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Otra amenaza para la democracia: deepfakes y mentiras desde el poder
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Otra amenaza para la democracia: deepfakes y mentiras desde el poder

Aunque los deepfakes y las mentiras oficiales parecen ser estrategias diferentes, ambas buscan crear una realidad paralela que socava la capacidad de la ciudadanía para distinguir la verdad de la mentira o la falsedad.
22 de octubre, 2024
Por: Claudia Calvin

¿Alguien duda el rol de la desinformación en esta era digital? Deepfakes, como el video falso de Volodymyr Zelensky pidiendo a las tropas ucranianas rendirse durante la invasión rusa, son una muestra alarmante de cómo la inteligencia artificial (IA) puede distorsionar la realidad para manipular a la población.

Esta realidad y sus múltiples posibilidades han dado lugar a un nuevo tipo de guerra informativa en donde los gobiernos autoritarios han perfeccionado una versión más tradicional de este fenómeno: la mentira institucionalizada.

Nicolás Maduro, en Venezuela, ha recurrido a falsedades repetidas para legitimar su mandato, distorsionando la narrativa sobre la crisis económica, el éxodo migratorio y las sanciones internacionales y, qué decir, sobre las recientes elecciones en el país. López Obrador, en México, popularizó la frase “yo tengo otros datos”, desafiando constantemente las cifras oficiales (sí, las de su propio gobierno y ni qué decir de los datos de otras fuentes confiables) y debilitando la confianza en las instituciones democráticas.

Aunque los deepfakes y las mentiras oficiales parecen ser estrategias diferentes, ambas buscan crear una realidad paralela que socava la capacidad de la ciudadanía para distinguir la verdad de la mentira o la falsedad. Cuando las autoridades promueven versiones distorsionadas de la realidad y al mismo tiempo desmantelan instituciones de transparencia –como ha sucedido en México con la búsqueda de desaparición del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, aunque el discurso oficial diga que  “el hecho de que desaparezca el INAI (como parte de la reforma constitucional de los órganos autónomos) no significará el fin de la transparencia en el país”– la realidad es que la ciudadanía queda vulnerable y a la deriva ante una versión única y controlada de los hechos y la información.

Este tipo de desinformación afecta a todos los niveles de la sociedad, desde lo local hasta lo internacional y, evidentemente, no reconoce fronteras. El 2024 ha sido uno de los años con más procesos electorales en la historia y ha sido también un terreno fructífero para que los adversarios políticos en distintas latitudes hagan uso de la IA para sumarse a la guerra de la desinformación y el engaño. Según el German Marshall Fund, los deepfakes representan un riesgo creciente en procesos electorales, como lo demostró la reciente manipulación en las elecciones de Eslovaquia, donde un video alterado buscaba desacreditar a los candidatos. La manipulación de la verdad no sólo debilita la democracia interna, también alimenta la desconfianza internacional.

Es una paradoja el hecho de que la misma tecnología que alimenta los deepfakes pueda convertirse en una herramienta clave para combatir la desinformación. Empresas tecnológicas y organismos internacionales están desarrollando herramientas de verificación que permiten identificar deepfakes y contenido falso en tiempo real. Por ejemplo, algoritmos avanzados ahora pueden detectar irregularidades en los videos, como patrones de parpadeo artificial o movimientos faciales inconsistentes.

En este contexto resulta necesaria la colaboración internacional para crear marcos regulatorios, acciones y medidas que limiten el impacto de los deepfakes y promuevan la transparencia. La colaboración en sí ya es un reto en un mundo en el que la polarización y las acciones unilaterales se han convertido una constante en los últimos años. Países como los Estados Unidos y miembros de la Unión Europea han comenzado a debatir regulaciones que obliguen a las plataformas tecnológicas a etiquetar contenido alterado y penalizar a quienes lo difundan con fines maliciosos. Es importante seguir esta discusión de cerca.

Siempre lo he dicho, la parte más importante del desarrollo tecnológico y las brechas es el componente no tecnológico: el humano. La alfabetización tecnológico-mediática es crucial para preparar a la ciudadanía ante esta nueva realidad. Educar a las personas para que reconozcan la manipulación digital y exigir transparencia a los gobiernos es uno de los primeros pasos para fortalecer nuestras democracias en la era de la posverdad.

