Las palabras son de lo más poderoso que existe y gracias a ellas podemos comunicarnos, entender lo que nos rodea y hasta crear nuestra propia identidad. Sin embargo, muchas veces se nos olvida que en México no solo se habla español sino también 68 lenguas indígenas (más sus variaciones).
Cada una de ellas representa una forma diferente de conocer y nombrar al mundo. Miriam Hernández, activista y traductora de la lengua maya ch’ol, señala que cada “lengua es vida, es cosmovisión, es otro modo de vivir y otro modo de pensar”.
Sin embargo, instituciones como el Inali –que actualmente enfrenta su propia desaparición– y organizaciones civiles advierten constantemente de los peligros que corren las lenguas indígenas en México y de todo lo que se pierde cuando una de ellas se extingue.
Como dijo el filósofo e historiador Miguel León Portilla en su poema “Cuando muere una lengua”:
Cuando muere una lengua
todo lo que hay en el mundo
mares y ríos,
animales y plantas,
ni se piensan, ni pronuncian
con atisbos y sonidos
que no existen ya.
Sin embargo, hay varias personas trabajan día a día por conservar esas lenguas. Platicamos con algunas de ellas y te presentamos parte de sus proyectos y esfuerzos.
De acuerdo al Catálogo de las Lenguas Indígenas Nacionales, creado por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), en México se hablan 68 lenguas pertenecientes a 11 familias lingüísticas y de las que se derivan unas 364 variantes.
Los datos del Censo de Población y Vivienda 2020 del Inegi indican que en nuestro país hay poco más de 7 millones 360 mil personas de tres años y más que hablan alguna lengua indígena.
El mismo reporte menciona que al 2020, las principales lenguas indígenas habladas por esa población son: náhuatl (22.4%), maya (10.5%), tzeltal (tseltal) (8.0%), tzotzil (Tsotsil) (7.5%), mixteco (7.2%) y zapoteco (6.7%)
A pesar de esa riqueza lingüística, el 60% de estas lenguas está en riesgo de desaparecer.
Irma Pineda, poeta zapoteca y defensora de los pueblos indígenas, reflexiona que una de las grandes amenazas para estas lenguas es la discriminación y la exclusión que todavía existen.
“Te hacen a un lado porque hablas distinto, porque vienes de otra cultura”, menciona, y también aclara que es sorprendente que a pesar de que lleva años luchando contra la discriminación, todavía no se ha logrado hacer mucho por disminuirla.
Hasta el día de hoy, muchas personas asocian a quienes hablan una lengua indígena con atraso cultural y pobreza. Por lo que las excluyen o incluso esos mismos hablantes deciden dejar de expresarse en su lengua originaria por miedo a ser discriminados.
Entonces, ¿qué se puede hacer por estas lenguas?
Afortunadamente existen más personas que luchan por difundir y proteger desde su trinchera a las lenguas indígenas. Ahí están todas las personas que cantan o incluso hasta rapean en su lengua originaria.
Igualmente hay quienes están más pegadas a la tecnología y el mundo digital y deciden difundir su propia lengua por esos medios.
Originaria de Juchitán, en Oaxaca, Irma Pineda pertenece a la cultura binni záa o zapoteca, como también se le conoce, y es hablante la lengua diidxazá. Desde pequeña estuvo en contacto con su lengua originaria y también con el mundo de la literatura, pero nunca pensó en combinar ambos mundos.
“Fue hasta que migré”, comenta Irma Pineda y platica en entrevista con Animal MX que se mudó de Juchitán a Toluca. Ella describe la experiencia como algo muy difícil por el tema de la soledad. Además de no tener a su familia y amistades cerca, se dio cuenta que todos sus pensamientos, sus sueños y su comunicación con las personas que la rodeaban siempre habían sido en su propia lengua, el diidxazá.
También se sintió limitada con su español, el cual era uno muy local y regional, por lo que prefirió vivir en silencio.
Irma estuvo en una lucha constante por revincularse con su lengua y descubrió que la escritura le permitía tener esa conexión con las palabras y con su propia cultura pues entonces “la pensaba, la reflexionaba y escribía sobre eso”.
