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Recicladoras de base en México luchan para obtener derechos laborales y un pago digno por su trabajo
Recicladoras de base en México luchan para obtener derechos laborales y un pago digno por su trabajo
Conoce la historia de dos mujeres recicladoras de base que actualmente luchan por sus derechos laborales y una paga digna. Ilustración: Margarita @yue.ms.
9 minutos de lectura

Recicladoras de base en México luchan para obtener derechos laborales y un pago digno por su trabajo

Por primera vez México tiene un movimiento de personas recicladoras de base para conseguir el reconocimiento de sus derechos laborales. Con ello, también van las mujeres que lucharán por terminar con la discriminación y desigualdad que viven.
18 de octubre, 2024
Por: Verónica Santamaría
@VeroSantamariaC 

En el relleno sanitario del municipio de Jiménez, en el estado de Chihuahua, trabajan 30 personas recicladoras de base dedicadas a separar y recuperar los residuos valorizables que llegan de los camiones recolectores de basura a ese sitio de disposición final de desechos orgánicos, sólidos urbanos y sanitarios.

En el lugar cada persona que llega para recuperar los residuos y después venderlos a un reciclador, cuenta con un espacio asignado para trabajar, recuperar y separar los residuos que deposita el camión. 

Una de ellas es Apolonia, una mujer de aproximadamente 40 años, quien acude al relleno sanitario del municipio de Jimenez para trabajar y ser el sustento de su familia.

La jornada laboral de Apolonia comienza a partir de las 07:00 y termina a las 13:00 horas del día debido a que el único residuo valorizable, es decir, aquel material que vende a un reciclador y que por sus características puede volver a la cadena de valor, es el plástico.

“Llegan las basuras y a cada quien le toca en su puesto de trabajo. Nuestra jornada es de 7 a 1 de la tarde. Lo único que estamos sacando ahorita es plástico [PET], porque todo lo demás se nos está quedando tirado porque no hay comprador”, declara Apolonia en entrevista para Animal MX. 

Una lucha por sus derechos laborales

Apolonia, junto con otros compañeros, viajó a la CDMX desde Chihuahua, para ser parte del primer Movimiento Nacional de Recicladorexs en el país, con el objetivo de ser tomados en cuenta y que su trabajo sea reconocido, valorado y garante de derechos.

Durante los días 3, 4 y 5 de octubre personas recicladoras de base, también llamadas pepenadores, se reunieron para dialogar y conformar este gran movimiento para lograr el reconocimiento de sus derechos laborales. Incluso, con talleres de género para empoderar a las mujeres sobre la importancia de su trabajo y con ello eliminar prácticas discriminatorias hacia ellas.

Apolonia comentó que por primera vez era entrevistada para hablar acerca de su trabajo dentro de un relleno sanitario. Ella cuenta que el municipio Jiménez es un pueblito chico donde las autoridades tienen en el olvido a las personas recicladoras de base, como ella.

“Es muy solo Jimenez (…) No saben que existimos. No saben nada de nosotros. Nosotros estamos a la bendición de Dios. Somos 30 personas en el relleno sanitario”, declaró Apolonia.

Cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señalan que en el municipio de Jiménez, hasta 2020, la población era de 40 mil 859 habitantes, compuesta en un 49.4% por hombres y un 50.6% por mujeres. 

Sin embargo, según las cifras, en comparación con 2010, la población en Jiménez decreció un -0.98%. El municipio de Jimenez es uno de los 67 ayuntamientos que hay en el estado.

recicladores de base
Primer encuentro de recicladores de base en México. Foto: Facebook del Movimiento Nacional de Recicladorxs de México.

El lonche del día

En el municipio de Gómez Palacio, Durango el trabajo de las personas recicladoras de base no es lejano a lo que sucede en Chihuahua. En esa entidad vive Claudia Patricia, quien también se dedica a recuperar residuos sólidos urbanos dentro de un relleno sanitario.

Claudia Patricia cuenta que el lugar en el que trabaja es grande y acorralado. En su interior sí cuentan con baños y sombra, pero estos se encuentran muy lejos de donde los camiones recolectores llegan “a tirar las basuras”, señala.

