La votación mayoritaria de Morena en el Senado de la República refrendó la continuidad de Rosario Piedra Ibarra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) hasta 2029, a pesar del unánime rechazo a su administración, tanto por organizaciones defensoras de derechos humanos como por la sociedad civil en general. Incluso generó críticas y reservas al interior de Morena, y llevó a uno de los primeros momentos tensos durante el incipiente sexenio de Claudia Sheinbaum, pues la evaluación interna, así como la comparecencia de Piedra Ibarra, sólo expusieron su absoluta incapacidad para continuar o siquiera intimar un cambio en su administración. Sin embargo, lo preocupante es que su renovación ha sido un ejemplo más de las prácticas políticas de Morena que, con control absoluto del Poder Legislativo, actúa con abierta imposición y sin ninguna preocupación por las consecuencias y sus formas de lograr sus objetivos.
De manera perturbadoramente irónica, Morena ha llevado a razón de Estado una frase lamentable e icónica de nuestra política nacional, pronunciada por quien ahora sirve de prócer y precursor de este gobierno: Felipe Calderón. “Haiga sido como haiga sido”, la frase que dijera a Denise Maerker durante el proceso electoral de 2006, se ha convertido en un referente del lenguaje político nacional como ejemplo de logros políticos a toda costa, incluso contra la estabilidad política del país. Durante muchos años fue criticada por el morenismo, ahora gobierno, y fue uno de sus señalamientos más lapidarios para justificar su desconfianza ante las instituciones y el sistema que ahora pretenden desmontar, de la misma manera como denunciaron con ahínco esa frase y sus consecuencias.
Ya Jorge Zepeda Patterson advirtió esta situación dentro del obradorismo en abril de 2022, a la víspera de la revocación de mandato convocada para refrendar el apoyo al expresidente López Obrador. En ese entonces denunciaba la peligrosa cercanía de ese movimiento por actuar bajo el ominoso lema para tratar de promover y ganarse el favor de ser el obradorista que convocara a más personas para participar en ese ejercicio, aunque violaran abiertamente la ley electoral, mientras que reflexionaba sobre el peligro de que esta fuera la manera de actuar de Morena después de la presidencia de Andrés Manuel. Aquel texto cerraba con una oración que, al menos el primer mes del nuevo sexenio, ha probado errónea: “Solo cabe esperar que en la siguiente versión, ya sin la presencia del líder, se vean obligados a confrontar sus actos con su supuesta conciencia social. Por ahora no se necesita, mientras estén con Obrador.”
El mismo Zepeda, en septiembre del mismo año, regresó al tema de Morena y el “haiga sido como haiga sido”, en un tono similar a la primera columna, ahora motivado por la denuncia de Porfirio Muñoz Ledo, que señalaba al partido como uno de los más corruptos de México. En ese momento, como en el primer texto, también trataba de excusar al ahora expresidente de que su partido y su movimiento adoptara la práctica política de avasallar y ganar a toda costa; sin embargo, con el mismo tono exculpatorio, también trataba de separar esta conducta del líder político. Como vimos durante su sexenio, y como podemos verlo ahora al inicio de este nuevo periodo, en realidad ese lema no era indisociable del propio líder, quien nos demostró repetidamente que, en nombre de sus causas, se valía hacer propia una consigna de su acérrimo rival.
Reitero, no se trata sólo del refrendo a Rosario Piedra Ibarra, es más bien una conducta reiterada donde gobierna Morena, sea en el orden federal o local, como la llamé inicialmente es una razón de Estado. Esta doctrina, definida por el jesuita Giovanni Botero en 1589, servía de crítica a quienes ejercían el poder sin considerar los límites propios de la ley o de la razón, en aras de mantener y proteger al Estado. Sin embargo, Morena demuestra que, más que defender a la unidad política, lo que se propone es defender sólo su control del Estado y sus instituciones, como lo han demostrado acciones como la retención de Daniel Barreda en la fiscalía del estado de Campeche mientras se discutía la reforma judicial, la protección y defensa a ultranza de figuras como Alejandro Gertz Manero, o de sus gobernadores como Américo Villarreal o Rubén Rocha Moya.
También Mauricio Merino denunciaba, a principios de mes, el desaseo de la implementación de la reforma al Poder Judicial, recurriendo al mismo tropo: “haiga sido como haiga sido”; para él es preocupante porque en ello se afecta a la legitimidad democrática. Una de las principales labores políticas siempre es la contante renovación del pacto de legitimidad, ya que permite a quienes ejercen el poder y actúan como gobierno continuar en esa posición con el apoyo popular. Sin embargo, hacerlo basado en una conducta avasallante y contraria, ensoberbecida ante la confianza ciega en la perpetuidad de su posición, no sólo va en detrimento de la legitimidad democrática, también desgasta y consume cualquier atisbo de capacidad para lidiar con el conflicto y mantener la estabilidad política.
