¡Que las infancias no se aburran! Si ya agotaste toda tu imaginación y las vacaciones no se terminan, aquí te dejamos varios planes divertidos en distintos museos para ir con niños en CDMX.
En estos espacios, las infancias se divertirán mientras continúan aprendiendo de toda clase de temas.
Este no solo es de los mejores museos para niños en CDMX, sino que además es de los más nuevos. Abrió sus puertas apenas en febrero y es un espacio abierto a la imaginación y la reflexión en comunidad.
Su nombre proviene del náhuatl donde yancuic significa “nuevo”. En sus 20 mil metros cuadrados convergen ciencia, arte, cultura y cuidado del medio ambiente.
Dónde: Ermita Iztapalapa 2325, Los Ángeles en la alcaldía Iztapalpa, a unos pasos del Metro Constitución de 1917.
Cuándo: miércoles a domingo de 10:00 a 17:00 (último acceso a las 16:00)
Costo: entrada libre
Otro espacio relativamente y perfecto para las infancias es Anfibium, el museo del ajolote en Chapultepec y centro de conservación de anfibios.
Se inauguró en febrero del 20203 y el recinto es una pieza clave en la estrategia para conservar y proteger a los anfibios mexicanos, teniendo como residente estrella a los ajolotes.
Para las más pequeñas, en el museo Anfibuim se dan talleres, pláticas y otras actividades educativas.
Dónde: Zoológico de Chapultepec, en la Primera Sección.
Cuándo: martes a domingo de 09:00 a 15:30
Costo: entrada gratuita junto al acceso al zoológico
Este puede ser un clásico entre los museos para niños en CDMX, pero si no lo has visitado en un rato, vale la pena que te asomes al Museo Interactivo de Economía.
Y es que recientemente abrieron la experiencia Misión Cyborg: Y el universo de las finanzas digitales. A través de talleres, narrativas fantásticas y desafíos chicos y grandes aprenderemos sobre la importancia de proteger nuestras finanzas digitales.
Igualmente siguen teniendo salas para ccrear tu propio billete o tarjeta de crédito, conocer el papel del Banco de México o ver cómo eran los precios y productos de los siglos XVI al XX.
Dónde: Tacuba 17, Centro Histórico.
Cuándo: martes a domingo de 10:00 a 18:00 (la taquilla cierra 17:30)
Costo: $120 general, $100 a estudiantes, profesores o INAPAM. Menores de 3 años entran gratis.
Este es un museo único en su tipo y es el plan perfecto si a tus infancias le gustan los juguetes y tienen curiosidad por lo antiguo.
Aquí econtrarás una colección de muñecas de todo el mundo y de distintas épocas acomodadas en exposiciones permanentes y temporales.
Cuentan también con una cafetería con la que puedes completar tu visita. Si solo quieres acceder a ella, el paso es gratuito (solo pagas el consumo).
Dónde: Avenida Chapultepec 420, Cuauhtémoc (muy cerca del Metro Sevilla)
Cuándo: martes a domingo de 10:00 a 17:00
Costo: $150 general; $120 infancias.
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Desde finales del 2023, este lugar tiene una renovación espectacular donde ahora puedes ver su colección en bóvedas pimpeadas.
Pero lo mejor de todo, es que los fines de semana (y en vacaciones) tienen actividades especiales apra las infancias. Por ejemplo, en la cartelera de julio puedes ver que hay recorridos asistidos a las distintas bóvedas y al cárcamo.
O el 27 y 28 de julio habrá baile, un recorrido especial y la charla “juguetes conciencia”. La cartelera de agosto se publicará próximamente aquí.
Y ahorita no te puedes perder la exposición temporal Tiburones, en el Conjunto de Dos Bóvedas.
Dónde: Av. de los Compositores s/n, Segunda Sección Bosque de Chapultepec.
Cuándo: martes a domingo de 10:00 a 17:00 (cierre de taquilla a las 16:30).