Aunque estaba consciente de la discriminación que sufrían ella y otras personas por usar su lengua originaria, decidió que tenía que hacerla sonar más fuerte, sobre todo en los espacios públicos. Desde ese momento, su poesía no solo se volvió una cuestión literaria, sino también un arma de resistencia.
Recientemente, Irma Pineda participó en la realización del libro Intraducibles, junto a Gabriela Lavalle, directora del Instituto Mexicano de Turismo en Houston. Éste consiste en reunir palabras de varias lenguas indígenas que no pueden expresarse con otra sola palabra en el español y explicar su significado.
Irma lleva al menos 30 años en el activismo y se siente orgullosa de pertenecer a una generación que ha luchado durante décadas por el reconocimiento, preservación y difusión de las culturas y lenguas indígenas.
Además, tiene fe en todas las personas jóvenes que se han seguido y seguirán uniendo a esta lucha. “Cuando tú ves todo ese florecer dices: «ah bueno, ha tenido sentido todo el movimiento que se viene haciendo desde hace muchos años»”, comenta Irma emocionada.
Una puede luchar de distintas formas y en el caso de Miriam Hernández el activismo consiste en compartir conocimiento.
Ella es del municipio de Tila, que se ubica en la parte norte del estado de Chiapas. Es hablante de la lengua lakty’añ a la que denominan como chol o ch’ol que pertenece a la familia maya.
La aprendió desde pequeña junto con el español, aunque al igual que Irma Pineda encontró una verdadera conexión con ella hasta que creció y estudió la licenciatura en Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural de Tabasco.
“Entrar a esta universidad fue encontrarme porque durante mis estudios de nivel básico y media superior yo no sabía nada de esto de las lenguas y de las culturas”, platica Miriam.
“Inconscientemente sí sabía todo lo que era mi cultura, pero no sabía cómo llamarle, no sabía el valor de esto”, comenta Miriam Hernández, quien gracias al apoyo de las personas que la conocen decidió iniciar el proyecto Lakty’añ CH’ol, una página de Facebook con la que comparte voces, letras y datos de la cultura ch’ol.
Confiesa que al inicio no pensaba que estuviera haciendo alguna colaboración para difundir su lengua, pues incluso solo lo veía como un pasatiempo.
Pero eso cambió cuando alguien le dijo que gracias a su esfuerzo de alguna manera le daba a otras personas jóvenes “conciencia de que no importa dónde estés o dónde publiques tu lengua, pues es importante”.
En la página podrás encontrar videos, imágenes y otros materiales didácticos con los que Miriam Hernández da a conocer un poco de su lengua y su cultura. Sin embargo, ella también se ha dedicado en los últimos años a dar clases virtuales de ch’ol.
Y no solo eso, reconoce que es gracias a esta página que le han salido otras oportunidades para compartir su conocimiento. Por ejemplo, ha colaborado con Rising Voices (una asociación internacional con sede en Estados Unidos) que, junto con la Unesco, la invitó a dar talleres de activismo digital de lenguas indígenas.
También cuenta a Animal MX que es gracias a la página que pudo colaborar y ser coautora de un diccionario digital de la lengua ch’ol que está disponible en la PlayStore. Se trata de una versión gratuita y que puedes explorar sin conexión a internet que se hizo junto con la Universidad Intercultural de Chiapas.
Miyotl viene del náhuatl y significa “rayito de luz” y el objetivo de esta app, de acuerdo con Emilio Álvarez –uno de los fundadores y creadores– es “crear una herramienta tecnológica en donde todo mundo pueda tener acceso a una de nuestras lenguas y poder aprenderla”.
Emilio tiene apenas 19 años y estudia de Ingeniería en Irrigación en la Universidad Autónoma de Chapingo. Él es originario de Texcoco de Mora y nos platica que ahí se habla mucho el masehualtajtol, que proviene del náhuatl.
Aunque él no es hablante de ninguna de esas lenguas, en su universidad ha podido conocer a muchas personas que sí lo son, pues como platica en entrevista a Animal MX, tiene “compañeros que son de lo largo y ancho del país” .
