Si planeas hacerte un tatuaje es importantísimo que selecciones al artista correcto para que plasme correctamente sobre tu piel la idea que tienes en la cabeza y que permanecerá contigo por el resto de tu vida.
Al navegar en redes sociales -especialmente en Instagram-, seguro te toparás un montón de tatuadoras y tatuadores. Y aunque muchas de estas personas tienen un talento innegable, también hay quienes deberías evitar por completo.
Para que elijas correctamente a la persona que te vaya a hacer tu tatuaje, Pablo Díaz y Daniela Zepeda, dos artistas increíbles, nos explican cuáles son las red flags en las que te debes fijar y también una pequeña guía de etiqueta sobre cómo comportarte antes y durante un tatuaje.
Una vez que sepas qué tipo de tatuaje quieres hacerte y el estilo, es momento de iniciar tu búsqueda por el artista correcto.
Pablo cuenta que hay varios artistas que compran seguidores en redes sociales para aparentar ser más grandes de lo que realmente son.
Para identificar esos perfiles, él comparte un truco: si ves que tiene muchísimos seguidores, pero poquitos likes en sus fotos, entonces es probable que haya comprado bots.
Por otro lado, también señala que hay muchas personas que roban sus diseños de otros artistas o hasta de Pinterest.
Una recomendación es hacer una búsqueda inversa de imágenes en Google para revisar que la imagen que haya subido un tatuador a su perfil no sea de alguien más.
Casi todos los tatuajes se ven muy bonitos y vibrantes cuando están recién hechos, pero lo que verdaderamente importa es cómo se ven una vez que hayan cicatrizado.
Para Pablo, tú te puedes dar cuenta de la calidad de un artista cuando tiene entre 3 y 5 años tatuando porque así tiene más ejemplos de sus tatuajes ya cicatrizados.
Muchos publican en sus perfiles de Instagram apartados con fotos de los tatuajes cicatrizados, pero si tú no lo ves, no tengas miedo en pedirle que te mande fotos. Ya si rechaza hacerlo, entonces puede ser una de las red flags que debes tomar en cuenta.
“El mejor tatuador es el que haya hecho un tatuaje cicatrizado que te gustó, porque así ya palpaste la calidad de su trabajo”, agrega Pablo, quien se especializa en tatuaje contemporáneo.
Suena extremadamente tentador ver que algunos “artistas” ofrecen promociones increíbles donde prometen hacer varios tatuajes por precios súper accesibles, pero este es el tipo de personas que debes evitar a toda costa.
“Hay que tener cuidado con un tatuaje que cueste menos de 2 mil pesos porque el material profesional con todo herméticamente sellado y protegido cuesta por lo menos 800 pesos, si ahí le sumas costos de maquinaria, renta de espacio, pago de impuestos y permiso de Cofepris, el costo va subiendo”, cuenta Pablo, también es conocido como Soy Feliz.
Para él, que tiene 13 años de experiencia tatuando, hay una regla: un tatuaje no puede estar más barato de mil 500 pesos, así que si ves estas promociones, mejor busca otras alternativas.
Supongamos que ya elegiste a tu artista, te gustó su trabajo y ya te cotizaron tu tatuaje e hiciste la cita.
Cuando llegue el día que acordaron, observa muy bien el espacio donde trabaja el tatuador. Pablo señala que de preferencia vayas a hacerte tu tatuaje en un estudio certificado, aunque también hay artistas que prefieren trabajar en casa (él empezó así).
Además, dice que es importante que exista una mezcla entre privacidad y que esté abierto. Eso significa que mientras trabaje el artista no estés completamente expuesto, pero que al mismo tiempo sepas que hay testigos o alguien más en el lugar.
“La higiene es lo primordial, que no haya basura regada, que cuenten con el bote rojo para tirar agujas y desechos biológicos, que tengan toallas de papel, que usen guantes desechables, alcohol para desinfectar, que todos lo utensilios sean desechable y que esté bien iluminado”, enfatiza el tatuador.
Por otro lado, agrega que si vas a una casa, revises que además de contar con todo lo que mencionó arriba, el o la artista tengan un espacio adaptado con una camilla especial -nada de que te va a tatuar en su sillón manchado de sopa o en su cama-, y que todo esté limpio.
Si ves algo que no te late, ya sea en un estudio o en una casa, se vale que te arrepientas y mejor elijas no hacerte el tatuaje en ese momento -aunque pierdas tu anticipo-.
“Si no estás totalmente seguro, vete a tu casa y medítalo. Busca otras opciones y en cuanto realmente lo sientas, vuelve. Porque ok, tal vez si te puedes borrar un tatuaje hoy en día, pero duele 10 veces más y cuesta 10 veces más. Entonces es mejor evitar arrepentirse de grandes errores”, resalta Pablo.