Costo: solo efectivo. $36 general; $17 menores de 12 años, maestros y estudiantes
Aunque no lo parezca, este es otro de los museos para niños en CDMX, especialmente porque tienen su serie de visitas guiadas para las infancias llamadas: Mini Domingo.
Están impartidas por el equipo de educación del Museo Jumex y están especialmente diseñadas para niños de 6 a 12 años. Realizarán ejercicios y actividades que les permitan descubrir nuevas formas de acercarse al arte.
Ojo: que no están tooodos los domingos. Te recomendamos revisar su sitio web para ver fechas. Durante julio y agosto el Mini domingo se enfoca en la exposición Damien Hirst: Vivir para siempre (por un momento).
Dónde: Miguel de Cervantes Saavedra 303, Colonia Granada.
Cuándo: domingos a las 11:00 (revisar disponibilidad).
Costo: entrada libre, PERO tienes que llenar un registro previo porque hay cupo limitado.
Sus colores y objetos sumamente interesantes mantendrán interesados a las infancias durante todo el recorrido a través de las salas, donde podrán tomarse fotos increíbles y llenas de creatividad.
Para los niños, el museo les dará una hoja con retos con la que se mantendrán atentos durante el recorrido y así poner más atención a la exhibición.
Dónde: Revillagigedo 11, Colonia Centro, Centro, Cuauhtémoc.
Cuándo: martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas.
Costo: $60 adultos; menores de 18 años entran gratis. El domingo es gratis para todo el mundo.
Si tus peques son fans de Star Wars (y tú también), este es de los museos para niños en CDMX donde podrán sacar tu lado más geek y disfrutar miles de piezas del universo creado por George Lucas.
Acá encontrarás desde juguetes, cuadros, bustos, réplicas de cascos y espadas láser, estatuas y más. Verás que la edad no es una excusa para pasársela bien en este sitio.
Dónde: Santa Margarita #519, Insurgentes San Borja.
Cuándo: miércoles a sábado de 10:00 a 18:00 horas; domingo de 12:00 a 17:00 horas.
Costo: entrada gratuita, pero deberás hacer una reservación en este sitio para apartar tu espacio.
En este museo las infancias verán la ciencia como algo divertido. Hasta hay una zona de matemáticas donde pasarán un gran rato). También tiene una exhibición de dinosaurios, otra del cuerpo humano y un espacio infantil con juegos relacionados a la ciencia.
Lo mejor de todo es que tienen el programa de “Actividades para peques” enfocado en infancias.
Así durante julio y agosto los niños podrán entrenar como lo hacen los astronautas, explorar y descubrir fósiles de dinosaurios, investigar y experimentar como lo hacen los científicos, nadar en las profundidades del océano o viajar en el tiempo y ver cómo han evolucionado algunos animales.
Acá puedes ver la cartelera de Universum para peques para el verano 2024.
Dónde: Circuito Cultural de Ciudad universitaria, Coyoacán.
Cuándo: miércoles a domingo de 10:00 a 17:00; acceso al museo hasta las 16:00.
Costo: $90 general; $80 menores de 12, estudiantes docentes, Inapam, personas con discapacidad, exalumnos y trabajadores UNAM
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A lo largo de 6 salas encontrarán juguetes de muchas épocas que van desde carritos de madera, muñecas de tela, y hasta enormes robots que encantarán a niños y adultos por igual.
El museo cuenta con una exposición de más de 20 mil juguetes —con más de un millón de piezas en bodega— de los cuales la mayoría fueron rescatados de tianguis y mercados de pulgas.
Dónde: Calle Dr Olvera 15, Doctores, Cuauhtémoc.
Cuándo: lunes a viernes de 09:00 a 17:00; sábado de 09:00 a 16:00 y domingo de 10:00 a 16:00.
Costo: $50 general; menores de 3 años entran gratis.
Piensa en esta opción como un 2 en 1 ya que ambos museos están pegaditos y hasta encontrarás paquetes que te incluyen la entrada a ambos recintos.
