Hay días que marcan un sexenio y este martes 5 de noviembre podría definir el rumbo de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum.
En Estados Unidos, el “Súper Martes” definirá si Donald Trump regresa a la Casa Blanca o si el electorado da el poder a Kamala Harris, quien se convertiría en la primera mujer presidenta de una de las naciones más poderosas del mundo.
En México, la Suprema Corte de Justicia de la Nación votará el proyecto de sentencia propuesto por el ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, sobre la constitucionalidad de la reforma judicial y la inminente elección de cargos en ese poder.
Ambas decisiones serán importantes en la definición del rumbo de una gestión que apenas comienza; ambas ponen a prueba los reflejos, la prudencia política y el talante democrático del nuevo gobierno.
Que Donald Trump regrese al poder no es poca cosa. Lo primero que hay que decir es que su sola postulación habla mal de un partido, el Partido Republicano, que fue incapaz de generar un blindaje frente al populismo con tintes fascistas que representa Trump, y habla pésimo de una sociedad que decide premiar sus diatribas dándole una nueva oportunidad de gobernar ese país.
El discurso agresivo de Trump en contra de los migrantes, su intención de revisar el tratado comercial con México y Canadá, sus quejas constantes por la presencia de empresas norteamericanas que deciden invertir y operar en México y no en la Unión Americana, sus políticas proteccionistas, sus posturas ultra nacionalistas y xenófobas, su posición frente a las guerras de Rusia-Ucrania e Israel-Hezbolá y el profundo desprecio que siempre ha demostrado hacia las mujeres (a las que trata como un simple objeto sexual), deberían preocupar bastante al gobierno de Claudia Sheinbaum.
Aunque el canciller Juan Ramón de la Fuente haya dicho en varias entrevistas recientes que a México no le afecta de manera especial el que gane una u otra opción, lo cierto es que las consecuencias del desenlace en el “Súper Martes” norteamericano podrían sentirse de inmediato.
El solo hecho de que Trump sea el puntero en las encuestas y en las casas de apuestas ha puesto nerviosos a los mercados y debilitado al peso mexicano. Muy lejos quedaron los días en los que el dólar llegó a cotizar en menos de 17 pesos.
Hay cuatro fechas clave en el calendario, a las que la administración de Claudia Sheinbaum debería poner atención: una es este martes 5 de noviembre, pues ahí se definirá si es Trump, si es Harris, o si la elección es tan cerrada que no pueda declararse un ganador claro.
En caso de un triunfo de Harris, es previsible que Donald Trump desconozca el resultado, y recurra al expediente del “fraude electoral”, que ensayó en 2020 y para el cual ha preparado su retórica en la actual campaña, y eso complica el escenario.
En caso de que la distribución de los votos no dé una definición clara de ganador, habrá que esperar hasta que el Colegio Electoral haga el conteo oficial y dé su veredicto.
Eso nos lleva a la siguiente fecha que el canciller Juan Ramón de la Fuente ya tiene marcada en su calendario: el 17 de diciembre, cuando los 538 delegados del Colegio Electoral se reúnan para elegir de manera oficial al próximo presidente o presidenta.
Ya en 2020 Trump dio muestras -desde la Casa Blanca- de lo que puede hacer cuando el Colegio Electoral no lo favorece, y este año no será diferente su reacción. Si gana Harris, él desconocerá el resultado, impugnará en tribunales y, lo más peligroso, alentará a sus millones de seguidores a reaccionar.
Eso nos lleva a la tercera fecha clave: el 6 de enero de 2025, cuando el Congreso lleve a cabo la sesión general para certificar los resultados de las elecciones. Hace cuatro años, cuando el Congreso se aprestaba a formalizar el triunfo de Joe Biden, Trump alentó la “toma del Capitolio”, un ataque físico a una de las instituciones de la democracia estadounidense, una acción que llevó el odio engendrado por Trump de la virtualidad de las redes sociales a la realidad; actos por los que el expresidente aún es investigado y enfrenta cargos penales.
Si todo eso se resuelve bien, el 20 de enero de 2025 será la toma de protesta de la nueva presidencia de Estados Unidos. Si Trump regresa a la Casa Blanca, la pesadilla apenas habrá comenzado.
En nuestro “súper martes” mexicano si, como es previsible, ocho ministros deciden votar a favor del proyecto de González Alcántara, la Suprema Corte de Justicia de la Nación habrá modificado la reforma judicial que Morena, el Partido Verde, el PT y un senador del PAN, Miguel Ángel Yunes Márquez, aprobaron en el mes de septiembre.
El proyecto no tira toda la reforma, pues mantiene la elección de ministras y ministros de la propia Corte, las magistraturas del Tribunal Electoral y el nuevo Tribunal de Disciplina Judicial, pero pone a salvo a magistrados de circuito y jueces de distrito, con lo que protege la carrera judicial y da un respiro a cientos de personas juzgadoras que serían cesadas con la reforma.
