El Antiguo Testamento ofrece un valioso testimonio sobre la percepción y el manejo de las enfermedades infecciosas en las civilizaciones del Antiguo Cercano Oriente. En un mundo sin conocimientos microbiológicos ni medicina moderna, las enfermedades eran vistas como castigos divinos o pruebas de fe. La falta de infraestructuras sanitarias, el contacto con animales y la escasa comprensión de la higiene favorecían la propagación de epidemias. Las culturas de la región, como Egipto y Mesopotamia, desarrollaron conocimientos empíricos sobre la salud, aunque la colección de textos sagrados en el Antiguo Testamento (Santa Biblia) refleja un enfoque en el que la enfermedad estaba profundamente ligada a la moralidad y la observancia religiosa.
El Antiguo Testamento constituye el fundamento de las tradiciones religiosas y culturales del judaísmo y el cristianismo. Para los judíos representa su Escritura Sagrada (Tanaj), mientras que para los cristianos es vista como una preparación y profecía que anuncia la llegada del Mesías. La Biblia (como nombre propio de todo el conjunto de libros), escrita principalmente entre los siglos XII a.C. y II a.C., abarca un amplio periodo que refleja la evolución histórica, cultural y religiosa del pueblo de Israel. Desde los relatos más antiguos, como los himnos y tradiciones orales recogidos en el Pentateuco (Torá), hasta textos más tardíos como el libro de Daniel, cada etapa de composición está vinculada a eventos históricos significativos, como el período del Reino Unido de Israel (siglo X a.C.), el exilio en Babilonia (siglo VI a.C.) y la posterior restauración (siglo V a.C.). La transmisión de estos textos, inicialmente oral y luego escrita (en hebreo, arameo y griego helenístico), fue un proceso dinámico llevado a cabo por diversas comunidades y autores a lo largo de los siglos. Así, el Antiguo Testamento conserva una rica tradición cultural que ofrece una perspectiva única sobre las percepciones antiguas de la mortalidad, la enfermedad, la salud y la relación entre lo humano y lo divino.
La mortalidad humana en la Biblia es un tema central vinculado al pecado original. En el Jardín del Edén, Adán y Eva tenían acceso al árbol de la vida, símbolo de inmortalidad y comunión con Dios (Génesis 2:16-17). Sin embargo, al desobedecer y comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, la muerte física y espiritual se convirtió en una realidad para la humanidad (Génesis 3:14-19). Como consecuencia, fueron expulsados del Edén para impedirles acceder nuevamente al árbol de la vida, estableciendo así la condición mortal del ser humano (Génesis 3:22-24).
Si se escucha atentamente la palabra de Dios:
«…, y haces lo recto a sus ojos, y obedeces sus mandatos y guardas todos sus preceptos, no lo afligiré con ninguna de las plagas con que afligí a los egipcios; porque yo soy Yahvé, el que te sana» (Éxodo 15:26).
Se puede encontrar una relación entre la ética religiosa y la salud pública.
Las diez plagas en Egipto: Siglo XIII a.C., durante el reinado de Ramsés II o Merneptah (aproximadamente 1250 a.C.), basándose en evidencias arqueológicas y en la primera mención de Israel en la Estela de Merneptah (aprox. 1207 a.C.). Las diez plagas de Egipto son el elemento central de un relato narrado en la Biblia, según el cual el dios Yahveh infligió a los habitantes de Egipto una serie de calamidades, con el fin de que su monarca dejara libres a los esclavos hebreos (Éxodo 7-11). Allí se describe cómo los profetas Moisés y su hermano Aarón amenazan al Faraón con el castigo divino si no accede a las demandas de Yahveh para dejar que su pueblo salga de Egipto. Así, las diez plagas enviadas tenían un doble propósito: liberar a los israelitas de la esclavitud y demostrar su supremacía sobre los dioses egipcios. A medida que cada una de las plagas azotaba Egipto, la situación se volvía más crítica, pero el faraón seguía resistiéndose a la voluntad divina.