En el Museo de Ripley podrás conocer sobre algunas de las personas más extraordinarias de la historia, animales únicos y objetos increíbles de todo el planeta. En el Museo de Cera, podrás ver réplicas de los personajes más famosos del mundo creados con cera.
Dónde: Londres #6. Col Juárez. Ciudad de México.
Cuándo: todos los días de 11:00 a 19:00.
Costo: $300 general para los dos museos; $240 niños e Inapam para los dos museos.
No podíamos hablar de museos para niños en CDMX sin mencionar al favorito de muchos: Papalote.
Cuenta con cinco zonas temáticas dode chicos y grandes puede tocar, jugar y aprender sobre distintos temas como el cuerpo humano, méxico, la ciudad, el hogar y la familia y más.
Además, actualmente tiene la exposición temporal Ruta 5rs elaborada casi en su totlaidad con materiales recilados. Precisamente busca enseñar las cinco rs: reutilizar, readaptar, reintegrar, reciclar y reducir residuos.
Dónde: Av. Constituyentes 268, Segunda Sección de Chapultepec
Cuándo: en temporada vacacional abre de lunes a jueves de 10:00 a 18:00; viernes a domingo cierra a las 19:00.
Costo: de $240 a $280, revisa tu paquete aquí.
Es una joya del Renacimiento que para el papado fue una audaz afirmación del estatus espiritual y político del Vaticano, de Roma y de la Iglesia católica.
En un lugar con más de cinco siglos y medio de historia, ubicado en el Estado más pequeño de todos, tienen lugar unas elecciones que intrigan a gran parte del mundo, ya sea por razones religiosas, políticas, sociales o intelectuales.
Pero atañen particularmente a los alrededor de 1.400 millones de fieles católicos, pues se trata de la selección del sucesor de San Pedro, el primer papa ordenado por Jesús.
Según esa tradición, la línea ininterrumpida de sucesores que ha habido desde entonces ha asegurado que los mensajes y enseñanzas que Cristo les dio a los apóstoles se hayan transmitido y permanecido inalterados.
Los cardenales con voz y voto en la trascendental decisión sobre cuál de los príncipes de la Iglesia católica apostólica romana será el sumo pontífice se congregaron por primera vez en la Capilla Sixtina en 1492.
Pero no era la única sede de cónclaves, hasta que en 1878 se convirtió en la permanente.
Desde entonces, durante ese paréntesis en el que se elige a un papa, es en la delgada chimenea que está en su techo y no en sus magníficas obras de arte donde se fijan los ojos del mundo, a la espera de señales de humo, las únicas pistas de lo que está ocurriendo en su interior.
Y es que, a partir del momento en el que se proclama extra omnes, y todos los que no forman parte del cónclave se retiran, los cardenales electores se quedan encerrados entre esas cuatro paredes y con un techo tapándoles el cielo.
Suena claustrofóbico, ¡pero qué paredes y qué techo!
La Capilla Sixtina es una obra de arte que a lo largo de los siglos ha dejado a millones maravillados.
Algunos se quedan sin palabras; otros, como el erudito alemán Goethe, las encuentran:
“Hasta que no hayas visto la Capilla Sixtina, no tendrás una idea adecuada de lo que el hombre es capaz de lograr”.
Y, ¿sabías que…?
Es incongruente que Miguel Ángel creara una obra tan sublime en la bóveda de la Capilla Sixtina contra su voluntad.
Pero así fue.
Siempre se consideró más escultor que pintor.
Cuando el papa Julio II le pidió que se encargara de la capilla, estaba trabajando en la tumba de mármol del pontífice y nunca antes había terminado un fresco completo.
A pesar de que la comisión llegaba de tan alta autoridad, intentó rechazarlo dos veces, pero finalmente capituló.
Una de las pruebas más fehacientes de su reticencia es un soneto que le envió a su amigo Giovanni di Pistoia en 1509, apenas un año después de empezar su obra en el techo Sixtino, tarea que se extendería durante tres años más.
