
Hay temas que no aparecen en ninguna agenda pública, aunque día con día sostienen de manera silenciosa la vida cotidiana de millones de personas. El Síndrome de la Cuidadora es uno de ellos. No figura en los discursos oficiales ni en las prioridades del Estado, tampoco en los programas de salud mental ni en las estrategias empresariales y lamentablemente, tampoco en las familias. Se vive en voz baja, en la intimidad de los hogares, como si el desgaste emocional, físico y psicológico de quien cuida fuera un detalle menor, una consecuencia lógica del amor o un destino natural de las mujeres. Esa invisibilidad es un problema político, cultural y de salud pública de primera magnitud. También hay que decirlo, es una realidad que muchas familias ni siquiera reconocen porque desconocen su existencia.
El mundo envejece aceleradamente, pero los sistemas sociales siguen organizados alrededor de una premisa falsa: alguien cuidará. Esa frase esconde lo esencial porque ese “alguien” casi siempre es una mujer y, ese cuidado, casi siempre se ofrece sin descanso, sin reconocimiento y sin apoyo.
El síndrome de la cuidadora no está clasificado como enfermedad, aunque los médicos lo reconocen de inmediato. Se manifiesta como agotamiento crónico, insomnio, ansiedad sostenida, irritabilidad, dificultades de concentración, dolores musculares, hipertensión, gastritis y signos de depresión. Las personas cuidadoras presentan un riesgo de mortalidad significativamente mayor que quienes no cuidan. No es una metáfora: un estudio de Schulz y Beach encontró que las cuidadoras tienen 63 % más probabilidad de morir antes que quienes no asumen esta carga. La frase que los geriatras repiten, “a veces se entierra antes a la cuidadora que a la persona cuidada”, no es retórica, es estadística.
Las y los expertos y estudiosos en cuidados coinciden en una pregunta: ¿quién cuida a quienes cuidan a las personas mayores? Los riesgos de salud física y mental para ellos son altos. Las necesidades de la persona que necesita apoyo y cuidado acaban siendo prioritarias para la persona que cuida, y su salud, situación financiera y desarrollo profesional se ven afectados. Hace tiempo que en países como Estados Unidos y España se está buscando llevar el tema a la agenda pública y mediática, para hacer visible el trabajo de quienes cuidan, reconocer sus desafíos y riesgos y brindarles apoyo en distintas dimensiones. En España, cuando estos cuidados recaen en un familiar, las cifras indican que el 90 % son mujeres. Esto se reproduce en América Latina, con la diferencia de que en esta región faltan cifras, datos y reconocimiento explícito de esta realidad.
Aquí algunas cifras que revelan el impacto de los cuidados, sobre todo, en familiares cuidadoras a partir de un estudio realizado en España: “la mayoría (84 %) cambiaron su vida anterior, se sentían rebasados (20 %), modificaron su proyecto de vida (66 %), tenían insomnio (40 %); consideraban que el cuidar al anciano les exigía esfuerzo físico drástico (76 %), además de confesarse tensos, nerviosos e inquietos (64 %). Descubrieron además prevalencia de ansiedad de 36 %, la mitad de los cuidadores tomaba ansiolíticos / hipnóticos, 55 % de estos no asistieron al médico”.
El síndrome de la cuidadora no sólo revela un vacío institucional; también desnuda una verdad cultural profundamente arraigada. Las familias reproducen, casi siempre de forma inconsciente, los mismos patrones jerárquicos y sexistas que sostienen las políticas públicas. En una casa donde conviven hombres y mujeres, suele asumirse que la mujer “naturalmente” se hará cargo de la persona mayor. En una familia compuesta sólo por mujeres, también se espera que una de ellas cargue con la responsabilidad. Es el mandato silencioso que Tita encarna en Como agua para chocolate, un destino impuesto que no se cuestiona porque se considera normal. Ese es el problema político de fondo: la familia replica la estructura del Estado. La invisibilización institucional se vuelve invisibilización doméstica. La falta de redes de apoyo públicas se convierte en una carga emocional y física que se da por descontada dentro de los hogares. El resultado es una cadena de responsabilidades que se transmite de madres a hijas, de hermanas a hermanas, sin reflexión y sin alternativas. El cuidado no puede seguir siendo un sacrificio individual que se exige en nombre del amor. Es un trabajo social indispensable que compete al Estado, a las empresas, a las comunidades y a las propias familias.
Repensar la Silver Economy implica repensar también estos mandatos íntimos que sostienen la desigualdad.
