La semana pasada se dio a conocer una carta que Ismael El Mayo Zambada le dirige a la titular del Ejecutivo solicitando su intervención para ser juzgado en México. Las formas y el tono son inusuales: revelan que Zambada no ha llegado (o no había llegado) a un acuerdo con las autoridades estadounidenses, y el revuelo que ha generado en ambos lados de la frontera es notable.
La solicitud o chantaje de El Mayo llega en un momento en que la administración federal despliega una estrategia distinta en el combate a la delincuencia organizada. Si bien no la verbaliza, si nos remitimos a la cantidad de decomisos (ahora sí se produce fentanilo en el país) y detenciones es claro que los abrazos van quedando en el olvido. Algunas de esas acciones, que han merecido el reconocimiento del gobierno de Estados Unidos, tal vez no alcancen para volver a posponer la aplicación de aranceles, tal vez alcancen para poco.
Sin embargo, lo que resulta paradójico es que mientras se avanza en una nueva estrategia para combatir a la delincuencia organizada, lo que se hace más visible es la penetración que el crimen ha tenido en la política. Empiezan a generarse mejores resultados, pero el costo es que se hacen más inocultables los vínculos de las organizaciones criminales con la política.
En ese contexto se conoció que uno de los abogados de El Mayo tiene vínculos con Morena, y que su socio incluso es militante. Sin duda se trató de una estrategia jurídica y de comunicación muy osada; el abogado Penilla y su socio son figuras muy seguidas por las autoridades estadounidenses. Muy temprano iba a llegar el señalamiento sobre la identidad del abogado, señalamiento que refuerza la idea de que existen vínculos inaceptables entre el Gobierno y el crimen organizado, y, sin embargo, decidieron publicar la carta. Frente a ello, la presidenta minimizó las evidencias, intentó incluso involucrar al PAN y, de nuevo, negó lo innegable.
Me parece que la cabeza fría debía conducir a asumir que esos vínculos existen y que es mejor elegir batallas que vayan desmontando la penetración del crimen organizado en los circuitos de la política, que negar la existencia del problema. Tengo la impresión de que las evidencias se van a ir multiplicando y que la negación o voltear a ver a otro lado está lejos de ser la mejor estrategia.
Por lo pronto, pareciera que estamos en el peor de los mundos: si como anunció ayer uno de los abogados de El Mayo, él estaría optando por llegar a un acuerdo y declararse culpable, lo previsible es que empiece a hacer revelaciones harto incómodas para el gobierno mexicano. Por el contrario, si no arriba a un acuerdo e insiste en los términos expresados en la carta, el dilema sigue teniendo costos importantes: si México accede, se confirmarían los lazos inadecuados entre Gobierno y delincuencia; si no se accede, es probable que el capo arribe con mayor facilidad a un acuerdo con las autoridades estadounidenses.
Reitero, la negación no es el mejor camino, la cooperación inteligente puede traer beneficios en materia de seguridad, de la relación bilateral e incluso en una sana reconstrucción del pacto social original que representó Morena. La negación puede precipitar la ruina.
* Rodrigo Morales M. (@rodmoralmanz) fue consejero electoral en el Instituto Electoral del Distrito Federal y en el Instituto Federal Electoral. Actualmente es consultor internacional en materia electoral.
El reino árabe ha ganado peso en la escena global y mantiene cierto equilibrio entre Moscú y Kyiv.
Los gobiernos de Estados Unidos y Rusia escogieron a Arabia Saudita como sede para las cruciales conversaciones con Rusia sobre la guerra en Ucrania.
Representantes de Washington y Moscú se reúnen este martes en Riad para tratar de sentar las bases de las conversaciones de paz, confirmaron el Departamento de Estado estadounidense y el Kremlin este lunes.
Por parte de Estados Unidos participan el secretario de Estado, Marco Rubio, el asesor de seguridad nacional, Mike Waltz, y el enviado especial para Oriente Medio, Steve Witkoff.
