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Han Kang: el fino hilo que nos ata a la vida cotidiana
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Han Kang: el fino hilo que nos ata a la vida cotidiana

El Premio Nobel de Literatura a Han Kang, escritora surcoreana de 54 años es un reconocimiento a una escritura que conmueve y arrebata, cuyos temas van de la incomprensión, la marginación, la soledad y la injusticia de las condenas que persisten en las familias y en la sociedad hacia las mujeres y quienes son diferentes.
18 de octubre, 2024
Por: María Isabel Verduzco

Los humanos deberían haber sido plantas.

Las plantas no tienen deseos,
no sienten la angustia del sufrimiento,
no se sienten culpables por existir.
Si tan solo pudiera ser como una planta,
arraigado en la tierra,
dejando que el sol y la lluvia sean suficiente”.

Fragmento del poema Las alas, Yi Sang,1936.

 

En este año se otorgó el Premio Nobel de Literatura a Han Kang, escritora surcoreana de 54 años. Kang escribió su novela La vegetariana en 2007, cuando tenía 37 años. Como otras de sus novelas –Actos humanos y Lecciones de griego– es una historia que nos conmueve, nos deja arrebatados, en estado de exaltación. El cuento El fruto de mi mujer, escrito diez años antes, es el antecedente directo de esta novela de Kang, de la que mantiene temas centrales.

En ambas historias, la mujer de una pareja joven se transforma: una de ellas se convierte en planta y la otra se hace vegetariana. En el cuento, transformarse en planta le permite a la protagonista dejar una vida “sofocante”, “imposible de vivir” y tomar la voz como narradora, para decirle a su madre: “me daba miedo terminar como tú, madre.” En la novela, cuando la mujer se vuelve vegetariana todo se convierte en un caos; los demás ven esa transformación como una enfermedad mental, la locura.

Esta feroz novela inicia el día en que la protagonista, realizando una tarea doméstica, se da cuenta de la violencia a su alrededor y decide vaciar el refrigerador de productos animales; no quiere tener más “escenas sangrientas”. No no se trata de una defensa de los animales ni de un tratado sobre la salud humana; el vegetarianismo de la protagonista sirve como metáfora para narrar la historia de una mujer (esposa e hija) que, de un día para otro, decide desafiar los convencionalismos. En un contexto en que la mujer no puede decir no a su padre ni a su esposo, negarse a comer carne se convierte en un acto disruptivo que irrumpe la convención social de no incomodar a otros ni desobedecer en un sistema jerárquico.

La historia se enriquece al ser narrada por tres voces que contraponen distintos puntos de vista. Como primer narrador, su esposo quedó atónito frente a la tajante decisión de la protagonista. “Algo cambió drásticamente”: por primera vez, él se alistó para ir a trabajar sin ayuda de SU mujer; se dio cuenta de que no había camisas planchadas. ¿Cómo una mujer que no pedía explicaciones ni hacía demandas y que se veía tan serena, se volvió una persona irracional y egoísta? La que concebía como SU mujer pasó a ser “esa mujer”, una desconocida. En el cuento, el esposo considera que su mujer no tiene el derecho de causarle tanta soledad.

En La vegetariana, cuando todo se desorganiza, el esposo desaparece y la autora recurre a un narrador externo: el cuñado que se interesa por ella como lienzo para su única obra de arte, porque la quiere pintar, grabar y -¿por qué no?- penetrar. En sus narraciones, los dos hombres comparan a las hermanas, deseando de la otra lo que no tiene la suya, exigiendo lo que consideran que merecen o que pueden conseguir, solo por ser hombres.

Con las narraciones masculinas, Kang juega con la paradoja de que una mujer bella y joven carezca de deseo; una mujer que se excita con las flores, pero que los rechaza. Una contradicción de la que emana un vacío, no una mera fugacidad, sino una fugacidad sólida, un oxímoron en el que, lo que parece estable o estructurado -las convenciones patriarcales y jerárquicas- cambia y se percibe como una amenaza.

Esa mujer, que se vuelve desconocida, que no pueden entender y que les parece que ha perdido la cordura, empieza a manifestarse cuando, eventualmente, la protagonista toma la palabra. Al evocar sus sueños y sus recuerdos, nos va dando pistas. Con su voz resaltan la incomprensión, la marginación, la soledad y la injusticia de las condenas que persisten en las familias y en la sociedad hacia quienes son diferentes. Imágenes que se refuerzan cuando un narrador externo nos habla de los sentimientos y pensamientos de la hermana.

