Hay algo peor que la maldad: la estupidez. No la simple ignorancia, sino aquella fuerza corrosiva que destruye sin obtener nada a cambio. Carlo M. Cipolla, con una precisión quirúrgica, describió en sus Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana cómo las acciones de los estúpidos no solo generan daño a otros, sino que también perjudican a quienes las ejecutan. Es una suerte de incendio que arrasa con todos, sin distinguir aliados de enemigos, sin un propósito racional, sin siquiera la mezquina satisfacción del beneficio propio.
Este principio, que parecería una lección de moral doméstica, encuentra su mejor ejemplo en las relaciones entre México y Estados Unidos. A propósito de los aranceles que el gobierno estadounidense ha impuesto y suspendido intermitentemente, se demuestra que no es solo el cálculo frío de la geopolítica lo que guía las decisiones de los poderosos, sino también la torpeza de aquellos que, queriendo ganar terreno, terminan socavando su propia posición.
Estados Unidos, la mayor economía del mundo, ha decidido imponer barreras comerciales a México, un país con el que comparte un tratado de libre comercio y una interdependencia económica insoslayable. La justificación: contener la inmigración irregular y frenar la crisis del fentanilo. El razonamiento es tan simplista que parecería una broma si no tuviera consecuencias tan graves.
Cada arancel encarece la producción de bienes que dependen de la cadena manufacturera compartida entre ambos países. Cada barrera genera desempleo no solo en México, sino también en las fábricas estadounidenses que dependen de piezas, ensamblajes y materias primas que cruzan la frontera diariamente. En su afán de imponer costos a su vecino del sur, Washington se dispara en el pie debilitando su propia economía, mientras China observa desde la distancia, esperando el momento propicio para ocupar el espacio que ambos países dejan vacante en los mercados globales.
Lo paradójico es que la misma lógica que aplica Estados Unidos hacia México —la exclusión como castigo— es la que desde el gobierno de López Obrador se ha aplicado con eficacia interna.
La administración actual ha hecho de la polarización su estrategia predilecta. Bajo el pretexto de gobernar para el pueblo, ha fomentado una división irreconciliable entre “buenos” y “malos”, entre “patriotas” y “traidores”, entre “pueblo” y “conservadores”. Pero al igual que en el caso de los aranceles de Estados Unidos, este método tiene un costo: el desgaste de la cohesión social y la destrucción de la posibilidad del diálogo.
La reciente reforma judicial es un ejemplo de ello. En nombre de la democracia y la justicia, el gobierno busca transformar radicalmente el sistema de elección de jueces, sin consensos, sin debate y sin considerar los riesgos para el Estado de derecho. Se han cerrado los espacios de deliberación, ignorando que la legitimidad democrática no proviene solo de las urnas, sino del respeto a las instituciones y al pluralismo político.
Lo que se critica en la Casa Blanca —el uso de la exclusión como herramienta de poder— es lo mismo que el gobierno mexicano ha implementado con sus opositores, con los medios de comunicación críticos, con los empresarios que no se alinean con su visión. La paradoja es evidente: el gobierno que exige respeto para México en el escenario internacional es el mismo que, puertas adentro, desprecia y margina a millones de ciudadanos por el simple hecho de pensar distinto.
Cipolla tenía razón: el mayor peligro de la estupidez es su capacidad de autoperpetuarse. Los errores de Estados Unidos alimentan la crisis en México, y los errores de México refuerzan los argumentos de Estados Unidos para endurecer sus políticas. Mientras tanto, la población de ambos países sufre las consecuencias de decisiones tomadas por líderes que, en su afán de imponer su visión, destruyen las bases del bienestar común.
El mayor riesgo no es que haya gobernantes con malas intenciones —los sistemas democráticos han aprendido a lidiar con ellos—, sino que los espacios de poder sean ocupados por quienes toman decisiones sin medir sus consecuencias, por quienes confunden gobernar con dictar sentencias irrevocables, por quienes creen que imponer es más efectivo que construir.