Los médicos lo advierten desde hace años. Las cuidadoras viven bajo estrés fisiológico permanente, con picos repetidos de cortisol, crisis de ansiedad, hipertensión y dolores musculares intensos. Algunas desarrollan síndrome del intestino irritable, otras presentan señales de fatiga adrenal, muchas reportan pérdida de memoria o dificultades de concentración que se confunden con síntomas tempranos de deterioro cognitivo, cuando en realidad son signos de agotamiento extremo. El cuerpo de la cuidadora se convierte en el amortiguador de un sistema que no quiere asumir su responsabilidad.
El mundo avanza hacia la longevidad, pero la narrativa pública sigue siendo profundamente ciega. Se celebra la “economía plateada”, se habla de innovación, de autonomía, de bienestar, de ciudades amigables. Todo eso está bien, pero nada de eso es posible sin cuidado, y el cuidado, en la práctica cotidiana, sigue descansando sobre mujeres exhaustas que cargan solas una responsabilidad que debería distribuirse entre el Estado, las instituciones de salud, los empleadores y las familias.
La pregunta de fondo es política: ¿quién sostiene el derecho a envejecer? Porque el derecho a envejecer dignamente no existe si no existe, a su vez, el derecho a cuidar con apoyo, con acompañamiento emocional, con acceso a servicios de salud mental, con redes de respiro y apoyo, y con políticas laborales compatibles con el ciclo de vida de las personas en general y de las mujeres en particular.
El síndrome de la cuidadora no es un problema individual ni una tragedia personal. Es la evidencia de que los sistemas de bienestar se diseñaron sobre la premisa de que las mujeres en su integralidad (cuerpo, mente y espíritu) estarían disponibles, siempre, sin límite, sin descanso. Esa premisa fue culturalmente funcional durante décadas y aceptada, pero es insostenible en sociedades que viven más años, con enfermedades crónicas más complejas, estructuras familiares más pequeñas, redes comunitarias debilitadas y sobre todo, que buscan la igualdad, o al menos hablan de ella en términos discursivos.
Reconocer el desgaste de las cuidadoras es reconocer el pilar oculto sobre el que se sostiene la longevidad. La salud mental de quienes cuidan es salud pública. La economía del cuidado es economía política. Las democracias que envejecen no pueden permitirse seguir construyéndose sobre vidas agotadas, discriminación de las mujeres, feminización de la pobreza y desigualdad.
La invisibilidad ya no es una opción.
Es momento de poner el cuidado en el centro de la conversación pública, en el diseño institucional, en las políticas laborales, en la cultura y en los hogares.
Cuidar no debería costar la vida.

Según cifras del gobierno, 14,2 millones de personas viven bajo el nivel de pobreza en Reino Unido. Algunas familias dependen de bancos de alimentos para cubrir todas sus necesidades.
El esposo de Nicole, una madre de cinco hijos que vive en el Gran Manchester, en el noroeste de Inglaterra, trabaja a tiempo completo, pero el dinero no le da para llegar a fin de mes.
Y aunque asegura que a sus pequeños no les falta lo esencial, la familia ha tenido que recurrir a bancos de alimentos para atender todas sus necesidades.
Esto pese a la presión social generada por las personas que ven con recelo las prestaciones sociales para los más necesitados en Reino Unido.
“Me avergonzaba usar los bancos de alimentos, especialmente con mi esposo empleado. Pero algunas personas no se dan cuenta de los problemas [económicos] que pueden enfrentar las familias aun cuando trabajan”, sostuvo Nicole el pasado noviembre en una entrevista con la BBC sobre un posible aumento de ayudas sociales para los hogares con más de dos niños.
“Ellos no se dan cuenta de que las circunstancias de todos no son iguales. Y son los niños los que están sufriendo por ello, ¿cómo puede la gente ignorar eso?”, agregó.
La familia de Nicole no está sola en esta problemática.
El gobierno estima que 14.2 millones de personas están bajo el nivel de pobreza luego de pagar los costos relacionados con la vivienda.
Mientras que el número de niños en situación de pobreza en Reino Unido alcanzó su nivel más alto desde que comenzaron los registros comparativos en 2002.
Para abril de 2024, 4.5 millones de menores eran parte de un hogar con ingresos relativamente bajos, según la medida oficial del gobierno para definir la pobreza.
La cifra, publicada por el Departamento de Trabajo y Pensiones, supone un aumento de 100 mil niños respecto al año anterior, y equivale al 31% de los niños del país.
El número aumentó drásticamente desde 2021, y Child Poverty Action Group (CPAG), una ONG que investiga sobre la pobreza infantil en Reino Unido, predice que 4.8 millones de niños estarán en situación de pobreza para el final de término del actual gobierno laborista (2029-30).
