Al grito de “no al dedazo”, un grupo de personas se manifiesta en las rejas del Instituto Nacional Electoral. Exigen piso parejo y que el presidente no meta las manos en la contienda. Lanzan consignas en contra de Claudia Sheinbaum y denuncian que los Servidores de la Nación son utilizados para hacer proselitismo. Un hombre grita con histeria: “¡no robar, no engañar y no traicionar al pueblo!”. No son simpatizantes del PAN, PRI o PRD, pero exigen al gobierno de Andrés Manuel López Obrador sacar las manos de las elecciones. Las mujeres y hombres que irrumpen en la sede del INE son simpatizantes de Marcelo Ebrard, y la dureza de su discurso en contra del presidente contrasta con su supuesta militancia en Morena.
Media hora después de ellos, llega al INE el excanciller Marcelo Ebrard, cuya tranquilidad también contrasta con los gritos rabiosos de sus huestes.
Cualquiera diría que Ebrard va a aprovechar su viaje hasta el sur de la Ciudad de México para denunciar ante las autoridades correspondientes el uso de recursos públicos para favorecer a una de las aspirantes a la Presidencia de la República, pero no. En realidad va a entregar a la Oficialía de Partes un comprobante bancario por diez mil pesos, correspondiente a una multa que le fue impuesta por una queja en su contra presentada por Movimiento Ciudadano.
Sin embargo, Ebrard habla poco de eso ante la prensa y mucho de sus quejas por lo que está pasando en el proceso de selección de la Coordinación de la Defensa de la Transformación.
En el rosario de irregularidades incluye la proliferación de anuncios espectaculares en carreteras y avenidas del país para promover la imagen de Sheinbaum; la interferencia de gobiernos estatales y municipales en favor de la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México y el uso de los miles de Servidores de la Nación para promover a la favorita de la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel.
Muchas veces la oposición ha advertido que ese ejército de “servidores” fue creado al inicio del sexenio como una estructura electoral al servicio de Morena. Se trata de los funcionarios encargados de levantar los registros para los padrones de los programas sociales, entregar las tarjetas del Bienestar y promover las acciones del Gobierno.
Según denuncian Ebrard y sus simpatizantes, Ariadna Montiel los está poniendo al servicio de la exjefa de Gobierno, pues aprovechan sus recorridos y visitas domiciliarias para decirle a la población que Claudia es la favorita de AMLO.
Además, se les acusa de repartir folletos impresos con la leyenda #EsClaudia, de bajar mantas y borrar bardas que promueven a Marcelo.
La denuncia es muy grave, y es tan sólo un pequeño preámbulo del polémico papel que jugarán esos ejércitos de promotores -que recorren el país con la chequera de miles de millones de pesos de programas sociales- en el proceso electoral de 2024.
Esa misma tarde, al salir del INE, Ebrard se encuentra a un grupo de brigadistas con cubetas de pintura blanca borrando una barda suya sobre avenida San Fernando, para repintar la pared con la leyenda #EsClaudia.
“Oye, ¿por qué estás borrando mi barda?”, pregunta Ebrard a los trabajadores que, evidentemente, sólo cumplen lo que “alguien” les ha ordenado.
A esas mismas horas, el senador Ricardo Monreal le echa un cable a Marcelo, renunciando a su propuesta de casa encuestadora para que entre una de las que propuso el excanciller, con lo que se conjura la posibilidad de un rompimiento por el desacuerdo con la selección de las empresas que harán las cuatro encuestas espejo de las que saldrá la candidatura presidencial de Morena.
En la penúltima semana del proceso interno de Morena, Marcelo Ebrard ha optado por presionar al dirigente Mario Delgado y, de algún modo, al presidente López Obrador.
Sus denuncias lo colocan en el filo de la navaja, pues gana protagonismo en las portadas de periódicos, menciones en redes sociales y programas de radio, pero también agita las aguas de un proceso que en el que el líder había ordenado no atacarse.
Ebrard crece, pero también aumentan las posibilidades de que sea repudiado por el ala más radical de Morena, en donde ya se cruzan apuestas: ¿el excanciller admitirá su derrota? ¿Será capaz de impugnar el proceso y dejarlo en manos del odiado (por Morena y el presidente) Tribunal Electoral? ¿Se irá del partido?
El aspirante está maniatado, pues hace 60 días firmó una carta compromiso que le impediría desconocer el resultado de las encuestas.