“Varios compañeros me comentaban su historia, su experiencia, el compartir esta cultura con su comunidad y entonces descubrimos que es una necesidad que se siga transmitiendo la lengua”, platica.
Aunque no estudió programación, se ha dedicado junto a su equipo, que está conformado principalmente de otros estudiantes de distintas carreras, a desarrollar esta aplicación.
Y de verdad que el trabajo en conjunto ha sido muy importante, pues al inicio solo eran entre 10 y 15 personas; y ahora son entre 110 y 120 integrantes, entre todos ellos hay hablantes de unas 25 lenguas.
De hecho, son esas las que están disponibles actualmente en Miyotl, pero tienen como objetivo cubrir las 68 lenguas indígenas que hay en el país.
Las 25 lenguas disponibles en Miyotl son: Amuzgo, Chatino, Ch’ol, Chinanteco, Chocholteco, Chontal de Tabasco, Huasteco, Huichol Matlatzinca, Maya, Mazahua, Mazateco, Mixe, Mixteco, Náhuatl, Nayarí, Otomí, Tepehuano del sur, Tlapaneco, Totonaco, Tseltal, Tsotsil, Zapoteco, Zoque y Tojolabal.
Miyotl –disponible para Android, Huawei y próximamente iOS– funciona como un diccionario, no solo de palabras, sino también de algunas frases y oraciones básicas.
La segunda fase de la app son los textos, que de acuerdo a Emilio Álvarez son sobre “indumentaria, danzas, rituales, cosmovisión, todo lo que pueda describir y queramos transmitir sobre nuestra cultura”.
La aplicación sigue evolucionando, pues se espera integrar más funciones relacionadas a la gramática y escritura de las lenguas indígenas. De hecho, la tercera fase es la más ambiciosa, pues desean que cualquier persona pueda profundizar en el aprendizaje de las lenguas indígenas sin caer en la castellanización de estas.
¿Y eso qué quiere decir? Emilio nos explica que muchas veces se enseña, por ejemplo, el náhuatl pero desde el punto de vista de la lengua española, intentando imitar la misma estructura gramatical cuando no funciona así.
Incluso las mismas personas que conforman Miyotl han tenido que profundizar en sus conocimientos de las lenguas. “Se tiende mucho a creer en que por uno ser hablante puede también enseñar una lengua”, comenta y aclara que la realidad es más compleja. Incluso, insiste en que es “fundamental que haya una profesionalización”.
Emilio y su equipo siguen creciendo y conociendo más de sus lenguas y culturas para nutrir Miyotl. Por ahora, nos adelanta que este 21 de febrero contarán con una pequeña actualización antes de traer un avance mucho más grande y nutrido en agosto.
Emilio Álvarez nos recuerda algo quizás obvio, pero importante: la única forma de preservar una lengua viva es hablándola. Sin embargo, faltan muchas cosas por hacer en favor de las lenguas indígenas en México.
Irma Pineda menciona que el primera paso sería que el gobierno aplicara las leyes que ya existen. Por ejemplo, se supone los pueblos indígenas deben recibir educación en sus lenguas y eso claramente no ocurre.
Miriam Hernández nos comparte su propia experiencia en este punto: “sucede que a veces las escuelas son bilingües o rurales, pero el maestro no habla la lengua”, menciona. También dice que hay ocasiones en las que, por ejemplo, un maestro que habla ch’ol es enviado a una zona tseltal y no le queda de otra más que hablar en español para poder comunicarse.
Siguiendo un poco con el mismo punto, Irma Pineda nos recuerda algo muy importante, que “toda ley sin presupuesto, no sirve”. Intentar ofrecer una educación en lenguas indígenas no puede lograrse si no se cuenta con presupuestos para generar materiales didácticos en esas lenguas y para invertir en la formación de docentes de esas comunidades.
Finalmente, un paso en donde toda la sociedad podemos y debemos participar, es en trabajar en la eliminación del racismo. Y nos reitera que cuando hablemos de culturas indígenas no solo pensemos en lo folklórico, sino “en todo el saber, todo el conocimiento que tienen las poblaciones”.
