La democracia se está deshaciendo como una bandera vieja al viento. No ha muerto, como algunos insisten en proclamar con apuro, pero sí está enferma. Gravemente. Como cuerpo golpeado por dentro, sin sangre a la vista, pero con órganos vitales dañados. Lo que parecía una república en marcha se ha vuelto una parábola que declina. Este es ya un país distinto al que generaciones completas de demócratas soñamos construir.
Desde 2018 se ha emprendido un viraje que parece escrito en tinta invisible para quienes ostentan el poder. Bajo la promesa de una autodenominada Cuarta Transformación, el presidente Andrés Manuel López Obrador concentró el poder con una mezcla de carisma, polarización y estrategia clientelar. El lenguaje ha sido su principal arma: ha dividido al país en dos trincheras “el pueblo bueno” y “la mafia del poder”, borrando con esa falsa dicotomía la pluralidad que toda democracia requiere para respirar.
La política, en su sentido más noble, es diálogo entre distintos. Pero el régimen ha optado por otra ruta: debilitar instituciones, arrinconar a los críticos, extinguir los matices. Ha reemplazado el debate público con monólogos matutinos. Las becas y transferencias sociales, necesarias sin duda en un país desigual, han sido transformadas en mecanismos de lealtad electoral, sin evaluación, sin transparencia, sin futuro. Pan sin justicia. Pan sin ciudadanía.
El ataque al árbitro electoral ha sido uno de los actos más corrosivos. Lo que a generaciones tomó décadas construir, ha sido erosionado con discursos que buscan sustituir reglas por voluntades. Porque ahí está la clave: se gobierna como si la voluntad de uno bastara para definir el destino de todos. Como si la democracia no fuera más que una molestia pasajera en el camino hacia la “verdadera transformación”.
Pero hay resistencias. Y en ellas reside la esperanza. Millones salieron a marchar en defensa del INE autónomo. Miles se alzaron para defender la independencia judicial, a sabiendas de que sin contrapesos no hay derechos, y sin derechos no hay ciudadanos: hay súbditos. Esa ciudadanía, aún golpeada y a veces dispersa, es la que puede torcer el rumbo.
Luigi Ferrajoli lo advierte: toda democracia requiere límites al poder, no sólo para frenar abusos, sino para garantizar la dignidad de quienes no piensan igual. Adam Przeworski añade que la condición mínima de una democracia es la incertidumbre en las elecciones. Hoy, esa incertidumbre, la posibilidad real de que el poder cambie de manos, está en peligro. La elección judicial es tan profundamente antidemocrática que, sin importar quién gane las posiciones, el Poder Judicial independiente ya ha sido arrebatado por el régimen.
La pregunta no es si México está en riesgo de autocratización. La evidencia es clara: concentración de poder, debilitamiento institucional, persecución de disidencias, amenazas sistémicas a la libertad de expresión y sobrerrepresentación legislativa que falsea la voluntad popular. La pregunta es si reaccionaremos a tiempo.
Como escribió Mark Twain, la historia no se repite, pero rima. México ya vivió un siglo XX marcado por un partido hegemónico, elecciones sin competencia real y una cultura cívica secuestrada por el miedo o el conformismo. Hoy, el horizonte nos muestra señales similares. La diferencia es que ahora tenemos memoria. Y esa memoria es el primer dique frente al autoritarismo.
Recuperar la democracia no será obra de un solo líder ni de una elección ni de un discurso brillante. Será el resultado de un esfuerzo en coro: ciudadanía activa, instituciones autónomas que se rehagan a sí mismas, prensa libre, oposición unida en lo esencial, y una nueva ética pública que renuncie a la impunidad disfrazada de justicia social.
A veces, se necesita mirarse al abismo para decidir no caer. Estamos en ese umbral. La democracia mexicana no se restaurará con nostalgia, sino con coraje. No basta con decir “esto no debe continuar”. Hay que actuar. Porque como dijo Octavio Paz: “La libertad es el derecho de decir no. Pero también el deber de decir sí al porvenir”.
Y ese porvenir exige que digamos sí al pluralismo, sí a la participación. Porque si no cuidamos la democracia hoy, mañana solo podremos recordarla. O quizá, ni eso.
Attenborough afirma que el estado de los océanos casi le ha hecho perder la esperanza en el futuro de la vida en el planeta. Pero lo que lo ha alejado de la desesperación es que el océano puede “recuperarse más rápido de lo que jamás habíamos imaginado”.
El célebre naturalista y divulgador científico británico David Attenborough presenta este martes una de las películas más importantes de su carrera, en vísperas de cumplir 99 años.
Su nuevo largometraje, Océano, puede ser decisivo para salvar la biodiversidad y proteger al planeta del cambio climático, dice, asegurando que aún estamos a tiempo de hacerlo.