Además de traicionar a los supuestos principios de izquierda y de poder popular con los que justificaron su llegada al poder, Morena también pone en riesgo y vulnera la continuidad de la vida política en nuestro país cuando actúa de manera unilateral contra las instituciones políticas y contra cualquier oposición a su programa. Sí, es entendible que, arropados en una amplia mayoría electoral, asuman la autoridad que les ha sido concedida mediante el proceso democrático, pero no pueden abusar de ese apoyo para justificar, más que legitimar su mandato. Esta distinción no es menor ni casual: como nos explicó Hannah Arendt, justificación y legitimidad son dos atributos que permiten distinguir entre la violencia y el poder.
Al actuar “haiga sido como haiga sido”, Morena actúa violentamente no sólo contra las instituciones que considera un obstáculo a su proyecto, sino también contra la vida política de nuestro país, violencia que facilita otras violencias como vemos en los asesinatos de migrantes por la Guardia Nacional, o la escalada de violencia que vivimos desde el último mes a nivel nacional. Para Hannah Arendt, la violencia destruye y el poder crea, por eso el primero debe justificarse y el segundo legitimarse; al destruir cualquier resquicio de confianza y de institucionalidad, Morena desgasta y consume rápidamente la legitimidad democrática que le concedieron las elecciones de 2024. En lugar de crear un nuevo arreglo institucional que, sustentado en su legitimidad, refleje las distintas demandas sociales que le confiaron su voto, lo que hacen es arremeter indiscriminadamente con un brío motivado por el agravio político.
En última instancia, por eso es tan peligroso el “haiga sido como haiga sido”: es el recurso último de quien, arropado en el poder, busca ventilar y resolver agravios, en lugar de alcanzar una meta política. Mientras en Morena consideren que el cambio de régimen es más un camino para satisfacer un agravio, que una oportunidad para acercar más a nuestro país al bienestar y la justicia social, no sólo traiciona una convicción de izquierda y a un poder popular, también abre la puerta a que nuestra dinámica política, ya asfixiada por la violencia, se recrudezca cuando emerja una oposición desde quienes fueron igualmente agravados por ellos. Así que no, “haiga sido como haiga sido” jamás será un principio de gobierno, una razón de Estado o un estilo de gobierno: sólo será el recurso del agravio que siempre permanecerá insatisfecho.
*Armando Luna Franco (@drats89) es doctorante en Ciencia Política en El Colegio de México, especializado en teoría política y sistema político mexicano.
Despuntó como destino turístico internacional de primer nivel por más de una década hasta que el conflicto entre Grecia y Turquía la cambió para siempre.
De un lujoso destino turístico a una ciudad con un futuro incierto tras cinco décadas de abandono.
Varosha, suburbio de la localidad de Famagusta en el noreste de Chipre, tuvo su auge en la década de 1960 y la primera mitad de los años 1970.
Con sus hoteles de cinco estrellas, discotecas de primer nivel y más de dos kilómetros de playa bañada por el Mediterráneo, atraía a turistas y celebridades de todo el mundo, desde Elizabeth Taylor hasta Brigitte Bardot o Richard Burton.
Pero su destino cambió drásticamente en 1974, cuando la invasión turca de Chipre forzó a sus habitantes griegos-chipriotas a huir, dejando este territorio desierto y enjaulado en vallas militares.
Varosha quedó bajo el control del ejército turco como parte de un conflicto más amplio que dividió la isla en dos: al sur, la República de Chipre, reconocida internacionalmente y habitada en su mayoría por griegos-chipriotas; al norte, la República Turca del Norte de Chipre, un estado autoproclamado que solo reconoce Turquía.
Desde entonces, este enclave ha sido utilizado por ambas partes como una moneda de cambio en las complejas negociaciones que han intentado, sin éxito, reunificar el país.
La invasión de Chipre por las tropas turcas en julio de 1974 obligó a sus 39.000 residentes, la amplia mayoría mayoría griegos-chipriotas, a huir en cuestión de horas.
Cuando esto ocurrió, Avghi Frangopoulou tenía 15 años y sus padres acababan de comprar dos apartamentos en la playa de Varosha, pero la guerra lo cambió todo de la noche a la mañana.
“Recuerdo que corría porque veía los aviones justo encima de mí”, comenta sobre los bombardeos turcos en una entrevista para el programa de radio Assignment, de la BBC.
Su familia, como otras miles, tuvo que dejar atrás todas sus pertenencias y huir para salvar sus vidas.
Tras tomar el control, el ejército turco cercó Varosha con una valla y la convirtió en una zona militar restringida, vacía e inaccesible para civiles, es decir, una “ciudad fantasma”.
Durante décadas, el destino de Varosha fue un asunto de negociación clave en los fallidos intentos de reunificar Chipre.
En 1984, la ONU adoptó la resolución 550, que declaraba que debía ser devuelta a sus legítimos propietarios, pero el gobierno turco-chipriota de facto no aceptó y la ciudad permaneció intacta, con sus casas, hoteles y tiendas vacías.
“No somos fantasmas, y nuestra ciudad no es una ciudad fantasma”, protesta Frangopoulou, quien, como muchos otros exresidentes, ha visitado Varosha en los últimos años tras su reapertura parcial en 2020.