Al menos son 200 metros de donde están los baños y la sombra de donde realizan la separación de los residuos. “Para nosotras, como mujeres, también es difícil porque cuando nos llega una urgencia de ir al baño, caminamos 200 metros de regreso y otros 200 metros de ida”, comenta Claudia Patricia a Animal MX.

Antes de llegar al relleno sanitario de Gómez Palacios, Durango, Claudia Patricia debe levantarse a las 06:00 horas todos los días para preparar el lonche y tener algo para comer durante la jornada laboral.

“A veces sale qué comer y a veces no. Entonces, nos vamos preparados con agua y algo de lonche para comer allá”, cuenta la recicladora de base.

En cambio, en el caso de Apolonia, la situación es completamente diferente, pues ella cuenta que hay días en los que no hay comida que llevar para trabajar.

“Y no llevamos nada. De lo que encontramos allá, allá almorzamos. Comemos lo mismo que encontramos tirado. De ahí comemos y almorzamos todos nuestros compañeros”, relata Apolonia.

recicladoras de base
Apolonia y Claudia Patricia, recicladoras de base. Foto: Verónica Santamaría.

Plástico PET, el único residuo que pueden reciclar

Durante las seis horas que forman parte de su jornada de trabajo, Apolonia y sus compañeros esperan la llegada de los camiones recolectores para captar las primeras descargas de desechos en el relleno sanitario. 

A partir de ese momento, ellas ya pueden comenzar a recuperar y separar, únicamente, el plástico PET.

“Lo único que estamos sacando ahorita es plástico [PET) porque todo lo demás se nos está quedando tirado porque no hay comprador”, señala.

Con la limitante de solo poder separar y reciclar plástico PET, a las recicladoras de base se va la oportunidad de obtener más ingresos con otros residuos valorizables. 

Al no haber compradores para otros residuos, no hay ventas y con ello muchos residuos que pueden separarse y reciclarse simplemente se quedan ahí, tirados y vueltos un foco de contaminación.

Según información del Atlas Nacional de Residuos Sólidos Urbanos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), en el estado de Chihuahua se generan 3 mil 638 toneladas diarias de basura. Los desechos que más se generan son residuos alimentarios, fibra vegetal, hule, cartón, lata, plástico PET, residuos de jardinería, pañal desechable, material para la construcción, residuo fino, entre otros en menor cantidad.

Según información del estado, los 67 municipios de Chihuahua tienen un sistema de recolección de desechos el cual se realiza casa por casa. En cuanto al personal dedicado al servicio de recolección, se tiene el registro de mil 585 personas en el estado, de las cuales 72 son mujeres y mil 513 son hombres.

Sobre los sitios de disposición final de los residuos en el estado hay 2 rellenos sanitarios que sí cumplen con la Norma Oficial Mexicana NOM-083-SEMARNAT-2003, sobre la protección ambiental para la selección del sitio, diseño, construcción, operación, monitoreo, clausura de un sitio de disposición final de residuos sólidos urbanos y de manejo especial.

En contraste, el estado cuenta con 4 sitios controlados y 144 espacios no controlados. La administración de estos sitios de disposición final también varía ya que, por un lado, 142 de ellos los rige el sector público, 1 el sector privado y 7 el sector social, según datos de la Semarnat.

recicladoras de base
Mapas de Chihuahua y Durango con los sitios de disposición final de residuos en esos estados. Imágenes tomada del Atlas Nacional de Residuos Sólidos Urbanos de la Semarnat.

¿Cuánto gana una persona recicladora de base?

Apolonia cuenta que en un buen día de trabajo llegan a ganar hasta $200 pesos. Para lograrlo debe llenar, al menos, una barcina y media que es un costal enorme de color blanco que se usa para recuperar material reciclable de gran volumen.

Para lograrlo, se necesita que no solo se recupere el plástico PET, sino que existan más compradores que puedan comprar no sólo plástico PET. En el mapa de Ecolana sobre centros de acopio en el país se muestra que en el municipio Jimenez escasean los centros de acopio.

Mientras que en municipios colindantes como Delicias, Cuauhtémoc o la capital de Chihuahua existen centros de acopio de reciclaje con la capacidad de recibir diferentes materiales como cartón, lata, plástico PET, papel, periódico, revistas, entre otros. 

Apolonia demanda que existan más recicladoras para que haya más movimiento y no se nos queden tirados otros residuos valorizables. Esto les permitirá tener mejores ingresos para sus hogares.