En la era digital y en un mundo hipercontectado no sólo la verdad está en juego, están en riesgo la libertad y la democracia. La tecnología y su capacidad para ser usada como herramienta al servicio de la desinformación, aunada a  las mentiras sistemáticas desde los gobiernos, son una combinación peligrosa y que juega a favor del autoritarismo y el populismo (no importa que sean de derecha o de izquierda, del norte o del sur global).

En un mundo de mentiras y verdades falsas o a medias, la transparencia resulta necesaria para fortalecer la democracia y como contrapeso al control de los gobiernos que están llegando al poder despreciando el andamiaje institucional que les llevó a ese lugar, y que buscan desaparecer para perpetuarse en él. Es el uso que se hace de la tecnología el que hace la diferencia y es necesario articular alianzas y colaboración internacional entre gobiernos y empresas para informar a la ciudadanía y evitar la construcción de una distopía en la que la mentira institucionalizada desde el gobierno se convierta en la única alternativa informativa.

Se puede vivir con mentiras y desinformación, pero eso no es democracia.

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Imagen BBC
¿Realmente Donald Trump podría deportar a un millón de migrantes indocumentados como propone?
9 minutos de lectura

La propuesta del expresidente tiene enormes implicaciones legales, financieras y logísticas. Los defensores de los migrantes también advierten de los costes humanos.

18 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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Donald Trump ha prometido que, de resultar reelegido presidente, deportará masivamente a aquellos que no tienen permiso para permanecer en Estados Unidos.

Mientras su campaña ha respondido de distintas formas a la pregunta de cuántos podrían terminar siendo expulsados, su compañero de fórmula, el aspirante republicano a vicepresidente JD Vance, dio una cifra concreta durante una entrevista con la cadena de televisión ABC.

“Empecemos con un millón de personas. Ahí fue donde Kamala Harris falló y a partir de ello podemos nosotros comenzar a trabajar”, señaló el senador por el estado de Ohio.

Pero aunque la idea ya forme parte de las propuestas de la plataforma electoral de Trump —bajo el lema “¡Deportaciones masivas, ahora!”—, los expertos advierten que expulsar del país a tantas personas implicaría una serie de desafíos legales e incluso prácticos.

Y los defensores de los migrantes también han advertido sobre el significativo costo humano de las deportaciones, con familias separadas y operativos en comunidades y lugares de trabajo a lo largo y ancho de EE.UU.

¿Cuáles son los desafíos legales?

De acuerdo a las últimas cifras del Departamento de Seguridad Nacional y del instituto de investigación Pew Research, hoy viven en el país unos 11 millones de migrantes indocumentados, un número que ha permanecido relativamente estable desde 2005.

La mayoría de ellos son residentes de larga duración: cerca de cuatro de cada cinco de los migrantes indocumentados llevan en el país al menos una década.

Hombre es esposado en Estados Unidos
Getty Images
En el último año se logró la deportación de cerca de 140.000 personas.

Los inmigrantes que están en el país sin un estatus legal tienen derecho al debido proceso, incluida una audiencia judicial antes de ser expulsados.

Así que un aumento drástico en las deportaciones pasaría probablemente por expandir antes el sistema de tribunales de inmigración, hoy saturado y con retrasos a la hora de resolver los casos.

La mayoría de los inmigrantes que se encuentran en el país no ingresaron en el sistema de deportaciones después de haber sido detenidos por agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), sino por la policía local.

Sin embargo, en muchas de las principales ciudades del país se han aprobado leyes que restringen la cooperación entre la policía y el ICE.

La campaña de Trump se ha comprometido a emprender acciones contra esas urbes, llamadas “ciudades santuario”, pero el entramado de leyes locales, estatales y federales en EE.UU. complican la situación.

Kathleen Bush-Joseph, una analista del Instituto de Políticas de Migración con sede en Washington, señala que la cooperación entre agentes del ICE y las autoridades locales sería fundamental para poder llevar a cabo un programa de deportación masiva.

“Es mucho más fácil para el ICE ir a recoger a alguien a la cárcel si las autoridades locales colaboran, en vez de tener que ir a buscarlo a las calles”, señala Bush-Joseph.

Como ejemplo de cuán crucial es este aspecto, Bush-Joseph recuerda las declaraciones de principios de agosto de funcionarios de la Oficina del Alguacil de los condados de Broward y Palm Beach en Florida, cuando aseguraron que no enviarían a ninguno de sus agentes a ayudar en planes de deportaciones en masa.

