Las encuestas electorales se han convertido en una herramienta omnipresente en los procesos democráticos modernos, ofreciendo un vistazo anticipado a las tendencias de opinión pública. Sin embargo, es crucial entender qué miden exactamente estas encuestas y los límites inherentes a su capacidad predictiva.
Aunque pueda parecer obvio, las encuestas no predicen votos futuros; miden la intención de voto en un momento dado. Este matiz es esencial, ya que refleja no tanto un compromiso firme de acción, sino una inclinación temporal que puede o no materializarse el día de la elección. Su capacidad para predecir depende de muchos factores, incluidos los cambios en la opinión pública y la participación electoral efectiva.
La distancia entre la intención de voto y el acto de votar es significativa, revelando un espacio donde factores como la apatía, el olvido o las barreras logísticas pueden influir decisivamente en la participación electoral efectiva.
Las encuestas también enfrentan el desafío del fenómeno de la conformidad, donde las respuestas que consignan pueden estar más influenciadas por la percepción de lo que otros piensan que por convicciones personales auténticas, distorsionando así la verdadera intención de voto. Sin embargo, frente a la soledad de la boleta la personas suelen atender sus propias convicciones que guían sus decisiones de voto, por eso es fundamental mantener la secrecía del sufragio.
La cultura cívica juega un papel crucial en la interpretación de los datos de las encuestas, destacando la brecha entre la intención de participación democrática y la acción real de votar.
En realidad el hecho de que las personas digan que irán a votar, pero al final no lo hagan es un triunfo al menos conceptual de que en México las personas son demócratas pues consideran que ir a votar es fundamental para la subsistencia democrática, lo cual es verdad y por ello es una buena noticia.
Sin embargo, también se debe considerar que los rasgos de cultura cívica no son homogéneos. Veamos un ejemplo: según la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020, las mujeres mayores de 15 años simpatizan menos con Morena (18 %) que los hombres, quienes respaldan a Morena en un 25 %, sin embargo, las mujeres votan en promedio 8 % más que los hombres.
Un rasgo revelador, lo constituye que casi un 50 % de las personas mexicanas dijo no simpatizar con ningún partido, siendo las mujeres el mayor porcentaje en esta categoría.
Elaboración propia con información de la ENCUCI 2020 consultable aquí.
Aunque durante las encuestas muchas personas expresan su deseo de participar en el proceso electoral, la realidad muestra a menudo una discrepancia notable, afectando así la precisión con que las encuestas intentan predecir el futuro.
Los datos demuestran variaciones significativas en la participación electoral según el género y la edad, con tendencias que reflejan no solo diferencias culturales sino también la eficacia de distintas estrategias de movilización.
Un aspecto positivo es la percepción generalizada del voto como un medio para influir en el cambio gubernamental, aunque esta percepción varía considerablemente entre diferentes segmentos de la población.
Los estrategas políticos a menudo utilizan las encuestas como una herramienta para moldear percepciones y motivar o desmotivar a los votantes, con resultados mixtos y a veces no intencionados.
El empleo de encuestas para proyectar una imagen de inevitabilidad o desesperanza puede tener un efecto profundo en la motivación del electorado, con el riesgo de alterar significativamente la participación.
El análisis de la campaña electoral a la presidencia en los Estados Unidos de 2016 revela cómo las expectativas basadas en encuestas y su difusión máxima en redes sociales, pueden llevar a una complacencia peligrosa y a un efecto de desmovilización electoral.
La estrategia de utilizar encuestas como arma política conlleva el riesgo de desincentivar la participación de aquellos que ven su voto como redundante o fútil, un efecto contrario al deseado por las democracias saludables.
La comprensión de los patrones de participación ciudadana es esencial para interpretar correctamente el impacto y la relevancia de las encuestas en el panorama electoral.
Edad y tipo de elección son determinantes clave en los niveles de participación, con implicaciones significativas para las estrategias de campaña y la interpretación de encuestas.
La movilización de los votantes jóvenes representa un desafío y una oportunidad para las campañas, dada su histórica tendencia a la baja participación pero su potencial impacto en los resultados.
Diversos análisis demuestran que los niveles de participación ciudadana tienen un impacto directo en los resultados electorales, subrayando la importancia de estrategias de campaña inclusivas y motivadoras.
En última instancia, el acto de votar es una expresión de valores personales y expectativas, más que una respuesta a tendencias o presiones externas. La decisión de voto es el resultado de un complejo proceso mental que vincula identidades, expectativas y evaluaciones del contexto político, más allá de las simplificaciones de las encuestas.
El voto se basa en una combinación de aspiraciones personales y preocupaciones, reflejando un deseo de contribuir a la dirección futura de la sociedad.