“Ahorita no sacamos ni la mitad de lo que sacabamos antes y sí nos interesa que nos tomen en cuenta, de que existimos y que haya más comprador”, apunta.

¿Cómo trabajan en el relleno sanitario?

Trabajar en un sitio de disposición final, sea relleno sanitario o vertedero, no es fácil. Como mujeres deben enfrentarse a factores como desigualdad y discriminación, incluso enfrentar precariedades en tareas cotidianas básicas como contar con un espacio digno y limpio para sus necesidades.

Claudia Patricia describe cómo es un día de trabajo dentro del relleno sanitario de Gómez Palacio:

Ella se levanta a las 06:00 horas, prepara un poco de comida y de ahí hace una hora para llegar a trabajar. Para las 08:00 horas del día, las puertas del sitio de disposición final de residuos se abren y todas las personas recicladoras de base entran y comienza el día.

“Entramos todos juntos. Unos hasta van corriendo para dejarnos la basura más buena, porque es la basura que traen mejores basuras. Pero también sabemos cuál viene de los ranchos y otras que no traen nada y ya. La rodeamos entre más de diez personas. Cada quien arrima su bolsa y empieza la pepena”, describe Claudia Patricia.

Para trabajar no cuentan con herramientas o equipo que las proteja para ejercer su trabajo de forma segura y libre de peligros, como ser picadas por agujas de jeringas, desechos sanitarios o cualquier vidrio roto que haya llegado.

Pelear por la basura también es una realidad. Cuenta Claudia que por la mañanas es el mejor momento para recuperar y reciclar los residuos que separan porque hay variedad y mayor cantidad. En cambio, conforme avanza el día, comienzan a llegar más camiones y hombres y mujeres por igual “estamos ahí peleando por la basura”, señala.

Aunque ha presenciado diferentes eventos en los que el bienestar de sus compañeros se pone en riesgo, cuenta Claudia Patricia que todos los acontecimientos los atienden entre ellos.

“Las situaciones las atendemos nosotros mismos. Como compañeros nos damos la mano y aunque somos de diferentes agrupaciones de diferentes líderes, entre nosotros mismos nos auxiliamos y si alguno tiene un carro o un caballo, me la llevo al hospital”, cuenta. 

Dentro de los rellenos sanitarios es generalizado que las personas no cuenten con herramientas, equipo o prendas que los protejan de tener contacto directo con los residuos. No cuentan con botiquín y solo usan lo que se encuentran en la misma basura como vendas o playeras, en caso de sufrir algún accidente.

La esperanza de un movimiento para todxs

Ante la precariedad, el hecho de que personas recicladoras de siete estados del país como Guanajuato, Oaxaca, Puebla, Durango, Chihuahua, Querétaro y Veracruz es un hecho histórico en México para que su trabajo sea reconocido como un servicio público y, así, acceder a un pago digno.

Tanto Apolonia y Claudia Patricia, como representantes de sus compañeras en los rellenos sanitarios donde trabajan, esperan de este primer Movimiento Nacional de Recicladores en México para que el día de mañana sus necesidades sean recibidas y atendidas.

“Por eso nos interesa estar aquí y que el día de mañana tengamos un apoyo de nuestras compañeras”, cuenta Apolonia.

Para las recicladoras de base, un día sin trabajar implica un día o semana perdida. Pero también se necesitan mejores condiciones laborales que atiendan, además, los accidentes a los que están expuestas. Ante esto, piden a la ciudadanía ser consciente y que sean tomadas en cuenta. 

“Somos seres humanos como [ustedes]. Les pido que reciclen un poquito más, que nos valoren como lo que somos, igual que todos”, apunta.

Para ellas, ser recuperadora de base es un trabajo que las llena de orgullo, les gusta y no es sucio. Como se suele mencionar en ocasiones, en voz de las recicladoras de base, trabajar en un relleno sanitario es como su segunda casa y un lugar donde se sienten felices, pero esto no implica que tanto autoridades municipales, estatales y federales se interesen por dotarlos de derechos laborales dignos.

El Movimiento Nacional de Recicladores en México cuenta con el apoyo de la Red Latinoamericana y del Caribe de Recicladores de la Alianza Internacional de Recicladores.

