
Estados Unidos impuso un bloqueo a Venezuela. Este es el último desenlace en las tensiones entre Caracas y Washington. Sin embargo, el bloqueo a la exportación de crudo venezolano no es solo una forma de coaccionar al régimen de Nicolas Maduro, sino que demuestra un cambio en la conducción de la política exterior estadounidense que responde a una realidad: las sanciones económicas usadas como arma de guerra económica pierden su eficacia como método de coacción internacional. Por lo que la Casa Blanca se ha visto obligada a recurrir a métodos más directos y peligrosos de presión. Una dinámica que probablemente sea el nuevo estándar en la política exterior estadounidense.
El pasado 10 de diciembre, fuerzas especiales de Estados Unidos abordaron el buque petrolero Skipper frente a las costas de Venezuela y tomaron control de la embarcación, bajo el argumento de que era utilizada por Venezuela e Irán para comerciar hidrocarburos, pese a las sanciones internacionales impuestas a ambos países. De acuerdo con la información disponible, el barco había zarpado de Venezuela con destino a Cuba y posteriormente se dirigiría a Asia con un cargamento de crudo venezolano. No obstante, el Skipper no navegaba en aguas estadounidenses, no enarbolaba la bandera de Estados Unidos ni era operado por una empresa estadounidense, lo que ha abierto un debate sobre la legalidad de la operación, que incluso ha sido calificada por algunos como un acto de piratería.
Esto tiene implicaciones importantes para el comercio marítimo y preocupa que abra la puerta a escenarios de interrupción del comercio marítimo en distintas regiones. Ya lo vimos en el Golfo de Omán hace un par de días con la toma de un buque petrolero por parte de Irán bajo la sospecha de que traficaba hidrocarburos. Sin embargo, más allá de las implicaciones inmediatas en el comercio internacional, con la incautación del Skipper y el bloqueo venezolano vemos un síntoma de un tema más amplio: la pérdida del control hegemónico del sistema financiero internacional, el fracaso de las sanciones como instrumento de política exterior y el retorno a una lógica de control internacional más agresiva.
La captura del Skipper no se puede entender como un hecho aislado, sino que forma parte de un esfuerzo más amplio para presionar económicamente a Caracas mediante una amplia cartera de sanciones financieras y comerciales impulsadas por Washington. Sin embargo, resalta lo agresivo de la acción y del bloqueo a Venezuela como método de coacción. Usualmente las sanciones internacionales impuestas por Washington buscan afectar al contrincante al mismo tiempo que evitan enfrentamientos o acciones como esta. Las sanciones económicas operan a través del control de los nodos centrales del sistema financiero internacional: el acceso al dólar como moneda de intercambio global, el sistema bancario occidental y, sobre todo, al sistema de mensajería financiera SWIFT, indispensable para realizar transferencias internacionales. Estados Unidos sanciona a partir del control de estos mecanismos pues, al quedar excluido de estos, un país y sus empresas enfrentan enormes dificultades para cobrar exportaciones, pagar importaciones o mover recursos a través de canales formales, lo que convierte a las sanciones en una forma de asfixia económica que busca limitar la capacidad operativa de un país sin recurrir, al menos en teoría, al uso abierto de la fuerza.
Estados Unidos ha recurrido en las últimas dos décadas a las sanciones económicas como una de sus herramientas predilectas de política exterior para castigar y disuadir a gobiernos que considera hostiles, como ocurrió con Irán, Rusia, Cuba o Venezuela. En estos casos, Washington restringió el acceso al dólar, congeló activos, prohibió transacciones mediante el sistema SWIFT y expulsó a bancos y empresas de estos países del sistema financiero internacional. Esto se dio especialmente en sectores como los hidrocarburos y otras materias primas, lo que efectivamente limito el comercio de estas materias utilizando la infraestructura occidental. Todo esto con el objetivo de asfixiar sus economías. Sin embargo, esto dio como resultado que los Estados sancionados busquen otros mercados, así como mecanismos económicos y financieros alternativos ajenos al control estadounidense.