Las encuestas electorales son herramientas importantes pero limitadas para predecir resultados electorales. Su interpretación requiere una comprensión profunda de la psicología electoral, la cultura cívica y los patrones de participación. A pesar de sus limitaciones, ofrecen una instantánea valiosa de las dinámicas políticas, aunque el poder final de decidir el futuro político reside en el acto individual y personal de votar libremente y en secreto.
Por eso usted ciudadano o ciudadana, tiene la ultima palabra.
Al ralentizar el blues y jugar con imágenes ocultistas, la banda de Birmingham fue pionera de un género.
Si hubieras visto el primer concierto de Black Sabbath, no habrías reconocido su grandeza.
En 1968, se llamaban The Polka Tulk Blues Band, un nombre mucho menos siniestro, y venían acompañados de un saxofonista y un guitarrista que tocaba con la técnica del slide.
Un año después, la banda se había reducido, habían encontrado un nuevo nombre e inventado el heavy metal. Pocas bandas están tan ligadas a un género musical, pero Sabbath sentó las bases para todo el mundo, desde Motörhead y AC/DC hasta Metallica y Guns ‘n’ Roses.
A lo largo del camino, el cantante Ozzy Osbourne (fallecido esta semana a los 76 años) se convirtió en una de las figuras más influyentes del rock, con una presencia escénica electrizante e imprevisible y una ingesta de drogas casi mitológica.
“Si alguien ha vivido el libertino estilo de vida del rock and roll”, admitió una vez, “supongo que soy yo”.
Entonces, ¿cómo fue que estos cuatro músicos de clase trabajadora de Aston, Birmingham, reescribieron las reglas del rock?
Según Osbourne, fue una reacción visceral a las canciones “hippies y cursis” como San Francisco (“Be sure to wear some flowers in your hair” o “Asegúrate de llevar flores en el pelo”) que saturaron las ondas tras el Summer Of Love de 1967.
“¿Flores en el pelo? Hazme el favor”, se quejaba en su autobiografía de 2010.
“Las únicas flores que alguien vio en Aston eran las que te echaban a la tumba cuando te morías a los 53 años porque habías trabajado hasta morir”.
Junto al guitarrista Tony Iommi, el bajista Geezer Butler y el baterista Bill Ward, la idea inicial de Osbourne era darle un toque de Birmingham al sonido blusero de Fleetwood Mac.
El primer nombre del grupo, Polka Tulk, se inspiró en una marca de polvos de talco que utilizaba su madre.
Tras abandonar el saxofón, se rebautizaron como Earth, dando tantos conciertos como pudieron.
“Cuando venía un grupo importante a la ciudad, cargábamos la furgoneta con todas nuestras cosas y esperábamos fuera del recinto por si acaso no aparecían”, recordó Osbourne más tarde.
Funcionó… pero sólo una vez, cuando se le pidió a la banda que sustituyera a un ausente Jethro Tull. “Y después de eso, todos los promotores sabían nuestro nombre”, dijo Ozzy.
Esa vena oportunista también les orientó hacia su sonido característico.
Dio la casualidad de que el local de ensayo del grupo estaba justo enfrente de un cine que proyectaba películas de terror durante toda la noche.
Al ver que el público acudía en masa a estos espectáculos, la banda ideó un plan.
“Tony dijo: ‘¿No te parece extraño que la gente pague dinero para asustarse? ¿Por qué no empezamos a escribir música de terror?'”, contó Osbourne al periodista musical Pete Paphides en 2005. “Y eso es lo que ocurrió”.
Los músicos se metamorfosearon en su forma definitiva: adoptaron el nombre de Black Sabbath, por una película homónima de bajo presupuesto de Boris Karloff, y empezaron a escribir letras que hablaban de muerte, magia negra y enfermedades mentales.
Para adaptarse al material, la música también tenía que hacerse más pesada. Ward bajó el tempo. Iommi subió el volumen. Osbourne desarrolló un lamento vocal agresivo que siempre parecía estar al borde de la locura.
Pero era la guitarra de Iommi lo que realmente diferenciaba a Sabbath. Sus riffs saltaban del amplificador y golpeaban al público en el pecho con fuerza taurina.
Fue un sonido que desarrolló por necesidad.
A los 17 años, Iommi trabajaba en una fábrica de chapas metálicas cuando perdió las puntas de sus dos dedos del medio en un accidente laboral.
Aunque los cirujanos intentaron reimplantárselas, cuando llegó al hospital ya estaban negras. Parecía el final de su carrera como guitarrista.
