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Fuego y olvido: el caso Garduño y las llamas que no se apagan
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Fuego y olvido: el caso Garduño y las llamas que no se apagan

Francisco Garduño Yáñez, excomisionado del Instituto Nacional de Migración, fue exonerado por la muerte de 40 migrantes en la estación migratoria de Ciudad Juárez. Garduño no irá a juicio, a pesar de haber sido imputado por ejercicio indebido del servicio público.
14 de abril, 2025
Por: Rossana Reguillo

La noche del 27 de marzo de 2023 olía a plástico derretido, a miedo encerrado, a cuerpos atrapados detrás de barrotes que no cedieron. En la estación migratoria del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez, los gritos no atravesaron los muros, las llamas sí. A las 21:30, un incendio iniciado con colchones encendidos en protesta —dicen— comenzó a devorar el oxígeno de la celda masculina. Desde las cámaras de seguridad, se ve: los guardias se alejan, algunos miran, otros cierran puertas. No hay urgencia, no hay auxilio.

Los 68 hombres encerrados gritan, golpean los barrotes, patean las paredes. Algunos intentan trepar, otros rezan, todos suplican. Pero el fuego ya ha cruzado su umbral, y lo hace con el silencio de una política que nunca los nombró por su nombre. Cuando por fin se abre la reja, ya es demasiado tarde: 40 migrantes —guatemaltecos, venezolanos, hondureños, salvadoreños, colombianos— han muerto calcinados o asfixiados. Otros 27 quedaron heridos, muchos de ellos con quemaduras en el rostro, las manos, la memoria.

Cuatro años antes del incendio que reveló la crisis humanitaria en la política migratoria del país, en junio de 2019, el presidente Andrés Manuel López Obrador nombraba a Francisco Garduño Yáñez como comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), tras la renuncia del Dr. Tonatiuh Guillén. Durante la ceremonia de toma de protesta, la entonces secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, destacó la trayectoria de Garduño y afirmó: “Estoy segura que trabajaremos juntos para cumplir con las instrucciones del presidente e iniciar una nueva etapa en el Instituto”. Por su parte, López Obrador expresó su confianza en Garduño, a quien conocía desde su gestión en la Ciudad de México, y señaló que su trabajo había sido “muy bueno hasta ahora”, subrayando que lo conocía desde hacía muchos años.

¿Cómo se muere en un incendio sin poder escapar? Primero se vuelve espeso el aire. No se ve el fuego, pero se siente: sube la temperatura del aliento, el humo se cuela por la nariz, por la garganta, por los ojos que arden como si lloraran gasolina. La piel se humedece de un sudor extraño —térmico, pegajoso— y la garganta se cierra, como si algo la apretara desde dentro.

Luego, se va el sonido. No porque no haya gritos, sino porque el cuerpo ya está ocupado sobreviviendo a lo mínimo: respirar. El humo negro llena los pulmones como una manta caliente y ácida. Los bronquios se queman. Los párpados se inflaman. Y el cuerpo, aún con vida, comienza a desmayarse por dentro.

Cuando el fuego se hace visible, ya es tarde. Lame la ropa, sube por las piernas, derrite los cordones de los zapatos. Algunos intentan aplastar las llamas con las manos. Otros intentan trepar las paredes o romper con los pies las rejas de acero que no ceden. En ese encierro no hay alarma ni extintor ni agua ni llave.

Los minutos se dilatan, y quienes no mueren calcinados, mueren de asfixia térmica: el oxígeno escapa primero que la vida. El cuerpo se derrumba. La piel se resquebraja. La muerte no llega como un descanso, sino como la imposición de lo irremediable.

En Ciudad Juárez, 40 hombres pasaron por esto. Y nadie, del otro lado de la reja, intentó evitarlo.