El uso extensivo de sanciones por parte de Estados Unidos ha incentivado a numerosos países a buscar vías de escape del sistema financiero occidental como mecanismo de protección frente a la coerción económica. Países como Rusia, Irán y China, junto con otros miembros de los BRICS han desarrollado mecanismos para eludir las sanciones mediante la diversificación de mercados en el Sur Global, el comercio en monedas nacionales, el uso de sistemas de pago alternativos al SWIFT y la construcción de arquitecturas financieras internacionales paralelas al control de Washington. Esto, al tiempo que refuerzan espacios de coordinación tanto comercial como militar en el Sur Global, como la Organización de Cooperación de Shanghái y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. Este desplazamiento gradual hacia arreglos financieros y políticos alternativos e incluso ajenos a Occidente no solo reduce la eficacia de las sanciones, sino que también revela cómo la presión económica estadounidense está acelerando la fragmentación del orden financiero internacional.
Esta situación incrementa la presión en Washington, pues una de las grandes vulnerabilidades del dominio estadounidense es la aparición de mecanismos financieros alternativos que puedan erosionar el papel del dólar como moneda de reserva global y, con ello, la capacidad de Estados Unidos para regular los intercambios comerciales y aplicar sanciones económicas, a la par que generaría mayores costos de endeudamiento, presiones inflacionarias, un menor margen fiscal para sostener gasto público y militar, y un ajuste estructural profundo en su modelo económico basado en un fácil acceso a deuda barata sostenida por el valor y aceptación internacional del dólar como moneda de intercambio global. Washington no puede darse el lujo de perder el control del comercio internacional y el estatus del dólar como moneda central del sistema internacional.
Frente a este escenario critico en donde las sanciones ya no cumplen con sus objetivos, Estados Unidos recurre a las herramientas coercitivas que aún conserva para controlar su entorno estratégico. Esto implica que la política exterior estadounidense está retomando las lógicas propias de la “gunboat diplomacy”, en las que la coerción militar complementa o incluso sustituye completamente a la presión económica como forma de lograr sus objetivos de política exterior. Esto lo plantea en su nueva estrategia de seguridad nacional, en donde Washington deja abierta la posibilidad de adoptar formas de intervención más directas en América Latina. El caso del bloqueo venezolano es un ejemplo de este giro, al combinar sanciones económicas con acciones coercitivas que buscan imponer costos inmediatos en contextos donde los instrumentos financieros han dejado de ser eficaces.
De esta forma, a medida que las sanciones económicas pierden eficacia por la proliferación de redes comerciales ajenas a Estados Unidos, sistemas financieros alternativos y la menor dependencia del dólar, Washington pierde una de sus herramientas centrales de presión al ver reducida su capacidad para imponer costos a sus adversarios sin recurrir a la fuerza. En ese vacío, el bloqueo a Venezuela aparece como un laboratorio de una política exterior más dura y agresiva, donde las sanciones son reemplazadas con acciones más frontales para asfixiar económicamente al adversario y controlar el comercio internacional. Esto indica una forma más agresiva de conducir la política exterior estadounidense en América Latina. En otras palabras, el giro hacia medidas más agresivas como la incautación del Skipper y el bloqueo venezolano no son solo una elección estratégica aislada, sino la reacción estadounidense al desarrollo de un mundo multipolar que cada vez puede comerciar más sin depender de Occidente y al fracaso de las sanciones económicas para producir los resultados que antes garantizaban.
* Adrián Marcelo Herrera Navarro (@adrianmarcelo96) es maestro en Ciencia Política por El Colegio de México, con especialización en temas de seguridad nacional y relaciones internacionales.

Casi siete años después de la imposición de sanciones por parte de EU la exportación petrolera de Venezuela parece haberse recuperado de forma significativa gracias a la contribución de la llamada flota fantasma. BBC Mundo te cuenta de qué se trata.
Cuando en 2019 el presidente de EE.UU., Donald Trump, impuso sanciones a la industria petrolera de Venezuela para presionar al gobierno de Nicolás Maduro, las exportaciones de crudo venezolano cayeron hasta unos 495.000 barriles diarios. Seis años más tarde, las sanciones siguen en pie, pero las exportaciones petroleras de Venezuela han vuelto a crecer hasta ubicarse en torno al millón de barriles diarios.
Aunque se trata de una cantidad pequeña para un país que en 1998 -antes de la llegada al poder de Hugo Chávez- producía tres millones de barriles diarios, esta recuperación de parte de la exportación de crudo es un indicativo de que las sanciones contra Venezuela no están funcionando como EE.UU. esperaba.
