situada en el territorio que habita la comunidad mexicoamericana en los confines del país. Paz nos advierte que para un número considerable de mexicanos la línea divisoria entre los dos países representa apenas una barrera simulada. Si bien, “Norte” toca el tema del narco sólo de manera tangencial, refiere con destreza otra realidad violenta y cercana: los abusos y vejaciones que padecen los migrantes ilegales en Estados Unidos.
En 2004 Yuri Herrera publica por primera vezTrabajos del reino, quizá la novela que más cerca ha estado de retratar los intestinos de una banda criminal. Herrera utiliza una prosa precisa y elegante para describir la incontinente violencia en ciertos pueblos de México:
La calle era un territorio hostil, un forcejeo sordo cuyas reglas no comprendía…
Sin embargo, no duda en recurrir al lenguaje común y a ciertos regionalismos con el mismo fin:
A mí me reenchila que quieran verme la cara… por eso, a un mula que la otra semana vino a hacerme cuentas baratas le moché los pulgares con unas pinzas…
Para acordarme de los muertitos en mi haber me llevo un diente de cada uno y los voy pegando en el tablero de mi troca, a ver cuántas sonrisas alcanzo a formar.
En definitiva, Trabajos del reino detalla la forma en la que el narco ha infiltrado profesiones, instituciones y cualesquiera rincones de la sociedad, particularmente en las poblaciones más pequeñas del país. En estas comunidades, todos los individuos, invariablemente, terminan por desempeñar una función al servicio del capo o Rey en turno. Dentro de la Corte descrita por Herrera desfilan El Artista, El Periodista, El Doctor, El Padre y hasta los personajes más inverosímiles:
Un pobre gordo a quien le habían machacado los brazos para desprendérselos en una represalia ahora servía como mensajero, cargaba en las espaldas una mochila en la que metían los recados y recorría el Palacio repartiéndolos.
A la par de Herrera, Víctor Hugo Rascón explora literariamente la relación pobreza-narcotráfico y muestra la vulnerabilidad de las pequeñas comunidades ante el arribo de la droga. “La muerte ha llegado a Santa Rosa y ya no quiere irse”, se lamenta uno de los personajes de Contrabando. La novela, influenciada en estilo por Yáñezy Rulfo, devela el dramatismo que enfrentan pueblos y rancherías cuando el tráfico de narcóticos se convierte en la única alternativa viable para que sus habitantes puedan subsistir económicamente. Contrabando -en cuyo interior cohabitan géneros como el teatro, el cuento y el corrido- delata la nula capacidad de las autoridades localespara enfrentar el crimen, así como las arbitrariedades perpetradas por judiciales y otras corporaciones centrales en perjuicio de la población más vulnerable:
Los judiciales de la Federal, o quienes hayan sido, porque a estas alturas no se puede saber si fueron narcos con credenciales de la Judicial o judiciales con facha de narcos, llegaron a la plaza, bajaron de sus camionetas, sacaron sus pistolas y sus cuernos de chivo, rodearon a la gente que divisaba el baile y preguntaron por los fugitivos. No hemos visto a nadie, les dijo el Chalelo, un muchacho que estaba platicando con su novia en una banca. Ahí mismo lo acribillaron con una ráfaga de metralla.
Rascón hace hablar a los habitantes del pueblo frente a este tipo de eventos y circunstancias. Entre ellos, aparece una mujer indígena incriminada en una masacre de policías:
Hay dos versiones de esto que pasó esa mañana en Yepachi. La de los federales que salió en los periódicos y la mía…La versión mía para qué la cuento, qué caso tiene. Quién me la va a creer.
Contrabando se entrelaza con la novela póstuma de Daniel Sada, El lenguaje del juego. En este relato, el “escritor de filigrana” también detalla con minuciosidad la transformación de individuos y comunidades derivada de la inevitable convivencia con la droga y la violencia. Sada, fiel a su estilo, nutre con su vocabulario interminable y humor fino el triste encumbramiento y derrumbe de una familia originaria de un país llamado Mágico, convertido en territorio salvajemente disputado entre cárteles.
Junto a Herrera y Rascón se ha ganado un lugar Don Winslow, autor de El poder del perro, obra plena en dinamismo y emoción que describe, entre numerosos temas, la difícil relación con el vecino del norte:
En algún momento [los traficantes] se dieron cuenta de que su producto real no eran las drogas, sino la frontera de tres mil kilómetros con Estados Unidos…la tierra puede quemarse, las cosechas envenenarse, la gente desplazarse, pero esa frontera, esa frontera no se va a ir a ninguna parte.
Winslow desnuda la responsabilidad histórica de la DEA y la CIA en el incremento de la violencia en México. El poder del perro constituye un ataque a las políticas contra las drogas iniciadas en Washington y sus terribles efectos en nuestro país, así como una denuncia frontal de la operación de oficiales yanquis en territorio nacional. “Vienen a quemar amapolas y acaban quemando niños”, se queja un policía mexicano. La obra refleja también la disparidad de recursos a uno y otro lado de la frontera: “En Estados Unidos, los polis ponen micrófonos a los malos. Aquí los malos ponen micrófonos a los polis”.