El 13 de abril de 2025, un tribunal federal de apelación ratificó la suspensión condicional del proceso penal contra Francisco Garduño Yáñez, excomisionado del Instituto Nacional de Migración. A pesar de haber sido imputado por ejercicio indebido del servicio público —cargo relacionado directamente con su responsabilidad jerárquica en la tragedia de Ciudad Juárez—, Garduño no irá a juicio. El tribunal consideró que había cumplido con las condiciones impuestas por un juez en enero: ofrecer una disculpa pública, supervisar centros migratorios, implementar un supuesto plan de reparación del daño y garantizar indemnizaciones. Pero estas medidas, en su mayoría simbólicas y financiadas con recursos del erario, fueron impugnadas por las organizaciones que acompañan a las familias de las víctimas. Denunciaron que la reparación no fue adecuada, que no hubo justicia restaurativa real y que, una vez más, el sistema judicial exoneró al poder político. Aun así, el fallo quedó firme. Garduño, exonerado sin juicio, continuará su vida lejos del humo y del encierro.

El triunfo de la impunidad, castigos selectivos, perdón a los amigos. Mientras Garduño recibe el beneficio de la suspensión condicional y camina libre, al menos cinco funcionarios de menor rango —agentes migratorios y guardias de seguridad privada— siguen detenidos, acusados por omisión o negligencia. Las familias de estos trabajadores denuncian el doble rasero: a ellos, cárcel sin clemencia; a Garduño, la absolución protegida por una vieja lealtad política. “Él sí es amigo del presidente… por eso está libre”, dijo una de las esposas de los detenidos. La justicia, otra vez, midiéndose con vara política.

En Ciudad Juárez, la herida no cierra. A dos años del incendio, colectivos como Casa del Migrante, Uno de Siete Migrando y familiares de las víctimas mantienen vivas las preguntas que el Estado no quiere responder. ¿Por qué nadie abrió la reja? ¿Por qué no hay responsables reales? En actos pequeños, pero constantes —altares improvisados, ofrendas en la banqueta, vigilias frente a la antigua estación migratoria— insisten en que esos 40 nombres no serán borrados. “No fue un accidente, fue abandono. Los dejaron morir”, repite doña Irma, madre de un joven hondureño que buscaba cruzar a Texas. Cada palabra suya resiste el olvido. Cada vela encendida en Juárez ilumina lo que el fallo judicial intenta oscurecer.

¿México no aguanta más? Los agravios se acumulan, la justicia sigue siendo una promesa postergada, y los mecanismos del Estado parecen diseñados para proteger a los aliados mientras castigan a los de siempre. La muerte de 40 migrantes en una celda cerrada no puede explicarse solo como una tragedia: fue el resultado de decisiones políticas, de omisiones estructurales, de una mirada que convierte a las personas en cifras prescindibles. Hoy, la exoneración de Francisco Garduño envía un mensaje inquietante: el poder, una vez más, actúa como si pudiera salir ileso del fuego que ha contribuido a encender. Pero hay heridas que no se cierran, hay memorias que no se apagan. Y aunque el expediente se archive, lo que pasó esa noche en Ciudad Juárez seguirá ardiendo en la conciencia de un país que no debería acostumbrarse.

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Imagen BBC
¿Cómo se forman los patrones en la naturaleza? El matemático Alan Turing lo descubrió
8 minutos de lectura

Hace más de 70 años el brillante descifrador de códigos ideó una teoría reveladora a partir de los patrones en la naturaleza que tardó en valorarse.

12 de abril, 2025
Por: BBC News Mundo
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Muchísimos de nosotros nos maravillamos al ver la piel moteada de los leopardos o las rayas que adornan a las cebras.

Sin embargo, pocos después nos preguntamos si hay un orden en esa aparente aleatoriedad de la naturaleza.

Y son muchos menos los que intentan encontrarlo valiéndose de las matemáticas.

Sin embargo, hubo alguien que tornó esa fascinación en una teoría que resolvió un antiguo enigma.

Esa persona fue el pionero en informática Alan Turing quien, en un cambio de enfoque notable, desvió su atención a las matemáticas ocultas de la naturaleza.

El único artículo que publicó al respecto y el último de su vida, titulado “La base química de la morfogénesis” , apareció en la revista de la Royal Society of London en 1952, dos años antes de que se suicidara con una manzana empapada en cianuro.

Se convertiría en uno de los más citados en la ciencia, aunque su teoría era tan adelantada a su tiempo que pasaron décadas antes de que se reconociera su valor.