“Hay muchos otros condados que no van a cooperar con el plan de deportación masiva de Trump. Y eso lo vuelve mucho más difícil”, explica.

Cualquier programa de deportación masiva también tendrá muchas implicaciones legales, especialmente por las demandas que se prevé generará entre las organizaciones defensoras de los derechos humanos.

Carteles con la frase Deportación Masiva Ahora
Getty Images
No hay muchas pistas de cómo Trump pretende implementar la deportación masiva de personas indocumentadas.

Sin embargo, un fallo de la Corte Suprema de 2022 estableció que los tribunales no pueden emitir mandatos judiciales sobre las políticas de aplicación de la ley de inmigración, lo que significa que estas continuarían en vigor incluso mientras las impugnaciones se abren paso en el sistema legal.

¿Es factible desde el punto de vista logístico?

Ahora, si el gobierno de EE.UU. lograra avanzar con los pasos legales que posibiliten su plan de deportación masiva, las autoridades todavía tendrían que lidiar con los enormes desafíos logísticos.

Durante el mandato de Joe Biden, los esfuerzos de deportación se han enfocado en los migrantes detenidos en la frontera.

Los que ya estaban en el país y terminan siendo deportados o suelen contar con antecedentes penales o son considerados una “amenaza para la seguridad nacional”.

En 2021 quedaron suspendidas las controvertidas redadas que se llevaron a cabo durante el gobierno de Donald Trump en lugares de trabajo.

Y a diferencia de los detenidos en la frontera, la cifra de deportaciones de personas que fueron arrestadas dentro de EE.UU. ha ido cayendo en la última década hasta situarse por debajo de los 100.000 anuales, después de haber alcanzado su máximo —230.000— durante los primeros años del gobierno de Barack Obama.

“Para multiplicar ese número y que en un solo año se alcance el millón (de deportados) va a necesitar una inversión enorme de recursos que hoy por hoy no parecen existir”, le dice a la BBC Aaron Reichlin-Melnick, director de políticas en el Concejo de Inmigración de EE.UU.

Por una parte, los expertos dudan de que los 20.000 agentes del ICE y el personal de apoyo vayan a ser suficientes para buscar y encontrar incluso una fracción de esa cantidad a la que apunta la campaña de Trump.

Además, Reichlin-Melnick señala que el proceso de deportación es largo y complicado y que la identificación y el arresto de un migrante indocumentado no es más que el inicio.

Después, los detenidos van a tener que estar en un centro de detención o en un programa alternativo, a la espera de comparecer ante un juez de inmigración, y el sistema lleva años acumulando casos sin poder cerrarlos.

Una vez superado ese paso es que se procede a la deportación, lo que también requiere de la cooperación diplomática del país recipiente.

Personas descienden de un avión.
Getty Images
La deportación masiva implicaría el aumento de vuelos a países que reciben a las personas deportadas.

“En cada uno de esos pasos, el ICE simplemente no tiene la capacidad de procesar a millones de personas”, señala Reichlin-Melnick.

Trump ha dicho que va a involucrar a la Guardia Nacional y otros cuerpos militares para que asistan en las deportaciones.

Históricamente, las fuerzas militares estadounidenses han tenido un papel limitado, más de apoyo, en la frontera entre México y EE.UU.

Ahora, más allá de apoyarse en los militares y de contar con la ayuda de “cuerpos policiales locales“, Trump ha dado pocas pistas sobre cómo llevaría a cabo su plan de deportación masiva.

En una entrevista con la revista Time, a principios de este año, el expresidente solo dijo que no descarta construir nuevas instalaciones de detención de migrantes y que tomaría medidas para brindar inmunidad procesal a la policía, para blindarla ante posibles demandas de grupos progresistas.

Y añadió que podría haber incentivos para los cuerpos policiales locales y estatales que participen en el plan, y que los que no lo que no lo quieran hacer “no van a participar de los beneficios”.

“Tenemos que hacerlo. No es sostenible para nuestro país”.

La BBC ha intentado contactar al equipo de Trump para obtener más detalles.

Eric Ruark, el director de investigaciones de NumbersUSA —una organización que aboga por controles más estrictos a la inmigración— dijo que cualquier programa de deportación desde el interior del país solo será efectivo si va de la mano de un aumento del personal que controla la frontera.