En la quinta plaga (Éxodo 9:1-7), Dios ordenó a Moisés advertir al faraón que, si no dejaba ir a su pueblo, enviaría una peste mortal sobre el ganado egipcio. Esta enfermedad afectó a los caballos, asnos, camellos, vacas, ovejas y cabras. Los animales egipcios que estaban en los campos murieron, pero el ganado de los israelitas permaneció intacto. La plaga golpeó también la economía de Egipto, y demostró la impotencia de los dioses egipcios relacionados con los animales, como Apis (el toro sagrado) y Hathor (diosa con forma de vaca), que no tenían poder frente a Yahvé. En la sexta plaga (Éxodo 9:8-12), Moisés y Aarón esparcieron ceniza al aire, lo que provocó llagas y úlceras en los egipcios y sus animales. Incluso los magos egipcios fueron afectados y no pudieron oponerse a Moisés. Esta plaga afectó la salud de los egipcios y, de nuevo, expuso la ineficacia de sus dioses de la medicina, como Thot e Imhotep.
«… y se convertirá en polvo fino sobre todo el país de Egipto, y originará, en hombres y ganados, úlceras que segregan pus por todo el país de Egipto» (Exodo 9:9).
El relato de la quinta plaga sugiere una enfermedad zoonótica (como ántrax, peste bovina, brucelosis o leptospirosis) con impacto en la economía y la alimentación. La sexta plaga, con llagas, sarpullido y úlceras en humanos y animales, ilustra la transmisión de enfermedades cutáneas, posiblemente bacterianas, parasitarias o micóticas (peste, lepra, leishmaniasis, micetomas, esporotricosis), exacerbadas por condiciones ambientales. Además, evidencia cómo las epidemias afectan la estructura social y económica, limitando la capacidad laboral y desafiando el conocimiento médico de la época. La distinción entre israelitas y egipcios podría reflejar diferencias en exposición a riesgos, inmunidad o prácticas higiénicas, conceptos fundamentales en epidemiología.
Lepra (tzara’at). Las referencias a la lepra, especialmente en Levítico 13-14 y otros pasajes, tienen un fuerte significado en términos de salud pública. La ley para el leproso establecía medidas detalladas para la detección, aislamiento y reintegración de las personas afectadas, lo que refleja principios básicos de epidemiología y control de enfermedades infecciosas. Se exigía que los sacerdotes examinaran a los afectados, determinando si la enfermedad era contagiosa, y, en caso afirmativo, debían ser aislados fuera del campamento (Levítico 13:1-59).
«Cuando uno tenga en la piel tumor, úlcera o mancha blancuzca reluciente, si se forma en su piel una llaga como de lepra, será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos sacerdotes» (Levítico 13:2).
Además, se estipulaban protocolos de purificación y reintegración para quienes sanaban, incluyendo lavados rituales, rasurado y sacrificios (Levítico 14:1-57). Estas normas, que tenían un propósito religioso, también ayudaban a contener brotes y minimizar la propagación de enfermedades en una sociedad sin conocimientos médicos avanzados.
«El que se purifica lavará sus vestidos, se afeitará todo el pelo, se bañará y quedará limpio. Entonces podrá entrar en el campamento; pero durante siete días ha de habitar fuera de su tienda» (Levítico 14:8).
En términos modernos, esto se asemeja a las estrategias de cuarentena, diagnóstico y control de enfermedades infecciosas, evidenciando una preocupación temprana por la salud comunitaria y la prevención de epidemias. La lepra se menciona con frecuencia en la Biblia como una enfermedad endémica y estigmatizante. Ejemplos incluyen a Moisés (Éxodo 4:6-7), Miriam, hermana de Moisés, (Números 12:10-15), Naamán (2 Reyes 5:1-14), Giezi (2 Reyes 5:25-27), y el rey Uzías (2 Crónicas 26:19-21).
Plaga de los filisteos. Esta epidemia ocurrió durante el período de los jueces de Israel, poco antes del reinado de Saúl, el primer rey de Israel. Según algunas cronologías bíblicas, la batalla de Afec, en la que los filisteos robaron el Arca de la Alianza al pueblo de Israel, habría sucedido alrededor del año 1070-1050 a.C. Los filisteos llevaron el Arca a Asdod y la colocaron en el templo de Dagón, su dios. La estatua de Dagón cayó dos veces ante el Arca, con la segunda caída resultando en la rotura de su cabeza y manos (I Samuel 5:1-5). Dios castigó a los habitantes con tumores dolorosos, y se menciona la presencia de ratones que devastaban la tierra, lo que ha llevado a considerar que la enfermedad podría haber sido peste bubónica, transmitida por pulgas de roedores infectados con Yersinia pestis. La peste bubónica se caracteriza por la inflamación dolorosa de los ganglios linfáticos (bubones), fiebre y alta letalidad, lo que encaja con la descripción en la narración bíblica. El pánico llevó a trasladar el Arca a Gat y luego a Ecrón, pero en cada ciudad se desataba la misma plaga.
