En este 2023, Luis Estrada estrenó ¡Qué Viva México! donde aborda una vez más, desde el género del panfleto político, la realidad del país. Antes lo había hecho en otras tres películas, La Ley de Herodes (1999), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014).
La primera de estas, La ley de Herodes, se sitúa en 1949 donde los habitantes del pueblo ficticio de San Pedro de los Saguaro, persiguen y decapitan al alcalde cuando trata de huir con los fondos municipales.
El asesinato se convierte en un escándalo que llega al gobernador Sánchez (Ernesto Gómez Cruz), que pretende ser candidato en la contienda presidencial de 1952, para suceder a Miguel Alemán Valdés.
Los hechos pueden afectar su imagen como gobernador y hacerlo a un lado en la carrera por la candidatura y jugar a favor de su rival, el secretario de gobernación, Adolfo Ruiz Cortines.
El gobernador encomienda al licenciado López (Pedro Armendáriz Jr.), su secretario de gobierno, reconocido por su ambición y corrupción, que resuelva el problema en el pueblo.
López, que pretende suceder al gobernador, piensa que el candidato ideal para el puesto es Juan Vargas (Damián Alcázar), a quien considera puede manejar a su antojo.
Encarga al licenciado Ramírez (Juan Carlos Colombo), que busque a Vargas, que se desempeña como encargado de un basurero.
López lo lleva con el gobernador, quien lo nombra alcalde interino de San Pedro de los Saguaros. El nuevo alcalde, al llegar al pueblo, es recibido por el secretario Carlos Pek (Salvador Sánchez), quien le lleva al palacio municipal.
Vargas se propone hacer un buen trabajo, que traiga el “progreso y la justicia social” al pueblo, pero pronto se da cuenta que se enfrenta a obstáculos imposibles de vencer.
La mayoría de los habitantes son indígenas y no hablan español. La gestión de los presidentes municipales anteriores ha sido un prolongado desastre y objeto del saqueo sistemático.
El pueblo carece de todo y Vargas asume que en su tarea está solo y que cualquier cambio y mejora es algo que depende de él y nadie más.
En el pueblo la oposición está representada por el único médico, Uriel Morales (Eduardo López Rojas), candidato eterno del PAN, y de doña Lupe (Isela Vega), la dueña del burdel.
A sugerencia de su esposa Gloria (Leticia Huijara), viaja a la capital del estado para solicitar recursos al secretario de gobierno, que lo recomendó para el puesto. Este se los niega, porque todo el dinero es para las elecciones.
Lo que el secretario le da es una copia de la Constitución y una pistola. Representan la ley y el orden y le dice que la única ley que existe es la Ley de Herodes: “O te chingas o te jodes»”.
De regreso al pueblo, el carro del alcalde se descompone y de manera accidental se encuentra con Robert Smith (Alex Cox), estadounidense que le ofrece ayuda. Arregla el desperfecto y pide su paga. Vargas no se la da.
Después de un tiempo el alcalde ya tiene en sus manos todas las riendas del pueblo. Y ha decidido entrarle, como los anteriores alcaldes, a la corrupción.
Doña Lupe, la dueña del burdel, es quien lo inicia en esta vieja práctica. Entre otras ventajas goza del servicio gratuito de las prostitutas.
Extorsiona a los dueños de negocios y a los habitantes a quienes impone todo tipo de multas bajo el pretexto de que son fondos, para llevar la electricidad al pueblo.
Esto con la ayuda de un ingeniero estadounidense, que es Smith, quien llega al pueblo exigiendo que el alcalde le pague la reparación del carro.
Vargas mata a doña Lupe y a su guardaespaldas. Acusa de su asesinato a Filemón, el borracho del pueblo, a quien también asesina cuando lo lleva con las autoridades estatales.
De regreso a su casa se da cuenta que su esposa tiene como amante a Smith, quien logra huir semidesnudo mientras golpea y encadena a su esposa.
El alcalde levanta falsas acusaciones contra el médico Morales, el panista, a quien acusa de ser autor intelectual del asesinato de doña Lupe.
