No podía dejar de admirar su belleza mientras lo escuchaba. Todo parecía secundario, incluso la punzante conversación que sosteníamos sobre nuestra relación, que sonaba a una inminente culminación de los hechos. Esta vez no era una de tantas, algo se había desgastado. Cuando se lo expliqué a mi terapeuta, lo único que se me ocurrió decir fue que se sentía como si la vida hubiese pasado una lija sobre nuestra madera. Esta relación parece un nuevo recordatorio de que lo bueno siempre acaba. Y entre más bueno, más rápido se va. Aunque haya durado un parasiempre. O dos.
Más allá del corazón absolutamente marchito, no podía dejar de pensar en lo mucho que me gusta su boca acolchada, el tamaño de sus pestañas, el espacio entre sus dientes, los múltiples colores de su escasa melena, incluso sus pies, tan largos como nuestra esperanza en el destino, por más que renegara de ellos cada vez que los veía.
¿Cómo es posible que estuviera pensando en su belleza mientras hablábamos sobre nuestro posible final? ¿En qué momento lo convertí en un planeta, en un signo zodiacal, en una especie única? Ahí estaba, frente a él, en la orilla de la cama, observando la escena borrosa desde un par de ojos llorosos y resignados, mientras él se ponía los calcetines, alistándose para partir, ambos conscientes de que en nuestro mundo había caído un meteorito.
¿Cuál es la fórmula de una relación? ¿El amor? ¿La compatibilidad? ¿El mero gusto y placer? ¿La circunstancia a favor? ¿Ignorar al elefante blanco en la habitación? Es curioso como el final de las relaciones más íntimas que he tenido nunca se ha tratado de (des)amor. Siempre es otra cosa. Nunca aprendí a no mirar detenidamente a los elefantes, diminutos o enormes.
Pienso en lo que extrañaré y en lo que no. Tal vez no extrañe su dispersión, pero sí su forma de manifestar cariño. No extrañaré su necedad, pero sí su manera de verme a los ojos, de sostener mis múltiples miradas y conjugarlas con las suyas. Poco extrañaré su necesidad de emitir su opinión, por ejemplo. Pero añoraré, cada momento, mi forma de decírselo y su forma de escucharlo. Es decir, las conversaciones y universos que se construían después de nuestros intercambios. Entre nosotros no había destrucción ni colapsos, sino el genuino interés de conocernos y comprendemos, desde nuestras visiones tan distintas del mundo y desde nuestros contextos que nos dejaban claro, cada vez, que nos habíamos cruzado por algo más grande que nuestro mero deseo, gusto, y placer.
Nada suple el dolor de la ausencia del idioma inventado, que ni siquiera se parece al silencio; de los fantasmas de los orgasmos, que todavía merodean; de la complicidad y del acompañamiento, que están y no, muy a la Schrödinger.
A veces me imagino que por dentro llevamos un panal, donde cada hexágono es una ausencia: un hueco carente de miel.
Decir adiós es duro. Lo tupido viene después. Mientras tanto, me consuela el amor que siento y cerrar los ojos para recordar su belleza. Así es más fácil pensar que estas lágrimas son producto del recuerdo intacto y no de la falta que se asienta en mi colmena.
Los dilemas morales presentan situaciones hipotéticas ante las que debemos actuar. Que sean en nuestra lengua nativa o en una segunda lengua influye en el tipo de respuestas que damos.
¿Sacrificarías a una persona para salvar a cinco? Es la pregunta del típico dilema del tranvía, en el cual un tren cortocircuitado se precipita sin control sobre cinco personas que trabajan en una vía.
Se ha visto que diferentes características de los dilemas morales llevan a respuestas diferentes.
Una respuesta que resulta aceptable para mucha gente es accionar una palanca para desviar el tren a otra vía donde hay una única persona trabajando.
Es lo que se llama respuesta utilitarista, porque se basa en el mal menor.
Aceptamos la muerte de un trabajador para evitar que mueran cinco de ellos.
El dilema del tranvía tiene otra versión, en la que las opciones son o bien dejar que el tranvía siga su curso y atropelle a las cinco personas que trabajan en la vía, o empujar a una sola persona a la vía para que el tren descarrile antes.
Esta segunda opción conlleva una implicación más personal que accionar una palanca, por lo que esta versión del dilema suele derivar en una respuesta deontológica: la mayoría de personas deciden no hacer nada y dejar que el vagón siga su curso.
Al tratarse de dos enfoques éticos diferentes, en realidad no hay una respuesta correcta.
La respuesta depende de la evaluación del coste-beneficio que haga cada persona.
Por ejemplo, las personas religiosas tienden a dar una respuesta deontológica, quizá porque hacer daño voluntariamente es más costoso que dejar “que sea lo que Dios quiera”.
En algunas variantes del dilema también podría ser que la persona sola en la vía sea alguien querido, y entonces la evaluación de coste-beneficio también cambia.
Las características de cada persona también influyen en estas decisiones.
Por ejemplo, se ha visto que las personas bilingües responden de forma diferente según si usan su primera o segunda lengua al enfrentarse con un dilema moral.
Si el dilema se les presenta en su lengua materna, tienden a dar una respuesta deontológica.