Otro tema transversal en la novela y en el cuento es el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. En La vegetariana se ilustra con la insistencia, mandatos e, incluso, el uso de la fuerza por “los hombres” (el padre y el esposo) de que consuma carne. La protagonista no se debilita por no comer carne, se debilita porque no duerme; se mantiene en vigilia por la violencia que ha vivido. Cuando duerme, sueña que mata a alguien; “¿qué es lo que cortaré que me estoy poniendo tan afilada?”.

En ambos casos, ante la displicencia, la mujer intenta utilizar su cuerpo para expresarse, para ser vista y escuchada, “al menos, cuando uno es planta, otros pueden ver y tocar sus frutos”. En La vegetariana, la hermana que observa la transformación piensa que volverse loca puede ser más fácil de lo que parece: “¿cuándo soltó mi hermana el fino hilo que la unía a la vida cotidiana?”. En cualquier momento, ¿podría yo también soltarlo?”.

La dieta se relaciona también con la violencia, que “está en la vida de todas; algunas atraviesan más rápidamente el sufrimiento que otras”. Por haber comido carne, le duele el pecho, las vidas están ahí atoradas, siente los alaridos. “Tu propio cuerpo es lo único con lo que puedes hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer”.

En la primera obra, el cuento, la protagonista piensa: “voy a morir antes de que llegue el invierno. Dudo que vuelva a florecer en este mundo”. En la segunda, La vegetariana, la mujer desea ser derretida por la lluvia para entrar a la tierra, porque sería esta quizá la única manera de nacer de nuevo, pero al revés, al revés de la violencia.

Sin duda, el Premio Nobel de Literatura de este año es uno de los más merecidos, se otorga a una escritora crítica y controversial, que aborda constantemente la condición de ser mujer, pero que en su poesía y prosa reflexiona también sobre las heridas históricas y la fragilidad de la humanidad. Han Kang es la primera persona surcoreana en recibir este reconocimiento que hasta hoy se ha otorgado solo a 18 mujeres, de 121 ganadores.

* María Isabel Verduzco  (@marisaverduzco) es socióloga, consultora independiente y profesora de la ORT México.

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Imagen BBC
El gran éxito económico que lograron los libaneses que migraron a América Latina en el siglo XIX y que mantienen sus descendientes
9 minutos de lectura

La diáspora libanesa en América Latina echó raíces en la región desde hace casi 150 años. Desde entonces se convirtió en una de las comunidades más prósperas.

03 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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“Ser libanés no es una nacionalidad, es un oficio”, dice un poema del escritor libanés Roda Fawaz.

Su verso transmite un sentimiento que comparten millones de personas originarias de esa nación de Medio Oriente, o descendientes de migrantes que lo hicieron a lo largo de los últimos 150 años, y que se establecieron en muchos países del mundo.

América Latina fue un destino de una buena parte de ellos. Notablemente en Brasil, con entre 8 y 10 millones de brasileños-libaneses. Pero también en el resto de los países, desde México hasta Argentina, se calcula que hay unos cuatro millones más repartidos en la región.

Entre ellos hay nombres que han logrado un lugar destacado en el mundo de los negocios, la política o la cultura. Los empresarios son tal vez los más conocidos, con apellidos como Slim (México), Jafet y Ghosh (Brasil), Char (Colombia), Menem (Argentina) o Saieh (Chile).

Y con fama internacional, Shakira o Salma Hayek o el actor Ricardo Darín dan muestra de lo lejos que han llegado las artistas de origen libanés.

La diáspora en América Latina casi triplica los 5 millones de habitantes de Líbano, país que actualmente atraviesa una crisis por la guerra entre el grupo armado Hezbolá asentado en territorio libanés y las fuerzas de Israel.

Shakira en Líbano en 2003
Getty Images
Shakira, cuyos apellido libanés Mebarak viene de su padre, visitó Líbano en más de una ocasión.

Pero el éxito de esta comunidad en América Latina no fue automático. Fue a base de lo que el historiador mexicano de origen libanés Carlos Martínez Assad llama “una migración solidaria” que los llevó a establecerse en diversos países de la región.

“Algunos estuvieron primero en Venezuela o Colombia y luego se vinieron a México. Y al revés, gente que estuvo en México terminó en otro país de América Latina. O a Estados Unidos y viceversa, primero llegaron allá y se vienen a México. Es un fenómeno de establecimiento de redes”, explica el investigador, autor de una basta colección de libros y publicaciones sobre la migración libanesa.