Por su parte, Miriam Hernández invita a todas las personas hablantes de lenguas indígenas a seguir practicándolas: “aunque somos pocos hablantes, aunque somos solamente de una cierta región, pero toda lengua tiene importancia”.
Su éxito es un giro inesperado para quien de niña era blanco de burlas por su condición social y nunca se sentía lo suficientemente bien en la piscina.
“Me acuerdo que me sacaron del agua los buzos de rescate, y luego, cuando me suben en la en la camilla al buque, veo la bandera de Chile gigante, toda la dotación esperándome y escucho de ‘The Eye of the Tiger’, la canción de (la película) Rocky.
“Me acuerdo de haber estado muriéndome, literal, y también con mucha risa, una emoción muy difícil de describir”.
La mujer a quien le dio ese ataque de risa cuando estaba al borde de la muerte es Bárbara Hernández.
Acababa de ser sacada de aguas antárticas. Su temperatura corporal había descendido a unos peligrosos 25°C. Estaba en las garras de una hipotermia severa.
“Sentir que tiritaba, el estómago frío, la espalda, las piernas, los brazos, es súper incómodo.
“Soy una persona muy controladora. Controlo mucho mis pensamientos, mi cuerpo, mi equipo, lo que hay que hacer, el propósito, qué sé yo.
“Pero esa etapa es la más vulnerable porque no tengo nada que hacer. Tengo que entregarme a esa sensación incómoda y, con fe, creer que va a pasar”.
No solo pasó la sensación sino que ese día, el 5 de febrero de 2023, batió un récord mundial por nadar la distancia más larga de la historia en esas aguas heladas: 2,5 kilómetros.
El año anterior había establecido otro récord Guiness en Cabo de Hornos, en el temido Paso Drake, el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida. La primera milla náutica la nadó en 15 minutos, 03 segundos, con lo cual obtuvo un Récord Guinness por velocidad, y siguió nadando, hasta completar 3 millas (5,5 km), la máxima distancia jamás nadada en ese lugar.
Súmale a eso muchas medallas y copas en campeonatos mundiales en aguas gélidas, además de logros por ser “la primera” en varios retos; por si fuera poco, tiene un magíster en Psicología.
La suya es una experiencia única… ¿qué se siente?
En su país natal, Chile, Bárbara Hernández es conocida cariñosamente como la Sirena de Hielo.
Se especializa en aguas extremadamente frías. Nada, a menudo, rodeada de glaciares, y siempre sin un traje de neopreno o grasa para aislar su cuerpo.
La temperatura del agua puede ser tan baja como 2°C, e, increíblemente, ella puede permanecer ahí durante 45 minutos.
La gente suele suponer que Bárbara creció junto al mar, pero no. Su comienzo fue muy urbano.
Cuando era niña su familia no podía darse el lujo de ir a menudo a la playa.
“Íbamos una o dos veces al año con mucho esfuerzo, tal vez dos días.
“Me acuerdo estar todo el día metida en el agua, y sentir que de verdad era la sirenita de Disney, pero en una versión mucho más latina y morena”.
Sus padres notaron su pasión por el agua, así que la sirenita latina comenzó a tomar clases de natación a los 6 años, de las que no siempre salía feliz.
“Chile sigue siendo un país súper clasista. Y 30 años atrás, se notaban mucho las diferencias socioeconómicas”.
Llegar a los clubes privados en el taxi que su padre conducía y usar trajes de baño de segunda mano “hacía que te miraran feo”.
“Es súper triste saludar y que nadie te conteste.
“Y fue un momento difícil también porque nunca fui lo suficientemente rápida en las competiciones para ser seleccionada para el equipo nacional”.
Puede que no haya sido material para la selección nacional, pero Bárbara tiene una determinación férrea: no iba a dejar la natación.
Desde los 9 años empezó a entrenar con Gabriel Torres.
Entre los dos pensaron que tal vez se estaba enfrentando a retos desatinados, y consideraron otros tipos de competencias.
“Empecé a hacer aguas abiertas los 17 años.