Quizás sorprenda que algo escrito por un científico con manto de héroe, por haber sido clave para descifrar los mensajes enviados mediante las complejísimas máquinas Enigma alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, no haya llamado más la atención al momento de su publicación.

Pero en esa época, y hasta 1974, esa historia era secreta, así que, aunque Turing era reconocido como un matemático brillante, aún no gozaba del estatus que cobró póstumamente.

Al igual que su artículo “Sobre los números computables” de 1936, que no llegó a ser ampliamente considerado como trascendental en la teoría de la computación hasta la década de 1960, éste tardó en apreciarse.

Además, hacían falta avances científicos para poder probar que su incursión en la biología era algo más que una distracción ingeniosa pero irrelevante de una mente inquieta.

El enigma

Sin leopardos ni cebras a la mano en Manchester, donde había estado trabajando desde 1948, Turing recorría la campiña de Cheshire fascinado, detectando rastros matemáticos en varias plantas notablemente simétricas.

Las margaritas, por ejemplo, tenían 34, 55 u 89 pétalos, números que formaban parte de la serie de Fibonacci, en la que cada número es igual a la suma de los dos anteriores.

Intuyó entonces que los organismos biológicos debían tener una lógica interna.

Quizás el mecanismo que producía maravillas como el mosaico de la piel de las jirafas o las hojas verticiladas del tallo de una planta podía explicarse con matemáticas.

Agave victoriae-reginae o agave noa, una especie pequeña de planta perenne con flores suculentas, conocida por sus vetas blancas en sus hojas geométricas esculpidas.
Getty Images
La simetría en la naturaleza ha llamado la atención por siglos.

El punto de partida era un misterio.

En las primeras etapas del desarrollo la mayoría de los seres vivos, ya fueran vegetales, animales o humanos, tienen un aspecto muy similar: embriones que al principio eran esferas uniformes de células idénticas.

Pero en algún momento, se desata un proceso que llevaba a esa bola de células a convertirse en una palmera de cocos, una estrella de mar o uno de nosotros.

¿Cómo sucede algo tan fenomenal?

Turing razonó que ese proceso era similar a los que producían los patrones en la coloración de los animales o las formas de las plantas que lo habían cautivado, e incluso los de los dedos de sus manos.

Escudriñando esos patrones, desarrolló ecuaciones y, poco a poco, su “teoría matemática de la embriología”, como él la llamaba, comenzó a tomar forma.

Una teoría de la vida

Turing postuló que los patrones eran el resultado de la interacción de sustancias químicas que se propagaban entre grupos de células por lo demás idénticas, como explica Matilda Battersby en BBC Earth.

Acuñó el término morfógeno (morfo, del griego para ‘forma’, y gen, del griego para ‘engendrar’), que significa generadores de forma.

Esos morfógenos, argumentó, se difunden y reaccionan entre sí en un proceso que llamó reacción-difusión intercelular, y que hoy en día se conoce también como Mecanismo de Turing.

Su teoría, expuesta con matemáticas fascinantes, planteaba que dentro de los tejidos o células existen dos morfógenos que actúan uno sobre el otro.

Ambos se difunden a ritmos diferentes, y trabajando de manera simultánea pero independiente como si estuvieran compitiendo.

Para entenderlo sirve imaginar una situación depredador-presa.

Cuando los depredadores tienen muchas presas a disposición, su población crece pero eso hace que disminuya la de las presas, lo que lleva a que -por falta de comida-, empiece a bajar el número de depredadores y, con el tiempo, a aumentar el de presas.

A nivel molecular, señaló Turing, cuando uno de los morfógenos desencadena una reacción y se propaga a través de un grupo de células, el otro llega a impedir que se difunda.

Esas reacciones químicas desencadenan la diferenciación celular que da lugar a los patrones físicos que observamos en los seres vivos, desde los dedos de la mano hasta el patrón de manchas de un guepardo.

Uno morfógeno llega primero, por ejemplo, a teñir de oscuro las células de la piel de las cebras hasta que llega el otro a frenarlo, creando así las rayas negras y blancas.

Cebras
Getty Images
La acción de un activador y un inhibidor crea patrones… en varios casos hipnóticos.

