En el universo digital, donde cada clic y cada post resuenan como un eco sin fin, la libertad de expresión se enfrenta a un dilema ancestral: ¿es posible ser libre sin ser responsable? Mark Zuckerberg, el arquitecto de una de las plazas públicas más grandes de la historia, ha planteado recientemente un paradigma que desafía esta cuestión fundamental. Al proponer un cambio en las políticas de moderación de contenido, donde se prioriza la libertad de expresión sobre las restricciones, no solo ha encendido un debate técnico, sino una reflexión filosófica sobre los límites y posibilidades del discurso.
En ese universo, cada usuario es un hilo que teje historias, narrativas y verdades propias, pero la desinformación también encuentra su espacio. Zuckerberg, con su promesa de combatir la desinformación mientras relaja las restricciones, parece caminar sobre una cuerda floja: ¿puede un espacio ser verdaderamente libre si no protege a sus participantes más vulnerables?
La defensa de la libertad de expresión que hace el fundador de Meta frente a las restricciones, plantea preguntas fundamentales sobre los límites de lo permisible en una era marcada por la velocidad de la información y la fragilidad de los hechos. Pero, ¿es este un paso hacia una mayor transparencia, o estamos frente a un abismo que amenaza con erosionar aún más la confianza en el espacio público?
El anuncio de Zuckerberg recuerda a un mercado ruidoso donde todas las voces claman ser escuchadas, pero, en el caos, las palabras pierden peso y sentido. La reducción de restricciones promete amplificar las voces individuales, pero también da pie a que las palabras carentes de fundamento se filtren como agua a través de una grieta. Estudios recientes subrayan que la desinformación florece en entornos permisivos, erosionando la credibilidad y sembrando desconfianza entre los participantes de la esfera pública.
En este sentido, el equilibrio que Meta busca entre la libertad de expresión y la moderación de contenido no solo es técnico, sino ético. Es aquí donde el discurso revela su ambigüedad. No se trata únicamente de eliminar restricciones; se trata de definir cómo se protege la verdad en un espacio diseñado para amplificar el ruido.
Las redes sociales, en su aspiración de democratizar la información, han construido puentes y murallas. Son puentes hacia el diálogo global, pero también murallas que encierran comunidades en burbujas de desinformación. En su promesa de combatir este problema, Zuckerberg no detalla cómo se implementarán las medidas concretas para garantizar que la información sea verificada, que las minorías sean protegidas y que la diversidad cultural no sea aplastada por políticas universales.
Esta falta de transparencia puede resultar en un colapso de confianza hacia las plataformas sociales, convirtiéndolas en arenas donde la verdad y la mentira luchan sin árbitros claros. El riesgo no es solo técnico; es humano. Porque cada pieza de desinformación que cruza estas plataformas tiene el potencial de impactar vidas reales, desde la credibilidad de un activista hasta la seguridad de una comunidad vulnerable.
La historia nos ha enseñado que la libertad sin responsabilidad es una ilusión peligrosa. En la esfera pública digital, esta lección adquiere una nueva dimensión. Las plataformas sociales no son solo herramientas tecnológicas; son microcosmos de nuestra sociedad. En ellas, las decisiones empresariales, como las anunciadas por Zuckerberg tienen implicaciones que trascienden lo económico y lo comercial.
En última instancia, el debate sobre la moderación de contenido no puede reducirse a una elección binaria entre libertad y censura. Se trata de un acto de equilibrio que requiere reconocer la complejidad del ecosistema digital. Las plataformas como Meta tienen una responsabilidad única: no solo facilitar la conversación global, sino también garantizar que esa conversación no erosione los valores fundamentales de la sociedad y que la verdad se siga manteniendo como el horizonte de toda comunicación humana.
La propuesta del presidente de EE.UU., que quiere que Egipto y Jordania acojan a los palestinos que huyeron de sus hogares por la guerra, fue rechazada en Gaza.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo que quiere que Egipto y Jordania acojan a los palestinos de Gaza, área que describió como un “sitio de demolición”.
Trump señaló que en una llamada telefónica este fin de semana le había dicho al rey Abdalá de Jordania: “Me encantaría que aceptaras más, porque estoy mirando toda la Franja de Gaza en este momento y es un desastre, es un verdadero desastre”.
El mandatario indicó que planeaba hacer una solicitud similar al presidente de Egipto, el domingo.
La medida “podría ser temporal” o “podría ser a largo plazo”, añadió.
Hamas ha prometido oponerse a cualquier acción de ese tipo, y los comentarios de Trump probablemente indignarán a los palestinos en Gaza, que ven el territorio como su hogar ancestral.