“Fue la primera vez que tuve la oportunidad de ir al sur de Chile, a Valdivia, y la primera vez que vi ríos limpios, pues la única imagen que tenía era la del río Mapocho (que cruza por Santiago de Chile), que en ese tiempo traía mucha basura y era muy café.
“Pensar que podía nadar en un río en el que había cisnes, lobos de mar, y árboles y pasto en las orillas era una locura”.
De hecho, toda la idea era un poco loca.
“No teníamos referentes femeninos de la natación de aguas abiertas”.
“Hubo un nadador que en los 80s nadó el English Channel que era el Tiburón Contreras, pero no había niñas nadando en el mar o mujeres haciendo grandes cruces.
“De hecho, no sabíamos siquiera si era posible, o si me iba a morir ahí en medio del río”.
El intento fue toda una revelación.
“Me di cuenta de que no necesitaba necesariamente ser la más rápida, sino la más perseverante, la que mejor se adaptara a las condiciones a la lluvia, el viento, el oleaje.
“Ahí empezó una semilla. Me pregunté si efectivamente yo podría llegar a ser esa primera chilena, si podría llegar a inspirar a más niñas o mujeres a entrar al mar, a conectar, a aprender”.
La natación en aguas abiertas era una posibilidad atractiva, pero desafiante, pues puede ser peligrosa y necesita una preparación rigurosa.
La hipotermia es una amenaza muy real, y puede ser fatal.
Tanto Bárbara como su entrenador buscaron información en países donde tenían más experiencia con la cultura de agua fría, para prepararse.
Y en 2014 fue invitada a nadar en Argentina, en un lago cerca del glaciar Perito Moreno.
“Fue la primera vez que vi nevar, y estaba al lado de ese tremendo glaciar.
“Era como un festival de natación de invierno. Conocí nadadores de todas partes del mundo, y yo era la más anónima de todo el grupo.
“Pensar nadar ahí y con ellos, me daban mucho miedo. No sabía si era posible, si mi cuerpo se iba a adaptar”.
Pero cuando entró al agua…
“Me di cuenta de que era muy fuerte y que me adaptaba, y pude terminar primera ese circuito”.
Primera de todos, hombres y mujeres, en su primer nado en un glaciar.
“Cuando terminé, miré el glaciar… asombroso, la nieve, las piedras, el no sentir los pies, las manos…”.
Bárbara tenía poco más de 20 años y, a diferencia de muchos en ese deporte, no tenía respaldo financiero. Y es una actividad muy costosa.
Pero a esas alturas no había vuelta atrás: la había invadido la pasión.
Empezó a tocar todas las puertas y, aunque le costó, al final encontró un patrocinador.
“Al principio nadie me conocía, entonces le escribí a muchas de las marcas que ahora me auspician. Les contaba que había un mundial en Siberia en 2016, que tal vez podía traerme un podio.
“Y tuve la fortuna de conocer un gran y querido empresario en Chile, en la Patagonia, y él financió mi primer viaje”.
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Entre el montón de sueños que siempre ha tenido Bárbara Hernández, uno era completar el reto de los Siete Mares.
Es natación de maratón, sin ayuda durante horas y horas, a lo largo de siete de los tramos de agua más difíciles del mundo, en los que enfrentas fuertes corrientes, mares agitados, medusas y tiburones.
Hay muchas reglas, entre ellas que los nadadores sólo pueden usar traje de baño estándar, gorro, gafas protectoras y tapones para los oídos, y está prohibido el contacto físico con el bote de apoyo, aunque su tripulación puede arrojar al agua comida y bebidas.
Solo 34 personas en todo el mundo lo han logrado hasta ahora, pero ninguno de esos detalles la iban a desanimar.
En 2018 superó el primer desafío cuando cruzó a nado el Estrecho de Gibraltar; un año después, cruzó el Canal de Catalina y el Canal de la Mancha, donde cumplió su sueño de convertirse en la primera chilena en hacerlo.
En 2021, tras la pandemia, el reto fue el canal de Molokai, un tramo de agua que separa las islas hawaianas Molokai y O’Ahu.
