En las elecciones de 1936, Franklin D. Roosevelt y el partido demócrata ganaron la mayoría calificada en el Congreso de Estados Unidos. En la Cámara de Representantes los demócratas tenían el 75.8 % de los votos y en el Senado, el 77.1 %. Además, tenían 40 de 48 gobernadores y la mayoría en 34 de las 48 legislaturas estatales. Todo lo necesario para cambiar la Constitución.
Desde 1933, la Suprema Corte había declarado inconstitucional una gran cantidad de leyes y proyectos que Roosevelt había propuesto para acabar con la brutal crisis económica de los años treinta, conocida como “La Gran Depresión”. La Corte echó para abajo diversos programas de recuperación económica, salario mínimo, apoyo a la agricultura y un largo etcétera, y en casi en todos los casos la razón era que la legislación le daba poderes metaconstitucionales al presidente, sin discutir realmente la pertinencia o importancia de los programas y las leyes que los respaldaban.
Roosevelt estaba realmente enojado y cuando en 1937 ganó esa enorme mayoría calificada en todo el país (61 % del voto), estaba listo para cambiar a una Suprema Corte que le había sido adversa durante sus primeros cuatro años de gobierno. En burla les decía a los ministros de la Corte “los nueve hombres en kimonos”.
El número de ministros de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos no está especificado en la Constitución, sino en la Ley Judicial (Juditiary Act), y durante el siglo XIX varió el número de ministros desde seis hasta 10, pero en 1869 se fijó en nueve ministros (un presidente y ocho asociados) y así ha quedado desde entonces.
Los ministros son propuestos por el presidente de la república y después de un severo proceso de revisión, comparecencias y dictaminación, son aprobados o rechazados por el Senado; una vez nombrados duran de por vida.
En 1937, con su enorme mayoría, Roosevelt estaba listo para quitarle la mayoría a los ministros de la Corte que declaraban inconstitucionales sus propuestas legislativas. Y la manera de hacerlo era modificando la Ley Judicial para aumentar de 9 a 15 el número de Ministros de la Corte (le llamaron “Court Packing”), lo que le permitiría nombrar -a él solo-, a seis ministros que serían afines a sus ideas. Esto impediría que las leyes que le aprobaba su enorme mayoría no fueran declaradas inconstitucionales, lo que al mismo tiempo le daría un enorme poder porque controlaría el ejecutivo, el legislativo, ¡el judicial! y la mayoría de los estados.
El 5 de febrero de 1937, Roosevelt hizo su propuesta de reforma con mucho optimismo. “El pueblo está conmigo”, le dijo a uno de sus más cercanos asesores, y en realidad así era, pero cuando los legisladores se dieron cuenta que esa reforma implicaba un cambio muy profundo en los equilibrios constitucionales, el apoyo empezó a flaquear… ¡en el Partido Demócrata! Su partido.
Los argumentos de Roosevelt eran muy “populistas”. Alegaba que los ministros eran muy viejos y no entendían los nuevos tiempos (aunque el ministro más viejo que tenía 80 años era el único que apoyaba la reforma), y que iban muy atrasados en sus sentencias. De 803 casos en que se había solicitado la intervención de la Corte, solo habían aceptado 108, lo cual por cierto no era poco. Y dicho sea de paso, en 2000 la SCJN de Estados Unidos solamente resolvió 87 casos. El caso es que muchos diputados demócratas estaban “sentidos” porque ni siquiera los habían consultado. Roosevelt supuso que aprobarían con los ojos cerrados su reforma, ¡sólo por ser del mismo partido!
No fue así. En el Senado había división al interior de la supermayoría demócrata. El presidente del Comité de Justicia, Henry Ashurst, dijo que aumentar el número de ministros era “el preludio de la tiranía”, pero muchos senadores se debatían, por un lado entre su respeto a la Constitución y a la división de poderes, y por el otro, en su lealtad a Roosevelt.
Sin embargo, darle tanto poder al presidente provocó que los senadores tuvieran más lealtad a la Constitución y sus equilibrios, que al presidente. George Norris, senador republicano por Nebraska, se manifestó en contra; Hiram Johnson de California se preguntaba si el Congreso debería aprobar una ley que haría de la Suprema Corte una institución subordinada al presidente; Burton K. Wheeler, uno de los demócratas más cercanos a Roosevelt, señaló que “la reforma judicial no es liberal y no debe ampliarse el número de ministros”.
La clave entre los senadores defensores de la Constitución y los equilibrios de poder, tanto demócratas como republicanos, fue que decidieron que la reforma Judicial no sería un tema partidista, por ello decidieron atrasar el dictamen y votación de la iniciativa, al mismo tiempo que la Barra de Abogados se manifestó en contra, los senadores recibieron muchísimas cartas de sus estados exigiéndoles que no aprobaran esa reformad, y la prensa (incluso la más liberal) se manifestaba en contra del proyecto.
Un periodista escribió: “El mandato de Roosevelt fue para ser presidente, no Führer”; acusaron al plan de fascista y advirtieron: “Si cae la Suprema Corte todas las demás instituciones caerán”.