Ebrard podría argumentar que, en el documento firmado el 11 de junio, los aspirantes también se habían comprometido a no beneficiarse de recursos públicos y estructuras de gobierno. Pero escalar su reclamo fuera de la dirigencia de Morena lo obligaría a romper con López Obrador, que no aceptaría que la decisión sobre su posible sucesora dependa de una resolución de las autoridades electorales a las que ha repudiado durante todo su sexenio.
Si impugnar y buscar que se limpie el proceso no es opción para Ebrard, su único camino sería el rompimiento, y colocarse como un posible candidato, ya no del frente opositor, sino de Movimiento Ciudadano. Pero eso provocaría su destierro del lopezobradorismo y, muy probablemente, el uso del aparato oficial para desacreditarlo, investigarlo, abrirle expedientes.
Queda una semana para que concluyan los recorridos y las asambleas informativas; después del domingo 27, se levantarán las encuestas para determinar quién gana. En la semana decisiva, Ebrard seguirá estirando la liga, mientras Sheinbaum parece dispuesta a apretar el paso, con alcaldes y gobernadores operando para llenarle plazas y auditorios.
La legitimidad de su candidatura dependerá del reconocimiento de sus rivales, después de un proceso en el que fueron evidentes los apoyos de autoridades y de instancias partidistas para allanarle el camino.
La unidad dependerá de que los vencidos acepten los premios de consolación que ha dispuesto el presidente: la coordinación de Morena en la Cámara de Diputados, para Adán Augusto López; la jefatura de Gobierno, para Ricardo Monreal, ¿y el Senado para Ebrard?
A sus 63 años, Marcelo sabe que ésta es su última oportunidad. Ya en 2011 se hizo a un lado, cuando las encuestas del PRD indicaron que López Obrador fuera el candidato en los comicios de 2012, y volver a esperar lo convertiría en un candidato de 69 años en 2030.
Ahí su dilema: ¿aceptar que no es el favorito del presidente y resignarse a ver otra vez los toros desde la barrera? ¿O arriesgar todo en una candidatura opositora?
Durante siglos, las pastoras wakhi de Pakistán viajaron a remotos campos de montaña para dar de pastar a sus rebaños. Los ingresos generados fueron fundamentales para transformar su comunidad.
Ayudaron a pagar la atención médica, la educación y el primer camino construido para salir de su valle y conectar con el resto del mundo.
Pero esta forma de vida está desapareciendo.
La serie 100 Mujeres de la BBC se unió a ellas en uno de sus últimos viajes a las regiones de pastoreo.
Nuestro trayecto hasta los pastizales del Pamir es traicionero. Los empinados senderos de montaña serpentean y se retuercen: un paso en falso y se acabó.
Las mujeres silban y gritan a las ovejas, a las cabras y a los yaks para evitar que se desvíen de los estrechos senderos y caigan por la ladera de la montaña.
“Antes había mucho más ganado que ahora”, dice Bano, de unos 70 años. “Los animales saltaban de aquí para allá y desaparecían. Algunos regresaban y otros no”.
En años pasados, cada verano decenas de pastoras wakhi hacían este viaje a través de las escarpadas montañas del Karakoram, en el noreste de Pakistán, con sus hijos pequeños a la espalda.
Entonces dejaban a los hombres en casa para trabajar en el valle de Shimshal.
Hoy en día sólo quedan siete pastoras.
Caminamos ocho horas al día bajo la lluvia, la nieve y un calor abrasador. El viaje que antes les tomaba a las mujeres tres días, a nosotros nos lleva cinco.
Las pastoras, aunque ancianas, siempre van muy por delante del resto mientras nos aclimatamos a la altura.
La amenaza de deslizamientos de tierras está siempre presente y el ruido sordo de los cascos de las ovejas vibra en el suelo, haciendo caer rocas y polvo.
En el pasado era aún más difícil. Antes las pastoras no contaban con chaquetas térmicas ni calzado apropiado para caminar por este terreno.
“Solíamos usar túnicas sencillas. Íbamos descalzas y caminábamos así sobre el hielo”, dice Annar, de 88 años.
Afroze, que ahora tiene 67 años, recuerda haber sido la primera mujer del valle en conseguir un par de zapatos.
“Mi hermano me regaló dos pares cuando me casé”, cuenta. “La gente solía venir sólo para verlos. A menudo los tomaban prestados, junto con mi vestido, para las bodas”.