“Después de casi 100 años en el planeta, ahora entiendo que el lugar más importante del planeta no está en la tierra, sino en el mar“, señaló.
El océano es el sistema de apoyo del planeta y el mayor aliado de la humanidad contra la catástrofe climática, argumenta la película, que muestra cómo los océanos del mundo se encuentran en una encrucijada.
El estreno del filme tendrá lugar en el Royal Festival Hall, en Londres, y contará con una alfombra azul (y no roja).
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Toby Nowlan, productor de Océano, afirma que esta nueva producción no es la típica película de Attenborough: “No se trata de ver nuevos comportamientos en la historia natural. Es el mensaje más importante que ha comunicado”.
La película documenta cómo el estado de los océanos del mundo y nuestra comprensión de su funcionamiento ha cambiado a lo largo de la vida del naturalista, que cumple los 99 años este 8 de mayo.
David Attenborough recuerda su primera inmersión en la Gran Barrera de Coral en 1957: “Me quedé tan sorprendido por el espectáculo que tenía ante mí que momentáneamente olvidé respirar”.
Desde entonces, se ha producido un declive catastrófico en la vida en los océanos del mundo. “Casi no nos queda tiempo”, advierte.
Océano contiene algunas de las imágenes más gráficas jamás vistas del daño que la pesca de arrastre de fondo —una práctica pesquera habitual en todo el mundo— puede causar en el lecho marino.
Según el naturalista, es un claro ejemplo de cómo la pesca industrial puede acabar con la vida de los océanos del mundo.
Las nuevas imágenes muestran cómo la cadena que estos barcos arrastran tras de sí socava el lecho marino, obligando a las criaturas que perturba a introducirse en la red que queda detrás.
Con frecuencia buscan una sola especie, de manera que más de tres cuartas partes de lo que capturan puede ser desechado.
“Es difícil imaginar una forma más derrochadora de capturar peces”, comenta Attenborough.
El proceso también libera grandes cantidades de dióxido de carbono que contribuyen al calentamiento de nuestro planeta.
No obstante, la pesca de arrastre de fondo no solo es legal, sino que muchos gobiernos la fomentan activamente.
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Attenborough afirma que el estado de los océanos casi le ha hecho perder la esperanza en el futuro de la vida en el planeta. Pero, lo que lo ha alejado de la desesperación es lo que él llama “el descubrimiento más extraordinario de todos”: que el océano puede “recuperarse más rápido de lo que jamás habíamos imaginado”.
El naturalista dice también que la historia de las ballenas del mundo ha sido para él una fuente de enorme optimismo.
Se calcula que la industria ballenera mató 2,9 millones de ballenas solo en el siglo XX. Los científicos afirman que se trata de la mayor matanza de animales de la historia en términos de biomasa total. Esto llevó a casi todas las especies de ballenas al borde de la extinción.
Solo quedó un 1% de ballenas azules, dice David Attenborough: “Recuerdo que pensé que eso era todo. No había vuelta atrás. Habíamos perdido las grandes ballenas”.
Pero en 1986 los legisladores cedieron a la presión pública y prohibieron la caza comercial de ballenas en todo el mundo. Desde entonces, la población de ballenas se ha recuperado rápidamente.
Uno de los directores de la película, Keith Scholey, trabajó con el naturalista durante 44 años. “Cuando conocí a David, yo iba en pantalón corto”, bromea. Fue en 1981, dos años después de que dimitiera como director de programas de la BBC, uno de los puestos más altos de la corporación. “Había hecho una carrera y se iba a la siguiente”.
A pesar de estar a punto de cumplir 99 años, Attenborough sigue mostrándose extraordinariamente enérgico, comenta Scholey. “Cada vez que trabajas con David, aprendes algo nuevo”, dice. “Es muy divertido. Pero además, David te mantiene alerta, porque él está muy alerta y, ya sabes, siempre es un proceso muy creativo”.
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El mensaje de David Attenborough en la película es que no todo está perdido.
Los países prometieron proteger un tercio de los océanos del mundo y él espera que su nueva película anime a los líderes a actuar con firmeza para cumplir esta promesa en una conferencia de la ONU el mes próximo.
Él cree que eso podría ser transformador.
“El océano puede volver a la vida”, dice. “Si se lo deja en paz puede no solo recuperarse, sino prosperar más allá de lo que nadie vivo haya visto jamás”.
Un ecosistema oceánico más sano también podría atrapar más dióxido de carbono, y ayudar así a proteger al mundo del cambio climático, según los científicos.
“Tenemos ante nosotros la oportunidad de proteger nuestro clima, nuestros alimentos, nuestro hogar”, concluye Attenborough, quien, a sus casi 99 años, continúa luchando por proteger el mundo natural del que a lo largo de su vida nos ha mostrado en todo su esplendor.
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