Antes de que te vayas: Axolo-tlali, el sitio de conservación que rescata y le da hogar a los ajolotes abandonados

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Imagen BBC
La vida de los hibakusha, sobrevivientes de las bombas atómicas que vivieron con miedo y ganaron el premio Nobel de la Paz
9 minutos de lectura

Para muchos habitantes de Hiroshima y Nagasaki sobrevivir a las bombas fue solo el comienzo de una vida en la que combatieron dolores físicos pero también profundas heridas emocionales.

11 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
0

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki terminaron con la vida de miles de personas en un instante. Para los sobrevivientes fue solo el comienzo de años de dolorosas heridas, enfermedades, miedo, sentimiento de culpa y discriminación.

La organización Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha o sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre las ciudades japonesas en 1945, ganó el Premio Nobel de la Paz este año.

El movimiento representa a los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que residen en Japón, Corea y otras partes del mundo.

No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos del 6 y el 9 de agosto de 1945,.

Los cálculos más conservadores estiman que cinco meses después de los ataques unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades.

Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.

Escombros de edificios en Hiroshima.
Getty Images
Hiroshima quedó arrasada tras la explosión de la bomba.

El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.

Sus testimonios no solo dan cuenta de lo que vieron, sino de los traumas que aún llevan dentro.

“Hay muchos hibakusha que son narradores sociales, pero no son capaces de contarle su propia historia a sus hijos”, le dice a BBC Mundo Yuka Kamite, profesora de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha estudiado la salud mental de los hibakusha.

Una dura batalla

Se calcula que hoy aún viven unos 140.000 hibakusha, que rondan los 80 años de edad.

¿Cómo ha sido la vida de los hibakusha y por qué sobrevivir a la bomba fue solo una parte de la dura batalla que han dado para llevar una vida digna?

Miedo

Los hibakusha que recibieron el impacto de la bomba sufrieron quemaduras y heridas que marcaron sus cuerpos y sus rostros.

Una sobreviviente con quemaduras en la cara
Getty Images
Muchos sobrevivientes sufrieron quemaduras y de los efectos de la radiación.

Aquellos que estuvieron expuestos a mayores dosis de radiación, aunque a primera vista parecían ilesos, luego mostraron síntomas como pérdida del pelo, sangrado y diarrea.

Luego se reportó un aumento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.

“Todavía siento miedo de que se me puedan manifestar las consecuencias de la radioactividad y morir en cualquier momento”, le dice a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que tenía 6 años el día de la explosión y que hoy, a sus 81 años, vive en México.

Ese miedo los llevó a una vida de estrés, confusión, incertidumbre y ansiedad. Incluso vivían con temor de pasarle los efectos de la radiación a sus hijos.

“Los efectos de la radiación son invisibles, eso los hizo sentirse inestables e intranquilos, sin saber qué iba a pasar con su futuro”, le dice a BBC Mundo Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki.

Dos sobrevivientes con heridas
Getty Images
Las bombas causaron heridas físicas y psicológicas.

El miedo marcó para siempre la salud mental y emocional de muchos hibakusha.

Luli van der Does, profesora en el Centro para la paz de la Universidad de Hiroshima que ha estudiado los efectos de la bomba en los sobrevivientes, menciona algunos ejemplos de cómo el miedo se quedó grabado en sus mentes.

“Algunos no pueden comer pescado seco porque les recuerda el olor de los cuerpos quemados”, le dice van der Does a BBC Mundo.

“Otros se tuvieron que ir de Hiroshima y nunca volvieron a visitar su ciudad, otros dicen que no pueden comer pepinos, porque ante la falta de medicinas tras la bomba era lo único que podían usar para curar sus heridas”.

Yasuaki Yamashita en una foto de cuando era pequeño a la izquierda y una foto reciente
Cortesía/Marcos González
Yasuaki Yamashita tenía 6 años cuando explotó la bomba en Nagasaki. Hoy, a sus 81 años, vive en México.

“En casos más severos, dicen que no pueden cruzar puentes ni ver ríos, porque comienzan a recordar los cadáveres que veían flotando tras la explosión”.

El miedo les afectó su salud emocional pero, además, los lanzó a una realidad que hizo aún más difícil su lucha por llevar una vida soportable después de la bomba.