Son 42 kilómetros a través de un canal en medio del Océano Pacífico, de aguas profundas (701 metros), con corrientes extraordinariamente fuertes y abundante vida marina.
La travesía es larga, usualmente de más de 15 horas, por lo que a menudo se nada en la oscuridad.
“Amo nadar de noche. Me voy muy hacia dentro, a mis pensamientos, a reconocer qué es lo que me da miedo. Aprendí a ponerle nombre al miedo.
“Cuando estoy en el mar creo que lo que me da miedo es fallarle a la gente que ha creído en mí. Eso me angustiaba mucho y tuve que trabajarlo”.
También hay profunda belleza al nadar de noche.
“Hemos nadado con bioluminiscencias con las noctilucas (Noctiluca scintillans, chispa de mar).
“Es muy especial porque te da la sensación de estar soñando. Al mover los brazos, se ven luces alrededor tuyo…
“Y nadar con delfines, escucharlos, verlos, saber que están ahí, es algo realmente muy, muy especial.
“Se acercan mucho -pueden estar a menos de un metro tuyo-, y lo más difícil es seguir nadando pues te dan ganas de quedarte con ellos jugando”.
Suena idílico… nadar de noche, en agua luminosa, con delfines… y de pronto…
“Toqué algo que asumí que era una medusa porque me ardía, pero demasiado: un dolor que llega al hueso. Me acuerdo de haberme dicho: ‘Bárbara, ¿qué te pasa? No es tu primera medusa”.
Pero sí era su primera carabela portuguesa, una criatura particularmente venenosa.
“Me dolió tanto que me puse como a llorar.
“En la siguiente hidratación, pedí un antialérgico y ibuprofeno, pero me seguía ardiendo. Después me asusté porque no podía mover la pierna.
“Seguí, nadando más lento; para mí no era una opción salirme del agua. Y pudimos terminar el cruce.
“Fue muy impresionante poder terminar, muy bonito. Tengo los mejores recuerdos de Hawái. Nadar en un agua tibia turquesa maravillosa -en general estoy acostumbrada a salir con hipotermia-. Era como un sueño”.
No obstante, la carabela portuguesa había hecho estragos.
Tardó seis meses eliminar la toxina de su cuerpo, su pierna siguió entumecida y sufría espasmos por la noche.
Pero Bárbara Hernández insistió en continuar con el desafío, así que en julio de 2022 completó el Canal del Norte, el quinto del reto.
Y luego, se les ocurrió un nuevo plan: ir a Antártida a intentar batir un récord mundial.
Bárbara Hernández no sólo ama la Antártida sino que además quiere crear conciencia sobre el impacto del cambio climático, por ello el intento de récord.
El anterior, establecido en 2015, era de 2,25 kilómetros.
Para batirlo, tenía que nadar 2,5 kilómetros en temperaturas del agua de alrededor de 2°C.
Se dice fácil pero el riesgo de hipotermia es grave.
Tu cuerpo pierde calor más rápido de lo que puede ganarlo. A medida que las extremidades se enfrían, el cuerpo comienza a apagarse lentamente.
Pierdes la capacidad de pensar con claridad. La siguiente etapa puede ser respiratoria. Y, por último, la insuficiencia cardíaca.
Puede haber signos reveladores, por eso, cuando Bárbara está nadando, hay alguien en el bote encargado de tomar la decisión de sacarla: su ahora esposo Jorge Villalobos.
La Armada de Chile se involucró en el proceso de planificación porque tiene mucha experiencia de trabajar en la Antártida.
Tras años de investigación y ensoñación, en febrero de 2023 partieron.
Navegaron 20 días hasta llegar a su destino y, una vez ahí, tuvieron que esperar a que hubiera las condiciones adecuadas para realizar la proeza.
“Eso era crucial. No queríamos mucho viento, ni ballenas, ni focas leopardo, y tampoco pingüinos, porque eso significaba que las focas podían estar cazando”.
Esas focas, de hecho, habían sido sujeto de la planeación previa.
“Hubo hasta reuniones con biólogos marinos para definir el color de mi traje de baño, pues por ejemplo el naranja podía llamarles mucho la atención.