“Esa tiene que ser la prioridad. Si no lo es, no va a haber un gran progreso en el tema. Es lo que hace que la gente siga llegando hasta la frontera”, apunta.

Y agrega que también es necesaria una ofensiva contra las empresas que contratan inmigrantes indocumentados.

“(Los inmigrantes) están viniendo por el trabajo”, subraya. “Y lo están consiguiendo, básicamente porque la capacidad de vigilar y hacer cumplir la ley ha sido desmantelada”.

Migrante en el río con su hijo en brazos.
Getty Images
Se estima que en EE.UU. hay cerca de 11 millones de migrantes indocumentados. Una cifra que permanece estable desde 2005.

El costo político y financiero

Los expertos calculan el costo de mantener un plan como el que propone Trum en unos US$100.000 millones.

El presupuesto de 2023 del ICE para el traslado y deportación fue de US$327 millones, y expulsó del país a cerca de 140.000 personas.

De acuerdo al plan de Trump, miles de personas que están a la espera de sus audiencias de inmigración podrían ser detenidos. La campaña del candidato presidencial republicano ha previsto construir grandes campamentos para albergar a todos ellos.

También se tendrían que multiplicar los vuelos para llevar a cabo las deportaciones, y eso pasaría probablemente por contar con el apoyo de la Fuerza Aérea.

Y lo que está claro es que cualquier aumento en la operatividad de los departamentos correspondientes implica que los costos se disparen.

“Incluso un cambio menor supone decenas de millones de dólares”, explica Reichlin-Melnick.

Además, habrían de sumarse a los gastos de otros esfuerzos de control fronterizo que Trump ha prometido: los de seguir construyendo el muro en la frontera con México, los que implica un bloque naval para evitar que el fentanilo ingrese al país y los generados por el traslado de miles de tropas a la frontera.

Adam Isacson, experto en migración y fronteras de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), dijo que “imágenes espantosas de deportaciones masivas” también podrían tener un costo político para Trump, a nivel de relaciones públicas, si volviera al poder.

“Cada comunidad de Estados Unidos vería a personas que conoce y ama siendo subidas a esos autobuses”, explica.

“Habría imágenes muy dolorosas de niños llorando, de familias, en la televisión. Todo eso es muy mala prensa. Es lo que ya vimos con la política de separación familiar, pero amplificado”, remata.

Mujer es requisada por agentes de la frontera.
Getty Images
Actualmente los esfuerzos de control de la migración ocurren principalmente en la frontera sur de EE.UU.

¿Ha habido deportaciones masivas antes?

En los cuatro años en los que Trump ocupó la Casa Blanca, se deportaron alrededor de 1,5 millones de personas, tanto desde la frontera como del interior del país.

La administración Biden, que había deportado a alrededor de 1,1 millón de personas hasta febrero de 2024, está en camino de igualar esa cifra, según muestran las estadísticas.

Durante los dos mandatos de Obama, cuando Biden era vicepresidente, más de tres millones de personas fueron deportadas, lo que llevó a algunos defensores de la reforma migratoria a apodar “el deportador en jefe” al entonces presidente.

Pero el único programa comparable con el que propone Trump sería quiza el que se llevó a cabo en 1954 en el marco de la llamada “Operación espaldas mojadas” (Operation Wetback), bautizada así por un insulto común que se usaba en aquel entonces contra los mexicanos, y que supuso la deportación de 1,3 millones de personas.

Aunque hay historiadores que ponen en duda la cifra.

El plan, aprobado bajo la presidencia de Dwight Eisenhower, se topó con una considerable oposición pública —en parte porque también se deportaba a algunos ciudadanos estadounidenses—, así como con la falta de financiación.

En 1955 se suspendió.

Los expertos en inmigración dicen que, el hecho de que se centró en personas originarias de México y la falta del debido proceso hacen que aquella operación no se pueda comparar con un programa de deportación masiva actual.

“Los deportados eran hombres solteros, mexicanos”, señala Bush-Joseph.

“Ahora, la gran mayoría de los que cruzan la frontera por zonas entre puertos de entrada no son originarias de México, ni siquiera de la parte norte de Centroamérica. Y eso hace que sea mucho más difícil deportarlos”, añade.

“Son situaciones incomparables”.

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