«Tras esto, la mano del Señor descargó terriblemente sobre los azocios y los asoló; e hirió a los de Azoto y su comarca en la parte más secreta de las nalgas. Al mismo tiempo las aldeas y campos de aquel país comenzaron a bullir, y apareció una gran multitud de ratones; con lo que toda la ciudad quedó consternada por la gran mortandad que causaban» (I Samuel 5:6).
Los filisteos consultaron a sus sacerdotes y adivinos, quienes recomendaron devolver el Arca con cinco ofrendas de oro en forma de hemorroides (tumores) y ratones, como símbolo de arrepentimiento para apaciguar a Dios (I Samuel 6:1-5). Históricamente, las primeras evidencias confirmadas de peste bubónica provienen de análisis de ADN en restos humanos de la Edad del Bronce (alrededor del 3000-1000 a.C.), lo que sugiere que la bacteria Y. pestis ya existía antes de los brotes documentados en la historia escrita.
«Y éstas son las ciudades que ofrecieron las hemorroides hechas de oro, que los filisteos tributaron al Señor para expiar el pecado: Azoto, Gaza, Ascalón, Get, Accarón, una cada ciudad» (I Samuel 6:17).
Si la enfermedad filistea fue otra infección, como disentería hemorrágica, no hay una fecha aproximada para su aparición, ya que las enfermedades gastrointestinales causadas por bacterias o protozoos han existido desde que los humanos formaron asentamientos urbanos, desde el Neolítico. En cualquier caso, el relato bíblico refleja el impacto de las epidemias en la antigüedad y su relación con condiciones sanitarias, presencia de roedores y percepción religiosa de las enfermedades.
El cazador de ratas. Jan van Vliet; artista; 1632; Países Bajos.
La peste tras el censo de David. En II Samuel 24:15-25 y I Crónicas 21:14-30 se relata una plaga enviada por Dios como castigo tras el censo ordenado por el rey David, considerado un acto de desconfianza en la protección divina, ya que los censos en la tradición bíblica solían tener fines militares o económicos, reflejando una dependencia en el poder humano. Como consecuencia, a través del profeta Gad, Dios le dio a David tres opciones de castigo: tres años de hambre, tres meses de derrota ante sus enemigos o tres días de peste. David, confiando en la misericordia divina, eligió la peste, que en solo tres días causó la muerte de 70,000 personas en Israel. Reconociendo su culpa, David pidió que el castigo recayera sobre él y su familia en lugar del pueblo. Construyó un altar en la tierra que compró a Arauná el jebuseo y ofreció una serie de sacrificios y ofrendas de paz. Cuando el ángel del Señor estaba por destruir Jerusalén, Dios se compadeció y detuvo la peste.
El relato de la epidemia tras el censo de David (c. 980-970 a.C) puede interpretarse en términos de salud pública como un ejemplo de cómo las decisiones políticas pueden influir en crisis sanitarias. En el siglo X a.C., los censos implicaban movilidad y contacto masivo, factores que podrían haber facilitado la propagación de una enfermedad infecciosa de rápida transmisión, como peste o alguna fiebre hemorrágica. La muerte de decenas de miles de personas en tres días refleja el impacto devastador de una epidemia y la urgencia de respuestas efectivas. La construcción del altar y la realización de sacrificios pueden verse como una acción colectiva para detener la crisis, similar a las medidas sanitarias en brotes epidémicos. Además, la culpa de David enfatiza la responsabilidad del liderazgo en la protección de la salud pública, destacando la necesidad de decisiones prudentes para evitar catástrofes sanitarias.
Elie Delaunay. Peste à Rome 1869. huile sur toile. H. 131,5 ; L. 177,0 cm. Achat au Salon, 1869 © RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / René-Gabriel Ojéda.