Ahora que ya repasamos las cosas que debes considerar al elegir a tu artista, también es importante que recuerdes que ellos también son personas y merecen un trato respetuoso de tu parte.
Daniela, quien tiene 5 años tatuando, resalta que la interacción entre un potencial cliente y su artista debe ser cordial.
“Antes que nada que te digan ‘hola’, ‘buenos días’ o ‘buenas tardes’. Hay quienes solo te escriben con un signo de pesos o escribe nada más ‘precio’. La verdad yo a ese tipo de personas ni les contesto porque no es el tipo de cliente que voy a querer tratar”, admite la tatuadora.
Otra cosa que debes considerar al momento de interactuar con tu artista es que ya debes tener una idea clara sobre qué es lo que te quieres tatuar, la zona donde lo quieres hacer y el tamaño aproximado.
“Muchas veces te escriben como ‘ay, me quiero hacer un tatuaje’ y cuando les dices que qué quieren, solo te dicen ‘pues algo que se vea padre aquí en mi brazo’. Eso no me dice nada, necesito más información. Toma en cuenta que te estás haciendo algo de por vida y estaría cool que sepas qué te quieres hacer”, resalta Daniela, que se especializa en fine line.
Puede que estés cotizando un tatuaje y el precio que te dé tu artista se te haga un poco elevado o se salga de tu presupuesto. Afortunadamente, existe la opción de negociar para buscar alguna alternativa.
Aquí regresamos a la parte de que es importante que sepas qué te quieres hacer, porque de esa forma tu artista te puede dar un aproximado de cuánto podría costar y si se te hace muy caro, hay formas de bajarle el precio.
“Siempre va a haber una manera de bajar el precio. Nosotros nos basamos en diferentes factores como la cantidad de material que vamos a utilizar y la cantidad de detalle que lleva el tatuaje. Entonces siempre va a haber manera de negociar el precio, pero modificando el diseño, tal vez simplificándolo o cambiando de estilo, cambiando de zona o de tamaño”, explica la artista.
Usualmente, los tatuadores te enviarán una lista de requisitos que debes seguir antes del tatuaje, eso incluye cosas como no consumir bebidas alcohólicas u otro tipo de sustancias, humectar tu piel desde días antes, rasurar la zona donde te tatuarás, etc.
Sin embargo, Daniela señala que para ella -y posiblemente muchos artistas- es fundamental que los clientes tengan una buena higiene.
La razón de esto es porque durante la sesión es normal sudar y a veces el olor muy fuerte puede ser desagradable, así que no olvides darte un baño y ponerte desodorante antes de tu cita.
La respuesta es que las propinas son algo completamente voluntario.
“A mí siempre se me ha hecho muy extraño cuando me dejan propina aquí en México, porque no tenemos mucho la cultura dejarla en este tipo de servicios”, menciona.
A ella le ha pasado que es más común que personas extranjeras le dejan propina luego de terminar su trabajo, sin embargo, señala que no te sientas presionado a hacerlo porque los artistas te dan un precio que consideran justo por su chamba y no es necesario dar algo adicional (a no ser que te nazca).
Ahora que sabes las red flags de los lugares de tatuajes (y las reglas para ser un buen cliente) ¿cuándo te harás tu próximo tatto?
Es una joya del Renacimiento que para el papado fue una audaz afirmación del estatus espiritual y político del Vaticano, de Roma y de la Iglesia católica.
En un lugar con más de cinco siglos y medio de historia, ubicado en el Estado más pequeño de todos, tienen lugar unas elecciones que intrigan a gran parte del mundo, ya sea por razones religiosas, políticas, sociales o intelectuales.
Pero atañen particularmente a los alrededor de 1.400 millones de fieles católicos, pues se trata de la selección del sucesor de San Pedro, el primer papa ordenado por Jesús.
Según esa tradición, la línea ininterrumpida de sucesores que ha habido desde entonces ha asegurado que los mensajes y enseñanzas que Cristo les dio a los apóstoles se hayan transmitido y permanecido inalterados.
Los cardenales con voz y voto en la trascendental decisión sobre cuál de los príncipes de la Iglesia católica apostólica romana será el sumo pontífice se congregaron por primera vez en la Capilla Sixtina en 1492.
Pero no era la única sede de cónclaves, hasta que en 1878 se convirtió en la permanente.
Desde entonces, durante ese paréntesis en el que se elige a un papa, es en la delgada chimenea que está en su techo y no en sus magníficas obras de arte donde se fijan los ojos del mundo, a la espera de señales de humo, las únicas pistas de lo que está ocurriendo en su interior.