“Los médicos me dijeron: ‘Lo mejor que puedes hacer es hacer las maletas. Búscate otro trabajo, dedícate a otra cosa'”, escribió Iommi en su autobiografía, Iron Man.
Decidido a demostrar que estaban equivocados, derritió una botella de Fairy (detergente) para fabricar dedales protectores para sus dedos, y aflojó las cuerdas de su guitarra para no tener que aplicar demasiada presión sobre el diapasón al tocar una nota.
Tras meses de dolorosa práctica, aprendió una nueva forma de tocar, utilizando sus dos dedos buenos para componer acordes y añadiendo vibrato para engrosar el sonido.
Ese gruñido despojado y desafinado se convirtió en la base del heavy metal.
“Nunca había oído ese estilo”, dijo Tom Allan, quien diseñó el álbum debut de Sabbath en 1969.
“Realmente no podía entenderlo. No lo entendía. Nunca se oía algo así en la radio”.
El disco era lúgubre y fangoso, en parte porque la banda lo había grabado en sólo dos días, con fondos limitados.
Los críticos no sabían qué pensar. En Rolling Stone, Lester Bangs dijo que el álbum había sido “promocionado como una celebración ritual rockera de la masa satánica o algo así… No son tan malos, pero ese es todo el mérito que se les puede dar”.
Las imágenes supuestamente satánicas desataron un pánico moral en la prensa generalista, que se intensificó cuando se descubrió que la canción que daba título al álbum contenía una progresión de acordes conocida como Intervalo del Diablo, prohibida por la Iglesia en la Edad Media.
Lo que la prensa no sabía era que Black Sabbath, la canción, había sido escrita como advertencia sobre los peligros del satanismo, después de que Ward se quedara dormido leyendo libros de ocultismo y se despertara al ver una figura fantasmal encapuchada al final de su cama.
“Me dio el susto de mi vida”, recordó más tarde.
Sea cual sea la verdad, la polémica vendió discos y atrajo a legiones de fans.
En una ocasión, la banda regresó a su hotel y se encontró con 20 satánicos vestidos de negro que sostenían velas y coreaban fuera de su habitación. Para librarse de ellos, Osbourne apagó las llamas y cantó el cumpleaños feliz.
Aun así, Sabbath aprovechó su reputación, componiendo material más oscuro y ganándose fama de alborotadores a medida que avanzaban los años 70.
Pero la música nunca fue tan básica o monótona como sugería su imagen.
Su segundo álbum, Paranoid, supuso un salto sísmico en la creación de canciones, desde el visceral himno antibelicista War Pigs hasta la intensidad escalofriante de la canción que da título al disco, pasando por el horror de ciencia ficción de Iron Man y la balada fantasmagórica de Planet Caravan.
Mantuvieron el ritmo en Master of Reality, de 1971, y Osbourne describió Children Of The Grave como “la canción más increíble que jamás hayamos grabado”.
El Volumen 4, publicado en 1972, a veces se pasa por alto debido a la falta de un gran single radiofónico, pero también contiene algunos de los mejores y más variados trabajos de la banda.
Snowblind documenta su descenso a la drogadicción con un riff de guitarra cargado de profundidad; mientras que St Vitus’ Dance es un consejo sorprendentemente tierno a un amigo con el corazón roto, y Laguna Sunrise es un bucólico instrumental.
Sabbath Bloody Sabbath, por su parte, fue escrito como una furiosa crítica a una industria musical que los había descartado.
“A quienes te han destrozado / Quieres verlos arder”.
Después de 55 años y cientos de imitadores, el impacto revelador del sonido de Black Sabbath se ha atenuado. ¿Cómo si no explicar que Osbourne e Iommi interpretaran Paranoid en el Jubileo de Oro de la reina Isabel II en 2002?
Pero el poder de esas canciones -desde los demoledores riffs de Iommi hasta el lamento vocal insistente de Osbourne- sigue siendo imborrable.
Cuando introdujo a Black Sabbath en el Salón de la Fama del Rock and Roll, Lars Ulrich, de Metallica, dijo:
“Si no existiera Black Sabbath, el hard rock y el heavy metal serían muy distintos”.
“Cuando se trata de definir un género dentro del mundo de la música pesada”, añadió, “Sabbath está en una categoría aparte”.
Al escribir tras el penúltimo concierto de despedida de la banda, en 2017, Osbourne dijo sentirse conmovido por el reconocimiento.
“Nunca soñé que estaríamos aquí 49 años después”, afirmó.
“Pero cuando pienso en todo esto, lo mejor de haber estado en Black Sabbath todos estos años es que la música se ha mantenido vigente”.
*Este artículo fue escrito y editado por nuestros periodistas con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial para la traducción, como parte de un programa piloto.
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