Lo que hoy tenemos de planeación urbana de la Ciudad de México se ha construido a golpes, poco a poco, pero existen cosas muy rescatables. El marco legal de la planeación del territorio, si bien está incompleto, tiene elementos sorprendentes.
Por ejemplo, tenemos herramientas que permiten canalizar los recursos del desarrollo inmobiliario para rescatar zonas abandonadas. También contamos con otra herramienta que reúne a la población, al gobierno y a la iniciativa privada para mejorar la infraestructura de una zona. Existe una herramienta que reduce la presión inmobiliaria en zonas patrimoniales mientras las protege. Incluso hay una más que permite crear parques y equipamiento donde no había nada, a partir del desarrollo inmobiliario.
Si, en la ley mexicana. No en la ley danesa o japonesa. En la ley de la Ciudad de México.
Pareciera que sólo los urbanistas sabemos que existen, y los pocos ciudadanos que las conocen las asocian con malas prácticas y corrupción. Ni siquiera entraría en ese debate porque sé que lo tendría perdido. Estas herramientas se han usado mal y con malos fines. La práctica de usar las cosas sin leer las instrucciones porque “somos bien machos”, no ha funcionado bien para nuestra ciudad.
Pero las herramientas urbanas son sólo eso: herramientas. No son ni malas ni buenas, pero en manos equivocadas pueden causar más daño que beneficio. Si le damos un martillo a un niño de dos años y lo soltamos en una tienda de cristalería, el resultado es predecible. No por eso vamos a prohibir los martillos.
Sería un error prohibir o borrar estas herramientas de la ley sólo porque ya asumimos cínicamente que somos incapaces de usarlas: “así somos los mexicanos” y ni modo. Mejor creemos mejores reglas (más claras), mejores formas de seguimiento (más transparencia) y mejores castigos (que sí se apliquen). En resumen, debemos fortalecer las instituciones.
Hasta ahora, quienes intentaron implementar estos instrumentos para crear infraestructura desaparecieron los recursos o los utilizaron de formas diferentes a las prometidas. La herramienta para regenerar y revitalizar fue usada como caballo de Troya para (intentar) hacer un segundo piso peatonal en Chapultepec. Los polígonos que permitirían crear parques financiados por el desarrollo se han usado para crear una ciudad que crece sin rumbo, y los cambios de uso de suelo son trámites que sólo los ricos y poderosos pueden acceder, cuyos requisitos se convierten en alquimia oscura al pasar por el poder legislativo.
Esa herramienta para financiar la infraestructura se llama Sistema de Actuación por Cooperación (SAC). El SAC fue, en su momento, una muy buena idea. Si la hubieran dejado sola, la ciudad gozaría de más y mejor infraestructura; se hubieran mejorado zonas muy deterioradas de la Ciudad de México e idealmente tendríamos una ciudad más verde y vertical. Pero no. Desafortunadamente, esta herramienta implicaba la circulación de mucho, mucho dinero; negociaciones por parte de actores desinteresados y en general, falta de visión. El dinero se esfumó (junto con algunos personajes), se utilizó en cosas que no eran parte de los compromisos iniciales, y las promesas que se hicieron, sencillamente no ocurrieron. Tacubaya seguirá siendo un pueblo donde venderemos la pobreza como “pintoresca”; Granadas le seguirá echando la culpa del desorden a las industrias que ya ni existen. El punto es que se tuvo la respuesta, se tuvo el dinero… y se desperdició.
Otras herramientas, como los “polígonos de actuación”, han permitido crear el corredor de Reforma, que con sus rascacielos característicos ha formado la identidad moderna de la Ciudad de México. Pero toda esa altura se supone que viene de algún lado, y su origen se ha perdido en las cajas húmedas y llenas de hongos del Registro Público de la Propiedad. Es en esos predios perdidos donde se debían haber creado parques y equipamientos que ya no fueron. Pensaríamos muy distinto sobre los edificios altos si cada vez que se levantara uno, surgiera un parque nuevo.
La última vez que vimos un Área de Gestión Estratégica (otra herramienta), originalmente diseñada para regenerar zonas “desaprovechadas”, terminó siendo adornada con un marketing excesivo y que rayaba en lo grotesco. Ahí fue cuando muchos chilangos aprendimos la diferencia entre regenerar la ciudad y convertirla en mercancía.
