En 2003 el Conjunto Monumental Histórico de Panamá Viejo es declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco.
Panamá la Vieja o Panamá Viejo es el nombre que ahora recibe el sitio arqueológico donde estuvo ubicada la primera ciudad de Panamá desde su fundación en 1519 hasta 1671, cuando se incendia y destruye.
Pedro Arias Dávila, conocido como Pedrarias Dávila, junto con otros 100 españoles, funda la ciudad el 15 de agosto de 1519 con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción. Se emplaza en una zona ocupada desde hacía 1500 años por comunidades indígenas.
El 15 de septiembre de 1521, mediante Real Cédula, recibe el título de Ciudad y un escudo de armas conferido por Carlos I de España así como su lema oficial: Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Panamá.
Esta remplaza a la ciudad de Santa María la Antigua del Darién y Acla que se había establecido en el Istmo de Panamá, en el Atlántico. Nuestra Señora de la Asunción es la primera ciudad europea permanente en la costa americana del océano Pacífico.
Desde este lugar parten las expediciones que conquistan el Imperio Inca del Perú en 1532. La ciudad fue escala de una de las más importantes rutas comerciales del continente americano, que llevaba a las famosas ferias de Nombre de Dios y Portobelo.
Para 1541 la ciudad tiene 4 mil 000 habitantes, entre españoles, indígenas y esclavos africanos. En 1539 y en 1563 ocurren incendios que devastan parte de la ciudad.
En 1610 tiene 5 mil 000 habitantes, 500 viviendas, conventos y capillas, un hospital y la catedral dedicada a la Virgen de la Asunción. En ese tiempo es una de las ciudades más importantes de la América española.
Al inicio del siglo XVII, la ciudad sufre la amenaza de piratas y corsarios. El 2 de mayo de 1621 ocurre un gran terremoto que daña edificios. Del 21 de febrero de 1644 es el Gran Incendio, que consume 83 casas y varios edificios religiosos, incluyendo la catedral. Entonces la ciudad tiene 8 mil 000 habitantes.
En 1670, la ciudad cuenta con 15 mil 000 habitantes y vive su mejor momento. El 28 de enero de 1671, Henry Morgan, pirata inglés, junto con mil 400 hombres, inicia el cerco de la ciudad por tierra.
El gobernador de la ciudad, Juan Pérez de Guzmán, ordena volar el polvorín y poner barriles de pólvora en puntos estratégicos de la ciudad para hacerlos detonar si entraban los piratas.
Cuando los hace estallar se provoca un gigantesco incendio que destruye a la ciudad casi por completo. Los habitantes la abandonan. Los piratas toman el sitio y lo saquean. Después de un mes, el 24 de febrero de 1761, se retiran con 195 mulas cargadas y con prisioneros y esclavos.
En el ataque pirata murieron más de quinientas personas, entre blancos, negros, indígenas, mulatos y mestizos, sin contar heridos ni prisioneros.
De la ciudad original, considerada como el primer asentamiento europeo en la costa pacífica de América, ahora quedan ruinas que conforman el sitio arqueológico.
En 1522 llega la Orden de la Merced a la ciudad. Hacia 1622 levantan una gran iglesia, que no tuvo afectaciones en el incendio de 1671, por estar a las afueras de la ciudad. Y también porque aquí se instala el pirata Morgan con sus acompañantes. Los mercedarios fueron los últimos religiosos en abandonar el sitio de Panamá Viejo en 1675, cuatro años después del incendio y saqueo.
El 21 de enero de 1673, ocho kilómetros al suroeste de la ciudad original, Antonio Fernández de Córdoba, funda la nueva ciudad con 300 habitantes, la mayoría sobrevivientes de la ciudad anterior. De 2003 es la declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco del casco antiguo de la ciudad de Panamá.
El sitio que en la nueva ciudad se asigna a los mercedarios se encontraba frente a la Puerta de Tierra, donde se accedía a la ciudad amurallada. Al principio se utilizó material de la antigua iglesia, pero los frailes se quedaron sin fondos y construyeron una pequeña iglesia de madera con capacidad de 150 personas y dormitorios para ellos. La construcción de mampostería se realiza entre 1720 y 1732. La fachada principal que se talló en 1620 se trajo piedra por piedra desde Panamá Viejo.