Roosevelt, por su parte, hizo una gran campaña para que se aprobara la reforma. Empezaron las audiencias en el Senado y el presidente de la Corte mandó una carta a la Comisión de Justicia donde refutaba uno a uno los argumentos de Roosevelt. Esto fue un caso muy raro, porque desde 1819 ningún ministro de la Corte se había metido en una controversia pública.
El 18 de mayo de 1937, la Comisión de Justicia (de mayoría demócrata) votó en contra 10 contra 8 para que fuera desechada la iniciativa, pero Roosevelt no se dejó intimidar. Citó a los lideres de las cámaras (ambos demócratas) y les pidió que consiguieran las firmas de 218 legisladores para poder meter la iniciativa directamente al pleno, pero ellos se negaron.
Los líderes de ambas cámaras estaban bajo mucha presión, tanto del presidente como de sus compañeros legisladores. El líder de la mayoría en el Senado, Joe Robinson, intentó mantener la unidad en favor de la reforma, pero fue inútil. La defensa de la Constitución y del equilibrio de poderes prevaleció. El 14 de julio encontraron a Robinson muerto de un infarto en su departamento.
Roosevelt no fue al funeral del senador. Estaba enojado porque no logró que pasara su reforma y los senadores demócratas y republicanos fueron muy críticos de la inasistencia de Roosevelt, sobre todo porque Robinson murió por la presión que le generó tratar de pasar una reforma en la que no creía.
El 22 de Julio de 1937, el Senado con supermayoría demócrata votó en contra: 20 a favor 70 en contra (de los propios demócratas) y mató la iniciativa.
Posteriormente, Roosevelt pudo cambiar a nueve ministros de la Corte durante su mandato que duró 12 años y algunos historiadores dicen que por ello perdió esa batalla pero ganó la guerra, lo cual es cierto. Sin embargo, le quedó claro a todo mundo que el problema de fondo no fue que estuvieran en contra de las políticas de Roosevelt, sino en contra de destruir a la Constitución, la división de poderes y la independencia judicial.
Senadores de MORENA, miren el ejemplo de los senadores demócratas de 1937. Voten en contra de la reforma judicial; no será una derrota para ustedes, será una victoria del país. Millones de empleos dependen de que esa reforma no se apruebe, pero sobre todo la vigencia de la Constitución, el equilibrio de poderes, la independencia judicial y las libertades de los mexicanos. Más adelante, con esa legitimidad que les dará su independencia, podrán discutir y aprobar la reforma de justicia que el país necesita. Quizás perderán una batalla, pero ganaran la guerra (por decirlo así), y el pueblo y la historia se los va a reconocer de muchas maneras.
No destruyan el sexenio de Claudia Sheinbaum antes de que empiece.
Bibliografía:
Shesol, Jeff . Supreme Power: Franklin Roosevelt vs The Supreme Court. Ed. W. W. Norton And Company Nueva York. 2010.
Smith, Jean Edward. FDR. Random House, Nueva York, 2007.
El científico irlandés comenzó a explorar los colores del cielo y, sin proponérselo, terminó descubriendo los orígenes de las enfermedades transmitidas por el aire.
A lo largo de la historia, muchos científicos han buscado comprender cómo funciona la naturaleza.
En su forma más pura, se trata solo de eso: el deseo de entender, sin tener en cuenta cuán útiles o rentables puedan ser los descubrimientos.
Algunos llaman a ese enfoque de la ciencia como “investigación impulsada por la curiosidad” o “investigación sin límites”.
Uno de los mejores ejemplos de los practicantes de esta forma pura de descubrimiento es el físico irlandés John Tyndall (1820-1893).
Se trata de un investigador que hizo enormes contribuciones a la ciencia, como probar los orígenes de las enfermedades transmitidas por el aire y demostrar que un respirador de algodón podía filtrar gérmenes.
Hoy el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) califica la contaminación del aire como “la mayor amenaza ambiental para la salud pública a nivel mundial”, calculando que provoca la muerte prematura de hasta 7 millones de personas en todo el mundo.
Su trabajo es particularmente importante en este Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul.
Además de ser un erudito, Tyndall era un romántico.
Practicaba el montañismo y pasaba mucho tiempo en los Alpes. A menudo hacía una pausa al atardecer pues las puestas de Sol y su magnífica gama de colores lo dejaban extasiado.
Fue por eso que se propuso comprenderlas y, con ello, logró inspirar a generaciones de científicos a realizar investigaciones fundamentales.
Su ilimitada curiosidad y su interés por la naturaleza lo llevaron a explorar una amplia gama de temas y a hacer muchos descubrimientos clave para la ciencia.
Fue él, por ejemplo, quien demostró por primera vez que los gases en la atmósfera absorben calor en grados muy diferentes, descubriendo así la base molecular del efecto invernadero.
De hecho, algunos consideran a Tyndall como uno de los cofundadores de la ciencia del clima.