Cuando finalmente llegamos a Pamir, a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar, los exuberantes pastos verdes aparecen ante nosotros y los arroyos de reluciente agua glacial se abren paso a través del paisaje, rodeados de escarpados picos cubiertos de nieve.
“Hemos caminado por estas tierras junto a nuestras madres y abuelas. Y como nosotras, ellas eran pastoras, batían mantequilla y hacían yogur“, evoca Annar, mientras las mujeres cantan y bailan.
Un grupo de 60 casas de piedra, abandonadas y cerradas, dan pistas de un estilo de vida en desaparición.
Al ser la pastora de más edad, Annar besa la puerta de uno de los ranchos, dice una oración y entra llevando una hornilla con hojas ardiendo.
“Nuestros mayores nos enseñaron a utilizar la planta spandur. Nos dijeron que la tuviéramos siempre cerca, ya que aleja los problemas”, dice mientras se asegura de que el humo toque a todos los animales.
En el pasado, para ahuyentar a los lobos y leopardos dormían en los tejados, incluso en las condiciones climáticas más adversas. También fabricaban trampas y quemaban hogueras.
“Por la noche estaba completamente oscuro”, expone Annar, “no teníamos luz ni antorchas y ni siquiera veíamos lo que habíamos perdido hasta la mañana siguiente”.
También recuerda momento muy duros. Como cuando un verano enterraron a 12 niños en los pastizales. Entre ellos estaban su hijo y su hija.
Y es que en las montañas no había médicos ni centros de salud.
“Me quedé con las manos vacías, así como ahora”, suspira Annar, abriendo y cerrando los puños, sintiendo todavía el dolor de hace casi 60 años.
Con el paso de los años, las pastoras se convirtieron en exitosas empresarias.
“Recolectábamos leche de los animales para hacer yogur y productos lácteos. Esquilamos las ovejas e hicimos cosas para llevar al pueblo”, dice Bano.
La comunidad wakhi dependía del trueque y, a cambio de sus productos, la gente construía chozas y casas para las mujeres.
Afroze ganó lo suficiente para construir dos casas, una en Shimshal y otra más lejos, en Gilgit, la ciudad más cercana.
“He ganado mucho con este lugar”, dice con orgullo. “Pagó las bodas de mis hijos. Pagó su educación”.
La combinación del pastoreo de las mujeres y la agricultura de los hombres supuso un punto de inflexión para toda la comunidad, que estuvo desconectada del resto del mundo hasta principios de la década de 2000.
Las dos actividades ayudaron a financiar la única carretera que sale del valle de Shimshal y que une el pueblo con la autopista Karakoram que se extiende entre Pakistán y China.
Los viajes que antes duraban días se redujeron a horas y la vida se transformó. Hubo un mejor acceso a la atención médica y la educación y surgieron nuevas ideas.
El hijo de Bano, Wazir, lleva ahora una vida muy diferente. Dirige una empresa turística que organiza excursiones de senderismo, montañismo y visitas culturales.
“Nuestras prioridades cambiaron cuando se abrió la nueva carretera”, afirma. “Fue entonces cuando comencé mi negocio”.
Fazila, de 24 años, es propietaria de la primera casa de huéspedes en el valle de Shimshal, que su padre construyó antes de fallecer.
Su madre es pastora, aunque su mala salud le impidió ir a los pastizales este año.
“Nuestras madres nos animaron a centrarnos en los estudios en lugar de pastorear. Nos dijeron que lo hiciéramos para no pasar las mismas dificultades que ellas“, explica.
“Tenemos la libertad de hacer lo que queramos. Si no hubiera seguido mis estudios, estaría viviendo la misma vida dura que ellas. El ciclo habría continuado“.
Mientras conduce su jeep por las escarpadas montañas, Wazir está de acuerdo: “Gracias a nuestras madres tenemos médicos, ingenieros y muchos otros profesionales”.
Sentadas juntas compartiendo recuerdos, las pastoras ancianas están felices de ver que sus hijos están bien, pero hay un matiz de tristeza porque los viajes a los pastos del Pamir ya no son viables.
“El pastoreo es más que un trabajo. Sentimos un fuerte vínculo con Pamir. Es hermosa como una flor. Es nuestro tesoro“, dice Afroze.
Y mientras Annar camina lentamente hacia el cementerio donde enterró a sus hijos, sus ojos se llenan de lágrimas.
“Quiero morir en Pamir para poder ser enterrada junto a mis hijos”, dice. “Cuando vuelvo a los pastizales, vuelvo a ellos”.
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