Serpientes venenosas en el desierto. Los pasajes que relatan el episodio de las serpientes venenosas en el desierto tienen varios elementos que podrían ser interpretados desde una perspectiva de la salud pública moderna. En estos versículos, mientras viajaba por el desierto, el pueblo de Israel fue atacado por serpientes venenosas como castigo por sus quejas contra Dios y Moisés. Al pedir perdón, Dios instruyó a Moisés para que hiciera una serpiente de bronce y la levantara en un asta, de manera que todo aquel que mirara a la serpiente sería sanado de la mordedura de las serpientes venenosas (Números 21:6-9). Esto es comparable con los diversos riesgos sanitarios que enfrentan las personas desplazadas o en condiciones de vulnerabilidad, donde el acceso a atención médica y las condiciones sanitarias son limitadas. Al seguir las instrucciones divinas, Moisés es el líder proporcionando solución a la crisis sanitaria que enfrentaba la comunidad. En la salud pública moderna, el liderazgo efectivo en momentos de crisis (como emergencias o desastres naturales) es crucial para gestionar la respuesta y proteger a la población. El pasaje también tiene un mensaje sobre el comportamiento responsable. La mordedura de serpiente fue en parte consecuencia de la actitud negativa y la falta de fe del pueblo. Esto podría ser interpretado como una lección sobre la importancia de la cooperación con las medidas de salud pública y la identificación de riesgos para la salud asociados con ciertos comportamientos, como el desdén por las advertencias. También se reflejan temas que siguen siendo relevantes en salud pública hoy: la importancia de la prevención, la intervención temprana, la educación pública y el liderazgo en tiempos de crisis.
Enfermedades en las maldiciones de la Ley. Yahveh también castigaba a su propio pueblo: las maldiciones que acompañan la desobediencia de Israel incluyen una variedad de enfermedades, agudas y crónicas, similares a las que afectaron a Egipto (Deuteronomio 28:15-46). Enfermedades de la piel, como úlceras e infecciones; ceguera y condiciones que causan pérdida de visión; parásitos intestinales y dolencias digestivas graves; enfermedades febriles, relacionadas con infecciones como malaria o tifus; trastornos mentales causados por el sufrimiento extremo, como desquiciamiento; enfermedades zoonóticas y, finalmente, desnutrición severa, resultado de la escasez de alimentos, que afectaría la salud física y mental. Estas enfermedades representan tanto problemas sanitarios como advertencias sobre las consecuencias de la indisciplina, que conlleva sufrimiento físico, espiritual y colectivo. Desde un punto de vista moderno, estas enfermedades reflejan muchas de las crisis sanitarias que podrían haber afectado a las antiguas sociedades, a menudo vinculadas a condiciones de vida precarias, malnutrición y la falta de acceso a cuidados médicos.
El castigo de Senaquerib, rey de Asiria, ocurrió en el año 701 a.C., cuando su ejército sitiaba Jerusalén. Según la Biblia (2 Reyes 19:35-37; 2 Crónicas 32:21; Isaías 37:36-38), el Ángel de Yahvé mató a cientos de miles de soldados asirios en una sola noche, lo que obligó a Senaquerib a retirarse a Nínive, donde fue asesinado años después.
«Aquella misma noche salió el Ángel de Yahvé e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres; a la hora de despertarse, por la mañana, no había más que cadáveres» (Isaías 37:36).
Algunos historiadores creen que una epidemia, posiblemente peste bubónica o disentería, pudo haber diezmado sus tropas. En su obra Historias (Libro II, 141) Heródoto menciona una plaga de ratones que afectó a los asirios, lo que podría relacionarse con enfermedades zoonóticas como peste o tularemia. El historiador judío del siglo I, Flavio Josefo, citando al babilonio Beroso en Contra Apionem (Libro I, 19), escribió: “Cuando Senaquerib, rey de los asirios y de los babilonios, emprendió una expedición contra Egipto y contra el reino de Judá con un gran ejército, el rey egipcio reunió también fuerzas considerables contra él, pero antes de que se librara la batalla, se apareció a Senaquerib un dios en sueños y le advirtió que no emprendiera la guerra contra Egipto, sino que regresara sin combate”.