La novela de Winslow es ambiciosa: nos lleva del Opus Dei a la casa de citas, de la mafia irlandesa al Tratado de Libre Comercio, de Tegucigalpa a Los Pinos y en ella reconocemos los principales acontecimientos nacionales vinculados al narcotráfico. En El poder del perro aparecen el boxeador exitoso, el homicidio del candidato, el ex-presidente bajo sospecha y el asesinato del cardenal: todos atados al mundo de la droga.
En estas novelas -y algunas otras- se describen capos con sobrepeso, ráfagas de AK-47, corrupción, narcofosas, encobijados, decapitados, cientos de homicidios sin resolver, mucha Tecate, dientes de oro y música de los Tigres del Norte:“dos tipos de unos treinta años, camisas Versace, cadenas de oro, gorras de beisbol” (Mendoza); “su oro sonajeado, sus muchachas rubias, sus botas rojas de oso hormiguero, su conjunto con tarima, sus pistos” (Herrera); “relojes dorados, sus anillos ostentosos y sus cadenas de oro al cuello” (Rascón); “camionetas de súper lujo, un reloj con diamantes o unas botas de piel de cocodrilo” (Alarcón).
Todas ellas tienen enormes virtudes y varias de ellas constituyen valientes actos de denuncia. Sin embargo, son pocas las que han logrado penetrar el caparazón que envuelve el mundo desconocido del narcotráfico en México. Sería interesante que las novelas próximas a aparecer se adentrasen en las habitaciones y oficinas secretas –de capos y funcionarios- en donde se toman las decisiones más importantes en torno al crimen organizado. Sería deseable que superasen los lugares comunes del sotol, el santo Malverde, el acordeón y las hebillas enormes para describir el complejo sistema de jerarquías, las infinitas cadenas de intermediarios y las pugnas internas que existen dentro de los cárteles mexicanos.
Asimismo, sería novedoso que develasen el rol actual de las mujeres en el escenario criminal (lejos del que cumplen las novias esculturales de los capos o los estereotipos heroicos de La Reina del Sur de Pérez Reverte y de Hielo Negro de Bernardo Fernández). Para incorporar a la literatura una radiografía integral del fenómeno sería preciso identificar las funciones asignadas a las mujeres dentro de los cárteles. ¿Su actividad se circunscribe a ser madres o esposas abnegadas a la espera de una noticia terrible u ocupan posiciones trascendentes en las organizaciones? ¿Se limitan a ser figuras de ornato o se involucran en tareas sustantivas como “halcones” o figuras similares?¿Su papel ha sido el mismo o se ha ido modificando según las necesidades de los grupos criminales?
Las próximas obras podrían fijar también su atención en las familias de los criminales (algo que apenas se insinúa en obras como “Perra brava” de Orfa Alarcón, al retratar a la novia de un líder narco). ¿Hay un desprendimiento parcial o total del núcleo familiar? Quienes optan por permanecer al margen de la criminalidad, ¿están al tanto de los movimientos de sus parientes? ¿Los juzgan? ¿Los increpan? ¿Participan de alguna manera –tácita o explícita- en el tráfico de drogas? Demos por cierto el que se pueden explotar literariamente las implicaciones –psicológicas, sociales y económicas- de que un padre, una pareja o un hijo estén involucrados en el mundo de la droga.
Estamos también expectantes a la llegada de personajes que encarnen la complejidad psicológica de quienes se ven envueltos en actividades de esta naturaleza.Que reflejen, sí, la ambición y la avaricia, la barbarie y los excesos, pero que exploren también el posible remordimiento y la culpa que posiblemente atormenta a varios de estos hombres. Que muestren cómo un joven decide que el narco será su primer trabajo, cómo es la vida interior de un hombre que ha quitado la vida a una, diez o cincuenta personas. Que refieran si existen todavía conceptos como el honor, la amistad y la lealtad en un ambiente devorado por la traición y la violencia. De igual manera, las próximas novelas deberán olvidar los tatuajes y las camisas vaqueras para describir los nuevos perfiles de traficantes, sus inmersiones en diferentes extractos sociales, su relación con banqueros, empresarios y su incursión en el mercado de las bienes raíces.
Por último, sería interesante conocer tramas con un manejo inteligente de la violencia. La sangre está a la vista de todos -basta abrir un diario- por lo que los lectores esperamos no un relato sanguinario sino una trama perspicaz y novedosa (cierto, ello se advierte difícil en un momento en el que parece que el crimen organizado ya ha inventado todo). Esperemos que varios escritores acepten el reto y pronto nos regalen visiones frescas del mundo del narco, aprovechando, al menos en la literatura, este lapso de aparente derrumbe social y desorientación.