¿Buscas plan para el fin de semana? Entonces, considera estos parques de diversiones en CDMX (y alrededores) que tienen juegos para todos: desde leves, para las infancias, hasta atracciones extremas.
Si buscas otras formas de combatir el aburrimiento, en esta nota te dejamos 7 divertidos lugares para ir con niños y pasarla bien como adultos.
Clara que empezamos con lo más nuevo, pues al fin este parque abrió sus puertas en Semana Santa 2024. Por ahora cuenta con 16 atracciones abiertas y varios juegos de destreza. Aquí encontrarás desde la Rueda de la fortuna 360° o los carritos chocones (con todo y una versión para los más pequeños), hasta algo extremo como la Montaña Rusa Jurásica.
Los horarios del Parque Aztlán son de martes a viernes de 12:00 a 20:00; y sábado y domingo de 10:00 a 22:00.
Toma en cuenta que cada juego tiene un costo (de $40 a $120), aunque también puedes adquirir un paquete.
Este es otro de los parques de diversiones en CDMX que ha ganado popularidad; sobre todo por los precios, y también porque se ubica en un centro comercial, entonces puedes aprovechar para armar el día redondo y hacer otras cosas.
Y claro que es otra opción para todas las edades, pues en sus más de 30 atracciones encontrarás desde un carrusel o autos chocones, hasta una montaña rusa “en las nubes” o un péndulo que también da vueltas de 360°.
¡Kataplum! se ubica en el último piso del Centro Comercial Las Antenas (Av. Canal de Garay 3278, La Esperanza). Abre de Lunes a Viernes de 12:00 a 21:00; y fines de semana de 13:00 a 21:00.
Puedes comprar el Kataporte por $289, que te da acceso al parque por un día y te permite subirte a las 30 atracciones las veces que quieras. Si te fascina y sabes que irás seguido, puedes adquirir un pase anual por $590.
Si vas con tus criaturas y no te late subirte a los juegos, tranqui. Puedes solo comprar tu acceso al parque por $99 que igual te permite disfrutar de shows internos.
El parque de diversiones más popular de la CDMX con su enorme variedad de juegos, pero que cómo se ha encarecido con los años.
Ubicado al sur de la CDMX, este parque tiene de todo un poco. Áreas para los más pequeños con juegos tranquilos, shows para toda la familia y atracciones que pondrán a prueba la adrenalina de las más valientes.
Además, tienen eventos especiales durante todo el año. Desde el desfile navideño o las casas de terror, hasta el Héroes y Villanos Fest o shows con luces leds y láser.
Six Flags México se ubica en Carretera al Picacho Ajusco Km 1.5, Colonia Héroes de Padierna, Alcaldía Tlalpan. Abre normalmente de miércoles a domingo en un horario de 10:00 a 20:00, pero te recomendamos ver su página.
Ahora sí… los precios. El boleto de un día sencillo cuesta $899. La Experiencia VIP de un día cuesta $2,400 para mayores de 1.20 y $850 para menores; incluye acceso ilimitado por fila preferente a los juegos mecánicos.
Si sabes que irás varias veces en el año, entonces te conviene más ver el pase anual que cuesta $1,200. Hay otros dos pases más caros que incluyen más beneficios en Six Flags y Hurricane Harbor.
Uno de los nuevos parques de diversiones cerca de CDMX es Hasbro City, inspirado en la marca de juguetes. Y es que aquí encontrarás experiencias inspiradas en franquicias como Power Rangers, Monopoly, My Little Pony y más.
Y no creas que por ser de una marca de juguetes solo encontrarás juegos leves. La verdad es que tiene cosas que pueden divertir a más grandes. Podríamos decir que lo más extremo es la torre de Optimus Prime, que te llevará a 25 metros de altura.
Hasbro City se ubica dentro de la plaza Paseo Interlomas (Retorno Privada 7, Mz. 7 Lote 1-5 local 2N-23, Naucalpan de Juárez). Normalmente abren de martes a domingo, pero te recomendamos visitar la página oficial para revisar horarios.