Y es que, a partir del momento en el que se proclama extra omnes, y todos los que no forman parte del cónclave se retiran, los cardenales electores se quedan encerrados entre esas cuatro paredes y con un techo tapándoles el cielo.
Suena claustrofóbico, ¡pero qué paredes y qué techo!
La Capilla Sixtina es una obra de arte que a lo largo de los siglos ha dejado a millones maravillados.
Algunos se quedan sin palabras; otros, como el erudito alemán Goethe, las encuentran:
“Hasta que no hayas visto la Capilla Sixtina, no tendrás una idea adecuada de lo que el hombre es capaz de lograr”.
Y, ¿sabías que…?
Es incongruente que Miguel Ángel creara una obra tan sublime en la bóveda de la Capilla Sixtina contra su voluntad.
Pero así fue.
Siempre se consideró más escultor que pintor.
Cuando el papa Julio II le pidió que se encargara de la capilla, estaba trabajando en la tumba de mármol del pontífice y nunca antes había terminado un fresco completo.
A pesar de que la comisión llegaba de tan alta autoridad, intentó rechazarlo dos veces, pero finalmente capituló.
Una de las pruebas más fehacientes de su reticencia es un soneto que le envió a su amigo Giovanni di Pistoia en 1509, apenas un año después de empezar su obra en el techo Sixtino, tarea que se extendería durante tres años más.
Sus quejas y dolencias ya eran numerosas.
Tenía la glándula tiroides inflamada, decía, la columna vertebral torcida y encorvada, el pecho oprimido y retorcido, los muslos acalambrados constantemente y el trasero dolorido por el esfuerzo.
Por si fuera poco, “¡Mi pincel, encima de mí todo el tiempo, gotea pintura para que mi cara sea un buen piso para los excrementos!“.
No eran lamentos vanos.
Para pintar el techo de 3.300 metros, tenía que estar parado en un andamio precario de 18 metros de altura, con el cuello doblado hacia atrás y el brazo elevado por encima de la cabeza.
Gran parte del tiempo trabajaba en soledad, pues, como demostró el trabajo de restauración en la Capilla Sixtina, sus frescos fueron realizados en gran parte por su mano, a excepción de partes relativamente menores hechas por asistentes.
Le precupaba su estado mental.
“Porque estoy atascado así,
mis pensamientos son estupideces locas, pérfidas:
cualquiera dispara mal por una cerbatana torcida“.
Y le preocupaba también que pintar en esas condiciones afectara la obra, de ahí que declarara, al final del poema:
“Mi pintura está muerta.
Defiéndela por mí, Giovanni, protege mi honor.
No estoy en el lugar correcto, no soy pintor“.
La imagen central del techo de la capilla, que muestra a Dios creando a Adán, con sus dedos casi tocándose, es una de las más impactantes de todo el edificio.
Como le dijo a la BBC la historiadora del Renacimiento Catherine Fletcher, es “una de las pocas pinturas que se ven por todas partes”.
“Junto con la Mona Lisa, es posiblemente la única pintura del arte occidental que alcanza ese nivel icónico”.
La obra no sólo asombró por su gran maestría, sino también por su gran originalidad.
Dios aparece como un superhéroe, arrastrado por el viento, musculoso, con ropajes ceñidos que revelan sus piernas y un manto.
El acto de la creación, realizado con la punta del dedo, también fue invención de Miguel Ángel.
Pero hay algo que, dado cuán hipnóticas son esas dos manos en el centro, puede pasar desapercibido.
De hecho, no fue hasta la década de 1870, tras la primera publicación de fotografías del Techo Sixtino, que se observó una presencia significativa bajo el brazo de Dios.
Está entre figuras envueltas en el manto rojo ovalado del Creador, y es una mujer que dirige a Adán una mirada atenta.
Pero ¿quién puede ser?
La interpretación más ampliamente aceptada es la presentada por primera vez por el crítico de arte inglés Walter Pater (1839-1894), quien afirmó que la persona a quien Dios cobija bajo su brazo es Eva, antes de su creación.
Las otras 11 figuras, añadió, representan simbólicamente las almas de la progenie por nacer de Adán y Eva: la humanidad entera.
El creador, señaló Pater, “viene con las formas de las cosas que serán, la mujer y su progenie, en el pliegue de su manto”.
“Ella parece muy consciente de lo que sucede”, le dijo a la BBC Matthias Wivel de la Galería Nacional en Londres.
“Dios le está dando a Adán un alma, le está dando libre albedrío, y eso es lo que Eva personifica”, agregó.