La muerte de Herodes. En Hechos 12:23 se describe la muerte de Herodes I el Grande de una manera dramática y directa: “Al instante un ángel del Señor lo hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos”. Según este pasaje, Herodes fue castigado por no dar gloria a Dios cuando fue aclamado por la gente como un dios, lo que se consideró un acto de arrogancia. Este relato aparece también en otras fuentes históricas, como los escritos del historiador judío Flavio Josefo, quien describe que Herodes murió el año 4 a.C., después de sufrir una infección abdominal grave. En su obra Antigüedades Judías (Libro 17, Capítulo 6), Flavio Josefo describe una enfermedad que comenzó con dolores intensos en el abdomen y se agravó con fiebre alta y una hinchazón generalizada. Algunos estudiosos sugieren que podría haber sido una forma de peritonitis, una inflamación del revestimiento del abdomen, posiblemente causada por una infección bacteriana mixta. Otra posibilidad es que haya sido una forma de uremia (intoxicación por productos de desecho en la sangre debido a insuficiencia renal), que podría haber causado la inflamación y el dolor abdominal. El hecho de que la muerte de Herodes sea descrita como “comido de gusanos” sugiere un proceso de descomposición acelerada, que se podría asociar con una gangrena de Fournier o una esquistosomiasis (enfermedad parasitaria causada por gusanos del género Schistosoma). Esto habría provocado que su cuerpo se descompusiera rápidamente, explicaría la agonía y el intento de suicidio.
A pesar de la interpretación religiosa de la enfermedad, la legislación mosaica contenida en el Antiguo Testamento muestra un interés pragmático por la salud pública. Las prácticas de higiene, como el lavado ritual de manos y la eliminación adecuada de desechos humanos (Deuteronomio 23), ayudaban a prevenir enfermedades. Se establecían normas de purificación y lavado después de enfermedades o contacto con cadáveres (Números 19:11-16), así como la cuarentena de enfermos para evitar contagios, especialmente en casos de lepra y flujos corporales (Levítico 13-14). También se regulaba el consumo de alimentos, prohibiendo carnes en mal estado o de ciertos animales propensos a transmitir enfermedades (Levítico 11, 17). Para evitar infecciones y contaminación, se ordenaba la eliminación de desechos lejos de los campamentos (Deuteronomio 23:12-14) y el cuidado del agua potable (Éxodo 15:22-25). Además, se imponían restricciones para prevenir enfermedades de transmisión sexual (Levítico 15, 18). Estas leyes, aunque tenían un propósito religioso, reflejan principios sanitarios avanzados que ayudaban a prevenir epidemias y mantener la salud de la comunidad.
Las leyes sanitarias del Antiguo Testamento tuvieron un impacto duradero en la organización de la salud pública en sociedades posteriores. Muchas normas bíblicas fueron incorporadas a las prácticas médicas medievales y premodernas, influyendo en la creación de sistemas de saneamiento y aislamiento de enfermos. Si bien la comprensión científica de las enfermedades ha avanzado enormemente, principios como el aislamiento de pacientes, el consumo seguro de alimentos y la higiene básica siguen siendo fundamentales en la salud pública actual. La intersección entre religión y medicina en la Biblia ilustra cómo las sociedades antiguas intentaron controlar las enfermedades con los conocimientos y creencias de su tiempo, sentando las bases de la salud pública moderna.
*José Alberto Díaz Quiñonez es presidente de la Sociedad Mexicana de Salud Pública A.C. (@saludpublicaac). Es Doctor en Ciencias Biomédicas por la UNAM, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, el Sistema Nacional de Investigadores y la Academia Nacional de Medicina de México.
Referencias:
Sagradas Escrituras. Nueva Biblia de Jerusalén (1998) – referencias, notas e introducciones a los libros. Accedido 10 de febrero de 2025.
En el Caribe colombiano hay un pueblo atravesado por la migración que, lejos de sumirse en una crisis, capitaliza el fenómeno.
Los migrantes lo llaman “el paquete” porque por US$350 pagan alojamiento, comida, transporte en lancha y un guía hasta las puertas del Tapón del Darién, la difícil selva que atravesarán a pie camino de Estados Unidos.
El venezolano José Gutiérrez lo compró y parece satisfecho.
“Todo está muy bien organizado. El guía nos recogió en la terminal de buses, nos buscó dónde dormir, comer y abastecernos”, dice este migrante joven y vigoroso, listo para emprender la travesía.
Gutiérrez aguarda sobre las 10 de la mañana junto a uno de los dos muelles de Necoclí, un remoto pueblo del norte de Colombia ubicado a pocos kilómetros del Darién, uno de los pasos migratorios más peligrosos del mundo.
