Cuando nació Nicolás me di cuenta de que mi “ser madre” se había vinculado estrechamente con mi “ser hija”. Aunque ningún rol determina al otro, ambos se sujetan, a veces para bien y otras no tanto. Cuando tenemos hijos, si bien nos va, se nos ilumina el corazón y agradecemos lo que mamá y papá (si es que hubo) hicieron por nosotros a lo largo de nuestra vida, especialmente durante la infancia y adolescencia. Reconocemos lo complejo, demandante y desafiante que es criar.
Nos damos cuenta de lo que significa ser madre hasta que somos madres. Empatizamos, sin duda, pero también notamos con mayor claridad la diversidad de la maternidad: para algunas mujeres ser madre es poner el cuero de por medio, para otras no tanto. Para algunas es replicar lo aprendido, para otras es evitarlo. Para algunas solo se trata de sobrevivir: al mundo, a ellas mismas. Ser madre es voltear a ver a tu madre y a tu padre. Y reescribir tu historia a partir de mirarles distinto, no como héroes sino como seres humanos.
Conectar las memorias de la infancia con la experiencia de la maternidad puede ser una experiencia agridulce. Así como al convertirnos en madres se nos ilumina el corazón de gratitud, al ejercer la maternidad se nos encienden algunos cuestionamos sobre nuestras carencias emocionales: de dónde vienen y cómo se instalaron.
Durante estos últimos años me han surgido inquietudes, reclamos e incomodidades que han requerido ser trabajados (o de menos atendidos) sin hacer a mi madre y padre parte del proceso, porque ya no son la misma madre ni el mismo padre. Ya no somos el mismo río. En esta etapa adulta que nos ha alcanzado a los tres, cada uno es responsable de su propio cauce, aunque a veces nademos juntos o por lo menos cerca. Este desprendimiento ha sido elemental para comprender, perdonar y construir una historia diferente con mi hijo, que también integre los anhelos de mi propia infancia.
El perdón hacia arriba, hacia los padres, no se trata de una actuación espiritual magistral, sino de un acto racional que implica la aceptación del dolor en los momentos de mayor vulnerabilidad (cuando somos niños). Supongo que para perdonar hay que comprender y para comprender hay que estar en el mismo lugar. Si la maternidad no trae consigo la comprensión de las decisiones de nuestros padres, entonces el ejercicio de perdón se transforma en aceptación: aceptación de que una es quien es gracias a ella y a él; y la aceptación de que una vez reescrita nuestra historia, es hora de dejar de mirar tanto hacia arriba, hacia lo que fue y no fue, y continuar tejiendo, hacia abajo, hacia los lados y hacia el infinito, lo complejo, demandante y desafiante que es criar.
Ecuador vive una de las peores sequías de los últimos 50 años, lo que ha conducido a una serie de apagones que tienen en una situación crítica al país.
Liz Orozco tiene miedo. Desde que empezaron los racionamientos de energía de 12 a 14 horas diarias en Ecuador el 18 de septiembre, el traslado de su oficina en el norte de Guayaquil hacia Durán, una de las ciudades más peligrosas del mundo, se ha vuelto un calvario.
“Caminar sola es horrible, he visto robos”, comenta. Durán es un territorio de guerra de pandillas.
Hasta octubre de 2024, las muertes violentas en esa zona de la costa ecuatoriana superaban las 400, un aumento del 59% en comparación con 2023, de acuerdo con el think tank internacional InSight Crime.
El país, que sufre los estragos del crimen organizado, ahora también enfrenta una crisis energética que lo obliga a apagarse la mitad del día.
Este escenario es “el resultado de una crisis de gestión que Ecuador lleva arrastrando por décadas”, sostiene Jorge Luis Hidalgo, uno de los expertos en energía más respetados del país.
Ecuador enfrenta un déficit energético de 1.080 megavatios, un 20% de su capacidad de generación.
Aunque el gobierno ha intentado atribuirlo a la “grave falta de lluvias”, Hidalgo subraya: “No se trata de una simple sequía. Es un problema estructural que no se resolverá a corto plazo”.
El 90% de la energía en Ecuador depende de las centrales hidroeléctricas, pero Hidalgo sugiere que el país debe diversificar sus fuentes.