Descubre que Morales ha abusado sexualmente de la trabajadora del hogar que es una adolescente, y Vargas lo chantajea y el médico debe abandonar el pueblo o ir a la cárcel.
De sorpresa se hace presente el secretario López y su secuaz, Tiburón (Jorge Zárate), ambos fugitivos luego que intentaran matar su rival por la gubernatura que resulta ser sobrino del presidente Alemán.
López exige al alcalde que le entregue todo el dinero que ha robado a los habitantes del pueblo. Va a su casa por el dinero y descubre que su esposa se ha ido con Smith con todo lo que había robado.
Decide, entonces, asesinar a López y al Tiburón. El pueblo se levanta contra el alcalde, que se refugia en lo alto del único poste de luz que levantó.
En esa situación llega la policía del estatal, que busca a López, y rescata al alcalde. En recompensa por haber matado a López obtiene un escaño como diputado del Congreso de la Unión.
En 2000, hace 23 años, las autoridades intentaron impedir que la película se exhibiera. Era el tiempo de la campaña electoral por la presidencia de la República. No lo lograron.
Esta película de Estrada, una crítica política original y novedosa en el cine mexicano, llena de ironía y humor, ofrece un muy buen logrado retrato, con alta dosis de realidad, de lo que había sido la política mexicana.
El abuso de autoridad, la corrupción y también el crimen están ahí. Todo en aras de obtener y conservar el poder, para servirse de él. Estrada lleva el género del panfleto político al cine y lo hace de manera creativa e inteligente.
En 2000, la película tuvo una gran cantidad de nominaciones y premios a nivel nacional e internacional. Entre ellos once premios Ariel. En el Sundance Film Festival, Estrada ganó como mejor director y en el Valladolid International Film Festival, también como mejor director y Damián Alcázar como mejor actor.
La ley de Herodes
Título original: La ley de Herodes
Producción: México, 1999
Dirección: Luis Estrada
Guion: Luis Estrada, Jaime Sampietro, Vicente Leñero y Fernando León
Fotografía: Norman Christianson
Música: Santiago Ojeda
Actuación: Damián Alcázar, Leticia Huijara, Pedro Armendáriz Jr., Salvador Sánchez, Isela Vega, Eduardo López Rojas (…)
Harris ha demostrado ser buena en los debates. Pero ahora se enfrentará a Donald Trump, que suele ser un reto formidable incluso para los políticos más experimentados
Durante un debate crucial de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020, uno de los candidatos pareció dominar el escenario. Interrumpió a sus rivales en momentos estratégicos, a veces hablando por encima de ellos.
Se enfrentó directamente a un oponente, Joe Biden, generando titulares durante días y haciendo que algunos se preguntaran si había violado algún tipo de decoro político tácito.
Ese candidato, sin embargo, no era Donald Trump. Era Kamala Harris.
Este martes Harris se subirá de nuevo al escenario de un debate. Pero esta vez, habiendo dado un paso más allá al convertirse en la candidata demócrata a la presidencia, se enfrentará a Trump en un duelo que le plantea el reto más difícil de su campaña hasta el momento.
Los debates han desempeñado un papel fundamental en la carrera política de Harris, desde su candidatura a fiscal general de California hasta su ascenso a la vicepresidencia. Al volver a ver cuatro de sus debates clave, queda claro que Harris sabe cuándo acaparar el centro de atención, pero también cuándo mantenerse al margen mientras un rival se autoinflige un golpe.
Harris confía en utilizar estos instintos contra Trump, quien es notoriamente combativo. Su campaña también querrá disipar las preocupaciones de larga data sobre sus habilidades para hablarle al público que comenzaron con su fallida candidatura a la Casa Blanca de 2020, y sólo se agudizaron por su torpeza en algunas entrevistas en los últimos años.
No hay margen para el error, dado que estos eventos se definen por clips virales, por lo que es tan importante para la campaña de Harris que esta evite tropezar como que logre darle un golpe destacado a su rival.
“Tiene que mantenerse firme”, afirma Aimee Allison, fundadora de She The People, una organización que apoya a las mujeres minorías en política. “Y tiene que comunicar en el escenario del debate por qué está luchando”.