Hoy el mar está bravo, así que aún no sabe si zarpará la lancha que lo llevará al otro lado del Golfo de Urabá para adentrarse en la tupida selva entre Colombia y Panamá, en la que cada año mueren decenas de personas.
Solo en 2024 murieron al menos 55, según estiman autoridades panameñas. Se teme que muchos otros desaparecen en el intento.
Por ubicación, servicios e infraestructuras, Necoclí se ha convertido en un paradero donde cada año cientos de miles de migrantes recuperan fuerzas y fondos antes de reemprender su odisea.
Uno podría pensar que este fenómeno mantiene en crisis a esta población de alrededor de 70.000 habitantes.
Pero desde que en 2019 aumentó el flujo de personas hacia el Darién, el poblado prosperó, no sin retos, con la industria de la migración.
Se disparó la oferta hotelera y de restaurantes, aparecieron decenas de tiendas que surten al migrante, se ampliaron y construyeron nuevas casas, se multiplicaron las motos y los viajes en bote. La economía se dinamizó.
“Aquí en Necoclí hay absolutamente de todo”, me explica Gutiérrez.
Cuando el mar se calma, se acaba la incertidumbre para el venezolano. Más migrantes se le unen hasta superar la veintena.
Un guía da las últimas indicaciones y los abraza uno por uno. Les desea suerte. Un oficial de migración pasa lista. Los pasajeros toman asiento, poniendo a sus pies las pertenencias. El timonel enciende el motor.
La lancha zarpa, sortea las olas de la orilla y se mete mar adentro. Todo está coordinado.
La de los botes es una de las áreas que más lucro genera, de acuerdo a la secretaría de Turismo.
En Necoclí operan dos y cobran 170.000 pesos (US$38) por trayecto de ida y vuelta.
El migrante, aunque solo realice el viaje de ida, paga lo mismo.
Dicen en Necoclí que hasta 2019 o 2020 no llegaron migrantes en masa. Los necoclicenses vivían de cultivar banano o coco, de la pesca, del ganado y, sobre todo, de un turismo atraído por sus casi 100 kilómetros de playa.
Aparte de eso no era un municipio muy diferente a otros remotos colombianos, marcados históricamente por falta de recursos, difícil acceso, debilidad institucional y la presencia de grupos armados.
En este caso, del autodenominado Ejército Gaitanista de Colombia (EGC), una organización paramilitar que en los últimos tiempos rechaza el nombre con el que más se le conoce, el Clan del Golfo, al que gobierno y expertos vinculan con economías ilícitas como el tráfico de drogas, la minería ilegal y el tránsito migratorio.
Todo cambió tras explotar la crisis migratoria en 2021.
“El mar entre Necoclí y el otro lado del Golfo es más tranquilo y aquí, por el turismo, ya había hoteles, restaurantes y transportadoras marítimas que nos convirtieron en un punto expedito para la migración”, me explica el secretario de Turismo del municipio, Carlos Rojas.
Algo más de 60 kilómetros de agua, alrededor de dos horas de navegación, separan Necoclí de Capurganá y Acandí, los últimos municipios colombianos antes del Darién.
Estos también, me cuentan locales, consiguen sacar rédito del flujo migratorio, aunque no de una forma tan establecida como la de Necoclí.
Se calcula que en 2019 cruzaron la selva alrededor de 22.000 personas. En 2020, con la pandemia, el número se desplomó a menos de 10.000. Un año después, superó los 130.000.
Según el gobierno panameño, un récord de más de 500.000 personas la atravesaron en 2023.
En 2024, si bien se redujo a casi la mitad, entre otros motivos por el mayor control de fronteras impuesto por el gobierno panameño, se cree que al menos 300.000 personas cruzaron el paso.
Y de acuerdo a una evaluación del secretario de Gobierno de Necoclí, Johan Wachter Espitia, la mayoría pasó antes por allí.
Cuando los flujos se dispararon, el pueblo apenas dio abasto. Colapsó.
Decenas de miles de migrantes quedaron varados. Muchos acamparon en las playas. Algunos se quedaron años.
Según se apaciguó la crisis, en Necoclí hicieron números.
“Aprendimos que, si bien la migración es un fenómeno que no estábamos preparados para asumir, se podía recibir con cierta positividad: generó buenas divisas e ingresos para muchas familias y comercios del municipio”, cuenta Rojas, quien además de su cargo institucional también es empresario turístico.