La historia nos ha enseñado que los líderes que fracturan sus sociedades para fortalecerse eventualmente se enfrentan a la marea de su propio desgobierno. México y Estados Unidos están hoy atrapados en un juego de espejos en el que cada país, al acusar al otro de ser injusto, refleja sus propias contradicciones.
En tiempos de crisis, la unidad es una necesidad, pero no cualquier tipo de unidad. No aquella que exige sumisión, ni la que se impone desde el miedo o la coerción. México necesita unidad, sí, pero no con un gobierno que ha hecho del desdén a la diversidad su emblema. La unidad debe construirse sobre la base de la inclusión, del respeto y del reconocimiento de que la democracia no se sostiene en la uniformidad, sino en el equilibrio de las diferencias.
La estupidez política, en cualquiera de sus formas, solo se combate con inteligencia y visión de futuro. Estados Unidos y México tienen una oportunidad de redefinir su relación, de abandonar las estrategias de exclusión y avanzar hacia un modelo en el que la cooperación sea la regla y no la excepción.
Porque si algo nos ha enseñado la historia es que los líderes pueden dividir, pero los pueblos, al final, siempre encuentran la manera de reencontrarse.
México es el primer socio comercial de EU y más del 80 % de sus exportaciones van al mercado estadounidense. Se cree que los efectos podrían incluso provocar una recesión.
Después de muchas amenazas, finalmente llegó el día.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó establecer aranceles generales del 25 % a México y Canadá y del 10% a China este sábado a través de una orden ejecutiva.
Un arancel universal, es decir, a todos los productos de un país, es considerado por los expertos en comercio internacional como una medida muy dura, especialmente cuando está dirigida a sus mayores socios comerciales.
Los únicos productos que quedaron sujetos a un arancel reducido del 10 % fueron las importaciones energéticas provenientes de Canadá.
“Este arancel permanecerá vigente hasta que las drogas, en particular el fentanilo, y todos los inmigrantes ilegales detengan esta invasión de nuestro país”, informó la Casa Blanca en un comunicado.
A las pocas horas, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, anunció que implementará medidas arancelarias y no arancelarias, en defensa de los intereses de su país.
Y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, informó que Canadá impondrá aranceles del 25 % sobre productos estadounidenses por un valor de 155 mil millones de dólares canadienses (unos US$100.000 millones), en represalia a los introducidos por Donald Trump.
En los días previos al anuncio, en México había cierto escepticismo sobre la aplicación de un arancel del 25 % sobre todos los productos.
Parecía más factible que el gobierno de Estados Unidos escogiera algunos productos específicos, en vez de imponer un arancel universal.
Pero no fue así.
“Esto va a provocar una recesión en México“, dijo Valeria Moy, directora general del Centro de Investigación en Política Pública, IMCO, en México, en diálogo con BBC Mundo.
“Suena absurdo, suena como una locura”, agregó, refiriéndose a que el mandatario estaría dispuesto a quitar los aranceles solo cuando se resuelvan los problemas de migración y drogas.
México, el principal socio comercial de EU, envía más del 80 % de sus exportaciones al mercado estadounidense.
Es por eso que un 25 % de aranceles parece ser un golpe duro para una economía que le vende a su vecino desde autos y semiconductores, hasta petróleo y aguacates.
Analistas y empresarios han advertido que un arancel universal no solo afectará las exportaciones, sino también, el crecimiento económico, el empleo, las inversiones, las remesas y el peso mexicano.
¿Cómo funcionan los aranceles? Los aranceles no son otra cosa más que un impuesto a los productos importados. Los paga el importador del país que aplica el arancel, en este caso, el importador estadounidense, cuando llega el producto extranjero a la aduana.
Como el importador tiene que pagar un precio más alto, habitualmente traspasa una parte de ese costo extra, o todo el costo adicional, a los consumidores estadounidenses.