En cambio, en su segunda lengua tienden responder de forma utilitarista.
Este “efecto de la lengua extranjera” sucede incluso cuando las personas han aprendido la segunda lengua siendo muy jóvenes.
También se da en lenguas emparentadas, como el italiano y el veneciano.
Nuestro grupo de investigación llevó a cabo un estudio para dilucidar si también sucede con otra pareja de lenguas romances. En concreto, en bilingües de catalán-castellano.
Todos los participantes de nuestro estudio consideraron que su lengua materna (L1) era el catalán y que tenían un segunda lengua que, aunque adquirida tempranamente, no era nativa (L2, castellano).
Así, presentamos a los participantes una serie de dilemas morales parecidos al famoso dilema del tranvía.
Como hemos adelantado, a partir de diferentes factores (como la implicación personal), un mismo dilema puede tener diferentes versiones.
Así, se podían mostrar diferentes versiones de un dilema en cada lengua.
Sorprendentemente, no encontramos una diferencia significativa en las decisiones morales tomadas en catalán en comparación con las tomadas en castellano.
Nuestros hallazgos sugieren que los bilingües catalán-castellano no exhiben el efecto de la segunda lengua.
Las personas bilingües responden de forma diferente según si usan su primera o segunda lengua al enfrentarse con un dilema moral
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Existe la hipótesis de que tomamos mayor distancia emocional en una segunda lengua.
Es posible que esto tenga que ver con la habilidad o competencia concreta en esa segunda lengua pero en nuestro estudio no queda claro.
Aunque los participantes adquirieron su segunda lengua de forma temprana y eran muy competentes en ambas lenguas, había diferencias significativas entre la competencia lingüística de su segunda lengua respecto de su lengua materna.
Entonces, ¿qué otras variables podrían tener que ver con una mayor distancia emocional?
Nuestro estudio examinó la influencia de los rasgos de personalidad psicopática en las decisiones morales. Se evaluó la audacia, la desinhibición y la malevolencia.
Estos rasgos de personalidad están presentes en todas las personas, sin que necesariamente se puedan considerar psicópatas.
Por ejemplo, quien más quien menos se ha adelantado alguna vez en la cola del supermercado o ha insultado a alguien, ¿verdad? Esta falta de empatía, cuando damos mayor importancia a nuestro tiempo o herimos a alguien, aunque sea verbalmente, tiene que ver con la malevolencia.
En este sentido, nuestro estudio muestra que esta malevolencia está significativamente asociada con una mayor proporción de decisiones utilitaristas, independientemente del idioma en el que se presenta el dilema.
Esto se alinea con estudios previos que sugieren que las personas con mayores rasgos psicopáticos son más propensas a tomar decisiones utilitaristas, priorizando el bien mayor sobre el daño individual.
Además, nuestro estudio exploró cómo las diferencias entre dilemas podían determinar diferentes decisiones morales.
Por ejemplo, los dilemas pueden percibirse más o menos verosímiles, o ser más o menos inquietantes para quien los lee. Así, los dilemas más inquietantes, percibidos como más vívidos y realistas, tenían más probabilidades de conducir a respuestas utilitaristas.
Esto sucedía particularmente en las personas con mayores puntuaciones en malevolencia.
Otros resultados de nuestro estudio enfatizan la importancia de considerar la implicación personal, que ya hemos comentado, pero también otras características de los dilemas.
Por ejemplo, los dilemas redactados de forma que la protagonista se salva a sí misma con su acción (beneficio propio) obtienen mayor porcentaje de respuestas utilitaristas.
También sucede cuando la persona dañada iba a morir de todas formas (muerte inevitable).
Todos estos resultados van en la línea de anteriores estudios llevados a cabo con este tipo de dilemas validados en muchos idiomas.
La ausencia del efecto de la segunda lengua en bilingües tempranos catalán-castellano podría atribuirse a la estrecha relación lingüística y cultural entre el catalán y el castellano.
Ambas son lenguas romances utilizadas de manera intercambiable en la mayoría de contextos sociales y educativos en la isla de Mallorca.
¿Podría ser que esta riqueza lingüística “proteja” a las personas mallorquinas del efecto de la segunda lengua? Es una hipótesis para poner a prueba en futuras investigaciones.
Por ahora, nuestro estudio proporciona nuevos datos sobre los factores que influyen en la toma de decisiones morales.
Destaca el papel de rasgos de personalidad como la malevolencia en la respuesta a los dilemas morales. También recuerda el papel del lenguaje y los factores inherentes al dilema o percibidos por quien los lee.
Aunque no seamos del todo conscientes, nuestra respuesta a dilemas morales no solo depende de nuestro razonamiento, sino también de nuestras emociones, nuestro lenguaje y nuestra personalidad.
Saberlo quizá no nos lleve a tomar mejores decisiones, porque no hay unas más correctas que otras, pero podría ayudarnos a entender nuestras respuestas.
*Albert Flexas Oliver, Daniel Adrover Roig, Eva Aguilar Mediavilla y Raúl López-Penadés son profesores de psicología de la Universitat de les Illes Balears.
Este artículo apareció en The Conversation. Puedes leer la versión original aquí.
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