Es difícil defender las herramientas que fueron parte de un fiasco. Para que existan, alguien debe mostrar su beneficio. Por eso tenemos coches, aunque mueran un millón de personas al año por accidentes viales; por eso tenemos un desarmador y tijeras en casa, aunque son objetos punzocortantes. Lo contrario es igual de dañino, porque es paralizarse y decir: “que se quede todo como está”.
Tenemos herramientas para arreglar lo que no sirve o se descompuso. Yo creo que hay mucho que arreglarle a la Ciudad de México y no se va a arreglar sólo. Si no son estas las herramientas correctas, busquemos otras, pero no nos paralicemos. Las herramientas son sólo herramientas, pero esta ciudad no es sólo una ciudad, es nuestra Ciudad.
* Bernardo Farill (@bernardofarill) es arquitecto urbanista. Recientemente fue director de Planeación y Desarrollo Urbano de la alcaldía Miguel Hidalgo.
Ambos ejércitos del conflicto armado en Ucrania se han visto acorralados por drones, artillería y guerra electrónica.
En días recientes, Rusia y Urania se han atacado mutuamente con el mayor número de drones desde el inicio de la guerra en febrero de 2022.
Se informa que Ucrania lanzó más de 80 drones contra Rusia, algunos dirigidos hacia Moscú. Por su parte, se reporta que Rusia lanzó más de 140 drones contra objetivos por todo Ucrania.
La intensidad del uso de drones como armas de ataque es una de las formas en que este conflicto está revolucionando cómo se hace la guerra.
En combinación con la guerra electrónica y los ataques de artillería, los drones también han demostrado ser efectivos como armas defensivas, inmovilizando a las fuerzas enemigas en el campo de batalla.
Los drones se han convertido en uno de los principales elementos en la guerra en Ucrania y están afectando profundamente la manera en que se pelea, según Phillips O’Brien, profesor de Estudios de la Guerra de la Universidad St. Andrews, en Escocia.
“Han vuelto el campo de batalla mucho más transparente”, comenta.
Los drones de vigilancia pueden detectar el movimiento de tropas o los preparativos para un ataque a lo largo de todo el frente y en tiempo real.
Cuando ven un objetivo, pueden enviar las coordinadas al centro de comando, que puede ordenar un ataque de artillería.
Esta secuencia, desde la detección del objetivo hasta su ataque, se llama la “cadena de ataque” en la terminología militar y se ha acelerado por el uso de drones, dice el profesor O’Brien.
“Todo se puede detectar a no ser que esté muy encubierto. Significa que no puedes reunir tanques y otro armamento para una avanzada sin que sean golpeados”, indica.
Los drones de ataque se están usando, junto con la artillería, para golpear al enemigo. Las fuerzas ucranianas han logrado repeler los avances de las columnas de tanques rusos con solo el uso de drones.
Al inicio de la guerra, Ucrania usó el TB-2 Bayraktar de fabricación turca, un dron de capacidad militar que puede arrojar bombas y lanzar misiles.
Sin embargo, con mayor frecuencia ambas partes están optando por el uso de drones “kamikaze” que son más baratos.
Estos suelen ser drones de uso comercial, acoplados con explosivos.
Pueden ser controlados desde una distancia de varios kilómetros y pueden merodear el objetivo antes de atacar.
Rusia también ha estado usando miles de drones kamikaze, como el Shahed-136 de fabricación iraní, para atacar objetivos militares y civiles en Ucrania.
Frecuentemente los despliega en enjambres, con la intención de abrumar las defensas aéreas ucranianas.
La artillería se ha convertido en el arma de mayor uso en toda la guerra en Ucrania.
Según el centro de análisis británico Royal United Services Institute (RUSI), Rusia ha estado disparando 10.000 proyectiles al día y Ucrania entre 2.000 y 2.500, también diariamente.
La artillería se usa para contener el movimiento de tropas enemigas y para atacar vehículos blindados, defensas, puestos de mando y depósitos de suministros.
“Durante la guerra, la munición es como el agua, que las personas necesitan beber constantemente, o como el combustible para un automóvil”, explica el experto de artillería y especialista militar de la BBC coronel Petro Pyatakov.
Ambos lados han usado millones de proyectiles de artillería extranjeros. Estados Unidos y Europa se los han suministrado a Ucrania. Rusia los importa de Corea del Norte.