Este parque también tiene el tema de que pagues por atracción. Así que el boleto básico tiene un costo de $150 que trae 50 bonos que puedes usar en juegos mecánicos, atracciones, teatro, máquinas de video y destreza. De ahí va subiendo el precio (y los bonos) a $349 en Boleto regular y $499 en Boleto Plus.
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Otro de los parques de diversiones cerca de CDMX es El Dorado Park, que se ubica dentro de Mundo E. Aquí no tendrás que preocuparte por el mal clima, pues es un parque techado ideal para toda la familia.
Y sí, tienen desde zona para infancias muy pequeñas, hasta algunas atracciones extremas pa’que no te aburras. Igualmente tiene una zona de arcade, donde podrás armar las retas y canjear los tickets que ganes por algún premio.
Como mencionamos, se encuentra dentro de Mundo E (Perif. Blvd. Manuel Ávila Camacho 1007, en Tlalnepantla). Específicamente se encuentra a un lado del Chedraui Select.
El Dorado Park Mundo E abre de martes a viernes de 14:00 a 21:00, o sábados y domingos de 11:00 a 21:00 horas.
Aquí el costo es un poco como Aztlán. La entrada no cuesta, lo cual está chido si vas como papá y solo quieres ver a tu criatura jugar. Para acceder a las atracciones, tienes que comprar una tarjeta de $15 y a esa abonarle saldo, pues cada atracción tiene un costo (algunas van desde los $18).
También, para algunos juegos son necesarias unas calcetas antiderrapantes que puedes comprar ahí mismo. O si ya tienes, puedes llevar las tuyas. Acá más información.
En un país con crisis en la salud y con cientos de migrantes a la deriva, clínicas particulares y residenciales dan algo más que un tratamiento médico.
La Unidad Médica Bassuary, al oriente de Ciudad de México, en el inmenso municipio de Nezahualcóyotl, no es una clínica usual: está en una casa residencial, tiene altares en cada rinconcito y en el consultorio de la doctora jefe, Sarahí Hernández, más que diplomas hay fotos: de ella cuando joven, de Pedro Infante, de sus pacientes.
“A mí me gusta ver a la gente a la cara, tocarlos, darles el apapacho que tanto nos hace falta”, dice la doctora, de 58 años. “Me ha llegado gente con el pie podrido, literalmente, oliendo feo, y yo no puedo hacer otra cosa que conmoverme, tratarlos y ayudarles. Porque imagínate tú si los doctores solo atendiéramos a la gente guapa”.
La Bassuary -cuyo nombre es una reunión de las iniciales de su padre, madre y hermano; todos médicos- es, en sus términos, una “clínica particular”. Y familiar.
No está en un edificio construido para ser hospital, pero presta muchos de sus servicios: urgencias, cirugía, consulta.
En México se les suele llamar “clínicas patito”, un término peyorativo que connota informalidad, ilegalidad, mala praxis médica. Pero la Bassuary, así como muchas de estas clínicas particulares, no solo cumplen con la regulación, sino que a veces dan un servicio que los hospitales tradicionales quizá no.
Servicios como el apapacho: palabra náhuatl para el cariño, el consuelo, el abrazo, la palmadita.
Y sobre todo a quienes más lo necesitan: por ejemplo, la población migrante, que por estos días, dice Hernández, “parecen haberse ido, pero ahí están, ya van a volver, porque su situación es muy difícil y acá estamos para ayudarlos”.
Hoy los migrantes son el 10% de los pacientes de Hernández, pero hace unos meses eran más de la mitad.
Tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el flujo migrante en México parece haberse reducido o cambiado de rumbo, con lo que espacios de atención como este, o los albergues, están medio vacíos.
Igual, dice la doctora, “tenemos más de 300 pacientes, porque necesidad es lo que hay y hospitales es lo que casi no hay”, asegura con ironía.
En prácticamente todos los estados mexicanos es común, sobre todo en las periferias de las ciudades, que la demanda por salud sea parcialmente abastecida por espacios como este.
Algunos son exclusivos para adultos mayores, otros para tratamientos ambulatorios: el portafolio de especialidades y niveles de cobertura es grande.
