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Not Like Us: los chaparritos también facturan
Pluma, lápiz y cicuta
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Especialista en negocios internacionales. Cronista salvaje. Autora de Pasajera en Trance (Mantarraya, 2018). Handle with... Continuar Leyendo
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Not Like Us: los chaparritos también facturan

Era cuestión de tiempo que un juego en el que los blancos son minoría, la influencia de la cultura afroamericana en el entretenimiento mostrara su músculo y comenzara a tomar un control visible de la narrativa de los 15 minutos más esperados y caros de la televisión en vivo.
21 de febrero, 2025
Por: América Pacheco

Para Marcos Hernández, y sus Santos de Nueva Orleans.

De acuerdo con estudios avalados por la Cumbre de la Nostalgia, un inmigrante latino puede tardar hasta un lustro en adaptarse a un país distinto al suyo, siempre y cuando no reciba un rechazo directo a su cultura nativa. A veces, este proceso puede tardar menos o más, dependiendo de cada individuo y su capacidad de integración a nuevas normas de comportamiento, o bien, de “aculturarse”, término que sirve para definir al proceso de cambio resultante del contacto continuo y de primera mano entre dos grupos culturales distintos, y que puede llegar incluso a perder la de origen. Digamos que yo me encuentro en una fase muy lejana a la aculturación, porque no se me da la gana, y el día que mi barco aterrice en ese puerto, pueden considerarme muerta, al menos por dentro.

Traigo lo anterior a cuento porque, por tercer año consecutivo, vivo en un país en el que nadie se reúne para celebrar, comer, beber y hacer de todo, excepto disfrutar cada avance de yarda del Super Bowl. Y puede parecer un apunte simple, pero el background es un poco más complejo, porque estamos hablando de una actividad que, en mi anterior mundo, era considerada como el evento del año entre mi círculo más cercano de afectos. La singularidad del tema es que a mí nunca me ha gustado el fútbol americano, por la sencilla y absurda razón de que jamás entendí un carajo el primero y diez. Pero para disfrutar el partido final del campeonato de la National Football League, jamás fue indispensable entender el juego. En mi cultura, lo importante y prioritario es la juntada y el jolgorio; lo demás después se verigüa. En los años perdidos de mi niñez, se sabía que se acercaba el evento más importante de invierno porque los comerciales de las heladerías Danesa 33 comenzaban a invadir todos los canales de televisión para recordar a las familias ir a comprar los cascos coleccionables en los que servían los helados. Aunque, para ser justos, en los 80 eran las épocas del SÚPER TAZÓN. Todas las tienditas de las esquinas exhibían promociones de Sonric’s, Sabritas o Barcel incitando a coleccionar toda clase de estampas, fichas, pósters, calcomanías o vasos conmemorativos. La fiebre del consumismo a favor de la niñez mexicana.

Pues en España evidentemente nada de esto pasa, porque la penetración deportiva del deporte más importante de nuestro vecino del norte no alcanza a cruzar el Atlántico. Para los españoles, el Super Bowl tiene la misma relevancia que tiene para los mexicanos la transmisión anual del Benidorm Fest (no pregunten, por favor). De acuerdo con cifras no oficiales, los niveles de audiencia en España del partido entre Philadelphia Eagles vs. Kansas City Chiefs fueron de 250 mil personas, a diferencia de México, país que reportó el mayor número de audiencia de toda Latinoamérica: 24 millones de personas, y la locura de 182 millones de estadounidenses, según cifras de Nielsen.

Fue un domingo triste en mi hogar, como se podrá entender. Y lunes, y martes, y dos semanas después, porque no he podido platicar con nadie a quien le interese el impacto que tuvo el espectáculo de medio tiempo. Así que, como mis amados lectores nunca me abandonan: here we go.

Todos aquellos que amamos el rap, el hip-hop y toda su descendencia no reconocida, sabemos que un abono fundamental de su trascendencia en la memoria colectiva han sido las batallas de rap. Tupac vs. Biggie marcaron el precedente más célebre; Jay-Z vs. Nas siguieron la tradición; el pleitazo de N.W.A. vs. Ice Cube terminó en divorcio, y el beef de Eminem vs. Machine Gun Kelly nos hizo comenzar a replantearnos una de las consecuencias menos esperadas: el retiro definitivo del perdedor. Los diss tracks forman parte de la columna vertebral del género, pero lo de Drake y Kendrick me tiene muy pensativa, y he pensado tanto tiempo que la tardanza en escribir al respecto obedece a que la Paty Chapoy que habita mi alma no ha parado de tomar notas e investigar hasta en terrenos baldíos.