La iglesia tiene planta basilical de tres naves. La entrada principal la constituye un arco flanqueado por dos columnas en ambos lados, los cuales están decorados por estrías verticales. En su capilla lateral derecha, que fue construida antes que la iglesia, se ofreció la misa con la cual se inauguraba la nueva Ciudad de Panamá el 21 de enero de 1673. El techo es de dos aguas y de vigas de madera, que se sostienen en unas columnas de madera muy altas de una sola pieza.
En 1522 llega la Orden de la Merced a la primera ciudad de Panamá. Un siglo después, los mercedarios construyen una gran iglesia, que no sufre daños en el incendio de 1671, que acaba con la ciudad tras la invasión del pirata Henry Morgan.
Los mercedarios fueron los últimos religiosos en abandonar el sitio de Panamá Viejo en 1675, cuatro años después del incendio y saqueo. En la nueva ciudad de Panamá entre 1720 y 1732 construyen la iglesia que ahora vemos, que tiene como fachada la que estaba en la iglesia de la antigua ciudad, que se labra en 1620 y se traslada piedra por piedra.
Es muy bello el techo de la iglesia de dos aguas y vigas de madera, que se sostienen en unas columnas de madera muy altas de una sola pieza. Ejemplo de la arquitectura de la época.
La corresponsal de BBC Mundo en Los Ángeles narra cómo se están viviendo los históricos incendios que afectan a la ciudad californiana.
“Sube a la terraza. Dicen que el fuego es ya visible desde Santa Mónica”.
Al mediodía del martes, recibí la llamada de mi marido con incredulidad.
A pesar de que las condiciones climatológicas auguraban ya desde el domingo una receta para el desastre —los “vientos endemoniados” de Santa Ana con rachas de hasta 160km/h y una sequedad extrema por meses sin lluvias—, parecía una alerta más en una ciudad acostumbrada a ellas.
Poco podía imaginar que estaba a punto de presenciar la primera de una serie de escenas apocalípticas; una de las muchas que desde entonces siguen dejando los que ya son los peores incendios de la historia de Los Ángeles.
Subida al techo de mi bloque de apartamentos, avisté en las montañas de Santa Mónica una tímida llama.
A los cinco minutos, era ya una mancha naranja que se expandía a toda velocidad desde las colinas boscosas hacia Pacific Palisades, un área residencial de clase alta densamente poblada y salpicada de mansiones de famosos.
Una espesa y negra columna de humo se inclinaba hacia el Pacífico, borrando de la vista viviendas, palmeras, arena, el icónico muelle de Santa Mónica y su parque de atracciones que, con 10 millones de visitantes anuales, es uno de los grandes focos del turismo de Los Ángeles.
En menos de 24 horas los incendios serían ya cuatro, unos monstruos llamados Palisades, Woodley, Eaton y Hurst que acorralaban la ciudad por distintos frentes, avanzando sin precedentes en zonas urbanas y dejando a su paso escenas dignas del peor infierno imaginado por Hollywood.
Y para la tarde del miércoles otro, bautizado Sunset, empezaría a arder en las colinas de Hollywood, cerca de donde se ubica el famoso cartel.
“Es un momento trágico en nuestra historia, algo nunca antes visto”, le dijo a los periodistas el jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD), Jim McDonnell, el martes por la noche.
Mientras, los medios locales repetían las imágenes caóticas de las primeras horas de evacuación en Pacific Palisades: un cuello de botella de cinco kilómetros en la principal vía de entrada y salida a la zona, por vecinos que huían despavoridos y bomberos que trataban de acceder.
Maquinaria pesada empujando, amontonando y dejando para el desguace los vehículos que otros residentes habían dejado atrás, obstaculizando el paso a los camiones cisterna.
Gente huyendo a pie, cargando niños y mascotas, y arrastrando maletas, con álbumes de fotos bajo el brazo.
También estaba la resistencia, aquellos que, a pesar de la orden de las autoridades, se negaban a abandonar sus hogares y los defendían —ilusos e imprudentes— de Goliat con sus mangueras desde el jardín.
“Por favor, prioricen su seguridad y el bienestar de quienes les rodean”, tuvo que repetir en una rueda de prensa el jefe de bomberos del condado de Los Ángeles, Anthony Marrone, un mensaje en el que ya habían insistido otros funcionarios, incluido el gobernador Gavin Newsom.