Discriminación

Las heridas físicas, el temor a que los efectos de la radiación pudieran ser contagiosos y los traumas psicológicos de los hibakusha llevaron a que muchos comenzaran a ser discriminados por su condición.

“La gente temía que los sobrevivientes tuvieran una enfermedad contagiosa”, recuerda Yamashita.

“Decían: ‘Hay que separarlos, no hay que casarse con ellos, no hay que tener amistad con ellos’”.

El temor a la discriminación llevó a que muchos ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a hablar de ello.

“Aquellos que tenían queloides [crecimiento excesivo del tejido de una cicatriz] en el cuerpo usaban mangas largas para cubrir sus cicatrices, incluso en pleno verano”, dice la profesora Kamite.

Una persona muestra sus cicatrices abultadas
Getty Images
Los sobrevivientes ocultaban sus cicatrices queloides por miedo a la discriminación.

También se les hacía difícil conseguir y conservar sus trabajos. Así lo recuerda Yasuaki Yamashita:

“Cuando salí de la preparatoria comencé a trabajar y casi al mismo tiempo comencé a sufrir los efectos de la radiación.

Empecé a perder la sangre, evacuaba sangre, vomitaba sangre, entonces no podía trabajar.

Si conseguía un trabajo, venía esa enfermedad y tenía que renunciar, así duré como dos años.

Mucha gente me decía que yo era un flojo, que no quería trabajar, pero no era eso, era que simplemente no podía trabajar. Yo necesitaba trabajar, pero no podía”.

Para las mujeres la situación muchas veces era aún más difícil.

En esa época casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

Setsuko Thurlow
Getty Images
Setsuko Thurlow recuerda que cuando era joven, poder casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

“Era casi la única cosa que una mujer esperaba”, recuerda Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus recuerdos durante un evento en línea para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.

“Con esas cicatrices queloides, esas mujeres perdían la fe y la esperanza en la vida”, dijo Thurlow, quien en 2017 recibió en nombre de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz que se le otorgó a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por su sigla en inglés).

Keiko Ogura, otra sobreviviente de Hiroshima, recuerda que vivió esa discriminación en carne propia. Así lo contó en conversación con BBC Mundo:

“Tenía 8 años, era solo una niña pequeña en la escuela elemental, pero sabíamos que no debíamos decir que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo relacionado con la radiación, no nos podríamos casar.

No decíamos que éramos sobrevivientes. Teníamos un certificado de sobrevivientes y al mostrarlo en el hospital podíamos recibir tratamiento médico que ayudaba a pagar el gobierno. Sin embargo, la gente nos decía ‘no muestres eso’.

Keiko Ogura
Getty Images
A Keiko Ogura le enseñaban que no debía decir que era una sobreviviente de la bomba.

Al principio yo no le prestaba atención, sentíamos que todos compartíamos el mismo destino, pero cuando ya era una mujer en edad de casarme, a los 18 o 20 años, los hombres jóvenes de fuera de la ciudad me preguntaban “Keiko, ¿dónde estabas al momento de la bomba?Por mi parte no hay problema, pero a mis padres les preocupa”.

Sé que muchas otras personas también tuvieron esa experiencia”.

La profesora Van der Does cuenta que cuando llegaba el momento de casarse, algunas personas contrataban detectives para investigar si la pareja había estado en Hiroshima al momento de la bomba.

Otros, por su parte, sintieron esa discriminación de una manera más sutil o indirecta, y los puso en una posición vulnerable ante la sociedad. Una “discriminación silenciosa”, como la llama la profesora Van der Does.

Yoshiro Yamawaki con una camisa a cuadros.
Cortesía Yoshiro Yamawaki
Yoshiro Yamawaki lamenta no haber podido estudiar una carrera porque tras la muerte de su padre tuvo que dedicarse a trabajar.

“No sabes exactamente qué tipo de discriminación estás sufriendo, pero simplemente la sientes en tus interacciones sociales, o al darte cuenta de que a lo largo de tu vida has recibido un trato injusto”, explica.

Yoshiro Yamawaki, sobreviviente de Nagasaki, es uno de esos casos de discriminación silenciosa.

