En uno de mis recorridos por el estado de Guerrero me encontré con un señor como de 40 años de edad, que desde septiembre del año pasado se dedica a buscar fosas, esas de las que está plagado el estado. Fosas de cuerpos humanos y desaparecidos.
“Yo sé distinguir si son restos humanos y sé detectar las fosas”, dice. Prefiere andar solo porque así se siente en libertad de moverse para donde él quiera, para donde va viendo rastros. Nadie le paga, y no sólo eso, sino que tuvo que salir de su pueblo e irse a vivir a Iguala, porque “ya me tenían bien amenazado”, afirma. Así que con todo y su familia tuvo que irse a rentar un cuarto a la ciudad y abandonar su casa. Me pide que no revele su nombre ni el de su pueblo “por mi seguridad”.
[contextly_sidebar id=”tNeEwadxzWiRhQZfsZ1UXFqPR2rsxmhC”]“Si encuentro algo voy y le digo a las familias de los desaparecidos, y ellos avisan a la PGR”. Cuenta que cuando llega la PGR sólo lo dejan escavar hasta que se ven los cuerpos o lo restos, y entonces “luego luego me quitan y ya siguen ellos, después se los llevan”. Según dice, han encontrado algunos cuerpos con identificaciones, pero no les avisan a sus familiares, sino simplemente se llevan los cuerpos.
Él es albañil, trabaja en la construcción, pero cada vez que puede o cuando familiares de los desaparecidos se lo piden porque tienen algún indicio o información, emprende la búsqueda aunque pierda el día de trabajo, sin importar que no le paguen.
Empezó buscando a los 43 de Ayotzinapa, pero siguió cuando empezaron a aparecer más restos. Si bien han encontrado muchos cuerpos, pocos han sido identificados. Cuando le pregunto el por qué lo hace, responde: “porque me siento contento cuando la gente encuentra a su familiar, porque si viera que se ponen bien alegres”.
No puedo más que pensar en qué clase de país vivimos y a qué grado de deterioro ha llegado nuestra sociedad, que hay personas que ha sido tal su sufrimiento que se ponen alegres cuando encuentran los restos, calcinados, o dispersos, o con signos de tortura de sus seres queridos. Sólo me queda creer que mientras existan héroes anónimos como este señor, todavía hay esperanza.
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