Empezaron a reportar muertos, heridos por quemaduras, más de 1.000 edificaciones destruidas. Los evacuados se contaban ya por decenas de miles.
Algunos, como los residentes de un centro para la tercera edad de Altadena, fueron sacados en sus sillas de ruedas, muchos de ellos confundidos y asustados, para ser reubicados en un lugar seguro.
Mis redes sociales y mi WhatsApp se llenaron de videos con el fuego avanzando por la Autopista de la Costa Pacífica (PCH), la carretera estatal que bordea California a lo largo de cientos de kilómetros.
Por ella regresé el sábado de surfear la icónica ola de Malibú, una de las mejores del mundo cuando las condiciones acompañan.
Observando desde el auto las mansiones suspendidas sobre el océano, volvimos a uno de nuestros comentarios más recurrentes: “Con el cambio climático, en 50 años esas casas no estarán ahí”.
Muchas ya no están. Pero no fue el mar el que se las llevó por delante. Vivienda tras vivienda quedaron reducidas a cenizas, el esqueleto a la vista.
La misma suerte corrió el Reel Inn, restaurante especializado en pescado a pie de carretera y que ocupa un lugar en el corazón de muchos angelinos.
“Tuve varias citas preciosas en el Reel Inn tras un día de playa. Terrible que ya no exista”, escribió en Instagram una antigua compañera.
Y las llamas llegaron a amenazar la Villa Getty, situada también sobre la PCH, réplica de una casa de campo sepultada en el año 79 d.C. por una erupción del Vesubio que el multimillonario petrolero y mecenas J. Paul Getty mandó a construir en los setenta.
Museo y centro de arte, es también conocido por acoger veladas de Hollywood y reuniones políticas de alto nivel.
En contraste a ese glamour, pensé en las autocaravanas aparcadas a la orilla de la carretera que sirven de vivienda a aquellos que no tienen techo y que he visto multiplicarse desde que llegué a Los Ángeles en marzo de 2022.
“Hablé con Jose (el tipo que vive en una RV con su familia) y están bien, lejos de la zona (de Palisades)”, escribió en un story de Instagram un fotógrafo e instructor de surf que recorre cada mañana las playas desde Malibú a Sunset.
“Randy decidió quedarse, pero uno de los centros de comando (de los bomberos) está en el cruce de PCH con Sunset (Boulevard) y espero que lo hagan evacuar”, añadió.
Sin embargo, con varios frentes abiertos, los servicios de emergencia no dan abasto. “Lo estamos haciendo lo mejor posible pero no tenemos suficiente personal”, le reconoció a Los Angeles Times el jefe de bomberos del condado, Anthony Marrone.
El condado de Los Ángeles cuenta con 9.000 efectivos, entre el departamento de bomberos y otras agencias.
Pero apenas pudieron descansar desde mediados de diciembre, cuando un incendio llamado Franklin devoró durante nueve días las colinas de Malibú. Noviembre fue otro mes de apagar fuegos.
Y es que Los Ángeles es particularmente vulnerable a los incendios,ya que los barrios ricos y suburbios se encuentran con la naturaleza y se extienden cual laberinto entre cañones y cadenas montañosas.
Para asistirlos esta vez, departamentos de bomberos de condados vecinos mandaron refuerzos, y Marrone pidió ayuda más allá del estado, llamado al que ya respondieron Nevada, Oregón y Washington.
Mientras, decenas de voluntarios se lanzaron a colaborar.
Iniciaron colectas para aquellos que tuvieron que correr a albergues, para los que se quedaron sin nada, los que sacaron de residencias de ancianos o centros para menores.
Yo seguí revisando cada 10 minutos la página del gobierno estatal que refleja el avance de los incendios a tiempo real en California, especificando daños y marcando zonas de evacuación: en amarillo cuando es sugerida, en rojo cuando es ya obligatoria.
Y viendo la línea de desalojo acercarse a la calle en la que vivo con mi familia, empacamos los enseres básicos en el coche.
Precavidos y para evitar atascos, el miércoles al mediodía dejamos atrás Santa Mónica.
De camino al hotel leí que ya habían empezado el desalojo obligatorio de mi barrio.
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