Pero lo que caracterizó a esta comunidad, y que los llevó a fijarse en el imaginario social, fue el comercio. Encontraron las formas y los medios para llevar productos a muchos puntos de los países que adoptaron y así establecer sus bases en la industrialización y modernización de América Latina.

¿Por qué dejaron Líbano?

El país que hoy es Líbano fue durante tres siglos (1516-1918) parte del Imperio Otomano, que dominó extensas porciones de Medio Oriente, el norte de África y la península de los Balcanes en el este de Europa.

Fue en el siglo XIX cuando la región del Monte Líbano comenzó a experimentar una época convulsa, en buena medida por la disputa por el poder político, económico y religioso entre los cristianos maronitas y los musulmanes drusos.

Los maronitas vieron cómo a partir de la década de 1840 empezó a haber escasez de alimentos y oportunidades, dice Martínez Assad. Y con el estallido de una guerra con los drusos, vinieron las primeras oleadas de emigración a partir de 1860.

“Hubo 60 años de gran inestabilidad en la región”, explica el historiador. Muchos de los maronitas se dirigieron a Europa, Asia, Oceanía y África. Pero otros también apuntaron al pujante continente americano.

Una ilustración de la masacre de maronitas de 1860
Getty Images
En la década de 1860 hubo matanzas de cristianos maronitas en el conflicto con los drusos.

La Primera Guerra Mundial, en la que el Imperio Otomano hizo alianza con las Potencias Centrales, generó una nueva oleada de emigrantes. “Los turcos reclutan a jóvenes, sin importar su religión, los agarran de la calle. Por eso mucha gente, para proteger a los hijos, los sigue enviando a otros países, como los de América”,

Eso explica en buena medida por qué la migración libanesa a América se caracterizó por la llegada de gente joven.

Se sabe que en un inicio muchos libaneses fueron llevados desde Europa a los países de la región latinoamericana con intermedio de agentes. Muchos tenían intención de llegar a EE.UU., pero fueron engañados y llevados a países como Brasil, Venezuela, Cuba o México.

Otros vieron en los países de América Latina un lugar con oportunidades.

Los comerciantes

El hecho de que los libaneses que emigraban de su país fueran cristianos, de la rama de los maronitas que practican un ritual cercano al católico, facilitó en buena medida su adaptación y aceptación cultural en los países de la región, explica Martínez Assad.

“Va a permitir el contacto mucho más amplio, incluso favorece los matrimonios, algo que no sucedió con otras comunidades, como los judíos o los asiáticos”, señala.

El territorio libanés otomano también tuvo una fuerte relación con Francia. Durante la conflictiva década de 1860, las fuerzas francesas defendieron a los maronitas y tras la Primera Guerra Mundial el territorio libanés fue un protectorado francés. Eso explica que culturalmente hubo mucho intercambio entre ambas partes.

Por ello, considera Martínez Assad, la francofilia de los libaneses les ayudó a la adaptación a otras lenguas romances, como el español y el portugués de los países de América Latina.

Ya desembarcados en América, se produjo un “fenómeno de establecimiento de redes” de libaneses que les permitió extenderse más allá de los principales puertos y ciudades.

“En Líbano hay algo que se le da mucha importancia al pasado fenicio, que aunque fue hace miles de años, queda en el inconsciente la idea de ser mercaderes. De tirarse al mar para la aventura y vivir de lo que se produce”, dice el historiador.

Un vendedor
Archivo General de la Nación Argentina
Los libaneses se hicieron buenos comerciantes, pero una imagen de vendedor ambulante fue la que se fijó en el imaginario colectivo.

Los libaneses se dedicaban, en general, al comercio y la agricultura en Líbano.

Pero es esa primera actividad la que empiezan a desarrollar en América Latina. Quienes no eran comerciantes en el pasado, entienden que en países como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México o Venezuela hay necesidad de establecer cadenas de distribución.

Y así es que muchos “se dan a la tarea de irse a muchos poblados”.

En Brasil se dio uno de los primeros fenómenos de los llamados “mascates” que caracterizarían a los libaneses en el continente: eran vendedores ambulantes que cargaban a cuestas una enorme caja con productos novedosos, muchos traídos del exterior, que iban vendiendo por las calles y las plazas.