Los martillazos y soldaduras son constantes en Necoclí.
Son decenas las nuevas construcciones y renovaciones que uno se encuentra por las calles.
Muchas de estas obras, me cuentan locales, serán nuevos hoteles y hostales para atender la demanda de migrantes y turistas.
Miriam Valdelamar me abre las puertas de su casa, convertida en hostal.
“En 2020, debido a la cantidad de personas que tuvimos en Necoclí, desocupé esta casa de cuatro habitaciones. Pusimos tres a rentar y toda la familia nos metimos aquí, en la pieza grande”, cuenta mientras me enseña las instalaciones, que cobra a 35.000 pesos la noche (US$8).
La hostalera defiende que su hostal, a menor precio que la media, se enfoca en albergar a los migrantes con más necesidades económicas, como las mujeres con niños y las personas con discapacidades.
Rojas, el secretario de Turismo, también tiene un hotel donde renta habitaciones a migrantes cuando se disparan los flujos.
Estos son intermitentes. Dependen de coyunturas como las crisis que en los últimos años se vive en países como Ecuador, Venezuela, Cuba o Haití, provocando un éxodo de sus nacionales que no para.
Pero cada vez más también llegan desde Asia y África.
“Antes del fenómeno migratorio, teníamos unos 86 alojamientos. Hoy hay más de 240 documentados. Si contamos los informales, tenemos una oferta de entre 300 y 320 alojamientos”, le dice Rojas a BBC Mundo.
Hay hospedajes para todo bolsillo: tipo boutique de 350.000 pesos (US$68,40) por noche, 3 o 4 estrellas de 150.000 pesos (US$34), ecohoteles y hostales por menos de 80.000 pesos (US$18).
Eso también muestra cómo el pueblo consigue hacer convivir sus rentas principales: migración y turismo.
Por lo general, los asiáticos, provenientes de países como China, Vietnam, Bangladesh o India, pagan por los alojamientos más equipados.
Haitianos o venezolanos, con menos recursos, se hospedan en los más humildes.
Si no les alcanza, acampan en la playa, como la venezolana Marisela Bellorín, que duerme en una tienda con su esposo e hijos desde hace semanas.
“Los precios de Necoclí no son para todos”, me dice mientras actualiza a su familia en Venezuela por videollamada sobre cómo transcurre la travesía.
En su caso, espera continuar su camino lo antes posible.
No todos lo logran. BBC Mundo conoció a un venezolano que lleva más de un año en Necoclí intentando reunir el dinero necesario para la siguiente fase.
Valdelamar me explica que con lo que ganó en su hostal, ahorró e invirtió en nuevas habitaciones en su patio trasero, en las que puede alojar hasta a 20 personas.
Si tiene las camas llenas, gana US$160 en una sola noche- en Colombia el salario mínimo equivale a US$390 mensuales en febrero de 2025.
Ahora está haciéndole un segundo piso a la casa.
Quiere más cuartos, pero le preocupa no recuperar lo invertido con la ralentización migratoria.
“Estamos preocupados porque ya no hay tantos como hace un año, pero confiamos en que por otro lado aumente el turismo”.
Aunque la migración dinamiza la economía municipal, la secretaría de Gobernación de Necoclí asegura que la masiva llegada de migrantes dañó el turismo, la fuente de ingresos tradicional de los necoclicenses.
“Si bien lo que consume el migrante contribuye a que se mueva la economía, el hecho de que haya algunos quedándose en la playa porque no tienen recursos suficientes afecta de alguna forma al turista”, le dice a BBC Mundo Wachter Espitia, el secretario de Gobernación.
Es común que aquellos en el pueblo que no han capitalizado el fenómeno migratorio se quejen de que los medios han alimentado una “mala fama” para la llegada de turistas.
“Entendiendo la migración como un derecho y algo que nos acompañará los próximos 30 o 40 años, debemos tener la capacidad de hacer coincidir migración y turismo”, opina Wachter Espitia.
Para muchos negocios locales los límites entre turismo y migración son cada vez más borrosos. Paradójicamente, demandan casi los mismos servicios.
Pero los que sacan buenas rentas de la migración defienden que es ese, y no el turismo, el verdadero negocio.