La sentencia también cuestiona la fase de selección de candidaturas mediante los tres comités de evaluación que ya fueron anunciados y en los que nueve de quince son personajes afines a Morena.
El proyecto de González Alcántara busca una solución intermedia entre la postura radical con la que Morena y aliados aprobaron la reforma (tirar todo por la borda y reinventar de la nada al Poder Judicial “purificándolo”, es decir, pintándolo de guinda), y la postura radical con la que la mayoría de los opinadores, la oposición, académicos y exautoridades electorales han descalificado la reforma y la capacidad del pueblo para elegir a cargos del Poder Judicial.
Es una oportunidad para que Claudia Sheinbaum encuentre una solución a un problema que ha marcado el inicio de su sexenio, ante la cual ha reaccionado -preliminarmente- en sintonía con el radicalismo y la virulencia verbal de sus compañeros de partido que gobiernan el Senado y la Cámara de Diputados.
Se ve difícil, pero la presidenta aún podría corregir el rumbo, tomarle la palabra a la Corte, apostar por la vía intermedia y ahorrarle al país -ahorrarse a sí misma- una crisis constitucional que le costaría muy cara.
También existe la posibilidad de que se mantenga en la línea radical de las duplas Adán Augusto López-Gerardo Fernández Noroña (quienes manejan el Senado) y Ricardo Monreal-Sergio Gutiérrez Luna (líderes en San Lázaro), lo que la llevaría a desconocer la decisión de la Corte e ir al inédito choque de trenes que algunos ya prevén como desenlace fatal de todo este episodio.
Faltan horas para saberlo, cuando la reacción de Sheinbaum ante los dos “Súper Martes” -el nuestro y el de Estados Unidos- marque el rumbo de su sexenio.
Comenzar su gestión con Donald Trump en la presidencia y con una crisis constitucional en casa sería el peor de sus escenarios. Allá no puede hacer nada para evitarlo, aquí sí, y mucho.
El magnate de origen sudafricano parece estar interesado en respaldar a un gobierno que le garantice bajas regulaciones a la innovación.
Zander Mundy estaba en medio de un día corriente en su oficina cuando escuchó la noticia: el multimillonario tecnológico Elon Musk estaba hablando en una escuela cercana en la localidad de Folsom, en el estado de Pensilvania.
“¿Cuándo viene a la ciudad el hombre más rico del mundo?”, recuerda haber pensado.
Con una población de poco menos de 9.000 personas, Folsom es un lugar tranquilo. Sus residentes evitan hablar abiertamente sobre política y los carteles de propaganda en los jardines son escasos y espaciados.
Mundy, de 21 años y quien trabaja como agente inmobiliario en un complejo de apartamentos, admite que no tenía previsto votar en las elecciones de noviembre.
Sin embargo, una vez que vio que al acto de Folsom acudía tanta gente, decidió ir también para conocer a Musk.
Mundy se inclina más por Donald Trump que por Kamala Harris para las elecciones del 5 de noviembre.
“[Si] alguien así te dice que estas son las elecciones que van a decidir nuestro futuro, no sólo debido a quién será el presidente durante los próximos cuatro años, sino por cómo será el mundo, creo que eso es enorme”, dijo a la BBC.
“Eso importa, es significativo”.
Musk, quien antes cultivaba una imagen de genio tecnológico excéntrico que estaba al margen de la política, ahora promete lealtad absoluta a Trump.
A plena vista del público estadounidense, el magnate sudafricano de 53 años ha invertido su tiempo, sus conocimientos operativos y su amplio bolsillo en intentar que el republicano sea elegido, una rareza entre la élite empresarial de Estados Unidos, que tradicionalmente prefiere influir en la política detrás de bastidores.
Es un enfoque radicalmente diferente al de los directores ejecutivos tradicionales, muchos de los cuales han sido más conocidos por celebrar cenas costosas y exclusivas para recaudar fondos o recibir a donantes potenciales en casas lujosas.
Por ello, la estrategia de Musk ha llevado a los analistas a hacer preguntas sobre sus motivaciones.
El enfoque político tradicional de los ejecutivos es “no estar en el centro de atención del público”, explica Erik Gordon, presidente del departamento de emprendimiento de la Escuela de Negocios Ross de la Universidad de Michigan.
“Musk lo hace en voz alta y con orgullo, y, por lo tanto, tal vez se convierte en un pararrayos”, añade.
America PAC, el comité de acción política de Musk que apoya a Trump, ya ha invertido más de US$119 millones en esta campaña electoral, según la organización sin fines de lucro Open Secrets.
Además, sus contribuciones convierten a Musk en uno de los mayores donantes individuales en la carrera presidencial. Estos aportes cumplen un papel vital en la campaña puerta a puerta de Trump en estados indecisos claves, donde la campaña busca movilizar a los votantes.
Steve Davis, un lugarteniente de Musk que ha trabajado para sus empresas, incluidas X, SpaceX y Boring Company, ha sido reclutado para ayudar en ese esfuerzo.