“Ecuador tiene un poderoso potencial hídrico, una ubicación en la línea ecuatorial ideal para aprovechar el sol, y recursos como biomasa, volcanes para geotermia, gas natural y viento”, explica.
“Hay una enorme oportunidad en Ecuador, pero también una muy mala gestión que no se solucionará a corto plazo”.
A pesar de la adversidad, los ecuatorianos han tenido que adaptarse.
En el trabajo de Liz Orozco, por ejemplo, una constructora en Guayaquil, el edificio ha instalado generadores de energía diésel. “Es una orquesta a la que te tienes que acostumbrar”, describe.
El gerente de la empresa, Guillermo Jouvin Arosemena, dice que cada generador representa un gasto de diésel de unos US$8.000 por semana, sumado al mantenimiento mensual que puede llegar hasta US$550, dependiendo del equipo.
“La crisis energética está afectando en todos los sentidos”, afirma Jouvin. “El costo de inversión y mantenimiento no estaba previsto y está encareciendo las construcciones. No todas las empresas tienen capacidad para invertir”.
Este primer semestre de 2024, el sector de la construcción registró una caída del 17% en comparación con 2023. “Fue el sector más afectado de la economía ecuatoriana”, concluye.
El impacto también se siente en otros sectores.
Este viernes, Mónica Heller, presidenta de la Cámara de Comercio de Quito, dijo en una entrevista que solo en los últimos dos meses las pérdidas en el sector industrial alcanzaron los US$4,000 millones y en el sector comercial, US$3.500 millones, lo que ha derivado en numerosos despidos.
“Estos cortes de energía son devastadores para el comercio y la industria”, asegura Heller. “Estamos viendo un impacto directo en los ingresos y en el empleo”.
Se pierden empleos, dinero, y también se arriesgan vidas. Fabricio Palma, paciente renal de 54 años que vive en el suroeste de Guayaquil, ha visto su tratamiento afectado.
“Normalmente son cuatro horas de diálisis por sesión, pero ahora solo me hacen tres horas”, cuenta. En una sesión reciente de madrugada, Palma presenció la muerte de un paciente.
“Los doctores dijeron que el cuerpo reacciona diferente cuando la diálisis se hace de noche”.
La crisis también se refleja en el caos vial. Christian Calvache, agente de tránsito en Guayaquil, relata el desgaste de intentar regular el tráfico sin semáforos.
“El desgaste es tanto físico como emocional. Termino el turno con dolores de cabeza y la paciencia agotada”, confiesa Calvache.
La ciudad cuenta con más de 1.100 intersecciones semaforizadas, algunas de las cuales tienen sistemas de alimentación con baterías, pero “muchas no aguantan cuatro horas de corte”, reconoce.
Calvache insta a los conductores a tener paciencia, pero admite que “la falta de empatía es evidente”.
Allen Panchana y Daniela Sangurima, una pareja de esposos con tres hijas, han adoptado medidas para proteger a su familia. Viven en un conjunto residencial cerrado en Samborondón, una ciudad vecina a Guayaquil.
Pero los cortes los afectan diariamente.
“No podemos cocinar ni usar agua potable cuando no hay energía porque la cocina es de inducción y las bombas de agua necesitan motor. Durante los cortes, nos toca volver al siglo 18 y agarrar una jarrita”, comenta Allen.
Daniela añade que la crisis afecta la rutina de sus hijas. “Las inscribimos en actividades para que no sientan el estrés de esta situación, que nadie debería normalizar”, expresa.
Sin embargo, admite que la falta de energía altera su descanso y hace que sus hijas se despierten agotadas.
Cuatro ministros han pasado por la cartera de Energía en el último año del gobierno de Daniel Noboa.
Uno de ellos enfrenta actualmente un juicio político. Inés Manzano, la actual ministra, ha prometido medidas a corto plazo, como la compra de energía a proveedores privados, pero la percepción general es que estas llegan tarde y de manera desigual.
Hasta el 17 de septiembre, los cortes serán de 12 horas. En esa fecha, el Ministerio de Energía decidirá si se mantienen o aumentan, dependiendo de las lluvias.
Desde varios sectores, se anuncian movilizaciones, con ciudadanos cansados que llaman a “apagar las velas y encender la llama de la organización”.
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