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A las niñas les debemos algo más que sobrevivir
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A las niñas les debemos algo más que sobrevivir

Hablar de violencia contra mujeres suele conducirnos a cifras que estremecen. Pero cuando hablamos de violencia contra niñas y adolescentes, el estremecimiento debería convertirse en urgencia. Ellas cargan con una violencia más silenciosa, más normalizada y muchas veces más difícil de denunciar. La violencia contra niñas y adolescentes no puede seguir viéndose como “un problema de otros”. Es un reflejo de nuestras fallas colectivas.
27 de noviembre, 2025
Por: Save the Children

Cada día, niñas y adolescentes en todo el mundo enfrentan violencias que nunca debieron existir: físicas, sexuales, psicológicas, institucionales, digitales. Es una realidad tan extendida que muchos la aceptan con naturalidad. Pero no por habitual deja de ser una injusticia aterradora. Este sufrimiento no solo marca vidas individuales, erosiona sociedades enteras al negar a las niñas su derecho más básico: vivir seguras y libres.

Hablar de violencia contra mujeres suele conducirnos a cifras que estremecen. Pero cuando hablamos de violencia contra niñas y adolescentes, el estremecimiento debería convertirse en urgencia. Ellas cargan con una violencia más silenciosa, más normalizada y muchas veces más difícil de denunciar. En muchos países —y México no es la excepción— crecer siendo niña implica vivir entre riesgos que no eligieron, que no entienden y que no debería enfrentar ninguna persona.

Aunque el mundo ha avanzado en leyes, convenciones y discursos de igualdad, las niñas siguen siendo quienes más sufren violencias vinculadas a su género. La mezcla de edad, dependencia, desigualdad y discriminación las coloca en una de las posiciones más vulnerables de cualquier sociedad.

La violencia tiene género desde la niñez

Datos recientes del INEGI son contundentes. En 2022 se registraron 59,141 delitos cometidos contra niñas y adolescentes mujeres de 0 a 17 años. Es una cifra que por sí sola debería alarmarnos, pero su proporción es todavía más grave: equivale a una tasa de 305.6 delitos por cada 100,000 niñas y adolescentes, casi el doble de la tasa registrada para los varones del mismo rango de edad, que fue de 150.8.

Esta diferencia no se explica por azar. Revela algo estructural: la violencia afecta más a las niñas por el hecho de ser niñas.

En ese mismo informe, el INEGI registró que dentro de los delitos sexuales denunciados, el delito de violación alcanzó su cifra más alta en víctimas niñas de 10 a 14 años, con 4,197 casos, frente a 884 casos en varones. Es un dato devastador: justo en la etapa en la que deberían estar construyendo su identidad, descubriendo el mundo y desarrollando autonomía, miles de niñas en México están denunciando violaciones.

Otros delitos —abuso sexual, acoso u hostigamiento sexual, corrupción de menores, violencia familiar— muestran el mismo patrón: las víctimas son mayoritariamente mujeres, incluso desde edades muy tempranas. El mensaje es claro: la violencia de género no inicia en la edad adulta, se gesta desde la infancia.

Y estas cifras solo reflejan los casos que llegan a denunciarse. Los expertos coinciden en que los delitos sexuales contra niñas tienen una enorme cifra negra. Muchas víctimas no hablan por miedo, dependencia económica, normalización de la violencia, culpa inducida o falta de protección institucional. Lo que vemos, por duro que sea, es apenas la superficie.

No son casos aislados: es un sistema que falla

A veces la conversación pública presenta la violencia contra niñas como una colección de tragedias individuales. Pero la magnitud, persistencia y repetición de los datos obligan a entenderla como un fenómeno sistémico.

Sistémico, porque ocurre en casa, en la escuela, en la comunidad, en internet, en el transporte y en instituciones que deberían proteger. Sistémico, porque los agresores suelen ser personas cercanas. Sistémico, porque no todas las niñas cuentan con redes de apoyo, acceso a servicios de salud mental o canales seguros de denuncia. Sistémico, porque la impunidad es elevada y la respuesta de las autoridades es todavía insuficiente.

Pero también es sistémico porque está sustentado en creencias y prácticas profundamente arraigadas que minimizan las experiencias de las niñas, cuestionan su palabra y restan importancia a su bienestar. Y eso se traduce en una violencia que se hereda, se aprende y se normaliza.

Las consecuencias de la violencia contra niñas y adolescentes no se limitan a los hechos traumáticos. Afectan su salud física y emocional, su rendimiento escolar, su autoestima, su capacidad de confiar en otros, su autonomía económica y su proyecto de vida.

Una niña violentada no solo enfrenta un daño inmediato; enfrenta una desigualdad ampliada. En un país donde millones de niñas ya viven en condiciones de pobreza, la violencia se convierte en una segunda condena. Reducir la violencia no es solo una cuestión de seguridad, es una cuestión de justicia intergeneracional.