“El turista de aquí es el migrante. Yo no distingo”, dice el cubano Léster Vidal, quien llegó hace unos años con su esposa para cruzar el Darién, pero se quedó sin recursos.
También los peligros de la selva los hicieron cambiar de plan.
“Decidimos entonces quedarnos, trabajar y reunir dinero para intentar ir por una vía más segura, quizás a España en vez de a Estados Unidos”, le cuenta a BBC Mundo.
Vidal tiene un pequeño carrito ambulante que aparca junto a uno de los muelles desde donde parten migrantes y turistas hacia el otro lado del Golfo.
Vende medicamentos, fosforeras, mascarillas, repelentes: pequeños objetos que pueden ser útiles para la travesía por la jungla.
Junto a los embarcaderos hay decenas de puestos como el suyo y en el centro del pueblo me encuentro con establecimientos que venden tiendas de campaña, botas de caucho, machetes, ollas y fogones portátiles.
“Antes del flujo migratorio uno podía ganarse un millón o millón y medio de pesos (US$336) vendiendo al turista y ya con la migración se puede ganar unos cuatro o cuatro millones y medio de pesos al mes (US$1.000)”, me cuenta Fredy Ruiz, propietario de una de esos locales.
La convivencia entre turismo y migración alcanza límites insospechados en estos bazares.
Justo al lado del de Ruiz, la trabajadora de otro comercio me dice que por el suyo recientemente pasaron unos turistas colombianos a comprar todo lo que se lleva el migrante para “vivir la experiencia de cruzar el Darién en forma de tour”.
Ruiz señala que con lo ganado dio “para mejorar la casa y comprarse una motico”. También multiplicó a sus empleados.
El contexto en que se generan sus ganancias no es ajeno a los necoclicenses.
No se le escapa que muchos de sus clientes huyen de la violencia y la precariedad, dejando vidas y familias atrás.
También saben que decenas de personas mueren cada año en la selva.
Le pregunto a varios comerciantes cómo manejan el hecho de que su negocio dependa de un drama que sufren cientos de miles.
Muestran simpatía, pero también pragmatismo. Al final, dicen, no es algo que puedan controlar.
“La felicidad de uno es la desgracia del otro. Ellos buscan su sueño americano y a nosotros nos hacen mucho por la economía”, indica Ruiz desde el mostrador de su tienda.
Los migrantes con los que pude conversar no se sienten utilizados.
Aunque algunos reclaman precios más bajos, en general agradecen que en medio de tan larga y dura ruta exista un pueblo enfocado en brindarles todos estos servicios.
Nadie habla mucho del supuesto papel del “Clan de Golfo” en la economía de la zona.
Un reporte de la Fundación Ideas para la Paz de Colombia afirma que por su “control hegemónico”, el grupo interactúa con redes nacionales y transnacionales de tráfico de migrantes.
Según el estudio, el Clan realiza una tributación forzada en actividades vinculadas con la migración, contiene la violencia contra los migrantes y autoriza y restringe el uso de rutas marítimas y terrestres.
Pero ninguno de los comerciantes que entrevisté admite que eso suceda. Y el secretario de gobernación, Wachter Espitia, dice que se trata de especulaciones.
“Nosotros nos relacionamos y conversamos con las empresas, los actores regulados, y no los secundarios. Si hay rentas irregulares, eso le corresponde tratarlo a las autoridades competentes”, indica el secretario.
Los migrantes que transitan por Necoclí permanecen ajenos a estas dinámicas.
Quienes duermen en la playa por semanas o meses esperando reunir dinero parecen casi instalados en la cotidianidad.
La familia de la venezolana Marisela Bellorín aguarda cerca de una fogata donde otros migrantes cocinan.
Sus niños se recuestan sobre un bote, adormecidos, mientras bares junto a la playa recogen las sillas donde se sentaron los turistas, permitiendo que decenas de familias monten las carpas donde dormirán por un número de noches aún indeterminado.
Los necoclicenses desconocen si los migrantes a los que acogen, alimentan, abastecen y transportan cruzarán con éxito la peligrosa selva y llegarán a su destino.
Pero mientras, su paso por Necoclí engorda los bolsillos locales.
Como me dice una emprendora a pie de playa, “en Necoclí sale el sol para todos”.
Incluso para los migrantes de la playa, que desde el alba salen a ganar fondos en el pueblo que prospera bajo la peor crisis migratoria de América Latina en décadas.
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