Más recientemente se ha planteado que la mujer que ocupa ese lugar de honor junto a Dios es la Virgen María.
Esta teoría surgió a raíz del niño pintado junto a la figura femenina, sobre quien se posan suavemente los dedos de Dios; se debate si podría ser el niño Jesús, quien espera pacientemente junto a su padre.
Cuando el papa Sixto IV encargó la construcción de la capilla que lleva su nombre, en 1480, Miguel Ángel tenía tan solo 5 años.
Pasarían casi tres décadas antes de que el famoso maestro del Renacimiento escalara el alto andamio y transformara el techo con su pincel.
Pero eso no quiere decir que estuviera en blanco: la bóveda estaba pintada de azul con estrellas doradas.
Era un cielo creado por Piermatteo d’Amelia, uno de los artistas convocados para decorar el sagrado recinto en un período sorprendentemente corto, apenas 11 meses, de julio de 1481 a mayo de 1482.
El equipo estaba conformado por los más grandes pintores de la generación anterior, entre ellos Sandro Botticelli, Pinturicchio, Cosimo Rosselli, Pietro Perugino (maestro del pintor y arquitecto Rafael) y Domenico Ghirlandaio (maestro de Miguel Ángel).
El plan comprendía un ciclo del Antiguo y otro del Nuevo Testamento, con narraciones que comenzaban en el muro del altar, continuaban a lo largo de los largos muros de la capilla y finalizaban en el muro de la entrada.
Encima se pintó una galería de retratos papales, que se completaban debajo con representaciones de cortinas pintadas.
Doce frescos de esos artistas del siglo XV siguen mostrando hermosamente escenas de la vida de Cristo y de Moisés en las paredes de la capilla.
Solían ser 14, pero cuando, en 1533, Clemente VII de Médici le encargó a Miguel Ángel que pintara “El juicio final” en el muro del altar, se perdieron los dos primeros episodios de esas historias, pintados por Perugino, así como el retablo de la Virgen asunta entre los Apóstoles.
“El juicio final” fue pintado 25 años después del techo de la Capilla Sixtina, cuando Miguel Ángel tenía 60 años.
La tarea era abrumadora: visualizar el fin de los tiempos y el comienzo de la eternidad.
Nadie mejor que él para llevarla a cabo.
El fresco refleja magistralmente y sobre un fondo azul el significado textual del apocalipsis.
El término proviene del griego apokálypsis que significa “despojar lo que cubre”, “retirar el velo”, “descubrir”, “develar”, “revelar”.
Así, muchas de las más de 300 figuras que rodean a Cristo, casi todas masculinas, están desnudas.
Cuando Biagio da Cesena, el maestro de ceremonias papal, se quejó de tal indecencia, la respuesta de Miguel Ángel fue inmortalizarlo en el fresco como juez de los condenados y del infierno.
Lo pintó desnudo salvo por una serpiente que le rodea las caderas y le muerde los genitales.
Sin embargo, Biagio no era el único escandalizado, y las críticas no cesaron ni con la muerte del artista.
Cuando el Concilio de Trento prohibió el arte “lascivo”, la obra fue condenada como indecorosa.
En 1564 el papa Pío V le ordenó a Daniele da Volterra, quien había sido aprendiz de Miguel Ángel, que cubriera la desnudez de los personajes pintados por su maestro.
Eso le valió a Daniele el desafortunado apodo de Il Braghettone o “el creador de bragas”.
Cuatro siglos después, cuando se hizo la limpieza de “El juicio final” en las décadas de 1980 y 1990, se presentó el dilema de si conservar o eliminar las adiciones que ocultaban lo que Miguel Ángel dejó a la vista.
La solución fue dejar algunos rastros de la censura como evidencia de la mentalidad dominante del siglo XVI, y recuperar tanto como fuera posible el aspecto original del fresco.
Así, San Pedro, San Bartolomé y Santa Catalina de Alejandría siguen vistiendo las prendas creadas por Il Braghettone.
El Renacimiento italiano y el Imperio inca no suelen asociarse entre sí, pero ambos fueron fenómenos de la misma época.
La ciudadela de Machu Picchu, situada en los Andes en Perú, se completó alrededor de 1450, en el apogeo del poder del imperio, y probablemente estuvo ocupada hasta alrededor de 1530.
A más de 10.500 kilómetros de distancia, mientras los emperadores incas continuaban reinando en su incomparable retiro en la cima de la montaña, los grandes artistas italianos creaban sus frescos en la Capilla Sixtina del Vaticano.
Y Machu Picchu seguía habitado cuando, en 1512, Miguel Ángel le estaba dando los toques finales a su obra maestra en el techo.
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