“Las focas leopardo son peligrosas, por eso es tan importante monitorearlas.
“No es que se alimenten de humanos pero identifican sus presas a través del gusto, entonces como que te prueban un poquito y cuando se dan cuenta de que es sangre humana, no les gusta y te dejan ahí.
“Pero, claro, para entonces, uno ya perdió una mano, un brazo o un pie”.
Bárbara cuenta que cuando la tripulación y su equipo discutían lo que podría pasarle, ella se iba a otra parte.
“Hablaban de muchas cosas que te ponen nerviosa”.
“Mi mamá tiene una frase muy linda: no hay que tenerle miedo al miedo, y durante toda mi vida ha significado cosas distintas; a veces significa saber que tu miedo existe, pero que no puede condicionar tu vida”.
Finalmente, se abrió una ventana de oportunidad.
Bárbara se montó a un bote con Jorge, una de sus mejores amigas y el equipo médico, y de ahí saltó al agua.
En algún momento, cuenta, se preocupó pues sentía “el corazón y el estómago frío”, pero se concentró en “nadar, y también tuve momentos muy conectada con el lugar donde estaba, el color del agua, tan transparente y tan salada”.
“Me acuerdo que pensé en el pan calentito con mantequilla que nos daban en el buque, en mis papás, mucho en mis perros… en que era una oportunidad de mostrar Antártica, entonces tenía que hacerlo bien y pelear hasta el final”.
De repente, “escuché los gritos y me asusté”, pero eran gritos de júbilo pues había batido el récord.
Fue entonces que la llevaron al buque donde escuchó la canción del film “Rocky” y le dio ataque de risa.
Pero “la temperatura de mi cuerpo bajó a menos de 25°. La mayoría de las personas se desmayan cuando su temperatura baja a 30°”.
Estaba en riesgo de sufrir un paro cardíaco.
El proceso de recuperación es largo: los médicos tienen que subir la temperatura lentamente, 1° por hora.
“Creo que esa parte fue la más dolorosa para mí”, pero luego estaba feliz: “¡súper emocionante!”… hasta que se dio cuenta de cuán afectada estaba su pareja.
“Jorge terminó muy mal. Estaba muy asustado porque nunca me había visto con tanta hipotermia. Y, ahí me di cuenta de que en verdad me podría haber muerto”.
A estas alturas, quizás te estarás preguntando, ¿por qué lo hace?
“Es una forma distinta de abrazar la vida.
“No es que ande buscando la muerte, ni desafiarla, ni nada de esas cosas raras.
“Creo que es un propósito muy bonito, y que siendo mujer, chilena y latina es un orgullo mostrar con ejemplos que realmente estamos preparadas para grandes cosas”.
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Uno pensaría que tras batir ese récord mundial y ganar numerosas medallas, Bárbara Hernández se tomaría un descanso, pero estaría equivocado.
¿Recuerdas el reto de los Siete Mares?
Le faltaban dos, y tenía fuertes motivos para querer terminarlo: le había prometido a Jorge que se casarían cuando lo completara.
Así que en marzo de 2023, cruzó el Estrecho de Cook, en Nueva Zelanda, y en junio de 2024, el Estrecho de Tsugaru, en Japón, y se convirtió en la primera sudamericana de la historia en lograr tal hazaña.
En septiembre de ese año, se casó en la Laguna del Inca, “en plena cordillera de Los Andes, en las aguas más turquesas y más frías que se puedan imaginar… es un lugar hermoso”.
“Mi vestido fue hecho por Ximena Olavarría, una diseñadora chilena. Tenía más de 3.000 cristales, bordado a mano, y yo parecía una sirena: la sirena de hielo”.
Como habían hecho en otras aguas gélidas, se metieron a la laguna: “Fue súper emocionante”.
Bárbara continúa soñando.
“Quiero volver a la Antártica. Echo de menos los pingüinos. No sé si quiero ir a ver a las focas leopardo tan de cerca, pero sí a las ballenas.
“Cuando pasa mucho tiempo sin ir a los glaciares, sueño con ellos. Es como un llamado, como que una parte mía se queda allá, entonces tengo que volver”.
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