Además de proponer una explicación para el enigma de cómo los seres vivos llegaban a ser como son, Turing desarrolló ecuaciones que modelaban los patrones que producía la interacción de los morfógenos.

Eran ecuaciones muy complejas para las computadoras de su época pero, aunque implicó un arduo trabajo, logró crear un patrón moteado similar al de la piel de una vaca.

Turing concluyó su trabajo, lo publicó y empezó de nuevo a contar pétalos de flores.

Certera y muy presente

La idea quedó suspendida entre las páginas de la revista científica.

Para ser justos, él mismo admitió desde el principio que “este modelo será una simplificación y una idealización, y en consecuencia una falsificación”.

Se había preguntado cómo surgían los patrones que observaba en la naturaleza y había hallado la respuesta sin mirar a través de un microscópio.

Fue impreciso sobre qué eran los morfógenos de los que hablaba, una sustancias cuya naturaleza química aún estaba por desentrañar.

Además, al año siguiente James Watson y Francis Crick, sin mencionar el trabajo pionero de Rosalind Franklin, revelaron la estructura del ADN, que prometía ser una vía fructífera para resolver el misterio que ocupó a Turing.

Pero en la década de 1960 su escrito sobre morfogénesis fue redescubierto.

Y con la llegada de potentes computadoras y el nacimiento de la biología celular molecular moderna, dos generaciones de científicos que tomaron en serio su teoría a partir de los años 80, demostraron que era certera.

Retrato de Alan Turing
Getty Images
“No diré que lo que hizo Turing nos hizo ganar la guerra”, dijo uno de sus colegas de Bletchley, “pero me atrevería a decir que podríamos haberla perdido sin él”.

El artículo se convirtió en una de las teorías fundacionales de la biología matemática, una disciplina dedicada a comprender cómo funcionan los mecanismos de la naturaleza mediante la búsqueda de ecuaciones que los describan.

Y, aunque Turing no era biólogo ni químico, su teoría ha tenido un impacto sustancial en ambos campos, así como en otras áreas tan dispares como la geomorfología y la criminología, según señala el editor de la revista Nature.

Sus patrones han explicado desde la activación neuronal en el cerebro hasta la estructura de las conchas, y se han utilizado para comprender mejor los asentamientos humanos así como para diseñar filtros de agua, por mencionar apenas unos ejemplos.

0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89…

La teoría de Turing tenía más aplicaciones de las imaginadas, como se ha y se sigue demostrando.

Eso le habría complacido.

Al terminar su artículo, después de admitir limitaciones en los ejemplos biológicos que dio, combinados con “las matemáticas relativamente elementales” que usó, escribió:

Pienso, sin embargo, que los sistemas biológicos imaginarios tratados y los principios discutidos deberían ser de alguna ayuda para interpretar las formas biológicas reales“.

Tras ese punto final, y durante los últimos dos años de su vida, se dedicó a los girasoles.

Un girasol de cerca
Getty Images
Un enigma amarillo.

Seguía fascinado por la filotaxis, la disposición de los pétalos, las hojas y los tallos de las plantas, algo que ha cautivado a muchos desde la antigüedad, incluido Leonardo da Vinci, pues es un asunto complejo y misterioso.

Los pétalos y las semillas de los girasoles no sólo están dispuestos en dos espirales contradictorias, sino que parecen seguir secuencias de Fibonacci.

Turing reconoció el trabajo del científico holandés J.C. Schoute, quien estudió los patrones en 319 cabezas de girasol justo antes de la Segunda Guerra Mundial.

Y luego desarrolló una teoría para explicar por qué las secuencias de Fibonacci aparecían en las plantas.

Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de probarla antes de morir.

Más de 60 años después de su muerte, la Royal Society publicó nuevas pruebas que respaldaban su explicación matemática de los patrones en los pétalos de los girasoles.

Un grupo de científicos de todo el mundo, alentados por la Universidad de Manchester, plantó cientos de girasoles y contó sus pétalos para comprobar su precisión con respecto a la secuencia de Fibonacci, como contó Kiona N. Smith en la revista Forbes.

Sus hallazgos respaldaron la idea de Turing, pero el censo de girasoles también descubrió nuevos patrones, que las ecuaciones de Turing también parecen explicar.

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BBC

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