La inversión personal de Musk en la campaña es algo que Mundy notó rápidamente.
“Eso fue impactante para mí, que alguien realmente gaste tanto tiempo y dinero para influir en los votantes. Eso significa que lo hace por una razón”.
Algunos demócratas, como el senador de Pensilvania John Fetterman, llaman a su partido a no ignorar la amenaza que plantea Musk antes de las elecciones.
Fetterman cree que Musk atrae a un grupo demográfico de personas que lo ven como “innegablemente brillante” y entre quienes los tradicionales esfuerzos demócratas de acercamiento han resultado difíciles.
Desde que respaldó por primera vez a Trump tras el intento de asesinato en Butler, Pensilvania, el 13 de julio, Musk se ha convertido en un actor habitual de la campaña electoral, en la que a menudo advierte que sólo el expresidente puede “salvar” la democracia estadounidense.
En los últimos días de la carrera, Musk recorrió Pensilvania, un estado clave tanto para Trump como para Kamala Harris.
America PAC ahora reparte US$1 millón cada día, hasta la jornada de las elecciones, a un votante de forma aleatoria y sin importar su afiliación partidista, siempre que se haya registrado para votar y firme una petición.
En eventos organizados en los ayuntamientos de Harrisburg y Pittsburgh durante el fin de semana, por ejemplo, Musk entregó cheques gigantes como los de lotería a los ganadores, con multitudes entusiastas coreando el nombre de “Elon”.
Sin embargo, algunos cuestionan su motivación y sugieren que Musk y sus empresas se beneficiarán de la relación con Trump.
Uno de ellos es Matt Teske, director ejecutivo de la plataforma de carga de vehículos eléctricos Chargeway. En su opinión, el cambio político de Musk, fundador de Tesla, ha sido difícil para muchos en la industria de los vehículos eléctricos, pero no sorprende después de varios años de volverse cada vez más activo en el ámbito político.
“Creo que los intereses de Musk se centran, predominantemente, en un puñado de cosas que son importantes para él relacionadas con sus negocios, y las regulaciones gubernamentales son algo sobre lo que ha mostrado su preocupación”, dice.
Tesks señala que Musk “rechazó fuertemente” las restricciones implementadas durante la pandemia en California y a partir de ahí se alejó de los demócratas y se acercó a Trump.
El profesor Gordon, de la Universidad de Michigan, está de acuerdo. Dice que Musk se ve a sí mismo como alguien que ha sido frenado por los reguladores y siente que la intervención del gobierno ha sofocado el desarrollo de las tecnologías en las que se centra, como la conducción autónoma.
“Quiere estar en la frontera, un empresario salvaje que pueda abrir nuevos caminos y no quedarse estancado por las regulaciones, que tienden a retrasar 5, 10, 20 años los avances tecnológicos”, advierte.
“Musk quiere ir por el otro lado”, añade. “Quiere ir a Marte”.
Si gana en noviembre, Trump ha sugerido que Musk podría supervisar la “reducción de costos” en el gobierno estadounidense. Incluso si no hace exactamente ese trabajo, Musk estaría cerca de Trump gracias a su apoyo durante la campaña, creen los analistas, y podría tener una fuerte influencia en la toma de decisiones en su gobierno.
Musk ha dicho que estaría abierto a la idea de liderar un “departamento de eficiencia gubernamental” para poner fin al “estrangulamiento” de Estados Unidos por las leyes.
Esa posición, dicen los demócratas, podría presentar un complejo conflicto de intereses, dados los miles de millones de dólares en contratos gubernamentales que Musk ha recibido para SpaceX y Tesla.
“Eso es profundamente poco ético e ilegal”, afirma Lenny Mendonca, exasesor económico y empresarial del gobernador de California, Gavin Newsom.
Mendonca cree que aquellos con relaciones gubernamentales y regulatorias entrelazadas “pueden tener voz”, pero no deberían estar en una posición de autoridad sobre esos mismos intereses.
Lawrence Noble, antiguo asesor general de la Comisión Federal Electoral, ha cuestionado la legalidad de los premios de Musk en la campaña electoral.
Noble cree que esta forma de hacer campaña debería preocupar a los estadounidenses que valoran los entornos laborales seguros y la protección del consumidor.
“Sabemos lo que hacen las empresas cuando se las deja a su suerte. Ponen las ganancias y el valor para los accionistas y la compensación de los directores ejecutivos por encima de la seguridad, y de alguna manera descartan los problemas de seguridad como un costo de hacer negocios”, le dice a la BBC.
“Es peligroso tener a cargo de la seguridad a alguien que ve los negocios y al gobierno de esa manera”, añade.
Para Musk, a quien le encanta ser un agitador y un renegado, no hay duda de que sus lucrativas relaciones con el gobierno de Estados Unidos continuarán, sin importar el resultado de las elecciones de noviembre.
Pero su marca y su reputación ahora están ligadas a las de Donald Trump y él lo sabe.