El papel de la sociedad: escuchar, creer, proteger

La protección de las niñas no puede depender únicamente de políticas públicas —aunque éstas sean imprescindibles. También requiere que todas y todos hagamos una introspección profunda y nos cuestionemos: ¿qué mensajes transmitimos sobre el cuerpo de las niñas?, ¿qué silencios sostenemos cuando sospechamos de una agresión?, ¿qué normalizamos en casa, en la escuela, en el barrio?, ¿qué exigimos (o dejamos de exigir) al Estado?

La violencia contra niñas y adolescentes no puede seguir viéndose como “un problema de otros”. Es un reflejo de nuestras fallas colectivas.

Organizarnos como sociedad es una responsabilidad irrenunciable. Con base en nuestra experiencia en la defensa de los derechos de la niñez y adolescencia, desde Save the Children insistimos en que la prevención de la violencia de género debe comenzar mucho antes de que las agresiones ocurran.

En este esfuerzo, hemos desarrollado espacios de diálogo con niñas, niños y adolescentes para reflexionar sobre los estereotipos de género, cuestionar la desigualdad que los sostiene e identificar situaciones de riesgo que suelen normalizarse en la vida cotidiana. También impulsamos clubes y espacios comunitarios donde se abordan, de manera accesible y segura, distintos tipos de violencias basadas en género, así como las rutas de protección disponibles en cada territorio. Estas iniciativas buscan fortalecer habilidades socioemocionales, brindar acompañamiento y promover entornos donde las niñas y las adolescentes puedan expresar lo que viven sin miedo a represalias.

Sin embargo, ningún esfuerzo comunitario, educativo o social es suficiente por sí solo. La magnitud del problema exige políticas públicas sostenidas, instituciones especializadas, investigación de calidad y sistemas capaces de garantizar acceso real a justicia y reparación. Mientras estos elementos no se articulen con la misma fuerza con la que opera la violencia, las intervenciones seguirán siendo importantes, pero insuficientes frente a un fenómeno que requiere transformaciones estructurales.

Cada número del INEGI representa una vida marcada. Cada caso no denunciado es un silencio impuesto. Cada niña que vive con miedo es un recordatorio de que la deuda no está saldada.

Pero también, cada niña que encuentra refugio, que es escuchada, que accede a información, que recibe apoyo, que participa, que recupera seguridad —es un recordatorio de que las sociedades pueden sanar.

La pregunta crucial es: ¿qué estamos dispuestos a hacer para que ninguna niña vuelva a enfrentar una violencia que pudo evitarse?

Porque ninguna sociedad puede considerarse justa si sus niñas siguen viviendo con miedo. Y ningún futuro puede construirse sobre la vulneración de quienes deberían estar más protegidas.

* Save the Children (@SaveChildrenMx) es una organización independiente líder en la promoción y defensa de los derechos de niñas, niños y adolescentes. Trabaja en más de 120 países atendiendo situaciones de emergencia y programas de desarrollo. Ayuda a los niños y niñas a lograr una infancia saludable y segura. En México, trabaja desde 1973 con programas de salud y nutrición, educación, protección infantil y defensa de los derechos de la niñez y adolescencia, en el marco de la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Visita nuestra página y nuestras redes sociales: FacebookTwitterInstagram.

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Imagen BBC
“No esperábamos ni salario cuando empezamos”: cómo Baby Shark, un clip de 90 segundos, generó un negocio de US$400 millones
5 minutos de lectura

Las acciones de la empresa responsable de la canción infantil altamente adictiva subieron más de un 9% en su debut bursátil.

21 de noviembre, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Cuando Kim Min-seok dio luz verde en junio de 2016 para publicar un fragmento de 90 segundos de una canción infantil, no imaginaba el impacto que iba a tener.

Se convirtió en un fenómeno mundial, alcanzando más de 16 mil millones de visualizaciones: el video más visto en la historia de YouTube.

Esa canción era la increíblemente pegadiza “Baby Shark”.

No solo cautivó a los más pequeños y aterrorizó a los adultos de todo el mundo, sino que sentó las bases para que su creador, Pinkfong, se convirtiera en una empresa de medios valorada en cientos de millones de dólares.

“No esperábamos que destacara tanto entre nuestro contenido”, declaró a la BBC Kim, director ejecutivo de Pinkfong, desde la sede de la compañía en Seúl.

“Pero, en retrospectiva, esa canción se convirtió en un punto de inflexión crucial que marcó el inicio de nuestra expansión global”.

Kim Min-seok, director ejecutivo de Pinkfong, toca el tambor durante la ceremonia de cotización de la empresa en la Bolsa de Corea en Seúl, Corea del Sur, el 18 de noviembre de 2025. Está vestido con un traje rojo mientras balancea una batuta en un tambor multicolor, mientras que una mascota amarilla de Baby Shark, de pie a la derecha de la imagen, lo anima.
Getty Images
Kim Min-seok, director ejecutivo de Pinkfong, en la ceremonia de salida a bolsa de la empresa.

Este martes, ese viaje llevó a Pinkfong al mercado bursátil surcoreano, donde sus acciones subieron más del 9% en su debut, lo que le otorga a la compañía una valoración de más de US$400 millones.

“No esperábamos ni salario”

Fundada en 2010 como SmartStudy, la empresa creaba contenido digital para niños de hasta 12 años.