No aburriré diseccionando cada cuadro, verso y gesto de los 13 minutos con 25 segundos del espectáculo de medio tiempo; internet está completamente rebasado de profundos análisis semióticos, y ya no hay cabida para uno más (y si algún lector despistado ha vivido bajo una piedra las últimas semanas, le recomiendo ampliamente que abandone temporalmente la lectura y se disponga a ver este video).

En lo que me quiero centrar es en las implicaciones legales que una batalla de rap expuesta ante una audiencia inusitada nos habla del mundo que nos está tocando vivir, y que la generación X jamás pensó estar viva para ver y creer.

El momento más esperado por los entendidos que tenían antecedentes del beef sostenido entre el canadiense Drake y el californiano Kendrick Lamar los últimos diez años fue, sin duda, la incógnita del setlist. ¿Kendrick tendría la osadía de cantar la canción 5 veces ganadora del Grammy una semana antes del partido y que le había costado senda demanda de Drake vs. la disquera que representa a ambos? Y de ser así, ¿mencionaría a Drake? ¿Se escucharía a lo largo y ancho del estadio “A minor”? Todos sabemos las respuestas: sí, sí y sí. Nunca en la historia de la televisión en vivo se le había llamado pedófilo a un artista de primer nivel. Y no solamente eso; internet explotaría con videos, reels, análisis y memes a costa de una humillación pública cuidadosamente planeada y coreografiada al dedillo. Mis ojos no habían visto un despliegue de mala leche desde la icónica escena de Jorge Negrete y Pedro Infante en Dos tipos de cuidado.

Quizás ustedes aún rebosen colágeno en sus rostros, pero los que andamos ya con déficit recordamos la infame presentación de Justin Timberlake y Janet Jackson en 2004 que le costó la carrera a esta última. El incidente, recordado tristemente como “Nipplegate”, tuvo un impacto negativo e irreversible en la carrera de Janet. Durante la actuación de ambos, una supesta falla en el vestuario expuso brevemente el seno derecho de Jackson en una transmisión en vivo vista por aproximadamente 143 millones de espectadores. Poco valió que ambos artistas afirmaran que se trató de un desafortunado accidente. La industria fue implacable. Janet enfrentó una reacción desproporcionada por parte del público y medios. Su música fue retirada, se le excluyó de eventos importantes como los premios Grammy, y su imagen pública cayó en picada. Y lo más doloroso de ver fue que Timberlake siguió cosechando triunfos y millones, en un claro ejemplo de hipocresía, doble estándar censura, y la desigualdad de género y raza en el tratamiento de artistas en situaciones controvertidas. Janet pasó de estar en el pináculo de su carrera al rechazo y olvido que se mantienen hasta el día de hoy.

Leo con placer insano innumerables quejas de fervientes seguidores (blancos todos ellos y presumiblemente MAGA’s) del futbol americano del por qué una bravata de artistas representantes de un género “marginal” devino en tema de interés y con mayor resonancia incluso que el ganador de la copa Vincent Lombardi 2025. La respuesta es muy sencilla, queridos rednecks: el R&B y el hip-hop representan más de una cuarta parte de todas las reproducciones en USA, con un total de 341.63 mil millones de streams. El rock actualmente es el segundo género más popular, acumulando 234.22 mil millones de streams, mientras que el pop registró 165.49. Es decir, la balanza está tornándose claramente a favor de quien le corresponde.

Según datos actualizados en 2023, el 53 % de los jugadores de la NFL son afroamericanos, mientras que los jugadores blancos no hispanos representan aproximadamente un muy reducido 28 %. Era cuestión de tiempo que un juego en el que los blancos son minoría, la influencia de la cultura afroamericana en el entretenimiento mostrara su músculo y comenzara a tomar un control visible de la narrativa de los 15 minutos más esperados y caros de la televisión en vivo.

Entiendo que Drake había decidido no demandar directamente a Kendrick Lamar por la canción “Not Like Us” debido a las complejidades de establecer una demanda por difamación en el país dónde la Primera Enmienda es más sagrada que la Virgen del Tepeyac. En su lugar, arremetió contra Universal Music Group (UMG), alegando difamación y prácticas comerciales engañosas al promocionar la canción, que según él contiene acusaciones falsas y perjudiciales en su contra. ¿Cómo puede una canción ser una difamación?