Pero Trump sostiene exactamente lo contrario, cuando argumenta que los aranceles van a “enriquecer a los estadounidenses” porque van a generar ingresos adicionales para el gobierno y van a aumentar la capacidad manufacturera del país, creando nuevos empleos y crecimiento económico.
La mayor parte de los economistas aseguran que los aranceles afectarán a los países a los que se les impone el gravamen, pero también a Estados Unidos.
“Creo que es muy absurdo poner aranceles a tus tres mayores socios comerciales, especialmente a Canadá y México”, comentó Kimberly Clausing, investigadora senior del Instituto Peterson de Economía Internacional y profesora de Derecho y Política Tributaria en la Universidad de California, Los Ángeles.
“No solo estás dañando a los consumidores, sino también a los trabajadores y a los productores estadounidenses”, le dijo a BBC Mundo.
La manufactura automotriz y la electrónica ocupan los primeros lugares en las exportaciones con mayor valor comercial que hizo México a Estados Unidos en 2023, según cifras de la Secretaría de Economía de México (SE).
El monto de esas exportaciones llega a unos US$200 mil millones. Eso es casi la mitad (46 %) del valor de todo lo que vendió México a Estados Unidos.
Partes de vehículos, autos, camiones, pantallas, equipos médicos, computadores, refrigeradores, y una infinidad de bienes manufacturados que viajan constantemente hacia el país vecino, se verán profundamente afectados.
También recibirán un duro golpe el sector energético, el acero y el aluminio, los semiconductores y los productos farmacéuticos, así como las frutas y verduras, los muebles, los productos de la industria panificadora o la cerveza y el tequila.
“Las empresas y los consumidores de las tres economías sufriremos consecuencias de no revertirse esta medida”, le dijo a BBC Mundo Pedro Casas, vicepresidente y director general de la American Chamber of Commerce Mexico, AmCham.
Entre ellas, explicó, está el aumento de los costos para los productores y exportadores, la pérdida de empleo, inflación y “menor poder adquisitivo de nuestras familias”.
Un análisis de la consultora internacional Standard and Poor’s no ve un panorama muy optimista.
La aplicación de aranceles del 25 %, “empujaría a la economía mexicana a una recesión”, señaló esta semana en un informe.
Los aranceles ponen en juego un sistema de libre comercio de 30 años que ha construido una economía entre los tres países norteamericanos altamente integrada, con autopartes que a veces cruzan las fronteras varias veces antes del ensamblaje final.
Si cada producto que forma parte de la manufactura de un bien final es gravado con un arancel cada vez que cruza la aduana, la cadena de suministro se encarece demasiado, poniendo en riesgo el futuro de muchas fábricas a los dos lados de la frontera.
Las inversiones estadounidenses en el sector manufacturero mexicano han crecido notablemente desde el primer mandato de Trump, beneficiándose de una mano de obra más barata y del Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá, T-MEC, que entró en vigor en julio de 2020 y reemplazó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan).
Estos aranceles, dicen los expertos, pueden poner en juego la continuidad de ese tratado mientras no se resuelvan las diferencias.
El verdadero impacto en las tres economías de América del Norte será más posible de ponderar, en la medida que avance el tiempo.
Si los aranceles se imponen durante unas semanas y luego Trump decide suspenderlos, se configura un escenario muy diferente al que se dará si persisten durante un año completo.
De todos modos, incluso aunque estuvieran vigentes por unos meses, existen empresas a los dos lados de la frontera que difícilmente podrían resistirlos.
Y, por otro lado, la suspensión de inversiones en México por temor a la incertidumbre, también podría dejar una herida bastante dolorosa.
El nuevo escenario comercial significa un desafío para el Plan México, presentado por la presidenta Claudia Sheinbaum con la idea de fortalecer la industria nacional y atraer inversiones en el largo plazo.
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