En sus primeras apariciones en debates, Harris tuvo éxito dejando que sus oponentes se desmontaran a sí mismos.
En un debate de 2010 para el puesto de fiscal general de California, los moderadores le preguntaron a Harris y a su oponente republicano, Steve Cooley, sobre una práctica controvertida conocida como double-dipping, que permite a un funcionario público cobrar tanto su sueldo como una pensión.
“¿Piensa usted cobrar tanto su pensión como su sueldo como fiscal general?”, preguntó un moderador a los candidatos.
“Sí”, respondió Cooley. “Me lo he ganado”.
Durante un rato, Harris no dijo nada mientras su rival defendía su postura.
“Adelante, Steve”, replicó ella. “¡Te lo has ganado!”
La campaña de Harris incluyó el momento en un anuncio en el que tachaba a Cooley de anticuado. Harris ganó las elecciones por un estrecho margen.
Y durante un debate en 2016 para un escaño en el Senado de Estados Unidos por California, la oponente de Harris inexplicablemente terminó su intervención final con un dab, un movimiento de brazos que era popular en ese momento entre los jóvenes.
Harris, que parecía desconcertada, esperó unos instantes antes de replicar: “Así que hay una clara diferencia entre las candidatas en esta carrera”.
Los votantes volvieron a apoyar a Harris.
Ambos ejemplos demuestran el olfato de Harris para las oportunidades en el escenario del debate, así como su sentido para saber cuándo es mejor dar un paso atrás.
“Creo que es alguien que utiliza el silencio increíblemente bien”, aseguró Maya Rupert, una estratega demócrata que trabajó en las campañas presidenciales de Julián Castro y Elizabeth Warren en 2020.
Al entrar en la escena nacional, Harris demostró ser experta en reclamar la palabra. Una de sus tácticas probadas consiste en declarar de manera abierta su intención de hablar, obligando a sus oponentes –y al público– a escuchar.
El debate vicepresidencial de 2020 se recuerda sobre todo por una frase que le dirigió a Mike Pence cuando este empezó a interrumpirla: “Señor vicepresidente, estoy hablando”.
Y hace tan sólo unas semanas –lo que ilustra que la réplica fue más que algo puntual– Harris utilizó la misma frase con los manifestantes de Gaza que interrumpieron su mitin en Detroit. “Estoy hablando ahora”, les dijo. “Si quieren que gane Donald Trump, díganlo. Si no, hablo yo”.
“Está aplicando algo que muchas mujeres negras han usado con eficacia, que es insistir en su tiempo, e insistir en ser escuchadas”, dijo Allison. “Es muy eficaz a la hora de asegurarse de que se le escucha y se le respeta“.
Pero quizá su momento de debate más memorable se produjo en 2019, cuando Harris –entonces senadora estadounidense– dejó de hablar durante el debate de las primarias demócratas en Miami para cuestionar a Biden por su postura en el pasado sobre una política conocida como bussing.
Harris criticó a Biden por trabajar con legisladores que se oponían a la política de la era de los derechos civiles de transportar a los estudiantes a escuelas en diferentes vecindarios en un esfuerzo por abordar la segregación racial.
“Había una niña en California que formaba parte de la segunda clase que se integró a sus escuelas públicas, y la llevaban en autobús todos los días”, afirmó Harris.
Hizo una pausa antes de decirle a Biden: “Y esa niña era yo”.
Nina Smith, quien en aquel entonces era la secretaria de prensa itinerante del candidato presidencial Pete Buttigieg, explicó que ese momento hizo que las campañas rivales se sentasen y prestasen atención.
“Lo que nos demostró como equipo es que si ve una oportunidad, va a ir por ella”, recordó Smith a la BBC. “Creo que eso la convirtió en una experta debatiendo. Teníamos muy en cuenta cualquier golpe inesperado que pudiera dar la senadora Harris”.
“Demostró esa capacidad de fiscal… para poner de relieve los puntos débiles de sus oponentes”, agregó.