El derecho a la libre expresión dificulta demostrar que las obras artísticas son difamatorias. La Primera Enmienda da a los creadores libertad creativa y la música es, por definición, contenido creativo. Drake no demandó a Lamar por difamación, porque, de acuerdo con las leyes de New York, Drake tendría que argumentar que los versos de “Not Like Us” no eran verdad. Jack Lerner, profesor de derecho de la Universidad de California en Irvine, afirmó: “es un error garrafal que no se reconozca el contexto artístico de la música rap”. Dice: “Me incomoda la idea de que –y es, en cierto modo, radical– alguien pueda demandar a alguien por difamación basándose en lo que hay en una canción de rap (…) La suposición básica en el centro de la acusación es que lo que se dice en un rap debe tomarse al pie de la letra, como si no fuera artístico ni fantasioso en absoluto. Ese no es el caso de la música rap, y nunca lo ha sido”.

Hay un claro ganador del zafarrancho. Lamar se convirtió en el primer rapero en superar los 100 millones de oyentes mensuales en Spotify, Not like Us aumentó reproducciones en un 430 % a nivel global y mantiene 5 temas individuales y de colaboración en los primeros diez lugares de la lista de Billboard Hot 100. Los números son tan buenos, que también salpicaron a Drake: la expectativa por el estreno de su disco colaborativo con PartyNextDoor, “$ome $exy $ongs 4 U” le redituó en 92.4 millones de reproducciones en un solo día en Spotify, aunque la crítica no ha sido benevolente. A decir de Pitchfork: “carece de sinceridad y se percibe como un esfuerzo desesperado por recuperar la aprobación perdida”. HotNewHipHop opina que el álbum “parece más una estrategia calculada que una colaboración genuina”, mientras que The Times describe el álbum como “una colección de 21 temas carentes de energía, con voces poco atractivas y una producción excesivamente sintética”.

A Kendrick le guardo especial afecto porque su música llegó a mi vida en un periodo de exploración y rescate a mi amor propio, y Good Kid, MAAD City simboliza la banda sonora de esa etapa. Adoro su lírica, su amor por la literatura y de su enorme responsabilidad formativa. Cuando hizo historia al convertirse en el primer artista fuera de los géneros de música clásica y jazz en recibir el Premio Pulitzer de Música por “DAMN”, en casa lo festejamos de manera especial: obligué a mi perra a rendirle homenaje con una parodia de la portada del disco DAMN que aún no ha sido descubierta por su equipo legal. Dios guarde la hora.

A título personal, me declaro a favor de cualquier acto disruptivo que encienda las calderas del enojo de la gente facha, nazi, ignorante, prejuiciosa, clasista, hipócrita, doble moral y racista, sobre todo, porque los discursos ya no puede estar en manos de los mismos acordes de siempre, el deporte -entre otras tantas tribunas- necesita frescura de identidades y ritmos, y que los afroamericanos decidan cómo lo quieren, de qué color y quién canta en el evento más importante de su cultura y en todos los deportes en los que sin ellos, nada tendría sentido. Se lo deben a Janet Jackson.

Sigue facturando, chaparrito. Faltaba más.

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Imagen BBC
Por qué EU y Rusia escogieron a Arabia Saudita como sede de sus conversaciones sobre la guerra de Ucrania
4 minutos de lectura

El reino árabe ha ganado peso en la escena global y mantiene cierto equilibrio entre Moscú y Kyiv.

18 de febrero, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Los gobiernos de Estados Unidos y Rusia escogieron a Arabia Saudita como sede para las cruciales conversaciones con Rusia sobre la guerra en Ucrania.

Representantes de Washington y Moscú se reúnen este martes en Riad para tratar de sentar las bases de las conversaciones de paz, confirmaron el Departamento de Estado estadounidense y el Kremlin este lunes.

Por parte de Estados Unidos participan el secretario de Estado, Marco Rubio, el asesor de seguridad nacional, Mike Waltz, y el enviado especial para Oriente Medio, Steve Witkoff.

Rusia envió a la capital saudí al ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y a Yuri Ushakov, asesor de política exterior del presidente Vladimir Putin.

El encuentro ha generado preocupación en Ucrania y entre sus aliados europeos, que no participarán.