Adam Corlett, un economista del think thank Resolution Foundation, le dijo a la BBC en marzo que “los datos más recientes son un recordatorio contundente de la magnitud de la privación entre las familias, con casi un tercio de los niños en Gran Bretaña viviendo ahora en la pobreza”.
Danielle, una madre de cuatro niños, tuvo una relación de 15 años con el padre de sus hijos que terminó en enero.
Ahora está sola y sin empleo; dejó su trabajo para cuidar a uno de sus pequeños que tiene una discapacidad.
En una entrevista con la BBC también en noviembre, comentó que tuvo que advertirle a sus niños sobre la posibilidad de no poder regalarles “mucho” por Navidad.
“Ahora estoy sola y es difícil”, sostuvo.
Cuando Danielle se separó de su pareja, ella y sus hijos, de entre dos y 13 años, recibieron apoyo de la organización benéfica para personas sin hogar The Wallich.
La familia fue trasladada a un alojamiento temporal, pero la mudanza significó que “perdió parte de su red de apoyo”, comentó, por su parte, Jamie-Lee Cole, quien trabaja en la ONG.
“Y ahora estoy en esta situación en la que no puedo ir a trabajar, pero espero que algún día pueda volver a hacerlo”, añadió Danielle, de 32 años.
La mujer afirmó que sus hijos carecen de “muchas cosas” y que está preocupada por la temporada festiva.
“Hoy en día nada es barato”, indicó.
“Les dije que pueden tener lo que yo pueda permitirme, y si no lo tienen, no hay nada que pueda hacer”.
Danielle y Nicole, ambas en entrevistas realizadas en fechas separadas, afirmaron que una nueva política impulsada por el gobierno Laborista del primer ministro Keir Starmer podría ser de gran ayuda para sus familias.
La iniciativa, sin embargo, no entrará en vigor hasta 2026.
Desde 2017, por una política aprobada durante el gobierno del conservador David Cameron, en Reino Unido las familias de bajos ingresos están impedidas de reclamar ayuda social para más de dos hijos.
Datos publicados por BBC News en noviembre señalan que esto hizo que 1.6 millones de niños que pertenecen a familias numerosas no pueden solicitar ayudas.
Este límite se eliminará a partir de abril de 2026, según anunció la actual ministra de Hacienda, Rachel Reeves, en la presentación del nuevo presupuesto.
La organización benéfica Trussell Trust, que dirige una red de bancos de alimentos, dijo que el límite de dos hijos es “el principal factor que impulsa la pobreza infantil” y eliminarlo sería “lo correcto”.
La organización afirmó que la limitación empujó a millones de familias a una mayor precariedad e impide que los niños tengan un “buen comienzo en su vida”.
“Cada semana, los bancos de alimentos en la red de Trussell apoyan a padres que han hecho todo lo posible para proteger a sus hijos del hambre”, dijo Helen Barnard, directora de políticas en Trussell.
“Se saltan comidas durante semanas para que los niños tengan suficiente para comer, convirtiendo en juegos el envolverse en mantas para evitar encender la calefacción, intentando fingir que todo está bien, pero no lo está”, agregó.
El gobierno laborista recibió críticas de la oposición en el Parlamento, que alega que ha perdido el control del sistema de bienestar, y que el coste de su medida caerá sobre los contribuyentes.
Revees insiste en que está “totalmente financiado”, porque su administración atendió los problemas de fraude y los errores en el sistema de bienestar, y tomó medidas contra la evasión fiscal y reformó los impuestos sobre las apuestas de juego.
Nicole afirma que hay un “concepto errado” sobre las familias que reciben ayudas del gobierno.
Y que esa idea hace que sus problemas sean peores.
“He trabajado desde que tengo 13 años, siempre le he pagado al sistema y ahora, cuando lo necesito, siento que no está ahí para nosotros”, comentó.
De acuerdo con el Departamento del Trabajo y Pensiones, 59% de los hogares que se vieron afectados por la restricción de dos hijos tienen personas que trabajan.
Desde que tuvo su hijo más joven, dice que el costo de vida ha incrementado. Ahora está constantemente preocupada por el dinero.
Y siento que ha sido “castigada” por tener más de dos hijos.
“Nuestros hijos siempre tienen lo necesario, nos aseguramos de ello, pero es una preocupación constante. Comida, libros, uniforme escolar”, señaló.
“Llevo 12 años usando la misma ropa”, dijo la mujer de 30 años”.