Rusia envió a la capital saudí al ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y a Yuri Ushakov, asesor de política exterior del presidente Vladimir Putin.
El encuentro ha generado preocupación en Ucrania y entre sus aliados europeos, que no participarán.
El gobierno de Arabia Saudita ha expresado su intención de implicarse activamente en las conversaciones de paz, no solo como país anfitrión sino con un rol más activo de mediador.
La elección de Arabia Saudita como sede del encuentro subraya hasta qué punto ha avanzado el reino en el plano diplomático en los últimos años desde que estuvo punto de convertirse en un estado paria tras el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi en 2018.
Las sombras que se proyectaban sobre el país y su líder de facto, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, parecen haberse disipado, aunque ocasionalmente se siguen planteando preocupaciones en foros internacionales sobre el historial de derechos humanos de Arabia Saudita.
En muchos frentes -y en particular en las industrias del entretenimiento y el deporte- el reino wahabita ha dedicado enormes cantidades de dinero a tratar de convertirse en un actor importante en el escenario global.
En el plano diplomático, el liderazgo saudita también ha logrado avances: durante los años de Biden, el reino redujo su dependencia de Estados Unidos como principal aliado internacional.
Los sauditas dejaron claro que perseguirían en primer lugar lo que perciben como sus intereses: entablar relaciones más estrechas con países considerados los mayores rivales de Estados Unidos, como Rusia y China.
Por otro lado, hay que destacar la posición que hasta el momento ha mantenido Arabia Saudita en el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Riad ha preservado históricamente sus relaciones tanto con Moscú como con Kyiv, en un intento de equilibrar sus intereses geopolíticos y económicos.
En el ámbito energético, Arabia Saudita ha colaborado estrechamente con Rusia en el marco de la OPEP+, coordinando políticas de producción de petróleo para estabilizar los mercados globales.
Sin embargo, también ha mostrado apoyo a la integridad territorial de Ucrania en foros internacionales y ha participado en iniciativas humanitarias para mitigar el impacto del conflicto en la población ucraniana.
Esta dualidad en su política exterior refleja, según expertos, la estrategia saudita de posicionarse como un mediador neutral, capaz de facilitar el diálogo entre las partes en conflicto.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido bien recibido por los sauditas.
Su primera visita al extranjero en su primer mandato fue a Arabia Saudita, y la naturaleza transaccional de su política exterior se ve como más propicia para el actual liderazgo saudita.
Arabia Saudita es clave en el conflicto palestino-israelí por su influencia en el mundo árabe y musulmán, y su posible normalización de relaciones con Israel, lo que podría redefinir el equilibrio geopolítico en la región.
Uno de los posibles logros que Trump querría anotar en su historial sería un acuerdo de paz entre los sauditas e Israel, que sería la culminación de los Acuerdos de Abraham que inició en su primer mandato.
La guerra en Gaza, sin embargo, se ha interpuesto en el camino y puede aumentar el precio que Arabia Saudita exija por un acuerdo de paz.
Los sauditas expresaron su contundente rechazo al plan de Trump para Gaza: expulsar a todos los palestinos y reconstruirla como un complejo turístico.
Esto ha impulsado al reino a tratar de elaborar un plan alternativo viable con otros estados árabes, que permitiría que los habitantes de Gaza permanecieran en su territorio mientras se reconstruye el enclave.
Arabia Saudita ha reiterado que no establecerá relaciones diplomáticas formales con Israel sin una solución que considere justa al conflicto palestino, insistiendo en la necesidad de un Estado palestino independiente.
El actual planteamiento de la administración Trump parece entrar en contradicción con esto, tanto en su política hacia Gaza como hacia la Cisjordania ocupada.
La forma en que se resuelva este asunto será clave para la dinámica de la evolución de la relación entre Arabia Saudita y Estados Unidos.
En todo caso, está claro que los sauditas no tienen intención de renunciar a su ambición de convertirse en un actor esencial de la diplomacia global.
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