El estado de abandono del lugar hace aún más dolorosos sus recuerdos. “No me gusta ver esto”, afirma sobre el deterioro de su barrio natal y el “turismo oscuro” que ha surgido en torno de él.
En 2020 Turquía decidió reabrir parcialmente al público este espacio.
El anuncio de su presidente, Recep Tayyip Erdogan, atrajo de inmediato a visitantes curiosos, convirtiendo al otrora destino de lujo en uno del llamado “turismo oscuro” que invita a lugares marcados por la tragedia, el abandono o el conflicto.
Los turistas que llegan a Varosha se enfrentan a una extraña combinación de belleza y decadencia.
La playa está de nuevo abierta al público y en ella se observan bañistas disfrutando del mar y el sol rodeados de apartamentos en ruinas y hoteles destruidos, con ventanas rotas y fachadas corroídas por el paso del tiempo.
Muchos de los antiguos residentes no ven con buenos ojos esta transformación de su barrio en una especie de atracción turística.
“Conozco a la gente que vivió aquí. No pueden vender esto como un producto, como un pueblo fantasma”, comenta Avghi Frangopoulou, quien considera la reapertura como una forma de trivializar la tragedia de la invasión.
Parte de la comunidad internacional también ha condenado la decisión de Turquía de abrir Varosha sin un acuerdo previo con los grecochipriotas, lo que supone un paso más en la violación de la resolución 550 de la ONU.
Pero el barrio sigue recibiendo turistas y las autoridades turcochipriotas no parecen dispuestas a cambiar su postura.
Para los antiguos residentes de Varosha, regresar a la ciudad tras casi 50 años de exilio es un intenso golpe emocional, ya que sus edificios ahora en ruinas les evocan recuerdos de una vida interrumpida de forma abrupta en 1974.
Avghi Frangopoulou ha vuelto varias veces desde que se abrió parcialmente en 2020.
“Mi casa está aquí”, dice, señalando la calle donde vivía, ahora cubierta de escombros.
Pese a la autorización de visitas turísticas, el barrio sigue bajo estricto control militar y muchas zonas permanecen inaccesibles para los antiguos residentes.
“Solo quieres pasar por esa puerta y subir las escaleras, pero hay policías que te detienen, así que no te arriesgas”, asegura Frangopoulou.
El caso de Andreas Lordos es similar. Su familia construyó uno de los primeros hoteles en Varosha, el Golden Marianna, aún en pie aunque abandonado y cubierto de enredaderas.
“Mi padre construyó este hotel en 1967 cuando tenía 27 años. Era un hotel con piscina, algo nuevo en esa época. Estaba frente a mi colegio, así que durante el recreo íbamos a curiosear qué hacían los turistas”, relata, mientras observa lo que queda del edificio.
Confiesa que su sueño es restaurarlo y abrirlo de nuevo algún día.
Sin embargo, es difícil que los antiguos propietarios huidos hace 50 años puedan recuperar sus inmuebles.
Las autoridades turcochipriotas han instado a los antiguos dueños a que reclamen sus tierras, pero estos aseguran que en la práctica es casi imposible debido a que el proceso legal está plagado de obstáculos.
El gobierno chipriota, además, ve con desconfianza esta oferta al temer que ayude a legitimar la ocupación turca.
El futuro de Varosha está en el aire.
Muchos locales tienen la esperanza de que el barrio pueda ser restaurado y convertirse en un símbolo de la futura reunificación de Chipre, donde griegos y turcos chipriotas coexistan en paz.
“Nos volvimos como familias con algunos de los grecochipriotas, porque pensamos y actuamos de la misma manera: que todos somos los perdedores en este conflicto”, afirma Serdar Atai, un activista turcochipriota comprometido con la preservación del patrimonio cultural de la zona.
Sin embargo, las tensiones políticas siguen siendo un gran obstáculo.
Atai lamenta que tanto las autoridades turcochipriotas como las grecochipriotas han torpedeado continuamente los intentos de un acuerdo de paz.
“Siempre acuerdan estar en desacuerdo desde el principio”, ironiza, en referencia a las últimas cinco décadas plagadas de intentos fallidos.
Por otro lado, figuras políticas como Oguzhan Hasipoglu, miembro del parlamento turcochipriota, ven en Varosha un modo de reclamar la soberanía del norte de Chipre que la comunidad internacional rechaza.
“Perdimos la confianza en los grecochipriotas (…) Sus palabras son amables pero, a la hora de la verdad, no están dispuestos a compartir el gobierno ni la riqueza de esta isla con nosotros. Nos ven como una minoría”, sentencia.
Hasipoglu, quien cree inevitable la división de la isla en dos Estados, ansía ver renacer Varosha como un destino turístico de lujo bajo control turco.
Así, la incertidumbre sobre el futuro de Varosha persiste: ¿seguirá siendo un destino de “turismo oscuro” en ruinas, se convertirá en un nuevo y lujoso balneario del no reconocido Estado de Chipre del Norte, o será un puente hacia la reconciliación de una isla dividida?
Lo que es seguro es que el tiempo se agota poco a poco para los antiguos residentes que sueñan con regresar al barrio donde crecieron.
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