“La bomba mató a mi padre, mi madre tenía siete hijos y no podía hacerse cargo de ellos. Por eso, tuve que dedicarme a trabajar, sin poder ir a la universidad, creo que eso fue una forma de discriminación”, dice Yamawaki en conversación con BBC Mundo.

Según explica Van der Does, es difícil conocer el daño psicológico y emocional que sufrieron los hibakusha porque muchos murieron sin ser capaces de hablar de ello.

Keiko Ogura con 8 años.
Cortesía Keiko Ogura
Keiko Ogura tenía 8 años cuando estalló la bomba en Hiroshima.

“Hay muchos que no han admitido ser hibakusha por el miedo a la discriminación”, dice la investigadora.

En una reciente encuesta que Van der Does realizó entre 1.652 hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, encontró que el 31% de ellos ha sufrido varios tipos de trato discriminatorio a lo largo de su vida.

Esa discriminación en ocasiones se dio entre los mismos hibakusha.

“Los hibakusha conocían mejor que nadie lo que les ocurría, por eso muchas veces se discriminaban entre ellos”, dice Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.

Setsuko Thurlow hablando desde la tribuna de los premios Nobel
Getty Images
En 2017 Thurlow asistió a la ceremonia del Premio Nobel representando a las víctimas de los bombardeos.

Según Van der Does, esa discriminación era fruto del miedo y de la desesperación por vivir. “Estaban luchando por sobrevivir, tenían que competir entre ellos por lograr algún tipo de ayuda”, dice la profesora.

Culpa

Al miedo y a la discriminación con que cargaban los hibakusha muchas veces se les sumó un sentimiento de culpa por haber escapado con vida o haber sido incapaces de ayudar a quienes pedían auxilio.

Ese sentimiento de culpa de los sobrevivientes les causó sufrimiento a largo plazo, explica la psicóloga Kamite.

Hiroshima destruida tras la bomba
Getty Images
Muchos hibakusha desarrollaron un sentimiento de culpa por no haber podido ayudar a las personas heridas.

Así lo recuerda la sobreviviente Keiko Ogura:

“Yo, al igual que el 90% de los sobrevivientes, tuve un sentimiento de culpa porque vi morir a familiares y amigos. Después de la explosión vimos gente bajo los edificios derrumbados pidiendo ayuda, pero no podíamos ayudarlos, estaban atrapados. Las madres trataban de sacarlos pero era muy difícil.

Luego, el fuego se esparció tan rápido que no tuvieron más opción que irse del lugar.

Eso los hizo preguntarse: ¿por qué no pude cumplir con el deber de ayudar a mis hijos hasta el último momento?

Tras la explosión, dos personas muy heridas se me acercaron y solo decían ‘agua, agua’. Yo les di de beber y luego murieron frente a mí. En ese momento no lo entendía, era solo una niña de 8 años, pero comencé a culparme porque sentía que los había matado. Sentía que si no les hubiera dado agua, ellos no estarían muertos. Me sentí así durante más de 10 años”.

Yasuaki Yamashita hablando en un foro
Getty Images
Algunos hibakusha cuentan su historia en eventos públicos, pero otros prefieren permanecer en silencio.

Según los expertos, la dificultad que muchos sobrevivientes tienen para hablar de su experiencia les ha afectado sus vidas.

“El velo de silencio sobre estos temas funcionó para ocultar las transgresiones ocasionadas por las secuelas atómicas”, dice Kamite.

Contra el silencio

Algunos hibakusha, sin embargo, han combatido ese silencio y comparten sus historias con los medios o como parte de campañas en contra de la proliferación de armas nucleares.

“Algunos están motivados por la ira, otros por un sentido de misión social, y otros pueden estar motivados por la respuesta al trauma”, dice Kamite.

Takashi Morita sostiene unas flores en la mano
Getty Images
Algunos hibakusha se convirtieron en activistas en contra de las armas nucleares.

La profesora, sin embargo, advierte que son solo unos pocos quienes participan en estas actividades sociales y que es probable que muchos hibakusha hayan sido una “mayoría silenciosa”.

Van der Does, por su parte, explica que con el tiempo los hibakusha lograron construir un sentido de comunidad que los ayudó a ganar aceptación en la sociedad.

“Se convirtieron en líderes en la lucha por el desarme nuclear”, dice la profesora. “Pasaron de ser víctimas a creadores de un mundo nuevo”.

Línea gris
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