Al final, Harris había hablado más que ningún otro candidato, salvo Biden. Su campaña anunció que había recaudado US$2 millones en las 24 horas posteriores al debate.
Sin embargo, a pesar del gran avance y la consiguiente subida en las encuestas, Harris tuvo problemas para articular su propia postura sobre el transporte en autobús. Esto sólo sirvió para subrayar los problemas de su mensaje y plantear dudas sobre su capacidad para articular una posición política coherente.
El episodio fue uno de los muchos tropiezos de Harris que acabaron por hundir su primera candidatura presidencial. Su incapacidad para articular una agenda política coherente fue una de las razones más citadas, y es una cuestión que tiene que aclarar en este nuevo debate, cuando casi con toda seguridad se la presionará sobre cuestiones políticas concretas.
Durante años, los republicanos han difundido fragmentos de las intervenciones públicas de Harris para ridiculizar su estilo y tacharla de inepta. Ha utilizado frases rimbombantes cuando habla de improvisto y, aunque algunos de sus giros han sido bien acogidos por sus partidarios, sus oponentes la han criticado a menudo por su falta de claridad.
En una entrevista reciente en la cadena CNN, la primera desde que se convirtió en candidata, dio una respuesta sobre el cambio climático que ilustra este asunto. “Es un asunto urgente al que debemos aplicar parámetros que incluyan el cumplimiento de plazos”, dijo Harris.
En un debate, el tiempo de uso de la palabra es limitado y la claridad del mensaje es crucial.
El debate en la cadena ABC será su mayor oportunidad para reorientar la opinión pública. Los debates anteriores demuestran que Harris suele llevar a estos eventos un conjunto de herramientas afiladas y que es capaz de asestar golpes.
Pero la presión de esos encuentros pasados era menor en comparación con lo que estará en juego cuando se enfrente cara a cara con Trump por primera vez.
Incluso para los políticos más experimentados, Trump representa un reto formidable, según coinciden los estrategas. En un debate de 2016 contra su oponente demócrata, Hillary Clinton, se hizo famoso por acosarla por el escenario, atrayendo toda la atención hacia él.
El primer debate de Trump en 2020 contra Biden se convirtió en un tumulto ininteligible en el que el republicano no paraba de interrumpir. En un momento dado, Biden se irritó tanto que le espetó: “¿Quieres callarte, hombre?”
“Donald Trump es un caso único y especial en el que nunca se sabe lo que va a pasar“, aseguró Smith, quien ha preparado a candidatos demócratas para estos eventos. “Durante la preparación, no le permitiría que se pusiera cómoda, para que desarrollara algún tipo de instinto, o insensibilidad, ante cualquier cosa que pudiera surgir”.
Harris, como exfiscal, es experta en los intercambios en el escenario del debate. Es algo que también ha demostrado durante las acaloradas audiencias del Senado, cuando ha interrogado a funcionarios de Trump y a candidatos al Tribunal Supremo.
Pero el formato del próximo debate de la cadena ABC puede limitar su capacidad para mostrar sus habilidades como fiscal, ya que los micrófonos se silenciarán cuando sea el turno de la otra persona para hablar.
Esto significa, basándonos en el debate Biden-Trump de junio que tuvo las mismas reglas, que probablemente tendrá que responder a preguntas difíciles de los moderadores en lugar de enfrentarse a Trump.
Y cuando Harris está en el extremo de las preguntas de los fiscales, ha tropezado en el pasado, como en una notoria entrevista en 2021 con Lester Holt, de NBC News, en la que tuvo problemas cuando se le presionó sobre la cuestión de la inmigración ilegal.
Un escollo que Rupert podría prever para el bando de Harris es que su candidata se vea arrastrada a un largo debate sobre los hechos con Trump. Eso podría enturbiar el encuentro para los votantes y dejar a los espectadores con la impresión de que él ha dominado la conversación.
Sugirió una tercera táctica que Harris podría añadir a su arsenal: no enjuiciar ni permanecer en silencio, sino ignorar.
“Tiene una gran oportunidad de expresar su punto de vista”, aseveró Rupert, “y no agobiarse por lo que él esté haciendo a su lado”.
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