Contaba con tan solo tres empleados, entre ellos Kim y el director de tecnología, Dongwoo Son.

“La oficina era minúscula, incluso más pequeña que esta”, recordó Kim, señalando la sala de conferencias desde donde llamaba.

Era tan pequeña que “ni siquiera esperábamos un salario en aquel entonces”, dijo a través de un intérprete.

Los clientes ojean juguetes mientras se exhibe una muñeca gigante del personaje del zorro Pinkfong de la compañía en la tienda de la empresa en Corea del Sur.
Getty Images
La empresa pasó a llamarse Pinkfong en 2022, en honor a su alegre y curioso personaje del zorro.

Pinkfong experimentó varias reestructuraciones importantes, incluyendo un cambio de enfoque en el contenido hacia los niños más pequeños.

La empresa creció hasta contar con alrededor de 100 empleados y priorizó juegos y contenido más sencillos y educativos. “Y fue entonces cuando surgió Baby Shark”, dijo Kim.

Desde 2022, la empresa se conoce como The Pinkfong Company, nombre inspirado en un zorro alegre y curioso que aparecía en uno de sus primeros dibujos animados.

Actualmente cuenta con alrededor de 340 empleados y oficinas en Tokio, Shanghái y Los Ángeles.

El momento de Baby Shark

Se cree que Baby Shark se originó en Estados Unidos en la década de los 70 y se cantaba con frecuencia en los campamentos de verano infantiles.

La canción, que repite la frase “Baby shark, doo, doo, doo, doo, doo, doo”, es “atractiva para los niños, aunque posiblemente molesta para los adultos”, afirmó el analista de medios Kevin Chew, de la Universidad Tecnológica de Nanyang.

Kim también es muy consciente de lo pegadiza que es.

“Es como una canción de K-pop. Es muy rápida, rítmica y adictiva”, dijo, añadiendo que la melodía tiene un efecto de “canto”, lo que facilita que los niños la recuerden.

Pero no fue un éxito instantáneo. Solo ganó popularidad cuando su coreografía se presentó en eventos infantiles en el sudeste asiático.

Los videos de niños y adultos bailando la canción comenzaron a circular por internet y el video se hizo viral. En la oficina de Pinkfong se respiraba un ambiente festivo mientras el equipo veía cómo se disparaban las visualizaciones, comentó Kim.

Hogi, Baby Shark y Pinkfong actúan durante el espectáculo
Getty Images
La coreografía fue la guinda a la canción.

Generó aproximadamente la mitad de los ingresos de la empresa en los años inmediatamente posteriores a su lanzamiento y sirvió de plataforma para la creación de nuevo contenido y productos, añadió.

Pero Pinkfong se enfrentó a una demanda en 2019 por plagio de la obra de un compositor estadounidense.

Canción folclórica

El Tribunal Supremo de Corea del Sur desestimó el caso, después de que la empresa argumentara que su versión se basaba en una canción folclórica de dominio público.

Según Kim, esta victoria impulsó a la empresa, ya que sus acciones salieron a bolsa. Añadió que la solicitud de salida a bolsa se había presentado antes de que se anunciara el veredicto.

Un padre y su hijo disfrutan del espectáculo
Getty Images
Su estilo se basa en colores muy vivos y canciones muy repetitivas y pegadizas.

Otras franquicias de Pinkfong, como Bebefinn y Sealook, están creciendo rápidamente, pero la empresa debe demostrar que su éxito no depende únicamente de Baby Shark, afirmó Min Jung Kim, profesora de negocios de la Universidad de Corea.

El público objetivo de la compañía es una gran ventaja, ya que los niños pequeños tienden a ver el mismo contenido repetidamente, añadió.

Kim Min-seok insiste en que su negocio puede expandirse más allá de Baby Shark, que actualmente representa alrededor de una cuarta parte de los ingresos de Pinkfong.

Mientras tanto, Bebefinn ha experimentado un crecimiento exponencial, generando aproximadamente el 40% de las ganancias de la empresa.

Un padre comentó a la BBC que su familia tiene sentimientos encontrados respecto a los videos de Pinkfong.

¿Demasiado estimulante?

Saleem Nashef, padre de dos hijos, afirma apreciar las cualidades educativas del contenido de la empresa, pero su esposa opina que Baby Shark es “demasiado estimulante para los niños”.

Aun así, el video viral es prácticamente inevitable, ya que su hija, que pronto cumplirá tres años, tendrá una fiesta de cumpleaños temática de Baby Shark.

Según la profesora Min Jung, aún no está claro si Pinkfong podrá crear otros personajes que igualen el éxito comercial de Baby Shark.

La empresa recaudó casi US$52 millones en su debut bursátil y planea usar el dinero para ampliar su catálogo de películas y personajes, explicó Kim.

La compañía también aspira a convertirse en una creadora de contenido “impulsada por la tecnología”, utilizando patrones de visualización y otros datos para definir sus nuevos proyectos.

Pinkfong ya ha logrado “lo que muchos creadores siempre han soñado”, afirmó Kim.

Pero ahora debe demostrar a los inversores que no se trata de un éxito pasajero.

Línea gris de separación
BBC

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