Una figura que se replicó en otros países rápidamente y que llevó a los libaneses a adquirir ese perfil social de comerciantes de todo tipo de productos y novedades.

Si bien ser cristianos y adaptarse al idioma les permitió ir echando raíces en los países de la región. también enfrentaron algunas resistencias. En Sudamérica, en particular, los empezaron a llamar “turcos”, en ocasiones con un dejo despectivo, por su acento al hablar español y el hecho mismo de que vinieran del imperio dominado por Turquía.

Pero de hecho, la migración libanesa también se fundió con la de los sirios (vecinos de Líbano) que llegaron a América para probar suerte, lo que los llevó a ser puestos socialmente en el mismo grupo migrante aunque en estricto sentido fueran de origen diferente.

El monumento a la migración libanesa en Ciudad de México
Getty Images
En Ciudad de México hay un monumento a la migración libanesa.

Su prosperidad

Aunque Martínez Assad destaca que no todas las familias de origen libanés que hoy viven en América Latina son adineradas, fueron un grupo social que tuvo cierta prosperidad a lo largo del siglo XX.

Muchos comerciantes pasaron de ser vendedores ambulantes a establecer locales comerciales. Las redes para mover mercancías ya no solo se limitaron a un nivel local o regional, sino que comenzaron a establecer agencias de importación.

Las segundas y terceras generaciones de libaneses en América Latina también tuvieron mayor acceso a la educación universitaria, lo que fue clave para las familias.

Los Slim en México, los Char en Colombia, o la Jafet en Brasil, pero también otras cuantas familias en otros países de la región, pusieron las bases de lo que hoy son grandes empresas e industrias desde la década de 1920.

Miembros de la comunidad libanesa en CDMX
Getty Images
La diáspora libanesa ha alcanzado altos espacios en los negocios y la política.

Y con los negocios también abrieron la puerta de la política, desde su acceso a puestos locales hasta los nacionales. En Brasil, el país con la mayor población de origen libanés, Michel Temer es un político de origen libanés que llegó a ser presidente (2016-2018). Pero también cientos de políticos de esa comunidad han pasado por el Congreso.

Ecuador también tuvo al presidente Abdalá Bucaram (1996-1997), México a Plutarco Elías Calles (1924-1928) y Argentina a Carlos Menem (1989-1999). Dos altos funcionarios venezolanos son Tarek William Saab y Tareck El Aissami, que tienen origen sirio-libanés.

Shakira y Salma Hayek son dos de las artistas latinoamericanas que más lejos han llegado en la música y el cine, respectivamente.

También crearon fundaciones, hospitales y su comida se empezó a conocer mediante restaurantes en las principales ciudades de América Latina.

El poder político y económico, sin embargo, también ha atraído escándalos de corrupción. En México, dos miembros de la comunidad, de las familias Nacif y Kuri, estuvieron involucrados en casos de pederastia. Situaciones individuales que terminan por salpicar a toda la comunidad.

Mirar desde lejos

Para Martínez Assad, la prosperidad de la comunidad vino a consecuencia de la dedicación al trabajo de las primeras generaciones.

“Algo que se exalta mucho es el trabajo y yo creo que es cierto. Yo procedo de una familia que mis tíos se levantaban a las 5 am para arreglar su negocio. Pasaban todo el día la tienda. Y en la noche seguían arreglando los negocios del día siguiente”, señala.

En la actualidad, los constantes conflictos sociales y militares en Líbano en las últimas dos décadas -en especial la lucha del grupo armado chiita Hezbolá con Israel- ha sido vista con preocupación por la comunidad libanesa.

Sin embargo, Martínez Assad percibe cierta distancia, cuando menos en la comunidad mexicana cristiana maronita.

“No hay migración de vuelta ni mucho conocimiento de lo que ocurre en Líbano. La política es muy compleja de entenderla. El gobierno está conformado por grupos religiosos, de 18 religiones que hay en Líbano”, señala

Situaciones como el conflicto actual con Israel, que ha emprendido incursiones contra Hezbolá en el sur de Líbano, sin embargo, no dejan de ser “muy lamentables” para los libaneses que tienen que ver desde lejos el conflicto en el país que para sus ancestros fue su hogar y que les da identidad a miles de kilómetros de distancia.

Como escribía Fawaz: “Ser libanés es dejar Líbano pero Líbano no te abandona jamás. Ser libanés es tener un país que nunca he vivido pero es el mío”.

Línea gris
BBC

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