Y es que el gobierno de Maduro ha ido encontrando la manera de ir reactivando la producción y de crear nuevas vías para vender el crudo venezolano esquivando las sanciones.
En esa tarea de comercialización ha jugado un rol central la llamada “flota fantasma”: una serie de tanqueros petroleros que por medio de distintas estratagemas logran ocultar su labor como barcos de transporte de petróleo sancionado por las autoridades estadounidenses.
Una de estas embarcaciones fue interceptada e incautada este miércoles por las fuerzas militares de EE.UU. cuando se encontraba en aguas frente a las costas de Venezuela.
“Acabamos de incautar un petrolero frente a la costa de Venezuela, un petrolero grande, muy grande; de hecho, el más grande que se haya incautado jamás”, dijo Trump al anunciar la operación ante la prensa en la Casa Blanca.
El gobierno de Maduro reaccionó calificando la incautación como “un robo descarado y un acto de piratería” y dijo que acudirá ante instancias internacionales existentes para denunciar lo ocurrido.
Esta acción estadounidense aumenta las tensiones con Caracas que se han ido intensificando desde que en agosto de este año el gobierno de Trump inició un gran despliegue militar en aguas del Caribe con el objetivo oficial de combatir el narcotráfico, pero que muchos analistas creen que tiene como objetivo final forzar un cambio de régimen en Venezuela.
Más allá de su posible objetivo político, la medida tiene un impacto económico pues dificulta aún más las exportaciones petroleras venezolanas al meter presión sobre la flota fantasma.
Pero, ¿qué sabemos sobre cómo operan estas embarcaciones?
La utilización de flotas fantasmas es un fenómeno en aumento que ocurre no solamente en el caso venezolano, sino también de otros dos países petroleros sometidos a sanciones por parte de EE.UU. y de potencias occidentales: Rusia e Irán.
La empresa de inteligencia financiera S&P Global estima que uno de cada cinco petroleros en el mundo son usados para vender de contrabando petróleo procedente de países bajo sanciones.
De estos, el 10% transportarían solamente crudo venezolano, un 20% haría lo mismo con el iraní, mientras que 50% se dedica en exclusiva al petróleo ruso. El 20% restante no estaría atado a ningún país en particular y puede transportar petróleo de más de uno de estos países.
Según estimaciones de la firma de análisis marítimo Windward, la flota clandestina cuenta con unas 1.300 embarcaciones.
Las sanciones petroleras buscan desincentivar a países o empresas a adquirir o involucrarse en cualquier operación relacionada con crudo procedente de los países castigados.
Ante ello, los países sancionados optan por ofrecer su petróleo con grandes descuentos para que haya operadores, empresas o países que estén dispuestos a correr el riesgo de comprarlo, aplicando -eso sí- algunos trucos para disimular su origen.
Una de las estrategias más frecuentes que aplican estos tanqueros para evadir las sanciones es cambiar con frecuencia -a veces varias veces en un mes- de nombre o de bandera.
En el caso, por ejemplo, del petrolero incautado este miércoles, se trata de un barco llamado The Skipper, según informó CBS News, socia en EE.UU. de la BBC.
Esa misma cadena dijo que se trata de un barco sancionado por el departamento del Tesoro de EE.UU. desde 2022 debido a su supuesto rol en una red de contrabando de petróleo que ayuda a financiar a la Guardia Revolucionaria de Irán, así como a la milicia chiita libanesa Hezbolá.
CBS indicó que al momento de ser sancionado el petrolero tenía por nombre Adisa (inicialmente se llamaba The Tokyo) y era una de las embarcaciones vinculadas con el magnate petrolero ruso Viktor Artemov, quien también se encuentra bajo sanciones.
Al referirse a ese tanquero este miércoles, la fiscal general de EE.UU., Pam Bondi, dijo en la red social X que esa nave era usada para transportar petróleo procedente de Venezuela e Irán, dos países bajo sanciones.
Un elemento interesante sobre The Skipper es que es un barco con 20 años de antigüedad y ese es otro elemento usual entre los tanqueros de las flotas fantasma: muchos son barcos viejos, pues las grandes navieras suelen deshacerse de estos barcos cuando tienen 15 años de servicio y luego de 25 años suelen ser enviados al desguace.