“Nuestro pueblo palestino en la Franja de Gaza aguantó la muerte y la destrucción durante 15 meses… sin abandonar su tierra. Por lo tanto, no aceptarán ninguna oferta ni solución, incluso si parecen ser buenas intenciones bajo el título de reconstrucción, como anuncian las propuestas del presidente estadounidense Trump”, le dijo a la BBC Bassem Naim, miembro de la oficina política de la organización Hamás.
“Nuestro pueblo, así como a lo largo de las décadas, ha impedido todos los planes de desplazamiento y de una patria alternativa, también frustrará esos proyectos”, agregó.
La mayoría de los dos millones de residentes de Gaza han sido desplazados en los 15 meses de guerra con Israel, que ha arrasado gran parte de la infraestructura de Gaza.
Las Naciones Unidas estima que el 60% de las estructuras en Gaza han sido dañadas o destruidas y que podría tomar décadas reconstruirlas.
Trump hizo sus comentarios mientras hablaba con un grupo de periodistas a bordo del avión presidencial Air Force One.
“Estamos hablando de probablemente un millón y medio de personas, y simplemente limpiemos todo eso”, dijo.
“Casi todo está demolido y la gente está muriendo allí. Así que preferiría involucrarme con algunas de las naciones árabes y construir viviendas en una ubicación diferente, donde quizás puedan vivir en paz alguna vez”.
Trump no dio más detalles de la propuesta, y no se hizo referencia al tema en la lectura oficial sobre la llamada de la Casa Blanca.
Cuando se le preguntó sobre los comentarios de Trump, Abu Yahya Rashid, un hombre desplazado en la ciudad sureña de Jan Yunis, dijo:
“Somos nosotros los que decidimos nuestro destino y lo que queremos. Esta tierra es nuestra y propiedad de nuestros antepasados a lo largo de la historia. No la dejaremos excepto como cadáveres”.
Décadas de política exterior estadounidense se han comprometido con la creación de un estado palestino, con Gaza como una parte fundamental. Pero eso es algo que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, rechaza.
Estados Unidos ha mantenido que se opone a cualquier desplazamiento forzado de palestinos de Gaza o de los territorios ocupados de Cisjordania.
“No se les puede ni se les debe presionar para que abandonen Gaza”, dijo en enero del año pasado el secretario de Estado del gobierno de Joe Biden, Antony Blinken.
Según las Naciones Unidas, en Jordania viven más de dos millones de refugiados palestinos, a la mayoría de los cuales se les ha otorgado la ciudadanía.
Son descendientes de algunos de los aproximadamente 750.000 palestinos que huyeron o se vieron obligados a abandonar sus hogares en los conflictos que rodearon la formación de Israel.
Miles de palestinos han huido a Egipto desde que comenzó la guerra con Israel, pero allí no se les reconoce como refugiados.
En octubre de 2023, el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, dijo que rechazaba cualquier desplazamiento forzado de palestinos a la península del Sinaí y que la única solución era un Estado independiente para los palestinos.
Algunos miembros de la extrema derecha de Israel quieren regresar a Gaza y establecer allí asentamientos.
Israel ordenó una retirada unilateral en 2005, con 21 asentamientos desmantelados y unos 9.000 colonos evacuados por el ejército.
El exministro de seguridad nacional, Itamar Ben-Gvir, un político de extrema derecha, dijo que elogiaba a Trump “por la iniciativa de transferir residentes de Gaza a Jordania y Egipto”.
“Una de nuestras solicitudes al primer ministro Benjamin Netanyahu es promover la emigración voluntaria”, escribió en la red social X.
Los comentarios de Trump se producen en momentos en que los palestinos desplazados por la guerra no han podido regresar a sus hogares en el norte de Gaza, debido a las acusaciones formuladas por Israel de que Hamás violó los términos de un acuerdo de alto el fuego, que entró en vigencia el domingo pasado.
“No hay nada allí, no hay vida, todo está demolido. Pero aún así, regresar a tu tierra, a tu hogar, es una gran alegría”, le dijo a la BBC un hombre que esperaba ansiosamente que lo dejaran pasar.
En comentarios separados, también realizados en el Air Force One, Trump dijo que había puesto fin a la suspensión impuesta por Biden frenaba el suministro de bombas a Israel.
“Pagaron por ellas y llevan mucho tiempo esperándolas”, indicó a los periodistas en el Air Force One.
Estados Unidos es el mayor proveedor de armas a Israel, al que ha ayudado en la construcción de uno de los ejércitos tecnológicamente más sofisticados del mundo.
Pero la guerra en Gaza dio lugar a nuevos llamados para que Estados Unidos redujera o pusiera fin a los envíos de armas a Israel, debido al nivel de destrucción causado por las armas estadounidenses en el territorio.
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