El gobierno de Arabia Saudita ha expresado su intención de implicarse activamente en las conversaciones de paz, no solo como país anfitrión sino con un rol más activo de mediador.

Un país mejor posicionado

Ciudad de Riad
Getty Images
Arabia Saudí no ha escatimado esfuerzos a la hora de intentar ganar peso en la esfera global.

La elección de Arabia Saudita como sede del encuentro subraya hasta qué punto ha avanzado el reino en el plano diplomático en los últimos años desde que estuvo punto de convertirse en un estado paria tras el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi en 2018.

Las sombras que se proyectaban sobre el país y su líder de facto, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, parecen haberse disipado, aunque ocasionalmente se siguen planteando preocupaciones en foros internacionales sobre el historial de derechos humanos de Arabia Saudita.

En muchos frentes -y en particular en las industrias del entretenimiento y el deporte- el reino wahabita ha dedicado enormes cantidades de dinero a tratar de convertirse en un actor importante en el escenario global.

En el plano diplomático, el liderazgo saudita también ha logrado avances: durante los años de Biden, el reino redujo su dependencia de Estados Unidos como principal aliado internacional.

Los sauditas dejaron claro que perseguirían en primer lugar lo que perciben como sus intereses: entablar relaciones más estrechas con países considerados los mayores rivales de Estados Unidos, como Rusia y China.

Mediador neutral

Por otro lado, hay que destacar la posición que hasta el momento ha mantenido Arabia Saudita en el conflicto entre Rusia y Ucrania.

Riad ha preservado históricamente sus relaciones tanto con Moscú como con Kyiv, en un intento de equilibrar sus intereses geopolíticos y económicos.

En el ámbito energético, Arabia Saudita ha colaborado estrechamente con Rusia en el marco de la OPEP+, coordinando políticas de producción de petróleo para estabilizar los mercados globales.

Mohamed bin Salman y Zelensky
Getty Images
El reino árabe se ha mantenido cercano a Ucrania sin romper con Rusia.

Sin embargo, también ha mostrado apoyo a la integridad territorial de Ucrania en foros internacionales y ha participado en iniciativas humanitarias para mitigar el impacto del conflicto en la población ucraniana.

Esta dualidad en su política exterior refleja, según expertos, la estrategia saudita de posicionarse como un mediador neutral, capaz de facilitar el diálogo entre las partes en conflicto.

Su papel en el conflicto palestino-israelí

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido bien recibido por los sauditas.

Su primera visita al extranjero en su primer mandato fue a Arabia Saudita, y la naturaleza transaccional de su política exterior se ve como más propicia para el actual liderazgo saudita.

Arabia Saudita es clave en el conflicto palestino-israelí por su influencia en el mundo árabe y musulmán, y su posible normalización de relaciones con Israel, lo que podría redefinir el equilibrio geopolítico en la región.

Uno de los posibles logros que Trump querría anotar en su historial sería un acuerdo de paz entre los sauditas e Israel, que sería la culminación de los Acuerdos de Abraham que inició en su primer mandato.

La guerra en Gaza, sin embargo, se ha interpuesto en el camino y puede aumentar el precio que Arabia Saudita exija por un acuerdo de paz.

Los sauditas expresaron su contundente rechazo al plan de Trump para Gaza: expulsar a todos los palestinos y reconstruirla como un complejo turístico.

Trump y Netanyahu
Getty Images
Arabia Saudita mantiene importantes diferencias con Trump y Netanyahu sobre el futuro de Gaza y los territorios palestinos.

Esto ha impulsado al reino a tratar de elaborar un plan alternativo viable con otros estados árabes, que permitiría que los habitantes de Gaza permanecieran en su territorio mientras se reconstruye el enclave.

Arabia Saudita ha reiterado que no establecerá relaciones diplomáticas formales con Israel sin una solución que considere justa al conflicto palestino, insistiendo en la necesidad de un Estado palestino independiente.

El actual planteamiento de la administración Trump parece entrar en contradicción con esto, tanto en su política hacia Gaza como hacia la Cisjordania ocupada.

La forma en que se resuelva este asunto será clave para la dinámica de la evolución de la relación entre Arabia Saudita y Estados Unidos.

En todo caso, está claro que los sauditas no tienen intención de renunciar a su ambición de convertirse en un actor esencial de la diplomacia global.

línea
BBC

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