Justamente otro truco aplicado por estos barcos es usurpar la identidad de alguno de esos barcos enviados a desguace, emitiendo los números de registro únicos que la Organización Marítima Internacional le otorgó a esas embarcaciones. Así se convierten en lo que se conoce como barcos zombis, pues lo que hacen es similar a alguien que usa la identidad de una persona muerta.
Un caso de este tipo relacionado con Venezuela ocurrió en abril pasado cuando un barco llamado Varada llegó a aguas de Malasia, tras un viaje que había iniciado dos meses antes en Venezuela.
La embarcación juntaba dos elementos sospechosos: tenía 32 años y la bandera de las Comoras, popular entre barcos que no quieren ser detectados.
Una investigación de la agencia Bloomberg descubrió que se trataba de un barco zombi, pues el verdadero Varada había sido desguazado en 2017 en Bangladesh.
Otras formas habituales de operar de los barcos de flotas fantasmas consiste en “disfrazar” el origen del crudo transfiriéndolo en aguas internacionales a petroleros sin problemas legales con otras banderas, que son los que se encargan de llevar el crudo hasta su destino, presentándolo como procedente de un país no sancionado.
Ese fenómeno se produjo, por ejemplo, en el caso de las exportaciones petroleras venezolanas hacia China durante el primer gobierno de Trump. Según expertos consultados por BBC Mundo hubo un momento en el que en las estadísticas oficiales de comercio de China aparecía como si ese país no estaba adquiriendo crudo venezolano cuando, en realidad, sí lo estaba haciendo.
Esto era posible porque ciertas refinerías compraban el petróleo a estos barcos que habían adquirido la carga en aguas internacionales y que la presentaban como procedente de países no sancionados.
Un último truco usual entre este tipo de tanqueros consiste de desactivar el sistema de identificación automática, a través del cual se transmiten datos como el nombre, la bandera, la posición, la velocidad o el rumbo de la embarcación. La manipulación de estos datos permite ocultar la identidad, ubicación y rumbo de las naves.
La investigación de Bloomberg en abril detectó el caso de cuatro barcos zombis que transportaban crudo venezolano.
La agencia de noticias recurrió al análisis de imágenes satelitales y las comparó con fotos históricas de los cuatro barcos cuyos nombres y números de identificación estaban usando.
Más recientemente, la ONG Transparencia Venezuela emitió un informe basado en la observación de lo que ocurrió en los puertos petroleros de ese país en octubre de este año.
Según ese reporte, hubo 71 tanqueros extranjeros en modo visible en los puertos de la petrolera venezolana Pdvsa, de los cuales 15 están bajo sanciones y nueve se relacionan con flotas fantasmas.
Transparencia encontró que en promedio hubo 24 petroleros que estaban ubicados cerca de tres puertos en el occidente y oriente de Venezuela y que estaban operando en modo furtivo, pues no tenían activas sus señales reglamentarias de posicionamiento.
De igual modo, Transparencia afirma haber detectado seis operaciones de transferencia de carga de un buque a otro, cerca de la bahía de Amuay, en el occidente del país.
De igual modo, hubo una mayoría de barcos con banderas de países considerados como paraísos regulatorios, por tener normas de supervisión laxas, lo que termina facilitando las operaciones de este tipo de embarcaciones.
Así, de los 71 barcos, 29 tenían la bandera de Panamá, seis de las islas Comoras y cinco de Malta.
En su informe, Transparencia indica que 38 de estos petroleros pasaron más de 20 días sin tocar puerto, algo que contrasta con los barcos de la petrolera estadounidense Chevron (autorizada por Washington para operar en Venezuela) que al llegar toman su carga y se marchan en un plazo máximo de seis días.
“La permanencia extendida en las áreas portuarias del país, sin llegar directamente a las terminales petroleras, arroja serias dudas sobre el tipo de operaciones que esos buques realizan”, señaló Transparencia en relación con los barcos que tardaban muchos días sin tocar puerto.
En todo caso, dado que la operación de intercepción e incautación realizada este miércoles se originó en el portaviones Gerald Ford -el más grande del mundo-, que ahora forma parte del masivo despliegue de fuerzas realizado por EE.UU. en aguas del Caribe frente a Venezuela, es probable que la posibilidad del gobierno de Maduro de recurrir a la flota fantasma se vea limitada de una forma importante.
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