Sus quejas y dolencias ya eran numerosas.
Tenía la glándula tiroides inflamada, decía, la columna vertebral torcida y encorvada, el pecho oprimido y retorcido, los muslos acalambrados constantemente y el trasero dolorido por el esfuerzo.
Por si fuera poco, “¡Mi pincel, encima de mí todo el tiempo, gotea pintura para que mi cara sea un buen piso para los excrementos!“.
No eran lamentos vanos.
Para pintar el techo de 3.300 metros, tenía que estar parado en un andamio precario de 18 metros de altura, con el cuello doblado hacia atrás y el brazo elevado por encima de la cabeza.
Gran parte del tiempo trabajaba en soledad, pues, como demostró el trabajo de restauración en la Capilla Sixtina, sus frescos fueron realizados en gran parte por su mano, a excepción de partes relativamente menores hechas por asistentes.
Le precupaba su estado mental.
“Porque estoy atascado así,
mis pensamientos son estupideces locas, pérfidas:
cualquiera dispara mal por una cerbatana torcida“.
Y le preocupaba también que pintar en esas condiciones afectara la obra, de ahí que declarara, al final del poema:
“Mi pintura está muerta.
Defiéndela por mí, Giovanni, protege mi honor.
No estoy en el lugar correcto, no soy pintor“.
La imagen central del techo de la capilla, que muestra a Dios creando a Adán, con sus dedos casi tocándose, es una de las más impactantes de todo el edificio.
Como le dijo a la BBC la historiadora del Renacimiento Catherine Fletcher, es “una de las pocas pinturas que se ven por todas partes”.
“Junto con la Mona Lisa, es posiblemente la única pintura del arte occidental que alcanza ese nivel icónico”.
La obra no sólo asombró por su gran maestría, sino también por su gran originalidad.
Dios aparece como un superhéroe, arrastrado por el viento, musculoso, con ropajes ceñidos que revelan sus piernas y un manto.
El acto de la creación, realizado con la punta del dedo, también fue invención de Miguel Ángel.
Pero hay algo que, dado cuán hipnóticas son esas dos manos en el centro, puede pasar desapercibido.
De hecho, no fue hasta la década de 1870, tras la primera publicación de fotografías del Techo Sixtino, que se observó una presencia significativa bajo el brazo de Dios.
Está entre figuras envueltas en el manto rojo ovalado del Creador, y es una mujer que dirige a Adán una mirada atenta.
Pero ¿quién puede ser?
La interpretación más ampliamente aceptada es la presentada por primera vez por el crítico de arte inglés Walter Pater (1839-1894), quien afirmó que la persona a quien Dios cobija bajo su brazo es Eva, antes de su creación.
Las otras 11 figuras, añadió, representan simbólicamente las almas de la progenie por nacer de Adán y Eva: la humanidad entera.
El creador, señaló Pater, “viene con las formas de las cosas que serán, la mujer y su progenie, en el pliegue de su manto”.
“Ella parece muy consciente de lo que sucede”, le dijo a la BBC Matthias Wivel de la Galería Nacional en Londres.
“Dios le está dando a Adán un alma, le está dando libre albedrío, y eso es lo que Eva personifica”, agregó.
Más recientemente se ha planteado que la mujer que ocupa ese lugar de honor junto a Dios es la Virgen María.
Esta teoría surgió a raíz del niño pintado junto a la figura femenina, sobre quien se posan suavemente los dedos de Dios; se debate si podría ser el niño Jesús, quien espera pacientemente junto a su padre.
Cuando el papa Sixto IV encargó la construcción de la capilla que lleva su nombre, en 1480, Miguel Ángel tenía tan solo 5 años.
Pasarían casi tres décadas antes de que el famoso maestro del Renacimiento escalara el alto andamio y transformara el techo con su pincel.
Pero eso no quiere decir que estuviera en blanco: la bóveda estaba pintada de azul con estrellas doradas.