Para encontrar respuestas a sus diversas preguntas, inventó experimentos para los que construyó varios aparatos, algunos muy sofisticados, que requerían, además, de una profunda comprensión teórica y una tremenda destreza.
Pero cuando quiso saber por qué el cielo se ve azul en el día y rojo al atardecer, los instrumentos que usó fueron sencillos.
Armó un simple tubo de vidrio para simular el cielo y usó una luz blanca en un extremo para simular la luz del Sol.
Descubrió que cuando llenaba gradualmente el tubo de humo, el haz de luz parecía ser azul desde un costado pero rojo desde el otro extremo.
Se dio cuenta de que el color del cielo es el resultado de la luz del Sol dispersándose por las partículas en la atmósfera superior, en lo que ahora se conoce como el “efecto Tyndall”.
Otro de sus aparatos fue aún más simple.
Se trataba de un tanque de vidrio lleno de agua, al que le agregaba unas gotas de leche.
Lo que hacía la leche era introducir algunas partículas en el líquido.
Una vez lista la sencilla receta, Tyndall encendió una luz blanca al lado de un extremo del tanque.
Inmediatamente vio que el tanque se iluminaba con diferentes colores.
A Tyndall le fascinaba el experimento. En su estilo típicamente poético, lo describió como “el cielo en una caja”.
Y es que a un lado del tanque, la solución era azul. Pero a medida que viajaba hacia el otro lado, se iba tornando más amarilla, hasta volverse anaranjada y hasta roja, como el atardecer.
Tyndall sabía que la luz blanca está hecha de todos los colores del arcoíris.
Así que pensó que la explicación de ese fenómeno que tanto lo cautivaba era que la luz azul tenía una mayor probabilidad de rebotar y dispersar las partículas de leche en el agua.
Ahora sabemos que esto se debe a que la luz azul tiene una longitud de onda más corta que los otros colores de luz visible.
Eso significa que la luz azul es la primera en dispersarse por todo el líquido.
Por eso, la parte más cercana a la fuente de luz se ve azul.
También es por eso que el cielo es de dicho color: porque la luz azul del Sol tiene una mayor probabilidad de dispersarse en la atmósfera.
Pero el tanque también explica los colores del atardecer.
A medida que la luz penetra más profundamente en el agua lechosa, todas las longitudes de onda más cortas de la luz se dispersan, dejando solo las longitudes de onda más largas de naranja y rojo.
Entonces, el agua se ve progresivamente más anaranjada y, si el tanque es lo suficientemente largo, roja.
Eso es lo que ocurre con el cielo.
A medida que el Sol se pone más bajo, su luz tiene que viajar a través de más atmósfera, por lo que las longitudes de onda azules más cortas se dispersan por completo, dejando solo la luz anaranjada y roja, haciendo que el cielo se vea de esas tonalidades al atardecer.
Hoy sabemos que la luz se dispersa principalmente en las moléculas de aire, en lugar de partículas de polvo, como pensaba Tyndall.
Pero, aunque su explicación fue incorrecta en detalles, fue absolutamente certera en su principio.
De hecho, la mala interpretación de sus resultados fue lo que llevó a Tyndall a hacer su descubrimiento más importante.
Siendo un científico curioso, Tyndall decidió proceder y llevar a cabo más experimentos.
Entonces tomó una caja de aire llena de polvo y dejó que éste se asentara por días y días y días.
Llamó a esa muestra, con todo el polvo asentado, “aire ópticamente puro”.
Luego comenzó a poner cosas en la caja para ver qué pasaba: primero puso un pedazo de carne; luego, un poco de pescado; e incluso le añadió muestras de su propia orina.
Y notó algo muy interesante. Ni la carne ni el pescado se pudrieron, y su orina no se nubló. Según dijo “siguió tan clara como un jerez fresco”.
Lo que había creado no era aire libre de polvo u ópticamente puro.
Sin darse cuenta, Tyndall lo había esterilizado. Dejó que todas las bacterias se asentaran y se pegaran al fondo de la caja.
El aire quedó libre de gérmenes.
Puede que no haya sido su intención original, pero Tyndall proporcionó evidencia decisiva para una teoría controvertida de la época: la descomposición y la enfermedad son causadas por microbios en el aire.
También demostró que una forma de filtrar el polvo era a través del algodón. Y experimentos posteriores demostraron que el proceso de filtrado era más eficaz cuando se aplicaba a la respiración humana.
Tyndall era un hombre que investigaba exclusivamente por el ansia de conocimiento, sin una focalización a priori vinculada a un problema del mundo real.
No se propuso descubrir los orígenes de las enfermedades transmitidas por el aire cuando comenzó a explorar los colores del cielo, pero eso fue exactamente lo que hizo.
De hecho, su caso hace que la otra forma en la que se le llama a este tipo de investigación guiada por la curiosidad en inglés (y que se usa en menor grado en español) suene muy apropiada: “blue-sky investigation” o “investigación de cielos azules”.
*Este artículo es una actualización de otro publicado originalmente en 2019.
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