La Bassuary presta un poco de todo, pero su existencia, admite Hernández, tiene mucho que ver con las falencias del sistema de salud pública.
“Neza tiene solo dos hospitales y muy pocas camas censables; sin nuestro apoyo es imposible dar abasto”, asegura.
El sistema de salud público mexicano está en crisis hace décadas: hay desigualdad en el acceso, desabastecimiento de medicamentos, escándalos de corrupción, entre otros factores.
“Solo en pandemia -señala Hernández- yo atendí 14 mil pacientes, por teléfono, por chat, en persona. Un hospital tiene 70 camas, el otro 300. Y quedaron colapsados”.
A la crisis del sector se añade que la población mexicana sufre altas tasas de obesidad, hipertensión, diabetes e infecciones gastrointestinales.
Pero para la población migrante la situación es incluso más difícil, porque vienen de un viaje tortuoso por varios países y se enfrentan a la complejidad bacteriana y alimenticia de México.
“Para casi todos (los migrantes), el primer problema es intestinal. No solo porque acá la comida es irritante y grasosa, sino porque el agua tiene otras bacterias”, señala Hernández.
Pero otros casos son aún más graves. Ella recuerda a una migrante que llegó con fractura de clavícula porque los coyotes la habían lanzado de un puente.
Una migrante que visitó la clínica es Vanessa Alejo, una venezolana de 29 años que conoció a Sarahí hace unos meses cuando su hija, de 7 años, sufrió una infección.
“Fuimos al hospital y no sirvieron los tratamientos y cada vez que íbamos era muy difícil porque, si bien yo tengo permiso de residencia, piensan que uno está acá de paso y que está indocumentado”, asegura Alejo, que trabaja en una jarcería y en un restaurante.
Entonces le recomendaron a Hernández. “Ella me dio el mismo tratamiento, pero con una gran diferencia, me dio su número de teléfono, entonces yo pude darle cada detalle de su estado, ella nos mandó más exámenes y encontramos que tenía tifoidea”.
Y concluye: “La doctora me levantó a mi hija, si no hubiese sido por ella, esa bacteria me la mata”.
Nezahualcóyotl es un enorme municipio pegado a Ciudad de México en el que viven casi 2 millones de personas. Está construido, de manera informal, sobre lo que fue un lago. Ha sido durante décadas un destino para quienes migran a la zona en busca de un trabajo en la capital.
La clínica Bussary está, hace 15 años, en una casa de dos pisos de fachada verde viche en una calle residencial del municipio.
Al frente, en una casa rosada, hace dos años Sarahí empezó a ver que a la azotea se subían personas con un perfil muy distinto al que se frecuenta por acá: afrodescendientes.
Con el francés que aprendió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se graduó y da clases hace 30 años, Hernández entabló una relación con un grupo de 22 haitianos que iban camino a Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza que azota a su país.
“Nos volvimos amigos, los niños de la clínica empezaron a jugar con sus niños en la calle, les dábamos comida, no les gustaba el arroz a la mexicana, ni la tortilla, solo los panes y los plátanos”, recuera la doctora.
Con el tiempo se corrió la voz de que acá prestaban, a veces gratis, a veces por el costo habitual de 200 pesos (unos US$10), servicios médicos sin necesidad de ser parte del sistema oficial.
“Empezaron a llegar brasileños, venezolanos, colombianos, cubanos, todos muy afectados y sin dinero porque la ruta migrante es muy dura”, explica Hernández. “En todos lados había abusos y sigue habiendo”.
Fanática de Patch Adams, el doctor estadunidense que revolucionó la medicina con tratamientos entretenidos, Hernández alguna vez quiso ser actriz. Pero, al ver a sus padres ejercer, entendió que la humanidad que le fascinaba del arte se podía traducir en medicina.
“Te puedo quitar un tumor, pero me importa más poderte acompañar en el proceso”, asegura.
A diferencia de la “medicina tradicional”, dice, “nosotros te vemos como iguales, sin soberbia”.
“No solo te quitamos el dolor físico, sino el emocional; no solo vemos el cuerpo, sino también el espíritu, la mente y el alma”.
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