Los países occidentales han tenido dificultades para suministrar a Ucrania todas las municiones que requiere, y eso ha resaltado el problema que tienen en sus propias industrias armamentistas, según Justin Crump, director ejecutivo de Sibylline, un grupo de análisis de defensa en Reino Unido.
“Las empresas de defensa de Occidente actualmente producen una cantidad de armas de precisión relativamente baja”, afirma.
“No tienen la capacidad de emitir altos volúmenes de armamento básico como proyectiles”.
Tanto Rusia como Ucrania también han estado usando artillería de alta precisión.
Ucrania ha lanzado proyectiles guiados por satélite tipo Excalibur, suministrados por Occidente; Rusia usa sus propios proyectiles Krasnopol guiados por láser.
Además, EE.UU. y otras naciones occidentales han dotado a Ucrania de misiles Himars de largo alcance, guiados por satélite.
Estos les han permitido a las fuerzas armadas atacar los depósitos de municiones y los puestos de mando de Rusia en el frente.
Desde comienzos de 2023, las fuerzas rusas han usado miles de “bombas planeadoras” para atacar posiciones ucranianas en el campo de batalla y para bombardear zonas residenciales civiles e infraestructura.
Son bombas convencionales de “caída libre” acopladas con alas plegables y sistemas de navegación satelital.
Rusia es quien más suele usar esas bombas planeadoras. Varían en peso desde 200 kg hasta 3.000 kg o más.
“Las bombas planeadoras se han vuelto cada vez más efectivas para romper las posiciones defensivas y destruir edificios”, señala el profesor Justin Bonk, un experto en guerra de RUSI.
Añade que Rusia las ha utilizado extensamente para destruir las defensas ucranianas alrededor de la localidad estratégica de Adviivka, en el este de Ucrania, que Rusia capturó en 2024.
Las bombas planeadoras cuestan entre US$20.000 y US$30.000 en producir, según Bronk.
Pueden ser lanzadas desde decenas de miles de kilómetros de distancia de sus objetivos y son difíciles de interceptar, aún con el más sofisticado sistema de misiles de defensa aérea.
Ucrania también hace uso de bombas planeadoras suministradas por EE.UU. y Francia, como la llamada Joint Standoff Weapon de largo alcance.
También ha creado una de su propio diseño, añadiendo alas a las bombas de diámetro pequeño de fabricación estadounidense, que llevan unos 200 kg de explosivos.
Sin embargo, cuenta con menos bombas planeadoras que Rusia.
La guerra electrónica se ha implementado mucho más intensamente en el conflicto entre Rusia y Ucrania que en cualquier otra ocasión.
Miles de efectivos en cada lado trabajan en unidades especializadas, intentando incapacitar los drones y sistemas de comunicaciones del otro, y desviar los misiles enemigos.
Las fuerzas rusas tienen sistemas como el Zhitel, que puede incapacitar todas las comunicaciones satelitales, las comunicaciones por radio y las señales de teléfonos móviles en un radio de más de 10 m.
Pueden abrumar las ondas de radio emitiendo enormes pulsaciones de energía electromagnética.
Además, con su unidad Shipovnic-Aero, las fuerzas rusas pueden derribar un dron a 10 km de distancia. Este sistema también puede encontrar la posición de los pilotos de los drones y enviar sus coordinadas a las unidades de artillería para que disparen contra ellos.
Las naciones occidentales pueden estar sorprendidas de ver la facilidad con la que los sistemas de guerra electrónica de Rusia han inutilizado misiles de alta tecnología como los Himars en Ucrania, de acuerdo a Marina Miron, del Departamento de Estudios de la Guerra del King’s College de Londres.
“Es una guerra asimétrica”, indica. “Las fuerzas de la OTAN podrán tener armas que son técnicamente superiores a las que posee Rusia, pero Rusia ha demostrado que puede usar un equipo relativamente barato para desactivarlas”.
Duncan McCrory, del Instituto Freeman Air & Space de King’s College de Londres, opina que los comandantes militares de los países de la OTAN deben aprender lecciones de cómo Rusia está efectuando una guerra electrónica en Ucrania.
“Deben entrenar a sus tropas en cómo operar cuando están siendo acechadas por drones y cuando el enemigo está atento a cada señal de radio que envían”, afirma.
“La guerra electrónica ya no puede ser relegada a segundo plano. Necesita ser considerada en todo momento en que se estés desarrollando tus tácticas, entrenamiento y nuevos sistemas de armamento”.
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