Era un cielo creado por Piermatteo d’Amelia, uno de los artistas convocados para decorar el sagrado recinto en un período sorprendentemente corto, apenas 11 meses, de julio de 1481 a mayo de 1482.
El equipo estaba conformado por los más grandes pintores de la generación anterior, entre ellos Sandro Botticelli, Pinturicchio, Cosimo Rosselli, Pietro Perugino (maestro del pintor y arquitecto Rafael) y Domenico Ghirlandaio (maestro de Miguel Ángel).
El plan comprendía un ciclo del Antiguo y otro del Nuevo Testamento, con narraciones que comenzaban en el muro del altar, continuaban a lo largo de los largos muros de la capilla y finalizaban en el muro de la entrada.
Encima se pintó una galería de retratos papales, que se completaban debajo con representaciones de cortinas pintadas.
Doce frescos de esos artistas del siglo XV siguen mostrando hermosamente escenas de la vida de Cristo y de Moisés en las paredes de la capilla.
Solían ser 14, pero cuando, en 1533, Clemente VII de Médici le encargó a Miguel Ángel que pintara “El juicio final” en el muro del altar, se perdieron los dos primeros episodios de esas historias, pintados por Perugino, así como el retablo de la Virgen asunta entre los Apóstoles.
“El juicio final” fue pintado 25 años después del techo de la Capilla Sixtina, cuando Miguel Ángel tenía 60 años.
La tarea era abrumadora: visualizar el fin de los tiempos y el comienzo de la eternidad.
Nadie mejor que él para llevarla a cabo.
El fresco refleja magistralmente y sobre un fondo azul el significado textual del apocalipsis.
El término proviene del griego apokálypsis que significa “despojar lo que cubre”, “retirar el velo”, “descubrir”, “develar”, “revelar”.
Así, muchas de las más de 300 figuras que rodean a Cristo, casi todas masculinas, están desnudas.
Cuando Biagio da Cesena, el maestro de ceremonias papal, se quejó de tal indecencia, la respuesta de Miguel Ángel fue inmortalizarlo en el fresco como juez de los condenados y del infierno.
Lo pintó desnudo salvo por una serpiente que le rodea las caderas y le muerde los genitales.
Sin embargo, Biagio no era el único escandalizado, y las críticas no cesaron ni con la muerte del artista.
Cuando el Concilio de Trento prohibió el arte “lascivo”, la obra fue condenada como indecorosa.
En 1564 el papa Pío V le ordenó a Daniele da Volterra, quien había sido aprendiz de Miguel Ángel, que cubriera la desnudez de los personajes pintados por su maestro.
Eso le valió a Daniele el desafortunado apodo de Il Braghettone o “el creador de bragas”.
Cuatro siglos después, cuando se hizo la limpieza de “El juicio final” en las décadas de 1980 y 1990, se presentó el dilema de si conservar o eliminar las adiciones que ocultaban lo que Miguel Ángel dejó a la vista.
La solución fue dejar algunos rastros de la censura como evidencia de la mentalidad dominante del siglo XVI, y recuperar tanto como fuera posible el aspecto original del fresco.
Así, San Pedro, San Bartolomé y Santa Catalina de Alejandría siguen vistiendo las prendas creadas por Il Braghettone.
El Renacimiento italiano y el Imperio inca no suelen asociarse entre sí, pero ambos fueron fenómenos de la misma época.
La ciudadela de Machu Picchu, situada en los Andes en Perú, se completó alrededor de 1450, en el apogeo del poder del imperio, y probablemente estuvo ocupada hasta alrededor de 1530.
A más de 10.500 kilómetros de distancia, mientras los emperadores incas continuaban reinando en su incomparable retiro en la cima de la montaña, los grandes artistas italianos creaban sus frescos en la Capilla Sixtina del Vaticano.
Y Machu Picchu seguía habitado cuando, en 1512, Miguel Ángel le estaba dando los toques finales a su obra maestra en el techo.
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